Si hubiera una lista de lo que un jefe de Estado no debe hacer durante una pandemia, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, cumpliría con casi todos los requisitos.
Primero redujo el peligro de Covid-19, calificándolo como una “gripezinha” o simple resfrío. Luego, repetidamente no cumplió con las recomendaciones de las autoridades de salud de su propio gobierno. Luchó contra gobernadores y alcaldes que aplicaron cuarentenas. Y más de una vez recomendó el uso de un medicamento que aún no ha demostrado su efectividad dentro de las mejores prácticas científicas, la hidroxicloroquina. Mientras tanto, uno de sus hijos, el congresista Eduardo Bolsonaro, de São Paulo, ofendió a China, el mayor socio comercial de Brasil, al asegurar que la culpa del Coronavirus la tenía ese país, provocando un fuerte roce diplomático entre ambas naciones.
Finalmente, provocó una grave crisis política al pedir el 16 de abril la renuncia de su Ministro de Salud, Henrique Mandetta. Y otra más grave aún, al provocar la dimisión de su Ministro de Justicia y Seguridad Pública, Sérgio Moro, el 24 de abril.
Por primera vez desde que asumió el cargo en enero de 2019, Bolsonaro le ha dado la espalda a la voluntad de su propia base electoral. Mandetta y Moro estaban muy bien evaluados por la base bolsonarista.
Todas estas acciones del presidente brasileño ocurrieron en unas pocas semanas, generando una espiral de controversias sanitarias, sociales, económicas y políticas en un país con ciudadanos cada vez más confundidos. Incluso para su base electoral, acostumbrada a producir y compartir todo tipo de noticias falsas y promover el linchamiento virtual de políticos no alineados con Bolsonaro, fue un poco demasiado.
Por primera vez desde que asumió el cargo en enero de 2019, Bolsonaro le ha dado la espalda a la voluntad de su propia base electoral. Mandetta y Moro estaban muy bien evaluados por la base bolsonarista. Según una encuesta de Datafolha, prestigiosa firma de sondeos ligada al influyente diario Folha de Sao Paulo, 76% de los brasileños aprobaba las acciones del Ministerio de Salud durante la epidemia, que incluían medidas como la cuarentena. Teniendo en cuenta que Bolsonaro fue elegido con el 56% de los votos en la segunda vuelta en 2018, es posible admitir que el apoyo de Mandetta sumó toda la base electoral bolsonarista y aún avanzó por la izquierda, en una rara confluencia de sentimientos en un país marcado por la división política desde la destitución de Dilma Rousseff en 2016. Representantes del Partido de los Trabajadores (PT), al que pertenecen Rousseff y Lula da Silva, apoyaban las medidas del ex ministro de Salud.
En comunicados diarios transmitidos en vivo por televisión durante las primeras semanas de la pandemia, el ex diputado federal y ex ministro Henrique Mandetta, un médico de derecha, habló a los brasileños sobre la necesidad de seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Mientras tanto, Bolsonaro hizo todo a la inversa. Condenó, y todavía condena, la estrategia de cuarentenas y distanciamiento social. Participó en actos públicos de sus seguidores que pidieron el cierre del Congreso Nacional. Fue filmado pasando el antebrazo por la nariz y luego saludando a tres seguidores. Se ha burlado de la prensa, que buscaba advertir sobre el peligro de la pandemia, diciendo que los periodistas difunden “pánico" e "histeria".
En una conferencia de prensa vista por todo el país, el renunciado ministro de Justicia Sérgio Moro aseguró que Bolsonaro había ejercido fuertes e indebidas presiones sobre la Policía Federal, tratando de obtener informes de inteligencia e información sobre investigaciones en curso.
Según sondeos, 64% de los brasileños desaprueba la salida de Mandetta, decidida por Bolsonaro porque el ministro no hizo lo que él quería, que era relajar las medidas restrictivas implementadas para combatir al Coronavirus.
Bolsonaro quería a toda costa la reanudación inmediata de las actividades económicas en el país. No le importó que, según otra encuesta de Datafolha, 76% de los brasileños también apoyaba medidas como la cuarentena. Tras la salida de Mandetta, el cargo lo asumió el oncólogo Nelson Teich, del que se sabe poco y que hasta ahora ha hecho poco.
La salida de un duro
El siguiente traspié político de Jair Bolsonaro fue aún más corrosivo para la derecha brasileña. Sérgio Moro, el juez federal que comenzó la Operación Lava Jato, en Curitiba, en el Estado de Paraná, es odiado por la izquierda e idolatrado por la derecha. A fines de 2018, cuando Bolsonaro lo anunció como su Ministro de Justicia y Seguridad Pública, la recepción entre sus votantes fue de entusiasmo puro. El paso de Moro al gobierno ayudó a dar cierta credibilidad política al nuevo Presidente. Pero también revivió viejas sospechas de la izquierda de que el juez habría sido parte de una operación política para dañar al PT.
Sin embargo, el clima entre ambos hombres comenzó a cambiar en agosto del año pasado, cuando Bolsonaro intentó forzar la salida del jefe de la Policía Federal en Río de Janeiro, Ricardo Saadi. En ese Estado se están llevando a cabo procesos e investigaciones que involucran a la familia Bolsonaro, como el caso de un ex asistente de otro hijo del presidente, el senador Flávio Bolsonaro, sospechoso de la práctica de "rachadinha" o “craqueo”. Este sistema consiste en lo siguiente: los funcionarios en la oficina de un político son contratados siempre que acuerden devolver parte de su salario a una "caja" administrada por un asesor de confianza del político.
La prensa informó sobre los intentos de Bolsonaro de entrometerse en esas investigaciones, al punto que en un momento amenazó con despedir al propio director de la Policía Federal de Brasil, Maurício Valeixo, un hombre de confianza de Moro y uno de los artesanos de Lava Jato en Curitiba, donde ocupó el cargo de superintendente de la Policía Federal.
A Moro no le gustó la interferencia y se resistió. Dos meses después, sin embargo, el jefe de la PF en Río terminó renunciando. La crisis pareció superarse hasta que revivió hace unos días, cuando se supo que el Presidente estaba presionando a Valeixo e interfiriendo con su labor.
La confrontación escaló rápidamente hasta que, el viernes pasado, Bolsonaro ordenó el despido de Valeixo, a pesar de Moro. Unas horas después, el ministro renunció y denunció, en una conferencia de prensa vista por todo el país, que Bolsonaro había ejercido fuertes e indebidas presiones sobre la Policía Federal, tratando de obtener informes de inteligencia e información sobre investigaciones en curso.
En uno de los momentos más álgidos de la conferencia de prensa donde Moro anunció su salida, el ex ministro y ex juez contó cómo fue su última conversación con Bolsonaro en el Palacio de Planalto. "Le dije al presidente que [sacar al jefe de la policía] sería una interferencia política, y él me dijo: eso mismo sería".
En una declaración al país horas después de la renuncia de Moro, Bolsonaro confirmó que insistió en la renuncia de Valeixo. "Se habló de interferencia con la Policía Federal. ¡Qué demonios! Si puedo cambiar a un ministro, ¿por qué no puedo, de acuerdo con la ley, cambiar al director de la Policía Federal? No tengo que pedirle autorización a nadie para cambiar al director o cualquier otro que se encuentre en la pirámide jerárquica del Poder Ejecutivo".
La salida de Moro cayó como una bomba de racimo entre el electorado de Bolsonaro. Según una encuesta realizada en redes sociales por la Fundación Getúlio Vargas, hubo más de 1 millón de menciones de Moro en Twitter. Lo llamativo fue que el campo de la derecha se rompió casi a la mitad, con menciones en contra y a favor de Moro.
En la campaña presidencial de 1989 se hizo famoso en Brasil una expresión del entonces candidato y futuro presidente brasileño, Fernando Collor de Mello (1990-1992), el último mandatario de derecha en Brasil hasta la llegada de Bolsonaro al poder en 2019. De una manera enigmática, Collor afirmó que dejaría "a la derecha indignada y la izquierda perpleja". En un mes y medio, Bolsonaro hizo todo eso y algo más.
Ayer domingo Brasil alcanzó 61.888 casos confirmados de Covid-19 y 4.208 muertes, con una letalidad del 6,8%. Los números reales deberían ser mucho más altos, ya que las tasas de testeo son muy bajas (promedio de 1.300 pruebas por millón de habitantes, frente a 15.900 en Estados Unidos y 19.000 en Rusia, por ejemplo). Antes de asumir el cargo, Mandetta predijo que el peak de la enfermedad debería ocurrir entre principios de mayo hasta junio. Perplejo e indignado, con un presidente mercurial y absolutamente impredecible, Brasil comienza a enfrentar la peor fase de su peor crisis de salud en los últimos cien años.
(*) Rubens Valente ex reportero de la Folha de Sao Paulo, y actualmente columnista político del portal de noticias UOL, perteneciente al mismo grupo medial. El periodista está basado en Brasilia.
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