El año 2020 no será olvidado por la historia. La pandemia del coronavirus marcó su transcurso, e inició fenómenos sociales, políticos, económicos y culturales que tendrán impacto en el desarrollo de los tiempos venideros.
En términos de perspectiva histórica, es temprano para predecir los efectos del primer año del Covid-19, pero a días de que acabe 2020 conviene revisar algunos artículos periodísticos que buscan interpretar qué pasó durante este año clave.
Al respecto, es interesante la columna de opinión de E.J. Dionne Jr., cientista político y columnista habitual de The Washington Post, quien en Qué puede enseñarnos el 2020 dice que la pandemia de este año fue como unos rayos X sociales que permitieron observar cosas que antes no estaban tan claras.
Dentro de los sentidos comunes que emergieron gracias a la pandemia está que la inequidad pasó de ser algo abstracto a algo concreto y tangible al mirar quiénes pueden trabajar desde casa y quiénes no (los trabajadores esenciales), aparte de lo que muestra de por sí el índice de Dow Jones respecto del enriquecimiento de los más ricos.
Dionne también hace hincapié en las diferencias internacionales entre los sistemas de salud y toma nota de que la austeridad frente a la crisis económica consiguiente no hubiese sido una buena fórmula para enfrentar la pandemia.
Aparejada a esa idea "socialdemócrata", el autor celebra también las capacidades científicas y logísticas de las fuerzas productivas, las cuales posiblemente empujarán la economía venidera, así como las innovaciones que se harán posibles en el mundo del trabajo y en la vida de las ciudades dadas las formas nuevas de crear y trabajar que fueron empujadas por la pandemia en el sector privado.
Dentro de esas capacidades logísticas, el autor menciona la propia elección presidencial de Estados Unidos, un evento que movilizó a más de 140 millones de personas y que puso en el centro de la discusión el voto por correo físico.
Finalmente, Dionne menciona las relaciones humanas y su contraparte -la soledad- como uno de los ejes vitales de la experiencia humana.
Otro artículo interesante para poner en perspectiva el 2020 lo escribió Bryan Walsh, autor de Future, uno de los newsletter de Axios. Se trata de 2020 fue un mal año, pero ni de cerca el peor, en donde Walsh hace un balance entre lo que pasó este año; 3,2 millones de muertes en Estados Unidos, la peor cifra de su historia, con 400.000 muertes extra, entre otros datos ominosos, y otros momentos del pasado.
El autor recuerda 1918, año en que Estados Unidos perdió decenas de miles de hombres en la Primera Guerra Mundial y cientos de miles de personas durante la Gripe Española, lo que implicó un alza de las muertes de un 46% respecto de 1917.
Pero el ejercicio fue más allá, y Walsh trajo al recuerdo otros años terribles al menos para Occidente; 1816 (el año sin verano, dadas unas masivas erupciones volcánicas que afectaron especialmente al mundo occidental del hemisferio norte), 1349 (el peor año de la Peste Negra, el que se llevó a un tercio de la población de Europa, lo que equivaldría 247 millones de muertes hoy) o el 536 (cuando una erupción volcánica en Islandia implicó hambrunas y plagas en Europa y el Oriente Medio).
También Walsh menciona las posibilidades que traen años marcados por la muerte. Según el autor, la pandemia del coronavirus puede tener un efecto positivo en la economía si es que se avoca a las innovaciones necesarias para solucionar problemas globales, así como la Peste Negra lo tuvo en las economías europeas, dada la amplia disposición de tierras fértiles dejadas por el deterioro demográfico.
Si de innovación se trata, MIT Technology Review, por su parte, ofrece una lista de elementos positivos dejados por este año. En El 2020 apesta, pero dejó algunas 'líneas de plata', Tanya Basu y Abby Ohlheiser enumeran algunos aspectos que consideran luminosos desde su perspectiva; las posibilidades del teletrabajo, la subtitulación automatizada de videos, la creación de espacios virtuales de socialización complejos, como las plataformas de juegos, una nueva generación de citas online, la votación por correo físico, el hábito de lavarse las manos, el acortamiento de los viajes diarios en transporte público y el aumento de la tendencia de cocinar (y compartir) en casa.
Desde una perspectiva más política, The Atlantic analiza el año 2020 desde la tecnología c0n su artículo El año que cambió internet. En este Evelyn Douek analiza cómo "en 2020 la necesidad de contener la desinformación acerca del Covid-19 empujó a Facebook y Twitter en el rol que nunca quisieron de ser árbitros de la verdad". Según Douek este fenómeno rápidamente pasó a QAnon y desde ahí a la política.
Finalmente Wired -una publicación enfocada en la tecnología, en especial la digital- prefirió subrayar los avances en la genética con la publicación de 2020 fue un año extraordinario para Crispr. El artículo de Megan Molteni argumenta que pese a que el coronavirus se llevó toda la atención mundial sobre la ciencia, la tecnología de edición genética Crispr avanzó a pasos agigantados este 2020, prometiendo el diagnóstico y cura de varias enfermedades, así como una revolución en la producción agropecuaria, aparte del premio Nobel de Química que fue para Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna por sus investigaciones en esta biotecnología.
Ciencia o suerte ¿Quién ganó la carrera por la vacuna?
Wired también trajo un artículo que seguramente sacó ronchas en la comunidad científica. Se trata de La carrera por la vacuna contra el Covid-19 tuvo más de suerte que de tecnología, en el cual Hilda Bastian cuenta cómo el azar fue empujando la investigación y la carrera por conseguir la vacuna, antes que los rigurosos planes científicos de los laboratorios occidentales triunfantes.
De tal modo, la situación de que las vacunas hayan tenido una tasa insospechada de eficiencia en torno al 90%, sumado a la rapidez en que encontraron partícipes para las fase tres y a que Estados Unidos y América Latina se convirtieron en laboratorios privilegiados para observar eventos infecciosos a tasas aceleradas, son eventos del todo casuales que proporcionaron a Moderna, Pfizer y AstraZeneca la ventaja definitiva en comparación, por ejemplo, a Sinopharm o Sinovac, dos empresas biotecnológicas chinas.
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