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Jueves, 18 de Abril de 2024
Capítulo IV

Contreras: Historia de un intocable. El germen de la DINA

Manuel Salazar Salvo

Villa Grimaldi

Villa Grimaldi
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INTERFERENCIA está entregando a sus lectores, en una decena de capítulos, el libro que narra la biografía del fallecido general (R) Manuel Contreras Sepúlveda, ex jefe de la DINA durante la dictadura cívico militar del general Augusto Pinochet. Creemos que este es un modo de no olvidar uno de los capítulos más negros de la historia contemporánea de nuestro país.

Admision UDEC

En diciembre de 1972, el coronel Manuel Contreras se hizo cargo de la dirección de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, unidad militar situada junto a la desembocadura del río Maipo, a corta distancia del muy exclusivo balneario de las Rocas de Santo Domingo.

A los 42 años, Contreras era un hombre de gran vitalidad y orgulloso del enorme ascendiente que tenía en el arma de Ingenieros. Se vinculó rápidamente con varios de los más decididos opositores al gobierno de Allende radicados en San Antonio, Llolleo, Cartagena y en otros poblados del litoral central.

Entre sus amigos más cercanos pronto estuvieron el empresario de transportes Cristián ‘‘Toty’’ Rodríguez; el locutor Roberto Araya Silva; el dueño del hotel “La Bahía” de Cartagena, Benito Tricio; Juan Basagoytía; Rafael Letelier; Manuel José Moreno; y Enrique Manzur. Tricio y algunos otros eran de origen español y habían llegado huyendo del franquismo a fines de los años 30 y comienzos de los 40.

El más cercano, sin embargo, era ‘‘El negro’’ Jara, un ex oficial de Caballería que vivía en Algarrobo y que mantenía estrechos vínculos con los más activos militantes del Frente Nacionalista Patria y Libertad y el Comando Rolando Matus, que dependía del Partido Nacional.

Jara le ayudó a Contreras a conocer rápidamente cómo funcionaba el gobierno provincial de la Unidad Popular en San Antonio, quién era quién entre los dirigentes comunistas y socialistas, cuáles eran los sindicalistas más activos, la presencia del MIR, la organización de las Juntas de Abastecimientos y Precios, JAP..., en fin, cada detalle, cada núcleo, cada estructura del ‘‘puerto rojo’’, nombre que los opositores daban a ese terminal marítimo.

Contreras cumplió en Tejas Verdes una de sus primeras destinaciones en los albores de los años 50 y los soldados o cabos que lo habían conocido joven, y que ahora eran sargentos, se encargaron de agregar información a la verdadera leyenda que ya se estaba formando en torno a la figura del oficial.

-Mi coronel entraba al casino cuando era teniente y todos los capitanes le decían ¿qué quiere Mamito? ¿Qué necesita? El siempre demostró que era mejor que todos-, afirmaba uno de los sargentos.

Un joven oficial de la Armada que cumplía funciones en la Gobernación Marítima de San Antonio obtuvo autorización para hospedarse en el casino de oficiales de Tejas Verdes, situación que le permitía una convivencia diaria con los mandos de la unidad.

Era habitual que un grupo de oficiales se reuniera en ese lugar a disputar un juego de cacho en la cantina del casino, acompañados de algún ‘‘borgoña’’ o de varias ‘‘piscolas’’, sesiones a las que a menudo asistía Contreras. En una de esas oportunidades, Contreras se levantó de la mesa de juego e hizo varias llamadas telefónicas. Retornó al grupo y comentó:

-El capitán Úbeda está en su casa con unos amigotes civiles que llegaron a bolsearle y, para variar, hablando huevadas. El teniente Garcés, botado a lacho. Janito Rodríguez, como siempre, en los brazos de su mujercita. Pero se me perdió la pista del Vitoco Lizárraga...

El oficial de la Armada no podía creer lo que estaba viendo y escuchando. No resistió la tentación de preguntar.

-¡Hay que saber lo que hace la propia gente!-, le dijo Contreras al verlo tan sorprendido.

-¿Pero, cómo lo hace mi coronel?, preguntó el marino.

-Aaaaahhhhhh...-, fue la enigmática respuesta.

Años después, el teniente de la Armada, al realizar el curso especializado de Inteligencia que el Ejército dictada en la localidad de Nos, al recordar el episodio, conjeturó que Contreras había logrado mantener en Tejas Verdes una completa red de informantes, absolutamente extraoficial, que le permitía saber en cualquier momento lo que estaban haciendo sus oficiales.

La Escuela de Tejas Verdes tenía en aquella época como subdirector al teniente coronel Alejandro Rodríguez Faine; en el cargo de secretario de estudios, se desempeñaba el mayor Jorge Núñez Magallanes; y, comandando el batallón de instrucción, estaba un mayor al que apodaban ‘‘El topo’’ López.

Una versión entregada a la Vicaría de la Solidaridad por el ex agente Juan René Muñoz Alarcón, asesinado de 36 puñaladas en octubre de 1977, indica que en Tejas Verdes se acondicionaron lugares para recibir detenidos el 9 de septiembre de 1973, dos días antes del golpe militar. Esa versión, el denunciante la había escuchado de conscriptos que llegaron a la Escuela de Ingeniería a cumplir su servicio militar.

El día del golpe, el coronel Manuel Contreras logró controlar en pocas horas toda la jurisdicción que estaba bajo su mando. En los días siguientes, en los subterráneos de Tejas Verdes, se practicaron crueles torturas a varios detenidos, utilizando incluso sopletes de acetileno para perforar los cuerpos de las víctimas.

Numerosos testimonios sobre el horror que allí se vivió fueron recogidos por los miembros de la Comisión de Verdad y Reconciliación creada en el gobierno del Presidente Patricio Aylwin.

El campo de prisioneros de Tejas Verdes -conocido como ‘‘El Sheraton’’- se ubicaba al pie de un cerro donde los detenidos podían observar dos cristos, a muy escasa distancia de la ruta que ingresa a Santo Domingo, junto al río Maipo, y oculto tras una empalizada.

Hasta allí eran trasladadas personas que provenían de ‘‘La Silla’’, el cuartel secreto que funcionó en calle Londres 38, junto a la iglesia San Francisco, en pleno centro de la ciudad de Santiago. Los prisioneros llegaban con los ojos vendados los martes, jueves y viernes a bordo de un camión cerrado, usado normalmente para cargar carne.

Londres 38

Londres 38
Londres 38

En el recinto, al mando de un teniente, había 14 cabañas, dos patios y cuatro torres de vigilancia. Tras 20 días de permanencia en ese campo, se le llevaba vendado en un camión a las instalaciones del regimiento para ser interrogado, donde se les practicaban diversos métodos de tortura. Ex prisioneros del lugar lograron identificar más de una docena de tormentos diversos.

Uno de ellos fue relatado por Muñoz Alarcón:

El ‘‘fusilamiento’’.- Es poco utilizado. Más bien corresponde a una medida extrema que se utilizó durante los meses de septiembre, octubre y noviembre. No se sabe de haberse practicado posteriormente a estas fechas. El método es el siguiente:

Luego de haber practicado diversos interrogatorios, con una diversidad de métodos, la persona es ‘‘condenada’’ al fusilamiento. Durante todo el día, personal del Ejército se preocupa de levantar una empalizada que se recubre con sacos de arena. Adelante se coloca un banquillo de madera. Los preparativos se hacen con bastante ruido y voces alusivas al fusilamiento. También esto sirve para amedrentar al resto de los detenidos.

En la tarde o muy de madrugada, el detenido es sacado, encapuchado y amarrado de manos a la espalda. Luego sentado en el banquillo y arreglado adecuadamente. Se le acerca un miembro del Ejército (teniente u otro oficial) y le sugiere ‘‘amistosamente’’ que es preferible confesar todo lo que sabe que el fusilamiento el que es posible evitarlo sólo confesando culpabilidad, etc. Si existiere negativa o se mantuviere la idea de inocencia, se le da paso a un ‘‘sacerdote’’ quien, Biblia en mano, le da la extremaunción al detenido. El sacerdote acompañará al detenido hasta el final. A continuación, un miembro del Ejército lee un ‘‘decreto-ley’’ que declara culpable y condenado a fusilamiento a la persona. Se escucha ruido de armas, el sacerdote que reza y que se retira lentamente. Pronto se oye la orden de mando y la descarga. Con una precisión increíble se le deja caer al detenido un fierro sobre ambos hombros y un golpe sobre la cabeza que deja inconsciente a la persona.

Los momentos más brutales y dramáticos se vivieron entre septiembre de 1973 y marzo de 1974, momento en que los celadores fueron trasladados. Uno de los sargentos fue destinado al norte; el otro, a una unidad militar cercana a Santiago. Se cambiaron también los torturadores y a varios oficiales.

Las notorias variaciones en el trato a los prisioneros coincide con la partida del coronel Contreras. En los primeros días de marzo de 1974, el oficial abandona Tejas Verdes y entrega el mando de la unidad al coronel Manuel de la Fuente.

Desde las primeras semanas que siguieron al golpe militar del 11 de septiembre de 1973, el coronel Contreras empezó a poner en práctica sus conocimientos y habilidades en inteligencia. Él era profesor de Academia en esa materia y había demostrado en Chile y en el extranjero dotes sobresalientes al respecto.

En todas las unidades donde había estado destinado, puso en práctica esos conocimientos, realizando juegos de guerra y ejercicios con oficiales y clases.

A fines de septiembre de 1973, Contreras concurrió a una de las reuniones de la Comunidad de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, que coordinaba el general de la Fuerza Aérea Nicanor Díaz Estrada. Allí expuso de manera sucinta sus ideas sobre la necesidad de impulsar una lucha antisubversiva y de contar con los mejores recursos de las Fuerzas Armadas para la inteligencia política que era urgente realizar.

Todos los presentes, oficiales de la Armada, de la FACh y de Carabineros, sabían que el coronel Contreras contaba con el respaldo personal del general Pinochet y que los propósitos expuestos se iban a transformar en una nueva entidad, más poderosa, más temible que cualquiera de los servicios de inteligencia conocidos en Chile hasta ese instante.

En los días siguientes, Contreras se puso al frente de una secreta dependencia que empezó a ordenar las informaciones sobre los miles de presos que se aglomeraban en el Estadio Nacional, en el Estadio Chile y en diversas unidades militares y campos de concentración distribuidos en todo el país.

Los volúmenes de documentos incautados formaban cerros, las listas de detenidos eran interminables y era urgente saber lo más posible sobre el MIR, el GAP, el PS, el PC, los extranjeros, los marxistas que estaban tratando de pasar inadvertidos en las universidades, en las industrias, en el gobierno. El coronel requería mucha gente, los mejores hombres no sólo del Ejército, sino también de la Armada, de la FACh, de Carabineros, de Investigaciones y de civiles, de muchos civiles.

Empezó a revisar los componentes de los últimos cursos de la Academia de Guerra, marcando a los que tenían alguna preparación en inteligencia. Pensó en los oficiales que le habían sido más fieles, en sus conocidos, en los amigos, en los posibles expertos civiles que sólo conocía de oídas.

El paso siguiente fue empezar a pedir formalmente a las otras instituciones armadas que los pusieran a su disposición. La Contraloría General de la República procedió entonces a dar curso a las autorizaciones para que oficiales y suboficiales fueran trasladados a cumplir comisiones de servicios a la nueva y secreta instancia, donde realizarían ‘‘actividades especiales’’.

Contreras seguía al mando de la Escuela de Ingenieros y tenía su casa particular en las Rocas de Santo Domingo. Decidió concentrar en esa zona a los primeros cuadros que integrarían la DINA.

Las últimas seis semanas de 1973 fueron decisivas para la organización que estaba formando el coronel del arma de ingenieros. Los primeros hombres elegidos se pusieron bajo su mando; desde la sede del gobierno militar, en el Edificio Diego Portales, se ordenó transferir a los civiles que estaban colaborando en labores de inteligencia; y, la Junta de Gobierno creo la Secretaría Ejecutiva Nacional de Detenidos, Sendet, que regularía el trato a los detenidos.

En el decreto reservado que creó la Sendet se había incubado el origen legal de la DINA, como una dependencia encargada de reglamentar los interrogatorios, clasificar a los presos y coordinar las labores de inteligencia.

Varios de los primeros funcionarios de la DINA comenzaron a operar desde el segundo piso del cerrado Congreso Nacional, donde en los 90’ funcionaban varias de las más importantes oficinas de Dirección de Relaciones Multilaterales de la Cancillería chilena.

El filme "La Guerra de Argel" muestra muy bien lo que fue la DINA

El filme "La Guerra de Argel" muestra muy bien lo que fue la DINA
El filme "La Guerra de Argel" muestra muy bien lo que fue la DINA

El 8 de diciembre de 1973, el coronel Manuel Contreras se trasladó a Marcoleta 90, muy cerca de Plaza Italia, en Santiago.  Ese edificio pasaría a ser el cuartel central de la DINA.

En los altos de la ex sede del Poder Legislativo, frente al Palacio de Justicia, se ubicaron los civiles que habían pasado a conformar la Brigada de Inteligencia Ciudadana, BIC, conocida como la Brigada Miraflores, encargada de recabar datos desde empresas, hoteles, líneas aéreas, medios de prensa, embajadas, reparticiones públicas, colegios profesionales, sindicatos y en cualquier otra instancia que mereciese sospechas.

Al iniciarse el mes de enero de 1974, la capitán de Carabineros Ingrid Olderock, paracaidista y avezada experta en artes marciales, inició el adiestramiento del primer curso de mujeres DINA, instaladas en varias modestas cabañas que habían formado parte de una colonia de vacaciones en Santo Domingo, que el coronel Contreras decidió ocupar sin miramientos ni formalidades.

Simultáneamente, varias decenas de hombres que habían recibido formación básica en inteligencia viajaron a Santiago y a otras ciudades importantes para sentar las bases de las nuevas brigadas encargadas de los arrestos, de los interrogatorios y de la verdadera cacería de los militantes de partidos de izquierda.

Los oficiales fundadores de la DINA, tanto del Ejército como de las demás instituciones armadas, fueron personalmente seleccionados por el coronel Contreras y, se suponía, eran los más decididos y los más capaces. En cambio, el personal de suboficiales puesto a disposición por las Fuerzas Armadas y Carabineros fue el que, en las respectivas unidades, resultaba más conflictivo: ebrios, personas con problemas conyugales o con líos judiciales pendientes, personal calificado en listas 3 y 4, etc.

En un comienzo, los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas y de Carabineros, sin perder sus respectivas identidades, operaron sin mayores problemas bajo el mando unificado de Contreras. Tal buen entendimiento se prolongó hasta 1975, año en el que se institucionalizó la Escuela de Inteligencia del Ejército y se estableció en el fundo Los Morros de Nos, en un inmueble que fuera donado al Ejército por Sergio Fernández Larraín, antiguo político conservador.

El coronel Contreras -hombre muy celoso de las exclusividades- no vio con buenos ojos el que se comenzara a establecer otra doctrina de inteligencia que la impartida en la ENI, Escuela Nacional de Inteligencia, instituto de la DINA que funcionaba desde 1974 en el ex fundo La Rinconada de Maipú, y cuyas instalaciones inmuebles fueron expropiadas a la Escuela de Agronomía de la Universidad de Chile.

A tal molestia de Contreras se debe agregar la creciente antipatía e incompatibilidad que, desde fines de 1974, se empezó a producir entre el coronel y el general Odlanier Mena, director de Inteligencia del Ejército.

En varias oportunidades, Mena se quejó ante el general Pinochet de que resultaba inconcebible que un coronel tuviera atribuciones mayores que las de los generales, lo que, por lo demás, era rigurosamente cierto.     

Además, las quejas de Mena hacían referencia a que Contreras se negaba, desde comienzos de 1975, a asistir a las reuniones de coordinación de la Comunidad de Inteligencia de las Fuerzas armadas, entidad no oficial que funcionaba en el edificio situado en Alameda con Presidente Ríos, a metros de la avenida Santa Rosa.

Entre 1975 y 1977, las pugnas entre la DINA y las entidades de inteligencia de las Fuerzas Armadas y Carabineros se fueron haciendo cada vez más insostenibles, llegando al extremo de entorpecerse recíprocamente en la búsqueda y evaluación de informaciones.

El teniente coronel (R) Sergio Fernández, director en 1975 de la Escuela de Inteligencia del Ejército en Nos, calificó al coronel Contreras como nazi y prepotente; ello, ante la presencia de la totalidad de los alumnos de la Escuela.

El secretario de estudios de la Escuela, el mayor Riveros, advirtió a su jefe que midiera sus palabras ya que en ese curso había varios oficiales pertenecientes al arma de Ingenieros y, por ellos, próximos o conocidos del coronel Contreras.       

Las situaciones conflictivas se sucedían a diario, llegándose a pugilatos entre oficiales alumnos de ambas escuelas de Inteligencia, particularmente cuando había de por medio algunos tragos demás. En una oportunidad, en mayo de 1975, el entonces mayor José Zara Holger, que prestaba servicios en la DINA, encañonó con su revólver cargado y amartillado a un capitán que estaba haciendo el Curso Básico de Inteligencia en Nos, al tiempo que le exigía repetir que tal curso era una mierda. El capitán no tuvo más remedio que acceder al requerimiento de Zara.

En la Junta Calificadora de Oficiales de 1976, por presión ejercida ante el Cuerpo de Generales por el propio Pinochet, el general Mena fue llamado a retiro, recibiendo como premio de consuelo la embajada de Paraguay.

Contreras veía así parcialmente ganada su pugna con Odlanier Mena, habiendo crecido circunstancialmente la capacidad operativa de la DINA, entidad que, en tales condiciones, sólo continuaba teniendo rivalidad con un enemigo de importancia menor: la Dirección de Inteligencia de la FACh, lo que, al menos en el futuro inmediato, no representó dificultades para el coronel Contreras.

A pesar de que, desde comienzos de 1975, con la anuencia de Pinochet, había quedado claramente establecido que la DINA sólo realizaría funciones de inteligencia política y, obviamente, las tareas de represión hoy ampliamente conocidas, y que las funciones referidas a la inteligencia militar serían tarea de los respectivos servicios institucionales, el coronel Contreras no perdió oportunidad para mostrar hasta donde podían llegar los brazos de la DINA.

En marzo de 1975, la capitán de Carabineros Ingrid Olderock, adscrita a la DINA, fue consultada por Contreras por la posibilidad de infiltrarse en instalaciones militares en territorio peruano.

La capitán -mujer extraña y muy decidida- tardó muy poco en aceptar la misión y en exponer a Contreras su H.F, historia ficticia.

Ingrid Olderock aprovecharía su verdadera condición de pastora luterana y su perfecto dominio del idioma alemán para ingresar a Perú encabezando una delegación pastoral que promovería la lectura de La Biblia.

Tal delegación estaría formada por seis mujeres jóvenes que en 1974 habían efectuado el primer curso de inteligencia en Rocas de Santo Domingo. Las muchachas debían saber tocar guitarra y cantar razonablemente bien.

Para cumplir su cometido, Ingrid requirió tan sólo una camioneta adecuada que tuviera patente de Alemania Federal y un stock apropiado de Biblias. El resto sería de su entera responsabilidad.

El coronel Contreras aceptó de inmediato. Una semana más tarde, la capitán Olderock recibió la camioneta y toda la documentación probatoria del origen alemán del vehículo. Frenéticamente, la capitán la cubrió de calcomanías con motivos religiosos y con lecturas tales como ‘‘Cristo Viene’’ y ‘‘La Biblia es fuente de salvación’’.

El paso siguiente fue instruir aceleradamente a sus agentes sobre la naturaleza de la misión a cumplir, para lo cual contó con la eficiente ayuda de Irma Guareschi, una de las asesoras predilectas de Ingrid Olderock.

La misión de infiltración fue cumplida con el más amplio de los éxitos, superando incluso las expectativas originales del general Contreras.

En poco más de un mes, la delegación pastoral recorrió todo el Perú, de sur a norte y de norte a sur, ingresando en todos los ámbitos militares que quiso.

Con el pretexto de ofrecer ejemplares de La Biblia al personal de oficiales, suboficiales y tropa, la delegación ingresaba a los recintos y dedicaba a los uniformados conciertos de cánticos. Además, Ingrid Olderock, experta teóloga luterana, supo manejar muy bien su fingido mal uso del español para arengar a sus auditores en cuanto a la necesidad de preparar las condiciones para la Segunda Venida de Cristo.

Fue así que se pudo comprobar que el Ejército peruano estaba empleando armamento soviético de última generación y que en los ejercicios de tiro de artillería se estaban empleando cartas topográficas editadas por el Instituto Geográfico Militar de Chile, en escala 1:25.000 y 1: 50.000, de las provincias chilenas de Arica, Iquique, Antofagasta y La Serena. También se pudo evaluar el nivel de preparación de las tripulaciones de los tanques soviéticos del Ejército del Perú, el que fue calificado de muy malo en el informe de Ingrid Olderock.

Quizás si el más espectacular -ya que no el más productivo- resultado de la infiltración en el Perú de la capitán Olderock y de su delegación pastoral fue el haber podido haber ingresado a la base aérea ‘‘La Joya’’ de la Fuerza Aérea Peruana y haber fotografiado las formaciones de caza-bombarderos Mirage, elemento de reserva estratégica en la esperada guerra en contra de Chile.

Igualmente se pudo contar con fotografías de oficiales cubanos, húngaros y soviéticos que se desempeñaban como instructores en las Fuerzas Armadas de Perú.

La pugna entre los medios de inteligencia de las Fuerzas Armadas y la DINA encuentra una pintoresca y elocuente expresión en una situación producida durante 1976 en la provincia de San Antonio.

Se tenía público conocimiento de que el ex presidente Eduardo Frei viajaba con relativa frecuencia al balneario de Santo Domingo, hospedándose en la mansión de un enigmático y acaudalado empresario de origen hebrero de apellido Klein, y haciéndose acompañar la mayor parte de las veces por su ex subsecretario del Interior, Raúl Troncoso, o por Rafael Moreno.

Era también de público conocimiento que Frei sostenía habitualmente reuniones con la ex diputada Juana Dipp y con el ahora también ex parlamentario Sergio Velasco, por entonces director del DUOC de San Antonio. Ambos eran activos dirigentes del entonces ilegal Partido Demócrata Cristiano.

El CIRE de San Antonio, sin la anuencia del gobernador de San Antonio y director de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, coronel Julio Bravo Valdés, decidió seguir los pasos de Eduardo Frei.

Para tal efecto se optó por un seguimiento vehicular, el que no dio más resultados que confirmar las reuniones del ex gobernante con sus camaradas políticos. 

El paso siguiente fue comisionar a un cabo adscrito al CIRE para que viera la posibilidad de infiltrar la residencia de Klein, cometido que dio buen resultado ya que el mayordomo de la casa resultó ser homosexual, por lo que accedió a que el cabo prestara servicios de jardinería.

Al correr de una semana, el cabo del CIRE de San Antonio se movía a sus anchas en la residencia, habiendo logrado la instalación de micrófonos inalámbricos y pudiendo conversar en varias oportunidades con el ex mandatario.

La primera detección de importancia que consiguió la infiltración fue comprobar la realización de una comida entre Frei y varios generales en retiro de Carabineros, en la que hubo ácidas referencias al gobierno de Pinochet.

Además, y gracias al sistema de micrófonos, se pudo establecer la totalidad de los nexos sociales y políticos del ex gobernante en el área comprendida entre Melipilla, Algarrobo y San Antonio.

Con tales logros, el teniente a cargo del CIRE se decidió a informar al coronel Bravo de la acción realizada. El coronel, saltándose los conductos normales y por una motivación de solidaridad entre compañeros de arma -ambos de ingeniería- informó del logro obtenido por su gente al director de la DINA, quien aprobó entusiastamente la infiltración y ofreció su colaboración para ampliarla.

Pero, paralelamente y por un móvil de astucia, Bravo informó lo mismo a su superior directo, el comandante de Institutos Militares, general Julio Canessa Robert.

Canessa, tras haber felicitado a Bravo por lo que estimó una proeza de inteligencia, ordenó tajantemente, luego de tres días, que se dejara sin efecto todo lo logrado. ¿Qué había ocurrido? Simplemente, que la Dirección de Inteligencia del Ejército, informada por Canessa, desaprobó absolutamente que un CIRE estuviera prestando servicios a la DINA; ello, a pesar de los obvios buenos antecedentes que se estaban obteniendo con la infiltración.

Otro aspecto, esta vez casi anecdótico, tuvo como escenario también la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes.   

A comienzos de 1974, el sacerdote de nacionalidad estadounidense, Gerald Brown, integrante de la congregación de la Holy Cross, comenzó a servir el cargo de párroco de la iglesia de Rocas de Santo Domingo.        

Desde el principio, el padre Brown hizo pública ostentación de su simpatía por la Junta Militar que había derrocado al presidente Allende, llegando a desempeñar la capellanía honoraria de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes y oficiando una o dos veces al mes la eucaristía para el general Augusto Pinochet en el predio de Bucalemu cuando éste pasaba algunos fines de semana de descanso en tal lugar.

Además, durante 1974, el sacerdote realizó un par de giras por los Estados Unidos en las que dictó conferencias en favor de la legitimidad del golpe militar chileno.

En conversaciones privadas con un teniente de la Escuela de Ingenieros, el padre Brown reconoció haber sido uno de los propiciadores de la edición y venta en Chile del libro Nadie se atreve a llamarlo conspiración, texto escrito por católicos conservadores estadounidenses y que denuncia la existencia de la sinarquía, supuesta alianza de los potentados económicos de todas las nacionalidades para el dominio mundial.

El concepto de sinarquía (en griego, cogobierno o gobierno conjunto) es denominado por otros tratadistas ‘‘mundialismo’’, contexto en el que existía una confabulación judeo-masónica-marxista para uniformar la vida de los pueblos del mundo, arrasando para ello con cualquier vestigio de tradición o de cultura locales.

Se debe anotar que sólo una edición de Nadie se atreve a llamarlo conspiración, prologada por Gonzalo Ibáñez Santa María, circuló en Chile durante 1974. Consultado el padre Brown en torno a tal hecho, respondió en su mal español:        

-Es la conspiración, es la conspiración...         

No obstante, el sacerdote pudo obsequiar un ejemplar al general Augusto Pinochet, señalando después que éste se había sentido vivamente impresionado por el contenido de la obra.         

El padre Brown -antes de caer en desgracia- llegó a tener una estrecha relación de amistad con Pinochet, departiendo con éste largas sobremesas en los almuerzos de Bucalemu.         

Un primaveral domingo de noviembre de 1975, el ex presidente Eduardo Frei, acompañado por su ex subsecretario del Interior, Raúl Troncoso, asistió a la misa del mediodía en la parroquia de Rocas de Santo domingo.         

Era usual que después de cada oficio dominical el padre Gerald Brown saliera a departir con sus feligreses en el atrio de entrada de la iglesia. En esa oportunidad, el ex gobernante tuvo la obvia idea de ir a presentar su saludo al sacerdote, el que dio a Frei un efusivo apretón de manos.         

Tal gesto fue visto por todos los asistentes a la misa y reputado como un simple acto de cortesía. Pero Inés de Gálmez, cónyuge del entonces edil del balneario, Domingo Gálmez, no compartió la apreciación general y se apresuró a tomar inmediato contacto telefónico con Lucía Hiriart de Pinochet, su jefa en CEMA Chile, ante quien denunció la ‘‘irresponsabilidad de este cura de mierda’’.         

Una semana después, el entonces director de la Escuela de Ingenieros, coronel Manuel de la Fuente, recibió un oficio proveniente del jefe de la Casa Militar de la Presidencia de la República, en el que se le indicaba que, ‘‘por haber incurrido en conductas públicas inconvenientes’’, el sacerdote Gerald Brown quedaba impedido de ingresar al cuartel de la Escuela de Ingenieros y al predio de Bucalemu.         

El coronel de la Fuente -hombre poco dado a discutir- se apresuró a dar cumplimiento a la disposición, a pesar de ser católico observante y amigo del clérigo.         

Un teniente de la Escuela de Ingenieros continuó invitando a su casa al sacerdote ya que éste prestaba asistencia sacramental a su anciano padre. El coronel se percató del hecho y llamó al oficial a su despacho.         

-Oiga joven. ¿Usted no sabe que el padre Brown no puede ingresar al recinto de la Escuela?         

-Mi coronel, mi casa, aunque sea fiscal, es mi casa y ahí mando yo. Además, el padre Gerald es mi amigo y le lleva la comunión a mi padre.         

-De acuerdo. Entonces, la próxima vez que el padre Gerald venga a su casa, usted viene al día siguiente a firmarme su hoja de vida con un día de arresto,         

-A su orden, mi coronel, pero yo me veré obligado a reclamar en su contra.

Afortunadamente para el teniente, el coronel de la Fuente, fuera de ser poco dado a discutir, sentía un horror enfermizo por la posibilidad de reclamos en contra. El padre Brown continuó visitando la casa del oficial.         

En febrero de 1976, asumió la dirección de la Escuela de Ingenieros el coronel Julio Bravo, hombre dado a hacer prevalecer sus fueros y ferviente católico.         

Una de sus primeras gestiones fue averiguar lo ocurrido con el sacerdote Gerald Brown, por estimar que el personal bajo su mando necesitaba de asistencia religiosa.         

Enterado de toda la situación, Bravo se comunicó por el teléfono ministerial con su amigo personal, el entonces coronel Manuel Contreras, director de la DINA, y le pidió que apoyara la rehabilitación del sacerdote.         

Contreras, que estaba perfectamente al tanto de la injusticia hecha al padre Brown, se apresuró a comisionar a dos oficiales de su dependencia para que visitaran al clérigo y emitieran un amplio informe precisando la realidad de lo ocurrido.         

El 12 de abril de 1976, dos capitanes de la DINA se entrevistaron con el padre Gerald Brown en el cuartel de la Escuela de Ingenieros, asegurando posteriormente al coronel Bravo que el problema quedaría resuelto en breve plazo.         

Sin embargo, luego de haber transcurrido un mes, nada indicaba que se hubiera rehabilitado desde la Casa Militar al párroco de Rocas de Santo Domingo,         

A fines del mes de mayo de ese año, el coronel Bravo recibió aviso de que el general Pinochet pasaría dos días en el predio de Bucalemu.         

-Esta es nuestra oportunidad. Le vamos a decir a mi general Pinochet que la DINA le dio el visto bueno al cura Brown-, comentó el oficial a su ayudante.         

El coronel Julio Bravo y su ayudante se trasladaron a Bucalemu a esperar la llegada del general Pinochet, quien viajaba desde Santiago acompañado de su esposa. Era la tarde de un viernes.         

Cuando Pinochet hubo llegado, todos los presentes se instalaron a tomar té en uno de los salones de la residencia de Bucalemu.         

Se comenzó hablando de temas generales, por ejemplo, de cómo se estaba presentando la situación entre los portuarios de San Antonio, ámbito de tradición izquierdista. Al cabo de una hora de conversación, Pinochet impartió instrucciones sobre sus dos días de descanso.         

-...y me gustaría, Bravo, que se hiciera misa este fin de semana; usted sabe que hay que estar bien con el caballero de arriba-, dijo al coronel.         

Bravo dirigió una furtiva mirada a su ayudante.         

-Mi general, yo pienso que sería la oportunidad de que el padre Gerald Brown volviera por estos lados. Usted sabe que la DINA elevó un informe que...         

-¡Por ningún motivo, Augusto!, intervino furibunda doña Lucía.         

-¡Yo no voy a permitir que ese cura bolsero, que venía puro a tomarte el whisky, y que se permitió darle la mano en público a ese canalla de Frei, vuelva a pisar esta casa!-, agregó.         

El general Pinochet dirigió a Bravo una elocuente mirada.          

-Mi amigo, en esta vida hay que saber perder-, comentaría más tarde el padre Brown a su amigo teniente.          

El personal que llegó a trabajar en la DINA se estima en varios miles de personas. Su estructura interna varió constantemente según las necesidades operativas que cambiaron varias veces entre 1973 y 1977.          

Poco antes de ser disuelta, en la DINA funcionaban agrupaciones, unidades, brigadas, departamentos y cuarteles, todos ellos con jerarquías y mandos muy claramente establecidos. A continuación, algunos aspectos de la estructura de la DINA:         

DIRECCIÓN. - Durante toda su existencia la DINA tuvo en este cargo al coronel Manuel Contreras. Junto a él trabajaban personas de su absoluta confianza como Néliga Gutiérrez, su secretaria privada, y el oficial de Ejército Alejandro Burgos, oficial de enlace, asistente y coordinador del director. Más tarde fue reemplazado por Hugo Acevedo Godoy.         

ESTADO MAYOR. - Son diversas las versiones acerca del número de integrantes que tenía. Se sabe que lo integraron Rolf Wenderoth, César Manríquez Bravo, Vianel Valdivieso, Raúl Eduardo Iturriaga Neumann, Hernán Brantes Martínez, Marcelo Moren Brito, Maximiliano Ferrer Lima, Víctor Hugo Barría Barría y Germán Barriga Muñoz, entre otros, todos oficiales de Ejército.         

SUBDIRECCION.- Al principio fue el contralmirante Rolando García y le siguió el oficial de Ejército Gerónimo Pantoja, quien tuvo un papel más importante que su antecesor.         

DIRECCIÓN DE OPERACIONES. - Este cargo fue creado cuando la DINA tuvo una estructura claramente definida y pareció necesario reemplazar el Estado Mayor. El jefe de esta instancia fue el teniente coronel Pedro Espinoza, conocido como ‘‘Don Rodrigo’’ y que antes de llegar al cargo se desempeñó como jefe del centro de detención y torturas de la Villa Grimaldi.         

Villa Grimaldi

Villa Grimaldi
Villa Grimaldi

Bajo la Dirección de Operaciones estaban el Departamento Exterior y el Departamento de Inteligencia Interior del DEPARTAMENTO DE INTELIGENCIA INTERIOR dependían la Brigada de Inteligencia Metropolitana (BIM), la Brigada de Inteligencia Regional (BIR) y la Brigada de Inteligencia Ciudadana (BIC).

-La Brigada de Inteligencia Metropolitana (BIM) era la encargada de las operaciones de la DINA en la Región Metropolitana. Al ser creada fusionó bajo su mando a las brigadas Caupolicán, Purén y Lautaro, que fueron cambiando de mandos en la medida que variaron los objetivos.         

En la brigada Purén, hasta 1975 dirigida por Raúl Iturriaga y a cargo del Partido Socialista, trabajaron muchos oficiales que efectuaron más tarde importantes misiones en el exterior.         

La Brigada Caupolicán era la más temida. De ella dependían las agrupaciones Águila, Halcón I, Halcón II, Tucán y Vampiro, que ejercían las labores de represión directa.         

Inicialmente, la BIM, cuyo primer jefe fue el oficial de Ejército Carlos López Tapia, tuvo su base en Rinconada de Maipú, en un fundo expropiado a la Universidad de Chile. Más tarde se trasladó a la Villa Grimaldi, donde operaba principalmente Caupolicán -a cargo del combate en contra del MIR- y Purén, encargada de otros partidos.         

La Plana Mayor, encargada de labores generales de inteligencia, apoyaba al director de la BIM. También contaba con su propia sección de logística y administraba las cárceles más importantes de la DINA como Cuatro Álamos y Villa Grimaldi.         

La Brigada de Inteligencia Regional (BIR) funcionaba en las capitales regionales y tenía a su cargo todas las operaciones en provincia.       

La Brigada de Inteligencia Ciudadana (BIC) tenía como tarea recabar información de las reparticiones públicas, del registro de identificación, de hoteles, empresas diversas, hospitales y de clínicas privadas. Estaba integrada sólo por civiles y la encabezaba Carlos Labarca Metzger. También trabajaban en ella Guido Poli y Fernando Rojas Cruzat.         

DEPARTAMENTO EXTERIOR: surgió en abril de 1974 y ya en junio había desarrollado una gran capacidad extraterritorial con agentes operativos en varios países.         

Sus misiones básicas eran neutralizar a las personas consideradas enemigas del régimen militar chileno, organizar los viajes de altos funcionarios de gobierno y ejercer control sobre la red oficial en el exterior, es decir los funcionarios asignados a las misiones diplomáticas.

Estaba dividida en Cóndor -una agrupación de los servicios de inteligencia del Cono Sur-, Inteligencia y Contrainteligencia.         

Disponía de civiles de extrema derecha y personal de las tres ramas de las Fuerzas Armadas que ya tenían formación en el área de inteligencia. La mayoría pertenecían a la DINA. También contó con funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores y con empleados de empresas chilenas con oficinas en otros países.         

El director de la DINA ejercía un estrecho y directo control del Departamento Económico y del de Contrainteligencia, donde funcionaba la unidad de Telecomunicaciones a cargo de Vianel Valdivieso, hombre de total confianza del coronel Contreras.         

En la DINA fue muy importante el Departamento de Análisis, con labores de archivo y análisis exterior. Este departamento prestaba especial asistencia a los de Operaciones y Económico.         

También existió la Brigada del Cuartel General que tenía principalmente funciones de custodia del recinto y que más de alguna vez también cumplió labores operativas. El responsable era el oficial de Ejército Juan Morales Salgado, que encabezaba la escolta del coronel Contreras.         

Esta brigada dependía directamente de Reumen, una unidad de contrainteligencia que dirigía el que fue el último subsecretario general del gobierno militar, Jaime García Covarrubias.         

También operaron otras brigadas como Fresia y Guacolda.         

Del Departamento de Logística dependían todos los cuarteles, las clínicas, las adquisiciones y la inteligencia electrónica.         

Cerca de éste se ubicaba el Departamento de Operaciones Sicológicas, que contaba con una unidad de propaganda y guerra sicológica, una de prensa y otra de relaciones públicas.         

En Rocas de Santo Domingo, a cargo de Mario Jara, operó la Agrupación Bronce.

 

Continúa.



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