La afición por el ajedrez vive un renacimiento desde que hace unos meses se estrenara “Gambito de Dama”, la historia sobre la ficticia precoz genio ajedrecista Elizabeth “Beth” Harmon, basada en la novela homónima de Walter Tevis lanzada en 1983, llevada a la pantalla chica por Netflix y que ha sido en algún momento la miniserie más vista de la cadena en su historia. Aumentos exponenciales de las ventas de tableros de 64 casillas alternantes entre blanco y negro, suscripciones masivas a páginas de juego en línea como Chess.com, pero por sobre todo un seguimiento cada vez más amplio a nivel planetario de los recovecos de los campeonatos, ahora de carne y hueso.
Por eso no es nada de extraño que el torneo Opera Euro Rapid que acaba de celebrarse congregando a algunos de los jugadores de mayor fuerza en el planeta, como el propio Magnus Carlsen, el noruego campeón mundial coronado a dicha instancia en 2013, fuera seguido minuto a minuto por la creciente fanaticada de millones de personas.
Carlsen, que había conseguido obtener en abril de 2014 un puntaje ELO (el guarismo con el que se evalúa el poder de las o los jugadores) de 2882 puntos, siendo la cifra más alta jamás alcanzada superando la marca anterior que tenía Kaspárov de 2851 en 1999, simplemente naufragó en el Opera Euro ante el joven Wesley So, de origen filipino y de nacionalidad estadounidense quien ya lo había derrotado hace un par de torneos.
Carlsen ya venía mostrando signos de debilidad en su juego en las últimas semanas. Esto se pudo ver en especial en la 83 versión del Tata Steel Chess 2021, jugado en enero de este año, en el que Carlsen terminó en sexta posición, habiendo conseguido su primera victoria recién en el octavo encuentro, luego de seis tablas y una derrota.
En el Opera Euro Rapid, Carlsen tampoco mostró un nivel descollante, cometiendo imprecisiones y errores que llamaron la atención de comentaristas especializados. En los cuartos de final, tuvo que enfrentarse con otro que saca credenciales de bestia negra para el noruego: el joven ruso de 24 años, Daniil Duvob. Pese a estos problemas, y a numerosas entrevistas en que Carlsen mismo aseguró no estar jugando su mejor ajedrez, consiguió sobreponerse a Duvob en cuartos, y luego al frances Maxime Vachier-Lagrave en la semifinal.
En la final debió enfrentarse al filipino-estadounidense Wesley So, quien ya le había ganado una final en el Skilling Open en enero de este año. Wesley So consiguió empatar el primer encuentro a cuatro partidas el sábado, de manera que forzó una segunda manga a cuatro partidas al día siguiente en la que finalmente consiguió imponerse ante el campeón del mundo.
En la primera partida del encuentro decisivo, Carlsen intentó realizar un temerario sacrificio de alfil en la jugada 14 de una manera que quienes estaban comentando el juego no lograron explicar, la cual fue contrarrestada por el estadounidense de manera rápida, precisa y eficaz. Esta jugada derrumbó la moral del noruego que incluso en partidas posteriores no fue capaz de tomar ventaja ante microerrores de So que bien le hubieran podido devolver al match y a las posibilidades de hacerse con el triunfo final.
Carlsen acumula trastabilleos y complicaciones a las que no tiene acostumbrados a los fans de este deporte en los ocho años que lleva siendo campeón del mundo. En noviembre, Carlsen deberá disputar el campeonato mundial de ajedrez en Dubai, donde en todo caso no tendrá como contendores ni a Daniil Duvob ni a Wesley So, los que han sido denominados por los comentaristas como las actuales bestias negras de Maguns Carlsen.
De la batalla de las ideas al dominio de las supercomputadoras
A inicios de los setenta se experimentó a nivel mundial una efervescencia ajedrecista. El duelo reciente entre el soviético Spassky y el estadounidense Fischer, que incluso fue transmitido por televisión a todo el mundo, motivó que muchas y muchos niños y adolescentes se entusiasmaran con el juego de los Reyes, las Damas, los Alfiles, las Torres, los Caballos y los Peones.
Amén de aprender el movimiento de las piezas, como las diagonales de los Alfiles o el salto curioso del Caballo, estas muchachas y muchachos luego compraban libros como el "Ajedrez para Niños" de Editorial Toray y ahí aprendían nuevas técnicas como el jaque al descubierto, las clavadas o las tijeras. Si se iba un poco más lejos en el fanatismo, se exploraba luego en cosas como "Mi Sistema" de Aaron Nimzovich y se aprendía el valor del centro, de las columnas abiertas, de las Torres dobladas, de la Torre en séptima y así. O se estudiaban modelos de partidas como el ya mencionado Gambito de Dama o la Apertura Siciliana.
En esa efervescencia además empezaron a circular historias del juego que también se conoce como escaque, como "La Batalla de las Ideas en Ajedrez" de Anthony Saidy, un volumen publicado originalmente en 1972 durante la Era Fischer en que se hacía un paralelo entre los sucesivos estilos o escuelas ajedrecísticas y otras tendencias culturales o incluso esteticas. Así aparecían cosas como el Romanticismo del siglo XIX (en que el ajedrez se jugaba básicamente sacrificando piezas en pos del jaque mate), el Hipermodernismo de Tarrasch en que casi se consideraba que cualquier desarrollo de las piezas era un error (y provocaba excentricidades como devolver el Caballo a su posición original luego de un primer movimiento hacia el ataque), y también el Antiheroísmo de Petrosian, sin dejar de lado la atención a la Escuela Soviética y los claros paralelos del match Spassky - Fischer con la guerra fría.
Luego de la derrota por no presentación de Fischer ante Karpov la lectura del ajedrez como un símil de la geopolítica continuó, máxime cuando Kasparov derrotó a este último, lo que se interpretó a su vez como un símil de la Perestroika.
Pero toda esa línea del ajedrez a escala humana se vino abajo como cultura cuando hace exactamente un cuarto de siglo el supercomputador Deep Blue derrotara en un match a seis partidas al mismo campeón mundial Garry Kasparov, en febrero de 1996.
En esa misma línea, en 2016 apareció, en medio de la “Revolución del Deep Learning”, un programa de computador multipropósito que jugaba diversos juegos de tablero llamado AlphaZero. AlphaZero era una versión más versátil que AlphaGo que había derrotado al mejor jugador de Go del mundo poco antes. En el caso del ajedrez, como se explicaba anteriormente, desde que Deep Blue en los noventas hubiera derrotado a Garry Kasparov los programas-genios jugadores de ajedrez habían avanzado a un punto en el que ya habían superado el mejor desempeño humano. AlphaZero se enfrentó, en 2017, a esos programas de (ahora) penúltima generación y los superó abrumadoramente, coronando la idea de que el ajedrez ha pasado al bando de las tareas “pos-humanas”.
Pero hay un problema en términos narrativos -de la misma narrativa de “Mi Sistema” o “La Batalla de las Ideas en Ajedrez”-: AlphaZero no tiene una “backstory” que contar [aunque quizá sí sus creadores o creadoras]. AlphaZero no tiene una relación problemática con el uso y abuso de sustancias, no tiene una tragedia familiar infantil, no tiene el “mono” (para ocupar un término de la TV chilena) de, por ejemplo, una “Beth” Harmon. Se podría, intuitivamente, pensar que al ser “Gambito de Dama” un esfuerzo por devolverle la humanidad al ajedrez, esto ha recuperado al juego para la cultura, como lo fue tan intensamente desde inicios de los setenta hasta mediados de los noventa.
De este modo, los errores o deslices tan propiamente humanos de Magnus Carlsen, que, como también documenta El País, se ha visto errático y perdido en sus últimos torneos finalmente en vez de obliterarse por la fanaticada mundial, pueden devolverle, tal como Beth, la humanidad a un juego que quizá la haya perdido para siempre.
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