Hay un diálogo de la película El informante (Michael Mann, 1999), donde un ejecutivo de la televisión minimiza una flagrante violación a la ética periodística que su canal está a punto de cometer, diciendo: “En 15 minutos nadie se acordará”. De inmediato recibe la respuesta del periodista estrella del canal, una que podría resumir el documental que nos ocupa y unas pocas cosas más: “No, es la fama la que dura 15 minutos; la infamia dura un poco más”.
La voz femenina que nos da la bienvenida en 15 minutos de vergüenza pertenece a Monica Lewinsky, productora de este documental y autodefinida como la “paciente cero” de la humillación pública en la era de internet.
La voz femenina que nos da la bienvenida en 15 minutos de vergüenza pertenece a Monica Lewinsky, productora de este documental y autodefinida como la “paciente cero” de la humillación pública en la era de internet. Si el lector sabe y recuerda quién es esta persona, entonces le está dando la razón al periodista estrella recién aludido y también a la misma Monica Lewinsky, al decidirse a producir esta película sobre la exposición, la cancelación y el odio que van aparejados al consumo de internet y de las redes sociales que, para su fortuna, no existían en 1998 cuando explotó el escándalo con Clinton.
Junto con Lewinsky, la otra potencia creativa es Max Joseph, uno de los realizadores de Catfish, un documental del que surgió una serie en MTV sobre los engaños, suplantaciones y perfiles falsos con que muchas personas habitan las redes, inventándose las vidas y las personalidades que desean para sí, por ser inalcanzables y porque sirven para atraer a los demás. Otra forma de patología digital, a fin de cuentas.
Porque de eso se trata todo esto, de una patología, o más bien de una conducta patológica que se da en ciertas condiciones, que tiene un origen más o menos identificado, y que sin embargo no puede ser contrarrestada por la infinita capacidad de daño inherente a las redes sociales y la viralización.
Por ello, podemos decir que el documental se apoya en dos líneas argumentales claramente diferenciadas: una es la sucesión de casos infames donde personas comunes y corrientes fueron aplastadas por un odio virtual absolutamente desproporcionado respecto de las faltas que cometieron (almacenar alcohol gel para vender por Amazon; lanzar una broma de mal gusto) o que ni siquiera cometieron (ganar una elección estudiantil; hacer casual e involuntariamente un gesto propio del supremacismo blanco, siendo mexicano).
Esta línea apela a la emoción y a la empatía, y lo hace contando las tragedias que sufrieron estas personas de manera bastante respetuosa, aunque algo maqueteada en la progresión de los testimonios para que los entrevistados se “quiebren” llegando al final del metraje.
Ensayistas, psicólogos, filósofos, activistas, periodistas e historiadores, que ponen el fenómeno en perspectiva y lo vinculan con otras formas de abuso.
La otra línea –que corre en paralelo– es la de los expertos, y son muchos. Ensayistas, psicólogos, filósofos, activistas, periodistas e historiadores, que ponen el fenómeno en perspectiva y lo vinculan con otras formas de abuso, de las cuales la humillación viralizada no es más que una versión moderna y exacerbada. Y aquí abundan los recursos gráficos y humorísticos para hacer digerible la entrega de información –que también es mucha–, y para dar sentido o al menos una explicación de lo que sufrieron las víctimas de la otra línea argumental.
Reiteramos, la información es mucha y esto no es malo en absoluto, pero sería mejor si hubiera más espacio para respirar y digerir lo que se presenta. Interesantísimo, por lo demás. Por ejemplo, una historiadora explica que la vergüenza pública es un recurso milenario de las sociedades para castigar a quien se desvía de los valores de la comunidad, que en su momento se expresó en la infame “picota”: dos maderos con agujeros para inmovilizar a un individuo por la cabeza y las manos, ubicada en medio de la plaza para exhibición pública.
Después esa función fue desempeñada por los tabloides, donde periodistas y editores pretendían expresar la ira de las masas con las portadas de sus pasquines. Sin embargo, con las redes sociales la ira pública se expresa de manera directa y viral, y parte de su poder está en la sinceridad de los vociferantes, gente que genuinamente cree que está haciendo lo correcto al insultar y denostar a alguien por algo que no le gustó. Eso que hoy llaman cancelación.
Sin ser frenético, el ritmo es acelerado por lo que el espectador salta desde la conmiseración e indignación por las historias de las diversas víctimas hasta la sorpresa ante las reflexiones de los entrevistados. Es decir, no es sorprendente enterarse de que los grupos más vulnerables a ser víctimas de la humillación pública virtual son los mismos que se hallan más desprotegidos en el mundo real. Pero sí lo es la especulación darwiniana respecto de qué tipos de individuos florecerán y prosperarán en un mundo donde, para destruir a algo o a alguien, se alimenta y se estimula la vergüenza. Adivinaron, aquellos que no la tienen. Y eso ya se ve. Profusamente.
Una de las entrevistadas lo dice directamente: una de las razones por las que Facebook y sus congéneres son tan rentables es porque están protegidas por la ley (la famosa sección 230), que no las hace responsables por lo que publican sus usuarios.
Se podrá atribuir al reputado optimismo estadounidense, pero este documental que expone un problema no se puede abstener de exponer una solución, con el recurso –bastante estadounidense también– de compararse con otros países occidentales que han actuado con sentido común y han hecho responsables a las redes sociales donde se realizan los ataques. Una de las entrevistadas lo dice directamente: una de las razones por las que Facebook y sus congéneres son tan rentables es porque están protegidas por la ley (la famosa sección 230), que no las hace responsables por lo que publican sus usuarios.
El cierre del documental acelera aún más para fundir la vocación pública; la información y opiniones de los voceros devenidas en sabiduría; y los epílogos –en su mayoría desoladores– de las historias de las personas atacadas, en nudo tenso y fibroso. Algo que vale la pena ver, pero que deja un gusto bastante más amargo del que se proponía. Y es obvio, la vergüenza dura más de 15 minutos.
Acerca de…
Título: 15 minutos de vergüenza (2021)
Nacionalidad: EE. UU.
Dirigida por: Max Joseph
Duración: 85 minutos
Se puede ver en: HBO Max
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