El colapso mental de Britney Spears, el mismo que causó todo el entuerto legal del que recién acaba de salir, suele ilustrarse con una fotografía infame, donde la cantante –calva y con sobrepeso– miraba furiosa a la cámara de uno de los muchos paparazzi que reptaban en torno suyo. La imagen es tan elocuente como inolvidable, y sin embargo la realizadora de este documental, Erin Lee Carr, decidió mencionarla pero no mostrarla: por respeto a la persona de Britney Spears y también por gratitud, por pertenecer a la generación de adolescentes que definieron su gusto musical con los clásicos que la cantante lanzó al mundo desde finales de los 90.
Y eso se declara desde el principio, y está bien que así sea, pues sabemos entonces que estamos viendo un documental realizado desde lo que hoy se llamaría el Team Britney, donde la otra parte del equipo es la periodista de Rolling Stone Jenny Eliscu, quien forjó un vínculo con la cantante a partir de su ejercicio profesional.
Entonces, este documental sobre los más de 13 años de interdicción que la justicia californiana dictaminó respecto de Britney Spears se articula en torno a estas dos anfitrionas sentadas en una mesa, que comentan y hacen las transiciones entre el material de archivo y las entrevistas a los personajes involucrados. Una solución barata y evidentemente ad-hoc para cerrar rápido y fácil una historia que aún se estaba desarrollando y cuyos últimos episodios que alcanzaron a ser registrados y mencionados en Britney vs. Spears ocurrieron hace apenas tres semanas.
El primer acto está dedicado al perfil de Britney, uno tan alto que la tiene permanentemente acosada por gente que quiere algo de ella.
El primer acto está dedicado al perfil de Britney, uno tan alto que la tiene permanentemente acosada por gente que quiere algo de ella. Antes de que se le declarara interdicta, la vida que muestra el documental es la de una prisionera de su propia fama, donde los barrotes apenas le permiten moverse y donde las parejas y confidentes que escoge son siempre de su entorno profesional directo: bailarines, fotógrafos o managers. No es que no hubiera buenos candidatos afuera, es que no parecía haber un afuera.
En apenas un cuarto del metraje, el documental se las arregla para contar –rápido y con buenas fuentes– el matrimonio, el divorcio y el colapso mental de Britney, hasta el fatídico momento en que Jamie Spears –padre de la cantante– obtiene la tutela temporal de su hija, el 1 de febrero de 2008. A partir de entonces, la cosa cambia.
Y cambia porque debe lidiar en paralelo con dos frentes. Uno simple y otro complejo. El complejo tiene que ver con la imprescindible explicación de la figura legal del tutelaje (conservatorship, en inglés), sus vacíos y sus alcances en la vida de quienes lo ejercen y de quienes deben someterse a él. El simple, es el relato de la vida de Britney bajo la tutela de su padre: sin control de su dinero ni del cuidado de su salud ni de la elección de las personas con las que debía estar.
Esta mixtura de lo complejo y lo simple desemboca en una conclusión simple pero que está –creemos– al otro lado de la complejidad: la figura del tutelaje fue un vehículo de explotación laboral de parte de Jamie Spears, su entorno y hasta del propio abogado de Britney hacia la cantante, amarrada de manos también para tomar decisiones respecto de su carrera profesional.
La conclusión parece verosímil con la información expuesta, a partir de filtraciones anónimas del entorno de los Spears, de abogados expertos en tutelaje y de entrevistas de personas que convivieron con la cantante en esos años; lo que abre la puerta a la gran pregunta que motiva a esta película: ¿cómo es posible que una de las personas más talentosas, trabajadoras e influyentes del mundo del espectáculo haya quedado reducida a una situación de indefensión que se extendió por más de una década?
Erin Lee Carr es la misma realizadora de En el corazón del oro (ver reseña aquí), documental que devela la indefensión de las atletas más admiradas de EE. UU. ante un depredador sexual que abusó a cientos de ellas durante décadas. Claramente, aquí hay un patrón.
Tanto el #metoo como el #freeBritney no solo son la reacción indignada ante una situación de abuso, sino también la constatación de que logros tan valorados como el dinero, el éxito, la celebridad o la admiración general, no son garantía de seguridad ni de emancipación ante estructuras más antiguas.
Tanto el #metoo como el #freeBritney no solo son la reacción indignada ante una situación de abuso, sino también la constatación de que logros tan valorados como el dinero, el éxito, la celebridad o la admiración general, no son garantía de seguridad ni de emancipación ante estructuras más antiguas, que operan en las cabezas de ciertas personas y que son toleradas por las instituciones que deberían combatirlas. En otras palabras, no todo lo sólido se desvanece en el aire.
Al igual que en su obra sobre las gimnastas, Carr hace confluir todo hacia el momento del quiebre, aquel que cambia todo y que devela lo que siempre estuvo ahí: el momento en que la víctima habla a alguien interesado en escucharla. El documental muestra muy elocuentemente el contraste entre una industria ávida de imágenes de una persona pero que a la vez no tiene ningún interés en escucharla, o que no sirve absolutamente de nada cuando esa persona tiene algo que decir.
La voz de Britney Spears ante el tribunal, sin imágenes y sobre un fondo con animaciones que simulan la vibración al hablar, es tratada como la aparición de una verdad que llegó demasiado tarde, como el testimonio directo de un daño apenas esbozado por las palabras de los testigos o las especulaciones de la periodista y realizadora a lo largo de esta película. Es la voz de lo real.
Más allá del triunfo que se vislumbraba al final del documental, y que se hizo real dos días después de su estreno, la emancipación de Britney Spears es un capítulo más de una historia trágica y sobre todo tóxica, donde el culto a la celebridad estadounidense se revela como la patología madre que parece estar detrás de todo esto. Y las anfitrionas de la película no parecen verlo, pues ellas viven allá y a estas alturas les debe parecer familiar.
Por lo mismo, más allá de su activismo y de su estupendo timing, lo que deja Britney vs. Spears es un despliegue de insanía que ni siquiera está mediado por las realizadoras, una insanía que puede parecer un mero telón de fondo pero que en realidad es el supuesto y la condición para que pasen cosas como esta.
Acerca de…
Título: Britney vs. Spears (2021)
Nacionalidad: EE. UU.
Dirigida por: Erin Lee Carr
Duración: 93 minutos
Se puede ver en: Netflix
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