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Martes, 16 de Abril de 2024
Especial elecciones de 1970

Edwards informa a la CIA sobre quiénes pueden sacar a Allende

Víctor Herrero (*)

henry kissinger

Henry Kissinger, secretario de Estado de Nixon.
Henry Kissinger, secretario de Estado de Nixon.

Siguiendo con el artículo de ayer, Agustín Edwards viaja a Estados Unidos y se reúne con diversos personeros del gobierno de Richard Nixon para pedir apoyo en la desestabilización de Allende e impedir que el Parlamento ratifique su triunfo en las urnas. Entrega información sobre las fuerzas armadas chilenas y acerca de quiénes son los más capacitados para sacar al médico socialistas  del escenario político.

Admision UDEC

(*) Extracto del libro “Agustín Edwards Eastman. Una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio”; Debate, Penguin Random House Grupo Editorial S.A.; noviembre de 2014.

Viernes 11 de septiembre

En la tarde-noche de este día, el embajador Korry recibió en su residencia tres visitas no anunciadas. Se trataba de altos dirigentes de la Democracia Cristiana. Cada uno llegó por separado, pero sin toparse uno con otro. Eran el ministro de Defensa, Sergio Ossa; el presidente del Senado, Tomás Pablo, y el ex ministro de Hacienda Raúl Sáez. Los tres le aseguraron al diplomático que importantes dirigentes de su partido y el propio Frei estaban trabajando para lograr suficientes votos en el Congreso para no ratificar a Allende, apoyar a Alessandri, y así forzar nuevas elecciones.

Según el cable secreto que Korry le envió al Comité 40 al día siguiente, Ossa le informó al embajador que todo el gabinete de Frei respaldaba esta jugada, a excepción del ministro de Justicia, Gustavo Lagos, y el titular de Educación, Máximo Pacheco Gómez.

Tanto Ossa como el senador Pablo le aseguraron a Korry que ya contaban con 38 parlamentarios de la Democracia Cristiana dispuestos a votar por Alessandri, mientras que 19 estaban indecisos y los restantes 17 iban a apoyar a Allende sí o sí.

Además, el ministro Ossa le hizo dos peticiones a Korry. Pidió que, en caso de que la operación anti Allende fallara y se revelara públicamente, el Gobierno de Estados Unidos ayudara a «aquellos participantes más comprometidos con estos esfuerzos y más vulnerables a las represalias de la izquierda [a encontrar] una manera de salir con sus familias del país». El embajador se comprometió personalmente a hacer todo lo posible para asegurar cupos suficientes en aviones comerciales para el período más crítico entre el 24 de octubre, día de la votación en el Congreso, y el 4 de noviembre, día de la asunción del nuevo presidente.

La segunda petición de Ossa fue que la embajada convenciera y ayudara a sacar de Chile «lo antes posible» al hijo del conocido abogado corporativo, ex presidente del Banco Sudamericano y en esos momentos uno de los vicepresidentes de la minera Anaconda en Chile, Guillermo Carey Bustamante. Se trataba del también abogado Guillermo Carey Tagle, quien actualmente es socio de uno de los estudios legales más importantes e influyentes de Chile, Carey & Allende. Pero en septiembre de 1970, con treinta años recién cumplidos, Carey Tagle era descrito por el embajador como «un torpe indiscreto que está alentando las patéticas ambiciones peronistas del general Viaux». Según el informe de Korry, «esas enfermizas maniobras plantean un grave riesgo para la posición de Anaconda en este país».

Sin embargo, Carey no salió del país y pocas semanas después el joven abogado se vio envuelto en el frustrado intento de secuestro del general René Schneider, que terminó con la muerte del comandante en jefe del Ejército. Al día siguiente del atentado, Carey Tagle salió a Argentina y después a Estados Unidos, teniendo una orden de captura en su contra por parte de la Interpol.

Mientras Korry recibía en Santiago la visita de los tres altos representantes de la Democracia Cristiana, en Estados Unidos varios ejecutivos de la ITT comenzaron un intenso lobby para que Washington impidiera que Allende entrara a La Moneda. La ofensiva desplegada a partir del 11 de septiembre había sido acordada dos días antes en una reunión que el directorio de la multinacional celebró en Nueva York.

John McCone, el ex director de la CIA y ahora miembro del directorio de la ITT, llamó personalmente por teléfono a Henry Kissinger para transmitirle su profunda preocupación por los acontecimientos en Chile. Pero McCone no se limitó a ventilar sus temores.

Tres días después, el 14 de septiembre, le escribió una carta personal y confidencial a Kissinger en la que aseguró que su compañía estaba dispuesta a suministrar como mínimo un millón de dólares para «hacer cualquier cosa que se pueda hacer entre ahora y el 24 de octubre para prevenir que Allende asuma el mandato».

Mientras McCone hablaba con Kissinger, esa misma tarde el director de relaciones internacionales de la ITT, J.D. Neal, habló por teléfono con Viron P. Vaky, el asesor de Kissinger para asuntos latinoamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional. Neal le transmitió al funcionario de Gobierno la preocupación de Harold Geneen, el presidente ejecutivo de la multinacional, por los eventos en Chile, y le dijo que la compañía estaba dispuesta a asistir financieramente con una suma mayor a siete dígitos. En esencia, se trataba del mismo mensaje que McCone le había transmitido a Kissinger. Pero además, el ejecutivo le dijo al asesor de Kissinger que la compañía estaba al tanto de los rumores sobre movimientos militares y de la jugada constitucional entre Frei y Alessandri para impedir la asunción de Allende.

Al día siguiente, el sábado temprano en la mañana, Neal continuó con el lobby. Esta vez llamó a Charles Meyer, el secretario de Estado adjunto para Asuntos Latinoamericanos. «Le repetí el mismo libreto que usé con Vaky», escribió el ejecutivo en un memo a William Merriam, vicepresidente de la compañía y representante de la ITT en Washington. Meyer le comentó al ejecutivo que el jefe de la Kennecott Copper, la minera estadounidense que era dueña entonces de la mina El Teniente, lo había visitado en Washington para expresarle preocupaciones similares, y que este le dijo que pensaba que con el triunfo de Allende su compañía iba a perder sus posesiones en Chile.

edward korry

Edward Korry, embajador de EE.UU. en Santiago.
Edward Korry, embajador de EE.UU. en Santiago.

Sábado 12 de septiembre

A media mañana, el embajador Korry y John Richardson, secretario de Estado adjunto que había viajado a Santiago, sostuvieron una entrevista a solas con Eduardo Frei Montalva en el palacio presidencial veraniego de Cerro Castillo, en Viña del Mar. La conversación duró cuarenta y cinco minutos. El mandatario chileno les contó acerca de una reunión privada que había sostenido con Salvador Allende y «quiso que supiéramos, de manera muy confidencial, que secretamente había grabado esa conversación». En el diálogo entre ambos, les contó Frei a los estadounidenses, Allende urgió al presidente saliente a hacer lo antes posible un llamado público para calmar los ánimos. Cuanto antes la Democracia Cristiana lo reconociera como el nuevo presidente, más fácil sería que el país volviera a la normalidad. Aunque Frei les reconoció a los diplomáticos estadounidenses que, personalmente, tenía una buena opinión de Allende, estaba convencido de que los elementos más extremistas de la Unidad Popular lo empujarían a cambios radicales.

«Él [Frei] dijo que estaba 98 por ciento seguro que Chile bajo Allende se convertiría en un país comunista», reportaron después en un cable confidencial a Washington.

En el reporte secreto que Korry envió cerca de la medianoche, y que rubricó «Inmediato», el embajador resumió la reunión con Frei y afirmó que le hizo una serie de preguntas al mandatario chileno.

¿Sería de ayuda para su posición si la prensa mundial, en especial la europea, se enfocara en la manera en que los comunistas transgreden a los medios de comunicación? «Estupendo», dijo el presidente. ¿Sería de ayuda para su posición que la prensa mundial publicara artículos acerca de la situación económica y cuáles podrían ser las consecuencias para Chile [en caso de confirmarse la victoria de Allende]? «Estupendo», dijo Frei. ¿Sería de ayuda para su posición si la prensa mundial publicara historias sobre las Fuerzas Armadas, especulando cómo un país con tres vecinos menos que amistosos podría lograr reemplazar su equipamiento cuando muchas de sus reservas serán consumidas por la importación de alimentos? «Estupendo», dijo Frei.

En 1996, el embajador Korry recordó esa reunión con Frei en una conversación pública que sostuvo en el Centro de Estudios Públicos con Joaquín Fermandois y Arturo Fontaine Talavera. Ante la pregunta de si él tenía la impresión de que Frei quería que la embajada tomara la iniciativa para resolver la situación postelectoral, Korry contestó:

-Bueno, si eres el presidente de un país y pides que el secretario de Estado adjunto te visite en Viña del Mar, y dices «quiero que entregue este mensaje personalmente al presidente de Estados Unidos», y ese presidente es Nixon y el mensaje es «las probabilidades de que Chile se convierta en otra Cuba son 50 a 1», ¿cuál cree que es el propósito del mensaje? Por eso intervine inmediatamente: «¿Le está pidiendo a Estados Unidos que tome alguna acción concreta?». Y hubo una larga pausa y después dijo: «No, excepto propaganda».

Mientras Korry y el secretario Richardson estaban con Frei en Viña del Mar, al mediodía Henry Kissinger sostuvo dos conversaciones telefónicas en Washington relacionadas con Chile. La primera fue a las 12 horas con el director de la CIA, Richard Helms. La segunda se realizó media hora después y fue con el presidente Richard Nixon. En la primera charla, Helms le preguntó a Kissinger:

—Vivimos tiempos difíciles. ¿Has escuchado algo de Don Kendall?

—Ha tratado de contactarse conmigo —respondió Kissinger—. Pero mi gente incompetente lo ha tramitado.

—Hablamos anoche —dijo Helms—. Se está trayendo a Edwards de Argentina. Edwards está preocupado por el estado de ánimo en la embajada [de Estados Unidos en Santiago]. Hay un problema ahí.

—He convocado a una reunión del Comité 40 para el lunes —contestó Kissinger—. No dejaré que Chile se pierda.

—Estoy contigo. Déjame decirte una cosa. Tengo una buena relación con él [nombre no desclasificado, pero dado el contexto solo se puede tratar de Donald Kendall] y nos vamos a reunir el lunes a las tres de la tarde.

En la segunda conversación, Kissinger y Nixon hablaron brevemente del mismo tema.

—Recibí anoche una llamada de [John] McCone y esta mañana de Kendall —le informó Kissinger al presidente—. McCone piensa que sería un desastre si no hacemos nada.

—Dile a Kendall que llame a Meyer [Charles Meyer, secretario de Estado adjunto para Asuntos Latinoamericanos] —le contestó Nixon.

—Lo hice y está furioso. Augustin [sic] Edwards ha escapado y llega aquí el lunes. Me reuniré con él ese mismo día para obtener sus impresiones de la situación.

—No queremos que se filtre una noticia de que estamos tratando de derrocar al Gobierno [chileno]. Queremos sus impresiones [de Agustín Edwards] sobre las posibilidades de una nueva elección.

—Eso haré —contestó Kissinger.

Richard Helms

Richard Helms, director de la CIA, jura ante el Senado de EE.UU.
Richard Helms, director de la CIA, jura ante el Senado de EE.UU.

Domingo 13 de septiembre

Doonie aterrizó en la mañana en Nueva York en un vuelo proveniente de Buenos Aires. En el aeropuerto lo esperaba su buen amigo Donald Kendall, y ambos hombres se trasladaron al departamento del ejecutivo en Manhattan. El jefe de la PepsiCo ya llevaba varios días de frenéticas gestiones y puso a su amigo chileno al tanto de lo que estaba pasando en Washington. Le dijo que había arreglado reuniones con Henry Kissinger y Richard Helms para el día siguiente, y que ambos funcionarios estaban deseosos de saber lo que Edwards les podía contar respecto a la situación chilena.

En la noche, Kendall habló por teléfono con el presidente Nixon. Ambos eran viejos amigos y correligionarios políticos. De hecho, Kendall y la Pepsi fueron importantes financistas de su campaña presidencial en 1968. Le confirmó al mandatario que Agustín Edwards ya se encontraba en el país y que el día siguiente irían a Washington a reunirse con Kissinger.

Lunes 14 de septiembre

De madrugada, Kendall y Edwards tomaron un avión privado a Washington. Tras una hora de vuelo aterrizaron en la capital. En la terminal los esperaba el director de la CIA, Richard Helms, quien los trasladó al Washington Hilton, un hotel en el barrio diplomático de Dupont Circle, a unos tres kilómetros de la Casa Blanca. Kendall había hecho arreglos en los días anteriores para arrendar una suite especial en ese hotel, lugar donde podrían sostener sus reuniones sin llamar la atención.

A las ocho de la mañana llegó a la suite Henry Kissinger. Es probable que ambos hombres recordaran brevemente su último encuentro en marzo de ese año. La conversación entre Edwards, Kissinger y Kendall duró un poco más de una hora. Doonie hizo un rápido repaso de la situación política de Chile y de cómo él veía las cosas. Los tres estuvieron de acuerdo en que había que hacer algo para impedir que Allende entrara a La Moneda en noviembre. «Creo que nadie en el Gobierno [de Estados Unidos] entendió cuán ideológico era Kissinger respecto a Chile —recordó años después Roger Morris, uno de sus asesores en el Consejo de Seguridad Nacional—. Henry veía en Allende una amenaza mucho más seria que Castro.»

Tras conversar con Edwards y Kendall, Kissinger se reunió privadamente con John Mitchell, el fiscal general de Estados Unidos y amigo íntimo de Nixon, y con David Rockefeller para discutir la situación chilena.

Después del almuerzo, los hombres en el Washington Hilton recibieron la visita de Richard Helms. El director de la CIA iba acompañado de uno de sus asesores, Kenneth Millian, quien esa misma noche redactó un informe catalogado «secreto, sensible».

En el reporte de diez páginas, el oficial de la CIA describió el estado de ánimo de Agustín Edwards durante la reunión: «A ratos se ponía emocional y frecuentemente divagaba —escribió Millian—. Parecía que estaba buscando posibles soluciones, pero su conversación no indicaba que ya hubiera encontrado alguna que considerara factible o efectiva».

Años después, Richard Helms recordó esa reunión, asegurando que «ellos [Edwards y Kendall] querían encontrar una manera de asegurarse de que Allende nunca llegara al poder».

A juzgar por el documento, en la larga reunión prácticamente solo habló Agustín Edwards, probablemente animado a ratos por preguntas específicas de los estadounidenses. Los cuatro puntos principales que trataron fueron: las razones de la derrota de Alessandri; la posibilidad de una solución constitucional para impedir la asunción de Allende; el momento oportuno (timing) para una posible acción militar, y la relación entre Estados Unidos y Chile.

El documento de esta reunión —que revela hasta qué punto Agustín Edwards maniobró con altos funcionarios de Washington para detener a Allende a fines de 1970— se conocía desde mediados de los años setenta. Sin embargo, el nombre del informante, así como grandes extractos del documento, estaban censurados. El contexto y la información que aportaba el hombre que estaba hablando con la CIA de la situación chilena indicaban que podría tratarse de Agustín Edwards. Pero en mayo de 2014, el Departamento de Estado presentó una recopilación de las acciones encubiertas que Estados Unidos realizó en Chile entre 1969 y 1973. Y esta vez, el documento de esta reunión estaba menos censurado y confirmó que la fuente de la información había sido efectivamente Agustín Edwards.

El reporte sobre la conversación que redactó la CIA revelaba que Agustín Edwards estuvo fielmente alineado con la política que la Casa Blanca había diseñado para la campaña presidencial de ese año. Pero, en vista del triunfo de Allende, Doonie se lamentó de esa política ante Helms. «Edwards dijo que fue “una lástima que no nos permitieran arrancarle votos a Tomic” —escribió Millian en el informe—. Esto era una referencia a la política del Gobierno de EE.UU. de limitar los esfuerzos de Edwards a nombre nuestro a una campaña anti Allende sin apoyo directo a Alessandri.»

Edwards hizo una larga exposición sobre todo lo que estaba ocurriendo en el país. «El señor Edwards expresó los siguientes puntos de vista respecto a la situación política chilena», informó Millian:

Las posibilidades de que Alessandri sea nominado presidente son escasas […] Frei está muerto de miedo [scared blue] de que Allende asuma el poder, pero solo puede contar con veinte congresistas del PDC para que voten por Alessandri […] La vía parlamentaria para prevenir que Allende llegue al poder, aunque remota, no se debe ignorar, pero implica los siguientes riesgos:

1) Podría fallar, y ¿después qué?

2) Algunos congresistas podrían moverse demasiado rápido o anunciar su intención prematuramente, provocando a los comunistas a «tomarse las calles».

3) El general en retiro Roberto Viaux, líder de la rebelión militar de octubre de 1969 [1,5 líneas censuradas] o «algún otro lunático» podría intentar llevar a cabo un golpe, impidiendo así cualquier otro esfuerzo serio.

Al igual que el presidente Frei y el candidato Alessandri, Doonie cifraba parte de sus esperanzas en que el Congreso no ratificara el triunfo del candidato de la Unidad Popular. Era lo que los estadounidenses llamaban la «salida constitucional», mientras que en Chile se estaba conociendo como la «fórmula Alessandri» o el «gambito Frei». Edwards les informó a los estadounidenses que habría que esperar al congreso que la Democracia Cristiana iba a celebrar a mediados de octubre para tener mayor certeza. La derecha y los freístas esperaban que en ese encuentro partidario se lograra el apoyo a la estrategia constitucional para negarle la presidencia a Allende. Pero Edwards tenía dudas. «¿Podemos confiarnos en que el plan Alessandri-Frei funcionará?», le preguntó a sus interlocutores de la CIA.

David Attle Phillips

David Attle Phillips, agente de la CIA.
David Attle Phillips, agente de la CIA.

De lo reproducido en el documento queda claro que durante la conversación no se desecharon opciones militares. «[Nombre no desclasificado] dijo que la clave para un golpe sería lograr que Carlos Prats, jefe del Estado Mayor para la Defensa Nacional, se mueva, lo que implicaría neutralizar a Schneider, el comandante en jefe del Ejército», escribió Millian en su reporte del encuentro.

En la conversación de Edwards y Helms también se habló de la inquietud de algunos militares chilenos en caso de que decidieran tomar acciones.

[Nombre no desclasificado] agregó que al discutir la situación postelectoral con [el general Camilo] Valenzuela y algunos oficiales clave de la Armada, ellos habían expresado su preocupación con dos puntos básicos:

1) Si el Gobierno chileno fuera anulado en una acción militar, ¿recibiría el nuevo Gobierno reconocimiento diplomático de Estados Unidos?

2) ¿Recibirían las Fuerzas Armadas chilenas apoyo logístico en una acción en contra del Gobierno?

[Cinco líneas no desclasificadas] La principal preocupación de todos aquellos que podrían involucrarse en una acción militar es la protección de sus familias y cercanos en caso de que decidieran actuar en contra de Allende.

Después, Edwards se explayó largamente ante el director de la CIA sobre las Fuerzas Armadas y policiales chilenas, describiendo sus números de efectivos, parte de su equipamiento militar y la disposición de sus principales figuras a actuar militarmente ante la situación. Así, el memorándum de la conversación recogió, por ejemplo, las informaciones que proporcionó Edwards:

Carabineros, en especial su comandante general, Vicente Huerta, quieren hacer algo para prevenir una presidencia de Allende, pero no lo pueden hacer solos […] Edwards describió al almirante Fernando Porta, comandante en jefe de la Armada, quien se opone a Allende, como indeciso y demasiado cauteloso […] De once almirantes, ocho son anti Allende y tres pro Tomic, incluyendo al almirante Luis Urzúa Merino […] El capitán Carlos Le May Délano, el hombre más inteligente de la Armada, tiene una influencia considerable sobre Porta, pero es un hombre administrativo, no un comandante de tropas

[…] El general Carlos Guerraty, comandante de la Fuerza Aérea, quiere actuar contra Allende, pero Guerraty no es muy inteligente y su segundo, general César Ruiz, es «dudoso» […] No ve un rol significante para la Fuerza Aérea e hizo notar que era incompetente y mal equipada […] Ha podido contactar al general Camilo Valenzuela, comandante de la guarnición de Santiago, la que durante elecciones o estado de sitio asume la dirección de todas las tropas en el área de Santiago, incluyendo a los carabineros […] Describió a Valenzuela como duro, cortés y honesto. Valenzuela dijo que, en caso necesario, él «lo haría por su cuenta» y apoyaría al general Prats como comandante en jefe si a Schneider se le ofrece una salida honorable.

Toda esta conversación evidenciaba que Agustín Edwards era un hombre altamente informado acerca del mundo militar chileno. Pero Doonie se encontraba en ese momento en Washington, por lo que los hombres de la CIA querían saber quién en Chile tenía ahora buenos contactos con los militares.

Respondiendo a una pregunta sobre quién conoce que todavía tiene buenos contactos con los militares, [nombre no desclasificado] dijo que tanto Sergio Onofre Jarpa, presidente del Partido Nacional (PN), como el senador PN Francis [sic] Bulnes podrían ser de ayuda, pero agregó que otros en la campaña de Alessandri no estaban debidamente sintonizados. El mejor hombre es… Y en esta parte el documento de lo conversado entre Agustín Edwards, Richard Helms y Donald Kendall aún contiene nueve líneas censuradas.

Peter Kornbluh, director del Proyecto Chile en el National Security Archive de la Universidad George Washington y uno de los investigadores que más ha presionado al Gobierno de Estados Unidos para desclasificar archivos relacionados con Chile, fue el primero en revelar esta versión menos censurada del encuentro entre

Edwards y Helms. En un artículo publicado por Ciper a fines de mayo de 2014, Kornbluh concluyó que «tal vez este documento tenga un rol legal que jugar para determinar si Edwards […] conspiró con una potencia extranjera para hacer daño y provocar un quiebre institucional en su patria».

Richard Nixon

Richard Nixon, presidente de EE.UU.
Richard Nixon, presidente de EE.UU.

Martes 15 de septiembre

A las 3.24 de la tarde ingresaron a la oficina oval Henry Kissinger, Richard Helms y John Mitchell. Los tres habían sido convocados por Nixon. El mandatario estaba furioso con los acontecimientos en Chile. La reunión duró solo veinte minutos, durante los cuales Nixon se dedicó a ladrar órdenes. A la postre, fue la reunión que dio origen al plan secreto de la CIA conocido como Track II. Se trataba de un curso de acción paralelo a los intentos por impedir constitucionalmente la ratificación de Allende en el Congreso. Es decir, contemplaba algún tipo de intervención militar. Este plan fue tan secreto, que ni siquiera se discutió en las reuniones del Comité 40 y nunca se comunicó al Departamento de Estado, por lo que el embajador Korry no estuvo al tanto de esta operación.

Durante la reunión, Helms garabateó a mano en un bloc de notas de color amarillo un listado con los puntos principales que había expuesto Nixon:

Reunión con el presidente sobre Chile. Presentes: John Mitchell + Henry Kissinger. 1 en 10 posibilidades tal vez, ¡pero salvar Chile! Vale la pena gastar no preocupado por los riesgos involucrados sin participación de la embajada $ 10.000.000 disponibles, o más si necesario trabajo de tiempo completo —mejores hombres que tengamos.

Estrategia: hacer estallar la economía [make the economy scream] 48 horas para plan de acción (trabajo para la Agencia Central de Inteligencia)

«Si alguna vez salí de la oficina oval llevando el bastón de mando en mi alforja, fue ese día», testificó Richard Helms en julio de 1975 ante una comisión investigadora del Senado estadounidense. En el mismo testimonio, el director de la CIA también dejó entrever el papel que desempeñó Agustín Edwards en la gestación de esa reunión. «Tengo la impresión de que el presidente convocó a esta reunión sobre la cual tengo mis notas escritas a mano debido a la presencia de Edwards en Washington, y sobre lo que Kendall le dijo respecto a lo que Edwards le comentaba acerca de las condiciones en Chile y lo que estaba pasando ahí», afirmó.

Tras salir de la breve reunión en la Casa Blanca, Helms se dirigió a la sede de la CIA en Langley, a unos doce kilómetros del centro de Washington. Ahí se reunió con Thomas Karamessines, jefe de la división de operaciones encubiertas, y con William Broe, el encargado de la agencia para América Latina. Juntos trazaron las primeras líneas del llamado Proyecto Fubelt, también conocido como Track II. Un cable secreto enviado unos días después desde Langley a la oficina de la CIA en Santiago resumió con nitidez el objetivo de este emprendimiento clandestino:

-El propósito del ejercicio es prevenir que Allende asuma el poder. Se ha descartado una prestidigitación parlamentaria. El objetivo es una solución militar.

La agencia de inteligencia convocó a sus mejores hombres para la tarea. En los días siguientes llamó de vuelta a Estados Unidos a un puñado de agentes operativos de alto nivel que estaban destinados en distintas partes del mundo. Tras instruirlos acerca de la situación, fueron despachados a Santiago. Los directivos de la CIA decidieron que Karamessines sería el responsable principal del Proyecto Fubelt. Y el jefe de la fuerza de tarea de los agentes operativos en terreno sería un viejo conocido de Agustín Edwards: David Atlee Phillips.

Pero el trabajo encomendado por Nixon era complejo, y no solo por el poco tiempo del que disponían. «La CIA tenía mucha experiencia en amañar elecciones antes de una votación —afirmó el autor Tim Weiner en un libro sobre ese servicio de inteligencia—. Pero nunca había arreglado una después.»

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