La incomodidad es un desagrado emocional o físico de baja intensidad que experimentamos con bastante frecuencia ante condiciones poco deseadas. El privilegio es una prerrogativa de ciertas personas o grupos que poseen derechos y gracias mayores a los demás. La minoría es la representación más pequeña de un conjunto.
Aclarados los tres conceptos, la constatación de que alguien se siente incómoda porque ha perdido un privilegio debido a su minoría no solo resulta inofensiva, sino más bien generosa, especialmente si quien lo dice busca explicar las causas de la denostación política y ontológica que ha sufrido.
Es lo que planteó en una entrevista la presidenta de la Convención Constitucional, Elisa Loncón, cuando fue requerida por las críticas de la derecha contra el uso de su lengua y la manifestación de sus juicios. En lugar de refutar los reproches, la presidenta de la Convención optó por el análisis político y tuvo la nobleza de situar las expresiones de sus adversarias en un contexto objetivo de correlación de fuerzas.
Los sujetos políticos se acostumbran a alternar en posiciones de mayoría o minoría. El problema de la derecha, o al menos de su sector radical, no está en el tamaño de su bancada, sino en carecer de aquella vocación y formación democrática que permite dialogar y contribuir a los acuerdos.
Sin embargo, la constituyente Marcela Cubillos reclamó airadamente contra su presidenta por “sembrar división” y “pavimentar el camino a la tiranía”; lo que, según ella, no hizo ni siquiera Isabel Allende -hija de algo así como la encarnación de Satanás- cuando presidió la Cámara de Diputados.
Cubillos siente nostalgia por el estilo de la actual senadora socialista, quien presidió la Cámara antes de las reformas constitucionales de 2005, una época dorada de cómodos privilegios constitucionales para la derecha: en el Senado existía una bancada de nueve senadores designados, las Fuerzas Armadas tenían la misión constitucional de tutelar la democracia, sus comandantes en jefe eran inamovibles ante el Presidente de la República y detentaban la facultad de auto convocar al Consejo de Seguridad Nacional para representarle al poder civil lo que le vinera en gana.
A pesar de la derogación de esas instituciones, la derecha mantuvo por otros siete años el privilegio institucional de un sistema electoral binominal que la empataba en el Congreso a pesar de su minoría electoral. Y hasta hoy conserva los confortables diques de contención de los quorum supra mayoritarios y el Tribunal Constitucional, sin ninguna necesidad de astucia política ni capacidad de diálogo.
Con paciencia y tolerancia, Elisa Loncón intenta explicar la estridencia de Cubillos y el hostigamiento de Teresa Marinovic: “Siempre han estado en una situación de privilegio y ahora se sienten incómodos en su realidad de minoría”, fue exactamente lo que dijo.
Pero fue dadivosa la líder de la Convención. Las limitaciones de la derecha no radican solamente en su falta de votos, sino en la costumbre de hacer política utilizando los dispositivos contramayoritarios de la agonizante Constitución del ’80. Durante tres décadas, la derecha habló de consensos para encubrir la imposición de su voluntad. Ahora, sin subsidios ni trampas de representación, acusa de “sembrar división” a quien le hace notar su condición de minoría.
Los sujetos políticos se acostumbran a alternar en posiciones de mayoría o minoría; es parte de la responsabilidad de los representantes de la soberanía. El problema de la derecha, o al menos de su sector radical, no está en el tamaño de su bancada, sino en carecer de aquella vocación y formación democrática que permite dialogar y contribuir a los acuerdos.
Cubillos y Marinovich forman parte de una generación política que carece de cultura de diálogo, porque nunca necesitó destrezas de negociación. Se cebaron en la abundancia del autoritarismo y ahora deben mantenerse a flote en una marea adversa, sin haber aprendido a nadar. En todo caso, más que lecciones de natación o clases de ética, el principal aprendizaje que le hace falta a las convencionales de derecha es el poyewn o amor recíproco que enseñó Elisa Loncón en la sesión del miércoles pasado.
Comentarios
Gracias por la lucidez
Así es Yasna, ojalá algún
Excelente crónica, toda la
Gracias Yasna, siempre muy
Excelente reflexión. La
Estoy de acuerdo con el
Muy certera Yasna, por favor
Quisiera leer sus reportajes
Acostumbradas a jugar
Excelente crónica y análisis.
No solo las señoras Cubillos
Hola me gusta leer las
Excelente comentario muy
Quiero ver la columna de
Que grato para el alma y
Marcela Cubillos y su marido,
Me encantó su análisis y la
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