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Sábado, 20 de Abril de 2024
Historia social

2° parte: “Pan, trabajo, justicia y libertad”: Las luchas de los pobladores en dictadura (1973 -1990)

Mario Garcés Guzmán

INTERFERENCIA presenta en dos artículos, extractos de este libro recientemente editado por LOM de Mario Garcés, en el que se aborda los antecedentes históricos más inmediatos de la protesta social.

Admision UDEC

Hace algunos días LOM Ediciones presentó este nuevo libro del historiador Mario Garcés, donde en casi 230 páginas el investigador revisa minuciosamente las experiencias de los pobladores tras el golpe de 1973 y la recuperación del tejido social de ese sector de la población, entre otros temas. Entre los aspectos analizados destacan en el primer capítulo: Reconstrucción del tejido social y la izquierda; Las Protestas Nacionales; El fracaso del “año decisivo; Camino al plebiscito de 1988; La transición a la democracia y los movimientos sociales.

En el segundo capítulo se abordan aspectos como: Los pobladores y el golpe de Estado; La acción social y política de la Iglesia; La reconstrucción del tejido social en las poblaciones; Herminda de La Victoria y El Montijo Sur; Huechuraba; La Legua; Malaquías Concha; Santa Adriana; Los Centros de Apoyo, las ONG y la Educación Popular.

El tercer capítulo refiere a: Las protestas sociales; El protagonismo de los pobladores; El protagonismo juvenil; El movimiento de mujeres; El “año decisivo" y la represión a los pobladores en ese tiempo; y, Las detenciones y otras formas de represión.

Acá el segundo extracto del libro:

En este contexto de bloqueo y cercamiento militar que vivió la población, se produjeron las primeras víctimas. Según relata Mónica, “cuando fue el golpe, como nos parábamos en la esquina y pasaban los helicópteros y las balas nos caían así: ¡como lluvia! O no podíamos salir al antejardín, las vainas quedaban en la calle, o sea en el antejardín”. “También me acuerdo que aquí en la población murieron como seis pobladores. Murió un niño que fue a saludar a los milicos... que iban pasando por el puente, se subían a un árbol a saludar, un árbol de su casa”, Por su parte, el testimonio de Antimo entrega más antecedentes sobre las víctimas: “El mismo día del Golpe cuando mataron a Allende, en la manzana 28, es decir en el pasaje 28, detrás de Las Palmeras, un matrimonio obrero, salieron a bailar cueca a la calle, alegrándose del Golpe, y mandan a un mocoso como de 14 años que vaya a poner una bandera arriba del techo, justo él está arriba del techo poniendo la bandera y los milicos le dispararon de allá, ¡lo mataron!... Ahí tiene usted lo que son las cosas. Y los padres bailando cueca de alegría, porque estaban en contra de la Unidad Popular”. “Murió otra persona al cerrar la puerta de su casa y (además) la señora del Cartes, el loco Cartes que le dicen. Él estuvo como tres días con su señora muerta sin poderla enterrar, a ella la mataron adentro de su casa”. 

Siguiendo con el relato histórico del Grupo de Jóvenes Las Patotas, a pesar del inminente riesgo que implicaba oponerse a los militares, la caída de Allende fue tomada como una gran pérdida, y algunos pobladores se plantearon la posibilidad de resistir con armas que nunca llegaron. Según narra una pobladora, que a la fecha del golpe tenía unos treinta y cinco años, y cinco niños: “El sentir que lo perdíamos todo... porque yo me acuerdo, se decía que iba a venir armas por Callejón Lo Ovalle, la gente que está dispuesta a la pelea... nosotros con Juan decíamos ya ¡listo!... ¡si no vai tú, voy yo!, yo le decía. Tenía cabros chicos, pero a mí no me importaban los chiquillos ¿Ah?.. tenía tanto coraje esa vez que ¡chis!, yo decía que si no va Juan, voy yo a la pelea, decía yo, ¡no me quedo! ¡No! Me decía Juan, ¡voy a ir yo! Pero a lo que yo salga de aquí date por viuda, porque yo no voy a volver y yo le decía: ¡no importa, no importa”. 

En la Población Pablo Neruda, vecina a La Pincoya, en la zona norte de Santiago, según nos relataron algunos de sus dirigentes, en la mañana del 11 de septiembre nadie podía imaginar lo que estaba por ocurrir. Entre algunos pobladores se había conversado y discutido en tomo a qué pasaría si había un golpe de Estado, pero a decir verdad entre los partidarios del gobierno de la Unidad Popular no existían orientaciones claras en torno a qué hacer si eso llegaba a ocurrir. Para Luzmenia Toro, dirigenta vecinal de Pablo Neruda, que recuerda estas conversaciones, sólo días antes el golpe era algo difícil de imaginar, y cuando el golpe se puso en marcha, todavía más difícil de procesar: 

-Escucho la Radio Magallanes, y estaba hablando el compañero. Para mí fue una cosa increíble, o sea irreal, yo escuché todo lo que él estaba diciendo, el discurso de él, salí para fuera, puse la radio fuerte. Le dije a la señora de la esquina si esto está pasando. Todos ahí pusimos la radio fuerte, porque todos estábamos en la calle. Y miramos hacia abajo, y veíamos cómo el humo salía de La Moneda, con el bombardeo que se hizo... Pero fue un sueño todos esos días. 

A pesar de lo difícil que era procesar lo que estaba ocurriendo, a Luzmenia la represión la comprometió muy pronto, cuando su marido no volvió y permaneció desaparecido once días, hasta que finalmente lo pudo ubicar en el Estado Nacional. 

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 Allanamiento en El Salto el 12 de septiembre de 1973.
Allanamiento en El Salto el 12 de septiembre de 1973.

Días después buscaron detenerla por los cargos que ocupaba en la Junta de Vecinos y en el Centro de Madres. Debió entregar los libros del Centro de Madres y explicar en el Regimiento Buin por qué este centro se llamaba Matilde Urrutia, el nombre de la esposa de Pablo Neruda. 

Rosa Villouta, que jugó roles muy activos en la toma que dio origen a la población Pablo Neruda, también recuerda el golpe como un día terrible y siente que la salvó el haber tenido un hermano en las fuerzas armadas. En tres oportunidades su casa fue allanada. Celia Ortega, quien no era militante ni dirigente de la población, sufrió en esos días la experiencia más dura: perdió a su hijo Fernando. Éste, junto a otros vecinos, desapareció luego de un allanamiento en Huechuraba con gran despliegue de fuerzas militares el día 13 de septiembre. Mientras Celia buscaba a su hijo en el retén de carabineros, en el Regimiento de Buin, en los estadios Chile y Nacional sin encontrar resultados, cuando ya promediaba una semana de búsqueda, unos vecinos le avisaron que su cuerpo estaba en la morgue de Santiago. La población fue puesta bajo control policial y el miedo se expandió en todo el barrio. Celia agrega que prácticamente tenían que pasar encerradas en las casas, en circunstancias que éstas aun no estaban terminadas, lo que les creaba dificultades para abastecerse de agua potable. Con todo, para Celia era muy importante conocer la causa de muerte de su hijo, por lo que no podía quedarse con los brazos cruzados. Continuó buscando una respuesta: 

-Yo como madre seguí picoteando por qué me habían matado a mi hijo, yo quería saber por qué me lo habían matado, que me dieran una respuesta y fui a hablar con un teniente, que era uno de bigotito, moreno, que había en ese tiempo, mi hija le supo el nombre, le dije ¿por qué habían matado a mi hijo? Que yo incluso, no le vengo a pedir un favor, y que yo le exijo que me diga por qué. Entonces, él me dijo: “aquí lo que se mató fueron puros delincuentes”. Entonces yo le dije: “no pues, porque mi hijo no era delincuente; mi hijo me ayudaba a mí a trabajar, pues yo tenía una pequeña verdulería”. Le dije yo: “él me ayudaba a trabajar, era mi brazo derecho, era el que me hacía las compras, ustedes no me pueden decir que es un delincuente... “, ¡Ay que sufrimiento más grande Dios mío! Nunca supe. 

Por su parte, en la emblemática población Herminda de La Victoria, como indica Juan Riquelme, el día del golpe fue de un gran nerviosismo, por el paso de los aviones y los helicópteros, las radios que informaban del golpe de Estado, y “después empezaron los bandos, que nadie tenía que salir a las calles a cierta hora, qué sé yo, entonces, todo el mundo en sus casas”. La memoria de los pobladores pareciera concentrarse, en primer lugar, en los dirigentes de la población, que sufrieron los efectos de la represión. Como indica Antonio Carvajal, “montón de dirigentes sacaron de aquí, los machucaron como Juan Araya", que murió a los años después producto de los golpes que recibió. Lo mismo que pasó con don René, el marido de la señora Irma Aragón (...) lo que pasó con Aguilera, que a los dos viejos los pillaron tirando panfletos y le dieron una salsa y lo mataron. No murió ahí, pero murió después producto de los golpes”. Pero la muerte tuvo una expresión inimaginada, directa y aterradora en el río Mapocho, en el puente Resbalón, a escasa distancia de la población: 

-Los más valientes se atrevían y caminaban hacia el río, a ver cómo estaban los muertos en las orillas, cómo la gente estaba enterrando a los cadáveres. Había unos cubanos, habían médicos, paramédicos, todos llegaron al puente Resbalón y era el comentario, era eso en un principio, el comentario dentro de la población -oye, hay muertos...- después íbamos al río a ver cómo pasaban los cadáveres, veíamos enterrar a la gente en la orilla... (Miguel Landeros). 

-Toda la gente mirando, ahí íbamos a mirar, toda la gente gritaba de tantos cadáveres, muchos cadáveres (...) A mí no me queda claro, todos esos cuerpos que se vio en el puente, dónde fueron a parar (...) no eran cinco ni seis, eran muchos, muchos más (Rosa Pérez). 

De acuerdo con los testimonios, que en algunos casos hemos escuchado directamente o citados a partir de estudios recientes o las tesis de nuestros estudiantes de postgrado, es posible sostener que el golpe tuvo un alto impacto en las poblaciones y barrios de Santiago. Sólo en La Legua, y por circunstancias fortuitas, se registraron algunos enfrentamientos. En los otros casos, si bien algunos pobladores y militantes buscaron resistir, no contaban con los medios para hacerla, y la promesa o la ilusión de contar con algún armamento, en ningún caso llegó a materializarse. De este modo, lo que sí se concretó, en corto plazo, fue la represión policial y militar a través de masivos allanamientos, como en el caso de La Legua y Huechuraba, o el control militar del territorio circundante, como en el caso de Santa Adriana, o el horrible espectáculo de los muertos en el Mapocho, del que fueron testigos los pobladores de Herminda de la Victoria. 

Luego de estas experiencias que buscaron amedrentar y disciplinar a los pobladores de Santiago, éstos lentamente se fueron reencontrando y reagrupando para solidarizar con las víctimas de la represión, pero también para hacer frente a la nueva situación de exclusión social y política que trajo consigo un recrudecimiento de la pobreza. La iglesia fue un aliado fundamental en esta nueva etapa. 

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