La imagen se viralizó en solo instantes durante el día del eclipse en el norte de Chile. El presidente Sebastián Piñera aparecía sentado mirando el sol con un par de lentes opacos especiales para presenciar el fenómeno, solo que los tenía puestos patas para arriba. Las redes estallaron en comentarios, compartidos, y carcajadas. Otra piñericosa.
Solo que esta vez falsa. Alguien hábilmente y con un software de edición de imágenes había alterado la foto original. No importaba este dato, el daño ya estaba hecho y miles creen que la foto trucada es real.
Según reporta el medio estadounidense Axios, este tipo de informaciones engañosas pueden ser una de las tendencias políticas y hasta económicas del futuro inmediato: el negocio de la desinformación.
De las fakenews al deepfake
Ya se ha cubierto sobradamente por gran parte de los mayores periódicos europeos y estadounidenses la manera en que algunas empresas de la tecnología de la información y las comunicaciones, como Cambridge Analytica, han estado detrás de campañas, a menudo -aunque no solo- derechistas, entre las que se encuentra la aprobación del Brexit, la elección de Donald Trump o el triunfo de Jair Bolsonaro.
Estas organizaciones, frecuentemente muy lucrativas, según reporta Axios, han comandado campañas teledirigidas contra votantes indecisos, levantado mensajes virales por ejemplo en WhatsApp, y particularmente han organizado noticias falsas o fakenews, donde se suele acusar a los rivales políticos de irregularidades, malas prácticas e ilegalidades.
Las fuentes desde donde emanan dichas acusaciones suelen ser tinglados orquestados para desinformar, o más bien potenciar el encono contra los adversarios, y su delicadeza en la elaboración del engaño frecuentemente resulta de brocha gorda. Al punto que la misma palabra que engloba este tipo de prácticas, fakenews, fue elegida por la American Dialect Society en 2017 como la palabra del año.
Por ello mismo, en todo el planeta han aparecido campañas de concientización y prevención contra el despliegue de este tipo de informaciones, como la acometida por la propia red social Facebook, quizá el sitio más propicio para esta clase de embustes.
Sin embargo, la escalada en la creación, divulgación y viralización de falsedades está ahora alcanzando ribetes mucho más elaborados, ello, porque las herramientas de inteligencia artificial para producir los fakes están progresando peligrosamente.
Es el caso de las deepfakes, una palabra que cruza “fake” (falso) y “Deep Learning” (Aprendizaje profundo, en la traducción literal del inglés, pero que refiere a las redes neurales digitales de última generación que aplican principalmente a las imágenes en movimiento).
Las deepfakes se originan en trabajos realizados desde hace ya más de dos décadas en el campo de la computación visual. Los investigadores Christoph Bregler, Michele Covell y Malcolm Slaney, ya en 1997, lograron desarrollar una técnica que manipulaba una señal de video para que el movimiento de los labios de un actor se modificara de modo de poder alterar su discurso verbal y pareciera cierto.
Hoy, por medio de las herramientas del Deep Learning, las manipulaciones o los levantamientos completos de videos falsos son una empresa en franco desarrollo, en especial en la industria pornográfica, donde, por ejemplo, se pueden crear videos con escenas sexuales con los rostros y los cuerpos de estrellas de cine.
Para el caso de la política, la elaboración y propagación de videos deepfake es una amenaza a la validez de la información de implicaciones profundas. Es posible crear videos del adversario político diciendo cuestiones reprochables (o realizando crímenes), como ha sido recientemente el caso del que ha sido víctima la presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, a quien le ralentizaron una alocución pública de manera que pareciera que estaba hablando borracha, como consigna The Washington Post, en mayo de este 2019.
Borrando los rastros
Una de las técnicas para poder determinar si una imagen, por ejemplo, es falsa, consiste en rastrear la misma con la ayuda de Google Imágenes. En este servicio una persona puede cargar desde su computadora una fotografía y acceder al historial de la misma en internet. De este modo se puede acceder a los orígenes de la imagen y con cierto auxilio del pensamiento crítico, decidir si se trata de un engaño o de algo real.
Pero ello se está volviendo cada vez más difícil.
Las organizaciones o empresas que se encargan de propagar antes fakenews y ahora deepfakes, no solo están empeñadas en hacer sus falsedades lo más verosímiles posible, sino que de borrar las huellas de su creación.
Un ejemplo que puede ilustrar esto muy bien, aunque un poco rudimentariamente, es el caso de Nicolás Sanhueza, un bloguero chileno que en 2011 y curioso por la manera como tras la muerte de Steve Jobs se viralizaban citas citables del empresario estadounidense, decidió armar una campaña para hacer creer que la siguiente era una cita del fundador de Apple: “Si tú lo deseas puedes volar, sólo tienes que confiar mucho en ti y seguir, puedes contar conmigo, te doy todo mi apoyo”.
Esta frase es parte de la letra de la serie de monitos animados Digimon y nunca fue dicha por Jobs. Pero Sanhueza la hizo pasar por verdadera en dos fases, como señaló en su blog en 2015. Primero subió el texto a Wikiquotes, una página del grupo Wikipedia que aloja citas de personalidades históricas, cuidando de respaldar la cita con una fuente falsa. En una segunda fase, Sanhueza descubrió que el diario El Mundo en España había citado la frase digimonesca-jobsiana y eso le sirvió para cambiar la fuente en Wikiquotes a una más confiable.
Y la circularidad de la información en internet hizo su magia.
Y de esa circularidad es de la que se empiezan a apoyar ahora las iniciativas fake, y ya no solo como una broma, más o menos graciosa, como la de Jobs: se está haciendo cada vez más difícil rastrear los orígenes de los bulos (palabra castellana antigua que refiere a una noticia falsa).
De acuerdo con Axios, por supuesto que el negocio de la desinformación está lleno de ventas de pomada: “Las campañas [políticas] están inundadas de vendedores que reclaman la salsa secreta. Las soluciones se ejecutan desde simples paneles de control que muestran los peaks online de un candidato, a un costo de $3.000 a $4.000 al año, hasta estrategias personalizadas de monitoreo, capacitación y comunicaciones que alcanzan los $300.000 al año. Hay muchas personas que ofrecen aceite de serpiente, por lo que es difícil para las campañas tomar decisiones sobre en qué invertir”, señala Jorge Craig, vicepresidente de GQR Research que asesora campañas democráticas sobre desinformación”.
Iniciativas gubernamentales contra estas amenazas a la democracia están proliferando en el mundo, y en especial en América Latina, a fines de abril, el parlamento uruguayo, firmó un convenio con la Asociación de la Prensa del Uruguay (APU) para hacer frente a estos peligros.
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