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Viernes, 19 de Abril de 2024
A 30 años de su asesinato (Parte XI)

Cómo Guzmán desplazó a Ricardo Lagos en las elecciones senatoriales de 1989

Manuel Salazar Salvo

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Guzmán con Pablo Longueira.
Guzmán con Pablo Longueira.

Nadie creía probable que el líder de la UDI ganara un escaño en la Cámara Alta compitiendo con dos de los principales dirigentes de la Concertación.

Admision UDEC

Andrés Zaldívar, a los 53 años, apegado a su lema "mejor para todos" y secundado como generalísimo de campaña por Patricio Rojas, ex-ministro del Interior de Eduardo Frei Montalva, trataba de conseguir los puntos que le permitieran remontar en las encuestas para igualar y ojalá superar a Ricardo Lagos, de 51 años, el socialista que prometía vencer "con la fuerza de todos".

En las poblaciones, el enfrentamiento entre Lagos y Zaldívar había subido a tonos impropios entre aliados. Lagos contaba en sus intervenciones que Zaldívar tenía un fundo en Lampa y que apenas sus trabajadores le habían hecho una huelga, los había echado. "¿Es este el mismo señor que habla de justicia social, de mejorar el Plan Laboral...?", preguntaba el líder del PPD a sus entusiastas partidarios.

Por su parte, el PDC reforzaba su maquinaria para evitar que el "laguismo" se tragara a su presidente. Eric Campaña, encargado electoral del partido, envió a comienzos de noviembre una solicitud al director del Registro Electoral, Juan Ignacio García, para que en las cédulas electorales apareciera previamente la palabra partido. Los dirigentes se habían dado cuenta que el PPD figuraba en los votos como Por la Democracia, y creían que muchas personas no harían mayores distingas entre partidos y elegirían ése porque era el de más fácil relación con la imagen de Patricio Aylwin.

Al reiterarse el favoritismo de Lagos en las encuestas, Patricio Rojas decidió dar un brusco giro, un casi desesperado giro al trabajo de la campaña. Había que sostener que Lagos ya estaba elegido, que todas las encuestas así lo aseguraban y que era necesario apoyar a Zaldívar para que salieran los dos candidatos de la Concertación. Lagos, mientras, viajaba a lo largo de Chile, respaldando a los candidatos de su partido. No tenía la más mínima duda de su triunfo; así se lo habían garantizado sus principales colaboradores.

El general Augusto Pinochet había prohibido tajantemente la aparición de Lagos en las transmisiones del Televisión Nacional de Chile. Consideraba que aquella afrenta, cuando Lagos lo apuntó con el dedo a través de las cámaras, no podía repetirse. Uno de los miembros del comando laguista se contactó con Miguel Otero Lathrop, el candidato a senador de Renovación Nacional, para que los ayudara a desbloquear la censura.

 Otero, un hombre con muy buenos contactos entre los militares, llamó a Alejandro Briones, el director del Canal 7.

-¡Imposible! ¡Por ningún motivo! [Me echan!-, fueron algunos de los argumentos de Briones, ejecutivo que gustaba del buen vivir y al que no le agradaba, en cambio, crearse problemas innecesarios.

Otero se esmeró en ser convincente. Le habían sugerido que podía obtener provecho electoral de la obvia polémica que sostendrían Guzmán y Lagos al confrontarse en la televisión.

-Los dos van a pelearse, es seguro. Y la gente preferirá la moderación de Zaldívar y la tuya-, le dijo uno de sus consejeros.

Finalmente, logró que Briones asistiera a una reunión con él y con Lagos en el departamento de un periodista que les daba absoluta confianza. El día de la reunión, cuando Otero, Lagos y el periodista esperaban la llegada de Briones, sonó el timbre y apareció un mensajero.

-Don Alejandro no podrá venir a la reunión....

-¡Cómo que no vendrá...!

-Es que está internado en la Clínica Las Condes... Se cayó de un caballo y...

El director de TVN estaba enyesado casi entero. Cultor de la equitación, había caído sorpresivamente de su caballo en una parcela en Calera de Tango.

Hubo que esperar casi dos semanas, pero lograron que aceptara la presencia de Lagos en el programa Cámara Alta. La exitosa gestión tuvo un final casi patético. Lagos, muy excitado, se sobreactuó ante las cámaras, tratando de imitar el ya famoso estilo de Guzmán de mostrar documentos que avalaran su argumentación.

Aquellos momentos cuando el líder socialista gritaba pidiendo ¡cámara!... ¡cámara!.... ¡cámara!, figuran entre los episodios más negros del marketing político chileno.

En siete de los ocho distritos que eran parte de la séptima circunscripción senatorial, la UD[ había levantado candidatos propios, incluido Carlos Bombal, que pese a postular como independiente, era sentido como parte del partido. Sólo en el distrito integrado por las comunas de Estación Central, Cerrillos y Maipú, se había declinado una candidatura para apoyar a Ángel Fantuzzi, el abanderado de Renovación Nacional.

Los hombres elegidos por la UD eran Patricio Melero, por Colina, Lampa, Tiltil, Quilicura y Pudahuel; Luis Cordero, por Conchalí, Renca y Huechuraba; René Solano, por Cerro Navia, Quinta Normal y Lo Prado; Cristián Leay, por Recoleta e Independencia; Carlos Bombal, por Santiago; Pablo Longueira, por San Bernardo, Buin, Paine y Calera de Tango; y, Juan Antonio Coloma, por María Pinto, Curacaví, Alhué, San Pedro, Isla de Maipo, Melipilla, Talagante, Peñaflor y El Monte.

Una de las tareas más duras le tocó a Patricio Dussaillant, el jefe de campaña de Guzmán en el único distrito donde la UDI no tenía candidato a diputado. Un sábado, temprano, Dussaillant fue a buscar a Jaime Guzmán a la iglesia del ex Seminario, para llevarlo a un acto preparado en la avenida Buzeta, en Cerrillos. Allí, en un local cerrado, habló a un centenar de personas y luego caminó algunas cuadras por el sector, acompañado de sus adherentes. Todo fue tranquilo. La visita que no resultó muy quieta fue la que realizó en noviembre al centro de Maipú, donde la UDI instalaba todos los sábados unas mesas cerca de la plaza, junto a las de otras candidaturas.

Guzmán se sentó en una de las mesas y comenzó a conversar animadamente con las mujeres que se acercaban a saludarlo. Todo marchaba bien hasta que el ambiente se hizo adverso. Los insultos comenzaron a subir de tono, hasta llegar a las amenazas.

-¡A-se-sino! ¡A-se-sino! !A-se-sino!, empezaron a gritar los adversarios del candidato de la UDI.

Gonzalo Uriarte, el chofer de Guzmán, se acercó a Dussaillant.

-Oye, le van a pegar. Mejor me lo llevo...

-Jaime, mejor nos vamos, No tenemos un grupo de choque para más resguardo. Los que tengo son todos muy jóvenes y nos van a dar una paliza.

 -Tranquilos. No va a pasar nada-, dijo el aludido, y siguió conversando y sonriendo como si nada ocurriera a su alrededor.

Empezaron a llover escupos, papeles y una que otra piedra pequeña, que presagiaban un pronto aluvión de proyectiles de mayor tamaño.

-¡Jaime, no te puedo garantizar más la seguridad! Creo que es bueno que nos vayamos, indicó Dussaillant, que junto a Uriarte empezaban a desesperarse.

Finalmente lograron sacarlo del centro de Maipú, en medio de una ensordecedora silbatina y todo tipo de improperios. De regreso al centro de Santiago pasaron por una feria que los sábados se instalaba en tres cuadras de la calle Buzeta. En una de las puntas estaban también las mesas de todos los candidatos.

-Jaime, ¿paramos para que saludes a la gente de nuestras mesas?

Guzmán descendió del automóvil y estrechó las manos de las muchachas de la UD! que repartían trípticos y volantes de su candidatura.

-Patricio, recorramos la feria, dijo el postulante a senador.

-¿Estás loco? No podemos recorrer la feria. Aquí, con las niñitas de la mesa y con las señoras, ningún problema; pero, no más. Aquí no ando con juventud, no hay nadie, estamos solos...

-No, no. No te preocupes. No va a pasar nada. Recorramos la feria.

Dussaillant y Uriarte se miraron horrorizados.

-Oye, no, no puede recorrer la feria-, balbuceó Uriarte.

Las mujeres empezaron a rodear a Guzmán. ¡Vamos don Jaime! ¡Vamos, nosotras lo acompañamos! Y Guzmán empezó a introducirse feria adentro.

-Patricio, yo creo que es posible que pueda pasar, pero ¿volver? Yo me voy al otro lado de la feria con el auto y cuando llegue lo metemos adentro y nos vamos. Si se le ocurre volver, nos matan... -, dijo Uriarte.

Empezaron a avanzar lentamente entre los repollos, las zanahorias, las paltas y los montones de papas. Guzmán saludaba a todo el que lo miraba, le daba la mano y empezaba a conversar.

Llegaron a uno de esos camiones de pescadería que tienen una ventana chica y un cajón al lado para que se suban los clientes.

Adentro, un tipo enorme blandía un gran cuchillo que dejaba caer sobre los pescados, trozándolos como si fueran mantequilla.

-¡Don Jaime! ¡Yo estoy con usted!-, gritó el gordo sin soltar el cuchillo.

Guzmán lo miró y trepó al cajón para extender su mano hacia adentro de la pescadería ambulante

-Jaime ¡ten cuidado!-, advirtió pálido Dussaíllant que ya veía al hombre gordo dejar caer el cuchillo sobre alguna de las muy blancas y delgadas manos del líder de la UDl.

-¡No pasa nada, hombre! ¡Quédate tranquilo!, volvió a repetir el candidato.

Las mujeres seguían acercándose y ya eran bastantes.

Guzmán, en el medio, iba feliz. Dussaillant estaba un poco más tranquilo. Se acercó un sujeto alto de la Unión de Centro Centro.

-No te preocupes, Patricio. Nosotros estamos aquí; no estamos de acuerdo, pero si pasa algo lo defendemos. Somos tres...

-De pronto, cuando el grupo iba casi en la mitad de la feria, se empezó a escuchar la voz de un hombre que hablaba a través de un altoparlante. Era Guillermo Arenas, el candidato a diputado por el PPD, que estaba en el balcón del segundo piso de una casa hablando a la gente que pasaba por la feria.

-Jaime, estamos acercándonos a un grupo del PPD. Está Arenas hablando desde un balcón...

-No lo molestemos..., pasemos por detrás en silencio...

Las mujeres que rodeaban a Guzmán eran bastantes y no paraban de hacer preguntas al candidato. Arenas notó desde su lugar la presencia de Guzmán. Paró de hablar, miro un par de minuto y luego se dio vuelta y desapareció del balcón.

Llegó finalmente al otro extremo de la feria, donde esperaba nervioso Gonzalo Uriarte con el motor del automóvil encendido.

-¡Patricio! ¡Ya pues, que se suba al auto!

Guzmán no escuchaba.

-Patricio, anota el nombre de la señora. Tengo que responderle una consulta interesante.        .

Costó, pero subió al auto sin dejar de saludar a sus partidarios. Se alejó con el rostro vuelto hacia atrás, agitando su mano en alto.

Jaime Guzmán estaba convencido de que lo protegía el ángel de la guarda.

Un sábado a fines de octubre salió con Luis Cordero, el candidato a diputado de la UDl por uno de los distritos del norte de Santiago, hacia una de las poblaciones de Conchalí.

Desde un club deportivo partieron en el camión de propaganda a recorrer el lugar. Habían avanzado dos cuadras, cuando ya no quedaba nadie sobre el vehículo. Las piedras llovían y con Cordero a la cabeza, los partidarios de la UDl se habían refugiado abajo o atrás del camión. En la plataforma, solo, Guzmán seguía saludando con tranquilos gestos a los pobladores que desde lejos observaban incrédulos como las piedras pasaban a su alrededor.

-¡Jaime tírate al piso! ¡Te van a matar-, gritaba Cordero desde atrás.

-¡No seas exagerado! S¡ no va a pasar nada. El ángel de la guarda nos está protegiendo. Quédate tranquilo.

-¡Este huevón está loco!

-¡Vamos hombres! ¡Quédense tranquilos!, insistía desde arriba el candidato.

Guzmán creía que si perdía, para él no iba a significar mucho. En cambio, los dirigentes de la UDl más jóvenes, los que estaban empezando en la política, lo iban a sentir y les iba a ser muy difícil superar la derrota.

Además, el Senado no le resultaba especialmente atractivo y deseaba utilizar su campaña para transmitir mensajes que consideraba importantes y que muchas veces estaban muy distantes de la política. En las reuniones con los jóvenes, nunca les hablaba de política, pero sí de Dios, de Cristo y del sentido de la vida. Con tono de papá les indicaba que lo importante era dar algún sentido a sus vidas. Jamás les pidió su voto; ni siquiera les hablaba de la elección que se avecinaba.

Hubo algunos candidatos de la UDI que le pidieron a Andrés Chadwick, uno de sus amigos más cercanos, que hablara con el candidato a senador para que no siguiera predicando en las concentraciones, porque según ellos iban a perder todos los votos. Chadwick se lo dijo durante una comida.

Guzmán no pudo contener la risa.

-Es que están absolutamente equivocados, porque precisamente si tengo alguna opción de ganar va a ser planteando lo que estoy diciendo. Además, como pienso que va a ser muy difícil vencer, quiero decir las cosas que son útiles. No voy a estar hablando leseras o haciendo discursos retóricas porque me da lata.

En ocasiones, algunos de sus más cercanos colaboradores no lograban comprender cómo jerarquizaba sus actividades.

En plena campaña, cuando todos trabajaban doce o catorce horas sin parar, intentando sumar votos, Francisca, una de las hijas de Andrés Chadwick, le contó que tenía que hacer su primera comunión, y que quería que él la ayudara a prepararse. Durante casi dos meses, el candidato llegó puntualmente en las tardes, una o dos veces a la semana, a la casa de la niña para estar una hora con ella explicándole en qué consistía el segundo sacramento.

El 23 de noviembre, la periodista Mariana Grunefeld de la revista Qué Pasa, le formuló una pregunta que le hizo resumir lo que pensaba:

-¿Consideraría heroico un triunfo suyo como senador, considerando que a esa zona los candidatos de la centro-derecha le hicieron el quite?

-Creo que todos reconocerán que mi decisión de postular en una zona tan difícil demuestra que no me guía ninguna ambición política personal, sino sólo tratar de servir a los ideales a los que me he entregado por más de veinte años.

Al iniciarse diciembre, cuando faltaban dos semanas para la elección, Guzmán hizo un comentario que pareció extraño a quienes lo escucharon, pero que más tarde sería interpretado como un sutil gesto de optimismo electoral. El conductor del gremialismo solía afirmar que medía su popularidad por la cantidad de insultos que recibía en las calles. Si caminaba por el centro de Santiago y más de veinte personas le decían algo ofensivo al pasar, consideraba que su imagen pública se estaba deteriorando.

-En los últimos días me han insultado poco. No más de diez veces. Estoy mejorando, voy muy bien-, observó al comenzar diciembre.

Esa misma semana, cuando regresaba de la zona rural ubicada al poniente de la Región Metropolitana, donde hacía su campaña Juan Antonio Coloma, uno de sus asesores comentó al pasar junto al matadero de Lo Valledor:

-No soporto pasar por aquí. Me dan arcadas. A veces parece que están efectuando matanzas y es irresistible...

Guzmán lo interrumpió:

-Ese es el olor de Cristo. ¿Acaso cuando entras a una casa humilde te preocupas del olor? Piensa. ¿Cómo sabes tú si Cristo era hediondo o no?

El acompañante no pudo evitar sonrojarse.

En la última reunión del equipo ejecutivo de la campaña, a la que asistieron los siete candidatos a diputados, Guzmán llegó con un montón de pequeñas hojas blancas. Sin pronunciar palabra, entregó una a cada uno de los presentes.

-Quiero que pongan los porcentajes que ustedes estiman que van a conseguir Aylwin y Büchi, el porcentaje mío y los de ustedes mismos.

Minutos después recogió las hojas, las guardó en uno de sus bolsillos y empezó a hablar de otros temas. Nunca dijo nada sobre las cifras que pronosticaron los candidatos a diputados, pero las guardó en una de sus muchas carpetas. Allí permanecieron hasta semanas después de su muerte, cuando los papeles fueron encontrados por una de las personas que empezó a ordenar su archivo. Hoy están, cuidadosamente guardadas también, en la fundación que lleva su nombre.

El 14 de diciembre, día de la elección, el líder de la UDI se instaló durante casi todo el día en una oficina montada por Juan Eduardo Ibáñez para un recuento paralelo de los votos.

Los comandos comunales y distritales de la UDI recibían los escrutinios de las mesas electoras y los transmitían por teléfono al centro de cómputos. Cerca de las nueve de la noche, cuando las tendencias ya estaban bastante claras -excepto en algunos distritos- las sedes de la UDI y de RN empezaron a ser apedreadas en algunos barrios. Los jefes de campaña se trasladaron al comando central de la candidatura de Guzmán, en calle Londres, a una cuadra del hotel donde se empezaban a congregar los victoriosos partidarios de la Concertación.

Allí permanecieron, silenciosos, con las luces apagadas, mientras sentían quebrarse los vidrios de la casona, blanco de numerosas piedras lanzadas por sus contrincantes.

Alrededor de la una de la madrugada sonó uno de los teléfonos. Era Juan Eduardo Ibáñez:

-¡Ganamos! Estamos arriba, muy peleados, pero estamos arriba. Vayan a Suecia porque voy a llevar a Jaime para allá.

Poco antes de las tres, cuando los cómputos oficiales ya habían confirmado que Jaime Guzmán era senador electo el líder gremialista llegó a la casa de la UDl en Suecia. La alegría de sus partidarios era incontenible. Habían postulado un senador y lo habían elegido; y de los siete candidatos a diputados en la misma circunscripción, habían triunfado cinco. Había razones para celebrar.

A esa hora en el Centro de Estudios Sociales, Cesoc, los jefes de la campaña de Lagos no podían creer el resultado de los escrutinios.

-Ricardo, ¡tienes que impugnar los resultados!-, sugirió un descontrolado asesor.

-¡Por ningún motivo! Reconozco mi derrota mañana mismo, exclamó molesto el creador del PPD.

 El brillo del sol despertó a las diez de la mañana al diputado Juan Antonio Coloma en su casa en El Monte. Se había acostado a las cinco, luego de confirmar su triunfo. En la casa no había teléfono y sólo podía establecer comunicación a través de su celular. Encendió el aparato para hablar con su abuela, que estaba muy nerviosa por los resultados de las elecciones.

Iba a marcar, pero entonces sonó. Era Jaime Guzmán.

-¿Juan Antonio? ¿Dónde estás? ¿Qué estás haciendo?

-Bueno, estoy en mi casa, en pijama, agotado, me acosté de madrugada y...

-¡Pero no seas irresponsable! Tenemos que ir a defender los votos...

-¿Cómo que a defender los votos? ¡Si ganamos...!

-Claro, ganamos, pero por muy poco. Y si no vamos a los tribunales electorales nos pueden quitar la victoria. Mira Juan Antonio, las luchas se dan hasta el final. No se dan hasta cuando uno cree que ha ganado, sino que hasta que lo proclaman ganador. Y no sacamos nada con sentirnos eufóricos hoy día, descuidarnos, y resulta que nos están objetando los votos. Así que vístete y vente para acá.

En los comandos electorales y en las salas de redacción de los medios de prensa, quienes seguían los detalles de los comicios no lograban dar crédito a las cifras oficiales que señalaban a Jaime Guzmán como senador electo.

El líder de la UDI había conseguido llegar al Parlamento con 224.396 votos, el 17,19 por ciento de los sufragios válidos emitidos en la Séptima Circunscripción. Ricardo Lagos, en tanto, quedaba afuera pese a haber conseguido casi 400.000 votos, con un 31,27 por ciento de las preferencias.

De todos los senadores electos en Chile, sólo Eduardo Freí y Andrés Zaldívar, habían conseguido más votos que Lagos, sin embargo el líder del PPD no llegaría al Senado. Para muchos, la mayoría de los chilenos, era una injusticia, casi un absurdo que, por ejemplo, Hugo Ortiz de Filippi, abanderado de RN por la región de Aisén, entrara al Senado con poco más de nueve mil votos; y no lo hiciera Lagos, que había logrado casi cuarenta y cinco veces más votos. No obstante, eran las reglas del juego que todos Los partidos se habían comprometido a respetar para transitar hacia la democracia.

En el análisis más fino de los resultados, la derrota de Lagos se atribuyó también a un exceso de confianza y a un muy mal trabajo de los principales responsables de su comando. Pocos advirtieron en aquel momento, que Jaime Guzmán había elegido a un empresario para que dirigiera su campaña, a Juan Eduardo Ibáñez, un hombre que no militaba en ningún partido y que más tarde sería uno de los principales ejecutivos de uno de los conglomerados empresariales más importantes del país.

El sistema electoral binominal imperante en Chile obligaba a la lista triunfadora a duplicar a la siguiente para elegir a sus dos candidatos. A la lista de la Concertación que integraron Andrés Zaldívar y Ricardo Lagos en 1989 por Santiago Poniente, le faltaron poco más de 35.000 votos para conseguir esa meta.

Una cifra cabalística, una cruel y misteriosa ironía histórica. En 1958 Salvador Allende perdió la elección presidencial ante Jorge Alessandri -tal vez el político chileno más venerado por Guzmán- ¡por 35.000 votos! En 1970, en cambio, Allende venció al mismo Alessandri ¡por 39.000 votos!

Concluye mañana.

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