En enero de 1988, Patricio Aylwin hizo una tajante declaración que más tarde se la enrostrarían una y otra vez: “No soy candidato ni abanderado. He sido muy categórico y determinante al decir que mi nombre no está disponible para eso. Si esa idea me entusiasmara, perdería el interés moral necesario en el cumplimiento de la tarea en que estoy empeñado”, dijo.
Poco después, sin embargo, obtenido el triunfo del NO en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, Aylwin sintió un renovado aliento que le permitió aspirar a tomarse su revancha con la historia. La tentación fue irresistible y se abocó entonces a construir un modelo de gobernabilidad que no sólo contara con el apoyo de los partidos aliados sino que también le diera confianza a los tres grandes entes que consideraba claves para lograrlo: el empresariado, las fuerzas armadas y la iglesia católica.
Aylwin se rodeó de un grupo de leales escuderos entre los que destacaban Juan Hamilton, Edgardo Boeninger, Adolfo Zaldívar, Gutenberg Martínez, Enrique Krauss y Francisco Cumplido. A ellos se sumaron los “guatones” del PDC y algunos viejos amigos como Enrique Silva Cimma y Carlos Hurtado.
Desde una de las tendencias socialistas, dirigida por Clodomiro Almeyda, ex canciller de la Unidad Popular, Aylwin recibió el apoyo de dos hombres que resultarían esenciales para conseguir la adhesión de ese partido. Se trataba de Enrique Correa y Ricardo Solari. El primero había sido seminarista y luego presidente de la JDC hasta que fue expulsado por el propio Aylwin a mediados de la década de 1960 y fundó el Movimiento de Acción Popular Unitario, MAPU; el segundo, era uno de los jóvenes que habían asumido la conducción del PS en Chile desde fines de los años 70 y que se transformaría en líder de una tendencia conocida como el “Tercerismo”, donde también habitaban Germán Correa, Jaime Pérez de Arce, Eduardo Loyola, Luciano Valle, Raúl Díaz, Juan Pablo Letelier y Pablo Lagos Puccio, entre otros.
Clodomiro Almeyda.
Enrique Correa se encargó de advertir a las diversas tendencias socialistas que si no se sumaban a la máquina aylwinista, se quedarían fuera del futuro gobierno que a todas luces encabezaría el candidato de la Concertación. Germán Correa, mientras, primo de Enrique, ambos ovallinos, acuñó el concepto de “suprapartidismo” para conceder a Aylwin la autoridad necesaria que le permitiría conducir al conglomerado opositor.
En el PDC surgieron cuatro interesados en disputar a Aylwin la candidatura presidencial: Gabriel Valdés, Eduardo Frei Ruiz Tagle, Andrés Zaldívar y Sergio Molina. No obstante, utilizando métodos que nunca han querido ni desean recordar, los partidarios de Aylwin desmontaron de la carrera a cada uno de los otros postulantes.
Edgardo Boeninger y Enrique Correa se transformaron en los principales asesores de Aylwin, instalados en unas oficinas en calle Simpson, a escasos metros de la Plaza Italia. Hasta allí llegaron miles de currículos de los interesados en formar parte del futuro gobierno democrático, los que eran consultados a Andrés Zaldívar y Jorge Arrate, presidentes del PDC y del reunificado PS, respectivamente.
La relación con los socialistas
Desde los primeros años de la década de los 80´ las relaciones entre las bases del PS y del PDC se habían recompuesto a partir del trabajo conjunto en contra de la dictadura. En los sindicatos, en las parroquias, en los colegios profesionales, en las federaciones estudiantiles, en las ollas comunas de las poblaciones y en los barrios y calles de cada ciudad de Chile empezaron a caminar juntos para recuperar el tejido social del país.
Poco a poco empezaron a lograr acuerdos en todos los ámbitos ciudadanos y a coordinarse para iniciar las protestas sociales que encendieron el territorio a partir de 1983. En esa tarea tuvo especial significación la Pastoral Obrera de la Iglesia católica, que dirigía el vicario Alfonso Baeza y participaban obispos como Jorge Hourton y Camilo Vial, entre otros. Allí también estaban Enrique Correa, el abogado DC Jorge Donoso, el periodista Manuel Délano y muchos dirigentes sindicales y profesionales.
El vicario Alfonso Baeza.
La figura de Enrique Correa fue creciendo como un gran organizador y operador de la oposición, hasta llegar a la segunda mitad de los 80’, cuando se visualizó el plebiscito y la posibilidad de una salida negociada.
Paralelamente, se tendieron puentes con el líder del sector liberal de RN, el abogado Andrés Allamand, para llevar adelante un paquete de reformas constitucionales antes de los comicios presidenciales de diciembre de 1989. Allamand fue fundamental en aquella negociación, efectuada entre cuatro paredes, y que fue plebiscitada en junio de aquel año sin que la ciudadanía se informara cabalmente –ni menos debatiera- lo que estaba votando.
Las numerosas organizaciones sociales que habían sido protagonistas del proceso que permitió la recuperación de la democracia, fueron marginadas de cualquier decisión y relegadas simplemente al olvido.
El gran operador
Correa volvió desde el exilio para quedarse en 1981 y se dedicó a trabajar con comunidades cristianas de base y sindicatos, estableciendo nuevas redes de contactos que –como ya se dijo- serían relevantes al irrumpir las protestas sociales en 1983. Más tarde, su capacidad organizativa lo llevó a transformarse en el coordinador general del Comando por el No, en 1988, a cargo de un vasto equipo que, entre otros, integraban Ángel Flisflich, Carlos Huneeus, Hugo Rivas, Carlos Vergara, Alejandro Foxley, Juan Gabriel Valdés, Eugenio Tironi, Ricardo Solari, Patricio Silva, Manuel Antonio Garretón, Isidro Solís, Carlos Montes, Carlos Figueroa, Gonzalo Martner y Germán Quintana, varios de los cuadros más capaces de la naciente Concertación de Partidos por la Democracia.
Conseguido el triunfo en el plebiscito, Correa inició una nueva operación política: lograr que Patricio Aylwin fuera el abanderado presidencial de la Concertación en las elecciones de diciembre de 1989. Correa, asesorado por Ricardo Solari, consiguió que Clodomiro Almeyda entregara su apoyo a Aylwin.
Electo presidente, Aylwin nombró a Correa como ministro Secretario General de Gobierno. A su lado, en la Secretaría de Comunicación y Cultura, designó a Eugenio Tironi. Desde el segundo piso de La Moneda, otra vez gordo, con barba y lentes, Correa junto a Edgardo Boeninger, ministro Secretario General de la Presidencia, metieron al refrigerador las demandas sociales, desactivaron los comandos juveniles, las organizaciones poblacionales y los sindicatos. Consiguieron en corto tiempo devolver a sus casas a decenas de miles de chilenos que, desde mediados de los 80, habían salido a las calles a reconquistar la democracia. Ambos ministros consideraban que había llegado la hora de que los políticos profesionales retomasen las riendas del país.
Correa se encargó de negociar con el dictador Augusto Pinochet y el general Jorge Ballerino; se ocupó de la desactivación de los grupos armados, de limar aspereza con El Mercurio, de convencer a Fidel Castro para que llamara al orden al FPMR, de formalizar acuerdos con la derecha y los empresarios; en fin, de los mil y un detalles de la transición a la democracia. Concluida su labor, abandonó La Moneda y se instaló en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) para dedicarse a pensar en la política. No obstante, algunas exitosas asesorías en el extranjero lo indujeron a incursionar en la recién aparecida “comunicación estratégica”, antecedente inmediato del lobby en Chile.
Los inicios
En 1996, Enrique Correa era asesor del Banco Interamericano de Desarrollo, BID; asociado con Fernando Flores convencía a empresarios mexicanos para invertir en América Central; y, en el rubro de las comunicaciones, trabajaba con Eugenio Tironi asesorando a diversas empresas.
Primero fue Correa & Correa Consultores. Luego separó aguas con Tironi y creó Imaginaccion, que mantiene hasta ahora. Entre sus clientes se han contado CTC y otras empresas de telecomunicaciones, , Colbún, Corpora Tres Montes, Soprole, el proyecto Trillium, Almacenes París, American Monarch, CMS, Colmena, las pisqueras, las tabacaleras, el grupo Luksic, el grupo Urenda, el grupo Said, el grupo Penta, el grupo Saieh, Julio Ponce Lerou y SQM, Madeco, Consalud, AFP Habitat, Citibank, Banco del Desarrollo, Banco Santander, CAP, Agunsa, TVN, Nextel, Puerto de Antofagasta, Cemento Melón, Cruz Verde, Cruz Blanca; Blanco y Negro, SMU, CorpGround, ADT. Universidad Santo Tomás; la Asociación de Isapres, de Notarios y Conservadores, de Municipalidades, de Avisadores A.G. (ANDA), de Mutuales de Seguridad, la Asociación de Desarrolladores de Video Juegos de EE.UU. (ESA), la Asociación Chilena de Seguridad y Clínicas de Chile, entre otras muchas compañías.
También asesora a gobiernos y a entidades internacionales de diversos calibres. Trabajó para la Organización de Estados Americanos, OEA, en América Central, en Ecuador, Colombia, Paraguay y Bolivia. Además, opera con otras sociedades de responsabilidad limitada a través de la cuales factura sus charlas, participación en seminarios y asesorías puntuales como la que hace al Banco Central. Mediante la corporación Pro Bono, su holding presta ayuda a instituciones como Educación 2020, el Museo de Arte Contemporáneo y la Fundación Salvador Allende.
german correa
En 2009, Correa creó junto a José Antonio Viera-Gallo, una plataforma para promocionar nuevas figuras en el ámbito político: La Fundación ProyectAmérica, organismo al que confluyeron jóvenes líderes de otros partidos como el hoy intendente Claudio Orrego y el senador Felipe Harboe (PPD). Así fue aumentando sus redes e influencias.
Su paso por La Moneda y las tareas posteriores le han permitido reclutar a jóvenes políticos que trabajaron con él como Marcelo Díaz (PS), Jorge Insunza (PPD) y Marco Antonio Núñez (PPD); o bien a algunos que conoció por su actividad partidaria como Carolina Tohá (PPD), Freddy Ponce (PS), Álvaro Elizalde (PS), la esposa de éste, Patricia Roa (PS), y Harold Correa (PPD), entre otros. También se ha esmerado en alistar para sus empresas a periodistas bien relacionados. Así lo hizo, por ejemplo, con Luis Álvarez Vallejos, actual gerente de Comunicaciones del Banco Central; Alberto Luengo Danon, ex director de Prensa de TVN; y, Juan Carvajal, ex director de la Secom en el primer gobierno de Michelle Bachelet.
“No soy candidato”
En enero de 1988, Aylwin hizo una tajante declaración que más tarde se la enrostrarían una y otra vez: “No soy candidato ni abanderado (a la presidencia del país). He sido muy categórico y determinante al decir que mi nombre no está disponible para eso. Si esa idea me entusiasmara, perdería el interés moral necesario en el cumplimiento de la tarea en que estoy empeñado”, dijo.
Al finalizar ese año nuevamente los DC eligieron directiva. Postularon Aylwin, Valdés y Eduardo Frei Ruiz Tagle. El 27 de noviembre de 1988, valdesistas y freístas denunciaron irregularidades en cerca de cinco mil inscripciones de militantes y responsabilizaron a la División de Organización y Control, que dirigía Gutenberg Martínez. Dos militantes aylwinistas -Juan Osses y Eugenio Yánez, quienes trabajaban para Marcelo Rozas, más tarde director y propietario de la revista Hoy- fueron sorprendidos ocultos y con fichas de militantes en las manos en las oficinas donde se guardaba el padrón electoral en la sede del partido, episodio que se conoció como el “Carmengate”.
El 12 de diciembre Aylwin se preguntó “¿Por qué voy a renunciar si he ganado las elecciones?”. Luego manifestó a Zaldívar que estaba dispuesto a bajar su candidatura si lograba el consenso. Zaldívar inició las negociaciones y cuando pareció que había logrado el consenso, faltando sólo el compromiso escrito de los freístas, Juan Hamilton levantó nuevamente la candidatura de Aylwin expresando que la posibilidad de consenso alrededor de Zaldívar, “había sido sólo para bajar la presión”.
En la madrugada del 6 de octubre, cuando los chilenos celebran el triunfo del NO en el plebiscito que derrotó a Pinochet, dos hombre que no eran del PDC –Enrique Correa y Ricardo Solari- iniciaron una operación para conseguir que Aylwin fuera proclamado como candidato de la Concertación a la presidencia de la república.
Mientras, el 5 de febrero de 1989, en Talagante, la Junta Nacional de la DC eligió al candidato presidencial del partido. Se enfrentaron Andrés Zaldívar, Eduardo Frei, Sergio Molina, Gabriel Valdés y Patricio Aylwin. Los aylwinistas tenían mayoría en la Junta, pero los valdesistas y freístas percibían que juntos podían ganar. En la madrugada, Valdés y Frei solicitaron a Zaldívar que fuera candidato, pero éste se negó luego de conversar brevemente, en un rincón, con Juan Hamilton. Entonces, Valdés subió al estrado y reconoció a Aylwin como candidato del partido. Hasta hoy se ignora qué le dijo Hamilton a Zaldívar para conseguir que declinara su postulación.
Finalmente, durante todo 1989 los partidarios de Aylwin lograron “bajar” a todos los otros candidatos que aspiraban llegar a La Moneda. Ese año ocurrieron todo tipo de negociaciones con las fuerzas armadas, con la derecha y con empresariado que aún no han sido suficientemente investigadas. Allí se “cocinaron” los tiempos de la transición que se avecinaban.
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Manuel Salazar teje una
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