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Martes, 16 de Abril de 2024
[Sábados de streaming]

Documentales - 'Funeral de Estado': Stalin y la gravedad de un sol muerto

Juan Pablo Vilches

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Funeral de Stalin
Funeral de Stalin

El documentalista ucraniano Sergei Loznitsa recupera el registro filmado y recluido del funeral de Stalin para adormecer al espectador en la modorra totalitaria… y despertarlo después.

Admision UDEC

Tras el fallecimiento de Iósif Stalin por una hemorragia cerebral en marzo de 1953, entre las muchas maquinarias que se echaron a andar simultáneamente estuvo la realización del documental La gran despedida, proyecto que congregó a los cineastas soviéticos más reconocidos y que significó el despliegue de cerca de 200 camarógrafos por todo el país y por algunas ciudades del exterior.

Estos operadores –en particular aquellos que filmaron en suelo de la Unión Soviética– registraron las muestras colectivas de dolor y de duelo desde Lvov hasta Vladivostok y desde Leningrado hasta el Mar Caspio, con el objetivo manifiesto de mostrar a un imperio inmenso y multiétnico, el más grande de la tierra y seguro dueño del futuro, llorando sinceramente la desaparición de su líder. Y que esa desaparición, sin embargo, tendría el mismo efecto de la muerte de Jesús: la germinación infinita e invencible de la causa que los unía. En este caso, la grande y noble causa comunista.

La gran despedida fue un monumental esfuerzo fílmico de propaganda estalinista.

La película fue exhibida una sola vez y prontamente fue archivada por orden del propio partido cuando empezaron a soplar los vientos de desestalinización del país y del propio Partido Comunista de la Unión Soviética. El cuerpo de Stalin fue removido del mausoleo que compartía con Lenin para ser enterrado cerca de un muro del Kremlin, mientras que el monumental testimonio fílmico de su monumental funeral fue igualmente enterrado y oculto como ejemplo del vergonzante culto a la personalidad, en el subterráneo del Archivo Estatal de Cine y Fotografía de Rusia en Krasnogorsk.

Cuando llegó la Perestroika, los archivos fueron dispuestos al acceso público, pero nadie pareció interesarse en La gran despedida; hasta que el cineasta ucraniano Sergei Loznitsa dio con ella y creó otra cosa. 

Una primera gran decisión de Loznitsa fue desechar todo el material filmado en el extranjero para dedicarse exclusivamente a los registros tomados en el vasto imperio soviético. Es así entonces que el ucraniano presenta el funeral de Stalin como algo infligido a sus ciudadanos, quienes fueron filmados muy virtuosamente conformando auténticos mares humanos donde una afección aparentemente genuina se expresa de manera uniforme con los más diversos trajes, rasgos y climas. 

Las imágenes iniciales van acompañadas de emisiones radiales con panegíricos de variada calidad poética que declaran explícitamente la sensación de orfandad que todo soviético decente debería sentir por la pérdida de una figura gigante, que es un padre, un amigo, un líder, un ángel que vela por el sueño de los pobres del mundo y un arquitecto genial que proyectó los cimientos del futuro.

El documental posterior apuesta por filmar el sepelio como una repetición eternizante del movimiento gravitacional de miles de cuerpos que orbitan en torno al féretro instalado en la Casa de los Sindicatos en Moscú.

A esta altura, Losnitza no oculta su intención de usar este material ajeno y puesto al servicio del culto a la personalidad para denunciar el culto a la personalidad, explorándolo en sus formas, sus ritmos y sus palabras, y sobre todo en su capacidad de seducción, que permite que millones de personas se hayan rendido a él a lo largo de la historia.

Ya con esa decisión tomada, el documental se pliega a la pompa y al lenguaje del poder. Aprovechándose de la diversidad de soportes del material recopilado, resalta la colorida puesta en escena del ataúd de Stalin y su entorno. Un ordenado pero exuberante verdor, con flores y plantas de diverso tipo que parece brotar de un féretro rojo encendido, el que por algunas horas será el centro del universo. Bajo esa condición, el documental posterior apuesta por filmar el sepelio como una repetición eternizante del movimiento gravitacional de miles de cuerpos que orbitan en torno al féretro instalado en la Casa de los Sindicatos en Moscú. Los rostros son singulares, fugaces, en su mayoría parecen sinceros en su aflicción, incluyendo a los peces gordos del partido cuya presencia se diluye entre la multitud.

Alternadas con las imágenes a color hay, otras en blanco y negro que registran otros aspectos de esa puesta en escena: la llegada de las delegaciones internacionales y los homenajes fúnebres en diversos puntos de la Unión Soviética, las que junto con el velatorio mismo en Moscú configuran un enorme despliegue de energía y movimiento cuyo centro, sin embargo, no tiene ni lo uno ni lo otro.

Al referirse a esta película, Loznitsa explicó que la concibió como un reflejo negativo de una cinta de Dziga Vertov llamada Canción de cuna (1937), la que celebraba el 20° aniversario de la Revolución hablándole a los recién nacidos de un mundo nuevo que se estaba moviendo para asegurarles su felicidad, un mundo revolucionando (en sentido astronómico) por y para las nuevas vidas que miran al cielo desde una cuna. 

En estricto orden cronológico, a los homenajes dispersos por el suelo soviético, a la llegada de los dignatarios, y al velatorio con filas interminables de visitantes, le sigue el traslado del féretro al mausoleo del Kremlin. Acá los rostros son sustituidos por cuerpos, cuerpos ordenados en cohortes, filas y columnas que completan la monumentalidad de la Plaza Roja captada con un imponente plano general. Acá se magnifica el efecto hipnótico de la pompa, el duelo y el poder, y aparecen las preguntas legítimas que el cineasta –un convencido antiestalinista– quiere suscitar: ¿pueden estar equivocadas todas estas personas? ¿No sería la vida más grata y más plena uniéndonos con los demás en un sentir colectivo ante la grandeza si esta nos convoca?

Más que explorar y denunciar explícitamente el culto a la personalidad, Loznitsa juega a seducir al espectador, a tentarlo y maravillarse con momentos maravillosos, como cuando el país completo detiene sus labores mientras ingresan el féretro rojo al mausoleo.

Más que explorar y denunciar explícitamente el culto a la personalidad de un Estado totalitario, Loznitsa juega a seducir al espectador, a tentarlo y maravillarse con momentos maravillosos, como cuando el país completo detiene sus labores mientras ingresan el féretro rojo al mausoleo, o cuando todas las bocinas y sirenas del país se unen como un lamento único desde el centro de Europa hasta el Pacífico.

A estas alturas, un espectador ya entregado contempla el largo travelling con las coronas de flores mientras suena una canción de cuna que parece cerrarlo todo de manera armónica y natural, donde los niños le cantan al padre muerto para que finalmente descanse en paz.

El documental despierta al espectador de este embotamiento inducido con un recurso breve, simple y eficaz, que no es necesario que revelemos aquí; un recurso que pone en duda el sentido de lo visto, pero sin menoscabar en absoluto el inmenso talento de los 200 camarógrafos que nos legaron estas imágenes y que hicieron posible la singular experiencia que significa ver esta película.

 

Acerca de…

Título: Funeral de Estado (2019)

Nacionalidad: Holanda/Lituania

Dirigida por: Sergei Loznitsa

Duración: 135 minutos

Se puede ver en: MUBI

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Muy buena descripción del documental. Lo mas destacable es el ojo y la mano de los camarografos. Preocupados por la decena de problemas técnicos , que tenían que sortear, con camaras, negativo y clima. Ni se lo imagina el usuario de cámara digital. "Los rostros son singulares, fugaces, en su mayoría parecen sinceros en su aflicción, " Y... lo único rescatable de Stalin...derrotó a Hitler y los nazi.

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