En abril de 2016 el diputado y ex capitán de Ejército Jair Bolsonaro fue uno de cientos de congresistas que votó por destituir a la Presidenta Dilma Rousseff. De manera osada dedicó su voto a Carlos Alberto Brilhante Ustra, el coronel que supervisó el centro de tortura donde había estado presa la mandataria a inicios de los años 70.
Dos años después, Bolsonaro encabeza las encuestas para ser el próximo presidente de Brasil en los comicios del 7 de octubre.
“Creo que incluso la gente que estaba a favor de destituir a Dilma se asombró con lo sucedido ahí, porque era una presidenta torturada”, dice Carol Pires, reportera política del The New York Times en español. “Pero después de ese discurso, sus seguidores en Facebook se duplicaron”.
De hecho, en las últimas semanas el ex uniformado no ha parado de crecer en los sondeos. Luego de ser acuchillado en pleno acto de campaña el 6 de septiembre, su intención de voto espontánea aumentó 5%, según DataFolha. Y con la renuncia definitiva este martes del ex Presidente Lula da Silva –quien lideraba todos los sondeos presidenciales y que actualmente se encuentra cumpliendo una pena de 12 años por cargos de corrupción– el camino parece aún más despejado.
Nunca desde el golpe militar de 1964 los uniformados habían estado más cerca de volver al poder. Sin embargo, hasta hace poco la mayoría de las encuestas lo daban como perdedor, frente a cualquier contrincante, en una segunda vuelta.
El polémico Jair
Bolsonaro llegó a la Cámara de Diputados en 1989 y nunca ha perdido su escaño. En las elecciones de 2014 fue el político más votado del Estado de Río de Janeiro. Obtuvo 460.000 votos, casi cuatro veces más que en los comicios de 2010. A sus 63 años, ha transitado en siete tiendas políticas distintas y actualmente milita en el Partido Social Liberal, un conglomerado de derecha que hoy apenas cuenta con nueve diputados.
Admirador de Augusto Pinochet y nostálgico de la época dictatorial de Brasil, una vez afirmó que su deseo hubiese sido que en esa época se fusilara a más personas. Su discurso de mano dura con el crimen –Bolsonaro es partidario de armar a parte de la población– lo ha posicionado como una figura no solo apartada del político tradicional, sino que lo ha perfilado como un representante de renovación.
“Hay una masa joven que ve al Partido de los Trabajadores como algo que siempre estuvo ahí, y que no percibe en Bolsonaro el discurso del odio, como lo veo yo u otros analistas”, afirma Carol Pires. “La gente ve en él contracultura y oposición; es raro, pero es así”, dice.
"El desarrollo más problemático es el creciente papel que han tenido en la provisión de seguridad pública. Esto plantea la pregunta, al menos en una parte de la población, de por qué a las Fuerzas Armadas no se les debería asignar también la tarea de resolver los problemas políticos”.
Jair Bolsonaro no viene solo. Ha asegurado que, de ser electo, nombraría a Paulo Guedes como ministro de Hacienda. Guedes fue uno de los fundadores del actual banco BTG Pactual y se formó como economista de la Escuela de Chicago. Y a inicios de agosto, Bolsonaro eligió a Antonio Hamilton Mourão, un general en retiro, como su compañero de fórmula. En septiembre 2017, cuando Lula estaba enfrentando el juicio por corrupción, Mourão declaró que el Ejército podría tomarse el poder en caso de que los tribunales no aplicaran un castigo a “políticos corruptos”. Mourão aún estaba en servicio activo cuando hizo esa advertencia. Y el mismo día de su retiro, a inicios de este año, describió como “héroe” al coronel y torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra.
Una dupla de postulantes compuesta por ex uniformados es inédita desde la dictadura (1964-195). Pero Bolsonaro y su candidato a vicepresidente enfrentan varios obstáculos, entre estos el poco acceso publicitario a los medios de comunicación masivos. “Apenas tiene 10 segundos en televisión”, dice Pires. “Pero llegó hasta aquí sin la ayuda de los grandes medios. Ha entendido que los símbolos de la política han cambiado y es un fenómeno en internet, en hacer memes. En esta elección también vamos a descubrir si aún dependemos de las viejas estructuras o si internet será la gran vencedora”.
Su estrategia de saltarse la prensa tradicional y apostar fuerte por las plataformas digitales, incluyendo esparcir noticias falsas, recibió un fuerte impulso con la llegada a su campaña de Steve Bannon. Este estadounidense es considerado el cerebro de la carrera presidencial de Donald Trump y estuvo detrás de la sustracción de datos a Facebook con fines electorales. Ahora, Bannon recorre el mundo occidental ofreciendo sus servicios a candidaturas de extrema derecha.
“Lo que necesita es mapear dónde están los electores potenciales, y mandar el mensaje exacto para el timeline de esa gente. Es muy peligroso. Si en Estados Unidos la prensa no estaba preparada para cubrir algo así, aquí en Brasil menos”, afirma Pires.
Militares en la casa
La destitución de Rousseff en agosto de 2016 puso un abrupto fin a 13 años de gobierno del Partido de los Trabajadores.
Los escándalos de corrupción que han salpicado a todo el espectro político brasileño y la endémica inseguridad (en 2017 se reportaron más de 68.000 homicidios, un aumento de 3% frente al año anterior) han favorecido la irrupción de los militares. Según el diario O Estado de Sao Paulo, hay al menos 25 militares –activos o retirados– que se presentan a importantes cargos de elección popular en octubre, como lo son la de gobernadores. En 2010 sólo eran siete.
“Durante años los militares han sido arrastrados a la política por los mismos políticos”, dice Christoph Harig, ex integrante del Instituto Brasil en King’s College London y actual académico de la Universidad Helmut Schmidt de Hamburgo, Alemania. “El Ejército ha sido llamado para reemplazar a la policía en huelga; para distribuir agua en el árido noreste; construir infraestructura, etc. Y el desarrollo más problemático es el creciente papel que han tenido en la provisión de seguridad pública. Esto plantea la pregunta, al menos en una parte de la población, de por qué a las Fuerzas Armadas no se les debería asignar también la tarea de resolver los problemas políticos”.
Un hito reciente de la participación de los militares en la vida diaria de los brasileños ocurrió el 16 de agosto de 2017, cuando el presidente Michel Temer firmó un decreto que les entregó la seguridad de Río de Janeiro. Y por más que no haya sido efectiva hasta el momento, la popularidad del Ejército subió en las encuestas, en desmedro de la clase política.
“La intervención en Río es un ejemplo particular de cómo se le transfirió la responsabilidad pública a las Fuerzas Armadas. Están suspendiendo los mecanismos democráticos de rendición de cuentas”, asegura Christoph Harig. “En el poco probable caso de que los militares logren reducir el crimen violento en Río, otros estados van a querer optar por medidas similares. Y en el caso que la medida militar sea insuficiente, habrá un llamado para que las fuerzas tengan más libertad de acción en contra de las pandillas. Es un círculo vicioso con la posibilidad de terminar en una situación parecida a la de México”, cierra.
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