El 23 de diciembre de 2008, la planta de ensamblaje Moraine –perteneciente a GM– en Dayton, Ohio, cerró sus operaciones, dejando a cerca 2.200 personas sin trabajo y afectando indirectamente a otras diez mil. Las últimas semanas hasta el cierre fueron registradas por Steven Bognar y Julia Reichert en su documental La última camioneta: el cierre de una planta de la General Motors (2009, en HBO Max), un mediometraje austero y profundamente emotivo, donde la tragedia va más allá de la cesantía o la incertidumbre económica de los obreros despedidos, pues en realidad consiste en la súbita disolución de una comunidad forjada alrededor de dicha planta.
La pareja de realizadores volvió al mismo recinto en 2015, tras ser comprado por Fuyao –una empresa china fabricante de parabrisas y ventanas de autos– para filmar su inauguración con bombos y platillos ante el presidente de compañía, los principales ejecutivos chinos y estadounidenses, y hasta por un senador del Estado, quien en su discurso inaugural mencionó la palabra maldita. La palabra que causó la ira de muchos presentes y que se repetirá como uno de los tópicos recurrentes a lo largo de American Factory: sindicato.
En un contexto económico deprimido, durante la década pasada numerosas chinas compraron activos estadounidenses e invirtieron levantando plantas industriales que tenían el desafío de conciliar dos culturas y éticas de trabajo radicalmente diferentes. Este documental consiste en el seguimiento de esta experiencia, que es ciertamente una operación de negocios pero que pronto se revela también como un experimento; y, como bien sabemos, los experimentos pueden fallar.
Con un estilo no intrusivo, los realizadores aspiran a la invisibilidad para que los hechos y las reacciones sean o parezcan lo más auténticas posibles. Para ello siguen a diversos trabajadores locales que aparecen recurrentemente, a fin de registrar la evolución de su estado de ánimo a medida que salen de la cesantía, se sumergen en una nueva realidad laboral y se enfrentan a una ética de trabajo incomprensible y derechamente agobiante.
Con la misma confianza y naturalidad, unos pocos trabajadores chinos expresan las oportunidades y los costos (familiares, muchas veces) de expatriarse para supervisar y apoyar a sus colegas locales… ganando menos y con menos días de descanso, lo que para ellos parece completamente natural. Y el documental explica rápidamente por qué.
Ante la abismal diferencia de productividad de los trabajadores chinos respecto de sus pares locales (en favor de los primeros, claro está), la empresa decide enviar a un grupo de supervisores estadounidenses de nivel medio a la casa matriz de Fuyao, en la ciudad Fuqing, para que conozcan la planta y aprendan “buenas prácticas”, esos falsos milagros cotidianos que marcan la diferencia entre las ganancias y las pérdidas.
Sin embargo, no fue en los talleres ni en las reuniones donde encontramos la productividad de los trabajadores chinos, sino en la fiesta de fin de año. A los ojos de los estadounidenses y de los espectadores, el despliegue de números musicales propagandísticos de ciertos valores y conceptos parece un espectáculo surrealista, un dispositivo destinado a programar el compromiso irrestricto de cada individuo con la productividad, la grandeza de la empresa y, por cierto y a la larga, la grandeza del país.
El registro de la reacción de las visitas es invaluable. Uno de ellos, en su desconcierto, se emociona esbozando un discurso edificante pero absurdo sobre la unidad a pesar de las diferencias. Otro, hablante de mandarín, conversa con un colega chino que le dice con total franqueza la opinión lapidaria que él y sus compatriotas tienen sobre los trabajadores estadounidenses, su lentitud, sus fines de semana y sus derechos, quedando claro –para ellos y para nosotros– que el secreto de la productividad de los empleados chinos no se puede aprender. A lo más se puede emular sacrificando todo lo demás.
Una virtud de este documental es la facilidad con que cambia de registro: de la esperanza al absurdo, de ahí al drama o a la hilaridad y, también, a lo terrible. A diferencia de La última camioneta, aquí los realizadores se vieron en la necesidad de incluir música que acentuara esos diversos y cambiantes estados de ánimo por los que pasan los sujetos de este experimento, y es entendible que así sea, pues –más allá de las diferencias culturales– lo que vemos acá es a dos grupos de personas sometidas a una experiencia que no calza con sus expectativas, y que muchas veces ni siquiera pueden entenderse mutuamente.
Las condiciones laborales empiezan a mermar en la planta. Se suceden los accidentes, los espacios de esparcimiento se reducen y los encargados de RRHH viven su cotidianidad flotando impávidos en la resignación. Un grupo de empleados, en general mayores de edad que conocieron un pasado mejor en GM, empieza a presionar para armar un sindicato, y acá el documental acelera para mostrar en paralelo la incipiente organización sindical y los esfuerzos de la empresa para socavarla, confluyendo todo en una votación.
Más allá del suspenso que aflora del conteo de votos, los realizadores hacen muy bien al elegir este momento como el clímax de su película, no solo por el drama involucrado sino porque esta votación contiene y refleja la verdadera naturaleza del conflicto que tenemos acá, y cuya resolución –en el sentido que sea– no puede dejar a todos contentos.
El epílogo reafirma esta idea volviendo al origen del cine, a la primera película de la historia, la que registra la salida de los obreros de la fábrica de los Lumière en Lyon. La salida de los obreros en American Factory es por separado, los estadounidenses a un lado de la pantalla y los chinos en la otra, dejando claro que el experimento no está funcionando y que además ronda el fantasma de la automatización; como lo revela una escena anterior con brutal claridad.
Parte importante del financiamiento de esta cinta estuvo a cargo de Higher Ground, una productora que pertenece a Michelle y Barack Obama, quienes se metieron en el negocio del storytelling, como lo mencionan en una entrevista con los realizadores del documental (también en Netflix), para que la conexión generada con las historias de otros nos permita tener una mirada más completa y precisa de la realidad.
¿Cumple American Factory con esto? Se puede decir que sí. En efecto, hay una honesta apertura a las voces y las razones de todos –incluyendo al Sr. Cao, presidente de Fuyao–, así como un seguimiento a su evolución a lo largo de toda esta experiencia, donde todo lo que aparece es producto de un hallazgo más que de un supuesto o de un prejuicio. La Academia pensó lo mismo, pues le otorgó el Oscar al mejor documental en 2020.
Acerca de…
Título: American Factory (2019)
Nacionalidad: EE. UU.
Dirigida por: Steven Bognar y Julia Reichert
Duración: 110 minutos
Se puede ver en: Netflix
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