En 1944, el thriller sicológico estadounidense Gaslight dio vida a un concepto que con el tiempo sería incorporado por la sicología para explicar lo que sucede cuando una persona manipula a otra hasta el punto de hacerla dudar de su propia realidad. Sin una traducción al español que logre graficar el concepto en su total magnitud, gaslighting se ha convertido en la mejor manera de explicar un fenómeno que ocurre de manera más frecuente de lo deseada.
Se trata de la falsa narrativa que lleva a una persona o grupo a cuestionar sus percepciones, dejándolos en un estado de desorientación. En la mayoría de los casos, como es de suponer, el proceso ocurre para propio beneficio del gaslighter, dado que sucede normalmente en relaciones en las que existe una disparidad de poder entre las partes.
Si bien el término se ha usado, por ejemplo, para describir relaciones abusivas al interior de una pareja, el concepto también ha llegado a la política y los medios de comunicación. “El gaslighting proviene directamente de la combinación de técnicas modernas de comunicación, marketing y publicidad con métodos de propaganda de larga data. Simplemente esperaban ser descubiertos por aquellos con suficiente ambición y estructura sicológica para usarlos”, señala el prominente sicólogo Bryant Welch en su libro State of Confusion: Political Manipulation and the Assault on the American Mind.
El texto, que sostiene que la derecha ha desestabilizado la democracia estadounidense infectándola con una neurosis política, parece encontrar en el Chile de 2022 un caso de estudio particularmente interesante. A través del uso del miedo como una herramienta paralizadora que siembra semillas de duda en millones de ciudadanos, la manipulación ejercida por determinados sectores políticos conservadores manipula la verdad sin mayor remordimiento.
Tal como han explicado los expertos de Plataforma Telar, el país ha experimentado desde febrero de este año a la fecha un alza sostenida en las noticias falsas respecto del proyecto de nueva Constitución. ¿A quién podemos creerle si quienes se presentan como “expertos” nos entregan versiones tan distintas de un mismo texto sin aclarar los intereses que existen tras cada uno de ellos?
Abrir un diario, prender la televisión o revisar las redes sociales se ha convertido en el último tiempo en un constante cuestionamiento de lo que pensábamos era imposible que sucediera. ¿Puede realmente un político –la presidenta del Senado, por ejemplo– inventar en el horario de mayor audiencia de la televisión abierta un artículo completo de la nueva Constitución para así marcar un punto respecto de la aprobación de los pueblos originarios? ¿Puede un académico –de la Universidad del Desarrollo, digamos– ocupar su columna en un diario como El Mercurio para asegurar que la Convención Constitucional estuvo “integrada mayoritariamente por ignorantes y extremistas” y así lanzarse a despotricar contra todo el proyecto que redactó este órgano democráticamente electo? ¿Es posible que un exconvencional de derecha –uno como Arturo Zúñiga, quizás– ocupe sus redes sociales para señalar que la plurinacionalidad de la que habla el nuevo texto permitirá “autonomía y autogobierno, la independencia o anexión de algún territorio declarado de Pueblos Originarios”?
La relación de poder entre autoridades o académicos que gozan de privilegiados espacios en los medios y la ciudadanía en general es de una asimetría evidente. Si ellos están del otro lado de la pantalla por algo será, tendemos a pensar quienes sintonizamos un programa de televisión. Algo sabrá el académico que todas las semanas nos explica la actualidad política y económica en las páginas del “diario de referencia”.
Hace poco menos de dos años y medio, el país salió a las calles con una serie de demandas que tardaron años en ver la luz. Chilenas y chilenos de todas las edades y orígenes se manifestaron con reclamos que conocían mejor que nadie, porque los venían padeciendo en carne propia. No había manera de que alguien les hiciera dudar de que las pensiones que recibían eran de miseria, que las mujeres corrían con desventaja en cualquier ámbito de la vida, que los pueblos originarios habían sido históricamente discriminados y que los abusos se habían convertido en pan de cada día. Algunos medios de comunicación tradicionales fueron apuntados con el dedo de manera directa por la ciudadanía que acusaba su negligencia para denunciar estos hechos o, incluso, denunciaba su complicidad.
La avalancha que significó el estallido se tradujo en un demoledor triunfo del Apruebo y en un incuestionable mandato para que fuera una convención de ciudadanos la que redactara la nueva Constitución. Aun sin capacidad de reacción, los grupos más conservadores vieron cómo la elección de constituyentes se convirtió en una aplanadora que pasó frente a sus ojos sin pedir permiso.
Los errores no forzados de la Convención parecen haber envalentonado a quienes desde siempre se opusieron a los cambios, criminalizaron el estallido y votaron Rechazo de entrada para comenzar un proceso de demonización de cada artículo que emanó desde la Convención Constitucional, al punto de llegar a cuestionarnos nuestras propias certezas.
¿Estábamos realmente tan molestos? Parece que no. ¿Nos habremos equivocado al elegir a constituyentes que reflejaban mejor que nunca antes las características del Chile real? Parece que sí. ¿Importa tanto que la nueva Constitución asegure una serie de derechos por los que luchamos tantos años? Qué más da.
Una buena cantidad de chilenas y chilenos parece llegar al plebiscito de salida dudando de su propia realidad, de las convicciones que les hicieron salir a la calle y del juicio que la historia ha hecho del legado de la dictadura. Hay quienes olvidan que la derecha se ha opuesto históricamente a todo tipo de cambio y no quieren ver que el manido “Rechazo para reformar” que enarbolan con una sonrisa es un cheque en blanco emitido a nombre de quienes están en el Dicom de la credibilidad política.
Si la manipulación ha llegado hasta los hogares de millones de personas es porque se ha valido de medios que no han estado necesariamente a la altura de las circunstancias y que se han valido de sus posiciones de poder para dar voz a quienes nos han querido hacer dudar de nuestras propias convicciones. Si Chile decidió cambiar de rumbo en 2019 fue pese a la acción de estos actores y no precisamente gracias a ellos. La misma lógica debería seguir un eventual triunfo del Apruebo en 2022.
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