La noche del jueves, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, daba una conferencia de prensa desde la Casa Blanca, y aún con el recuento y proyecciones de votos en curso, denunciaba “fraude” en las elecciones. Fue en ese momento en que tres de las cadenas más grandes de ese país; NBC, CBS y ABC, interrumpieron la transmisión en vivo, señalando que la denuncia del presidente carecía de sustento y, hasta ahora, este no mostraba ninguna evidencia que respaldaran sus afirmaciones. En minutos, varias otras cadenas (como CNN) se sumaron, enmendando en vivo los dichos del presidente. Incluso algunos presentadores-periodistas no dudaron en afirmar que lo que el presidente acababa de decir, era lisa y llanamente falso.
Lo ocurrido constituye un hito en la historia de las transmisiones televisivas, y sin duda marca un punto de inflexión para la prensa a nivel global y las coberturas políticas en general.
En las redes sociales, muchas personas comenzaron a exigir a sus periodistas y medios locales, actuar de la misma forma ante las mentiras emitidas por los políticos de sus respectivos países. Internautas de México, Colombia, España, Chile, Argentina, Filipinas, Italia, entre tantos otros rincones del planeta desde donde se seguía las informaciones que emanaban desde la capital del imperio -que ha impuesto su hegemonía cultural desde la Segunda Guerra Mundial- demandaban acciones similares para cuando un político mintiera. Una sensación de critica globalizada frente los medios y su relación con la política.
Si el presidente Piñera miente, la prensa también lo debería decir
No fueron pocos quienes recordaron las palabras del presidente Piñera en octubre de 2019 -en pleno estallido social- cuando anunció que “estábamos en guerra contra un enemigo poderoso, que no respetaba a nada ni nadie, incluso quemando hospitales", sin dar ninguna prueba o evidencia de aquello. Los medios nacionales, en general, se limitaron aquella vez a poner las cámaras y los micrófonos, sin cuestionar ni pedir pruebas ante la gravedad que afirmaba la máxima autoridad del país.
Tampoco hubo cuestionamientos cuando el mandatario chileno habló de “intervención extranjera” en la quema del Metro de Santiago, ni cuando emanó –desde La Moneda- un “informe de inteligencia” supuestamente realizado por la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) basado en “Big Data” que apuntaba a diversas personalidades como promotores del estallido social y una supuesta “injerencia de medios extranjeros”, lo que fue publicado sin cuestionamientos por un diario de circulación nacional, y que resultó ser un simple análisis de métricas en redes sociales, elaborado por una empresa privada que había sido entregada al Grupo Luksic, quien a su vez la entregó a La Moneda. Ambos hechos resultaron a la larga carecer de sustento, como lo afirmara el propio Fiscal Manuel Guerra, quien terminó definiendo lo de la injerencia extranjera y el informe Big Data, simplemente como “humo”.
Y cuando el presidente Piñera dijo a medios nacionales e internacionales que terroristas en Chile habían “quemado iglesias con mujeres y niños adentro”, hecho, por cierto, completamente falso y que el mandatario ha venido repitiendo desde el 2018 en varias entrevistas, tampoco se le corrigió, salvo por el periodista Mauricio Jürgensen, quien durante la emisión del Matinal de Canal 13, (a fines de 2018), este le señaló que aquello no había ocurrido. Cabe decir que al poco tiempo, el periodista dejó de ser panelista de ese matinal.
Contrastar y verificar, buscar los hechos y entregar a la audiencia información de calidad para que esta pueda dicernir, es el rol social de los medios informativos. Y no toda versión es válida, independiente del cargo de quien la emita, esta debe ser veraz. Pues como dice un principio básico del periodismo: “Si alguien dice que está lloviendo y otra persona dice que no está lloviendo, no se trata de citar a ambas fuentes, sino de asomarse a la ventana y verificar si llueve o no”.
Y lo que vimos el pasado jueves, es parte de aquello que esperamos de los medios de información, que cuando alguien, aún sea el hombre más poderoso del mundo, nos diga que está lloviendo, la prensa nos diga con seguridad si aquello es cierto o es falso.
Check and Balance
El cuarto poder es parte fundamental de lo que los gringos llaman “Check and Balance” (controles y equilibrios), es decir, parte de los contrapesos necesarios en una sociedad democrática para evitar que esta devenga en tiranía, o bien, que un grupo termine minando las bases sociales derivando en un régimen opresivo, poniendo en riesgo a la sociedad misma. Un ejemplo claro fue lo ocurrido el jueves, cuando los medios jugaron ese rol de contrapeso al que están llamados, y en gran medida, descomprimieron un escenario de tensión que pudo, esa noche, tener lamentables consecuencias.
Chile sabe de eso, tras vivir una larga tiranía, donde los grandes medios no solo no cumplieron ese rol de “control y balance”, sino que fueron muchos de ellos, parte de la maquinaria de terror, tanto en la promoción del Golpe Militar, como en su mantenimiento posterior, prestándose a las mentiras emitidas desde la Junta, e incluso realizando montajes que avergüenzan hasta hoy la historia del periodismo chileno. Por suerte, hubo quienes sí cumplieron -a riesgo de su propia integridad- el deber social que conlleva el periodismo, haciendo frente al poder y la tiranía.
Malo para la sociedad, pero bueno para el negocio
Pero no se debe olvidar, que en la aparición en la escena política global de personajes como Donald Trump hubo una serie de condiciones que permitieron que fuese posible. Partidos políticos desconectados, una sociedad profundamente desigual y medios de comunicación negligentes, que privilegiaron su rol de empresa (que dicho sea de paso, la mayoría lo son), más que su rol social. Y en ese frágil equilibrio en la oscuridad, nacen los monstruos, o a lo menos, las condiciones ideales para la formación de estos.
Era febrero de 2016, y el presidente y director ejecutivo de la cadena CBS, Leslie Moonves, con cinismo decía: "puede que Trump no sea bueno para Estados Unidos, pero es jodidamente bueno para CBS". Moonves hacía referencia al circo mediático en torno al hombre anaranjado en su carrera política, lo que hacía subir por las nubes los ratings, y de paso, generaba más dinero por anunciantes a la cadena.
Y lo que decía la cabeza de la CBS era algo que compartía gran parte de la industria de los medios estadounidenses, aunque la mayoría no llegó al cinismo de Moonves como para plantearlo en público. Ya fuera por el morbo y lo anecdótico del hecho, o bien por el espectáculo que, como escribió Michael Moore en 2016, tras el cansancio de la gente con la política tradicional y la desconexión de estos con la ciudadanía, hay gente que simplemente quiso probar otra cosa (un outsider) "y ver el mundo arder, para no sentirse movidos por hilos, y solo ver qué pasa", (lo que este denominó como el "efecto Jesse Ventura). De este modo, el protagonista de un show de reality avanzó en una carrera presidencial que en un momento pareció a muchos disparatada y casi como una broma. Claro, hasta que la broma terminó siendo real. Algo así como esa vieja canción de Los Bee Gees y que popularizó en estos tiempos la banda Faith No More: “I started a joke”, Pero en cuatro años el bufón creció y promovió un estilo y liderazgo que ha generado escuela en el mundo, con consecuencias sociales y políticas aún en curso. Es el caso de Brasil (Bolsonaro), Italia (Salvini), afirmando y empoderando de paso a políticos autoritarios como Orban (Hungria), Duterte (Filipinas), entre tantos otros que han imitado el estilo y la forma de hacer propaganda que ha venido haciendo Trump.
Lo cierto es que Trump no llegó por azar a la presidencia de los Estados Unidos. La alta votación obtenida por el ex presentador de “El Aprendiz” en el intento de su reelección, demuestra que logró conectar con una base importante de la sociedad en su país, y esa base es receptiva a un relato que a primera vista parece descabellado, pero no es más que la exageración -llevada a límites de tensión social- de discursos que han estado presentes desde hace mucho rato en los medios, y que luego estos avesados populistas subestimados, saben explotar en su beneficio. Así, a pesar de la derrota electoral, con más de 70 millones, ya no es solo Trump, sino el trumpismo y cómo se desarrollará, está aún por verse.
Biden y Harris sin duda fueron los ganadores de la elección (en universo de votos y en tanto votos electorales), en lo que más bien pareció un plebiscito revocatorio para Trump. Pero ingenuo es pensar que ese triunfo condiciona lo que viene. Quedan aún casi 70 días de mandato para Trump, y todo indica que no dará su brazo a torcer y que piensa tensar al máximo el “Check and Balance” estadounidense, incluso pudiendo prescindir de buena parte de su actual partido, y con claras señales de querer echar mano a sus adherentes, que más parecen -al menos una gran parte de ellos- feligreses fundamentalistas que se resisten a reconocer la derrota, por más que la institucionalidad, de la que gran parte de esa base no se sienten del todo representado, haga ejercer la democracia expresada en las urnas. Por ello, queda mucho por ver hasta ahora, y la función de la prensa jugará un rol fundamental.
Pero si de lecciones se trata, la prensa debe urgentemente elevar los estándares y hacer control constante a los discursos y actos políticos, como se supone –en teoría- debe hacerlo, y no esperar a que mentirosos y populistas inescrupulosos lleguen al poder. Como dice el dicho: Es mejor prevenir, que curar.
Y en el discurso de presidente electo, Joe Biden habló de que es tiempo de sanar al país y dar ejemplo al mundo. Pero lo cierto es que no hay certeza que de que Estados (des)unidos sane en lo pronto, pues es bien posible que la enfermedad avance, esperemos que no, pero en gran parte se debe a la base de morbilidad no atendida antes por los medios de información que no hicieron antes lo que la noche del jueves se les vio hacer.
Como pasó con Trump: si el presidente de Chile o cualquier alta autoridad nos miente, queremos que los medios nos lo digan, y no solo limitarse a poner la cámara y el micrófono sin cuestionar. En juego está toda la sociedad.
Comentarios
Sin ser partidario en
Me pregunto cuanta gente ve
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