Sentados a la mesa de un bar, los contertulios miraban a la calle melancólicamente. Alguno inició un suspiro que desembocó en bostezo.
Entonces pasó el perro.
Se carece de antecedentes sobre su tamaño, su pelaje, su raza, su color. Era, dicen, un perro callejero chileno, vulgar hasta la abstracción. Los contertulios lo contemplaron. El perro se acercó a la muralla, levantó una pata y meó. Trotó en redondo, husmeó hacia el sur, giró, husmeó hacia el norte. Se quedó inmóvil. Por fin, con decisión repentina, emprendió rápido trote y se perdió detrás de la primera esquina.
Los observadores suspiraron. Uno, considerado el filósofo del grupo, aclaró la garganta. Los demás lo miraron.
-Lo que es el perro-, dijo.
Hubo un silencio largo en el que cada uno pensó (probablemente) en la vida sin historia del perro, en la infinita libertad del perro, en la eterna disponibilidad del perro, en la absoluta disposición del perro a asumir cada situación, en lo que es el perro. Todos muy serios, hasta que Pablo se puso a reír. Los demás rieron también, cada vez más.
Siguieron riendo por espacio de 30 años.
Bastaba eludir en cualquier forma al perro para desatar las más violentas carcajadas. A París, a Roma o a Pekín llegaban cablegramas misteriosos: "Lo que es el perro". Desde Cuernavaca, Londres o Praga, respondía el poeta: "Lo que es el perro". Era una secta secreta en Ia que cada conjurado entendía la conjura a su manera (en todo caso, muriéndose de risa).
Por lo menos dos veces Neruda quiso aprisionar en un poema este mítico perro o este mítico concepto del perro, En ambas ocasiones, el resultado fue hermoso, pero melancólico. La alegría de los perrunos cofrades se evaporaba del verso. Veamos:
Perseguí por aquellas calles
a un perro errante, innecesario,
para sabor adónde van
de noche trotando los perros.
Sólo mil veces se detuvo
a orinar en sitios remotos
y siguió como si tuviera
que recibir un telegrama.
(Del poema Otro perro, del libro Fin de Mundo.)
El humor es componente importante, más aún, esencial, de la personalidad del poeta. No obstante, en su poesía sólo se reflejó en mínima proporción, aunque es posible descubrir sus chispazos, a veces en clave, incluso en obras tempranas. Incluso en aquella época en que era un poeta vestido de poeta, de riguroso luto por nadie, por la lluvia, por el dolor universal". (Infancia y Poesía). Incluso cuando podía "escribir los versos más tristes esta noche". Pero se trata entonces sólo de chispazos, una ironía clandestina que sugiere la capacidad del poeta de sonreír ante el espectáculo de sí mismo, joven "orgullosamente oscuro..., funeral y ceremonioso". (Del poema Dónde estará la Guillermina, de Estravagario.) Tuvieron que pasar los años para que Neruda manifestara plena y directamente una actitud humorística en su poesía, más allá de la mordiente sátira política de Canto General: esto ocurrió en Estravagario.
en_el_hercules_de_calle_bandera_con_varios_de_sus_amigos_mas_cercanos.jpg
Los críticos, en general, han pasado por alto o han negado la existencia del humor en la poesía de Neruda. Predomina la imagen de su trascendentalismo amoroso, metafísico o político. Un día le insinué a un experto editor la posibilidad de lanzar una antología del humor nerudiano. Se mostró escéptico:
-¿Después de "Todo el amor", "Todo el humor"? No me parece.
Sin embargo podría intentarse.
"Por mi parte, soy o creo ser duro de nariz, mínimo de ojos, escaso de pelos en la cabeza, creciente de abdomen, largo de piernas, ancho de suelas, amarillo de tez, generoso de amores, imposible de cálculos, confuso de palabras, tierno de manos, lento de andar, inoxidable de corazón, aficionado a estrellas, mareas, terremotos, admirador de escarabajos, caminante de arenas, torpe de instituciones, chileno a perpetuidad, amigo de mis amigos, mudo para enemigos, entrometido entre pájaros, mal educado en casa, tímido en los salones, audaz en la soledad, arrepentido sin objeto, horrendo administrador, navegante de boca, yerbatero de la tinta, discreto entre los animales, afortunado en nubarrones, investigador en mercados, oscuro en las bibliotecas, melancólico en las cordilleras, incansable en los bosques, lentísimo de contestaciones, ocurrente años después, vulgar durante todo el año, resplandeciente con mi cuaderno, monumental de apetito, tigre para dormir, sosegado en la alegría, inspector del cielo nocturno, trabajador invisible, desordenado, persistente, valiente por necesidad, cobarde sin pecado, soñoliento de vocación, amable de mujeres, activo por padecimiento, poeta por maldición y tonto de capirote."
¿Se dirá que carecía de humor el hombre que escribió este autorretrato?
Dijimos que en la obra temprana de Neruda existen temas en clave que se refieren a situaciones humorísticas o que evocan humorísticamente alguna anécdota compartida por unos pocos. Tales alusiones pueden aparecer en medio de un poema perfectamente serio, como un chiste secreto, que la mayoría de los lectores ignorará como tal y que los exégetas no podrán interpretar. Ejemplo:
El paico arregla lámparas
en el clima del sur, desamparado.
cuando viene la noche,
del mar nunca dormido.
(Del poema Botánica, de Canto General de Chile.)
Los conocedores de la poesía y de la botánica aventuraron teorías diversas sobre el significado de estos versos, que resultaban herméticos en medio de un poema muy claro, donde cada estrofa describe una especie vegetal. Porque, ¿qué tiene que ver el paico, que en infusión se recomienda para el dolor de estómago, con lámparas, desamparo, noche y mar? ¿Por qué el poeta alude al clima del sur, si el paico se da en todo el territorio nacional y de preferencia en el centro y en el Norte Chico?
En este caso, al hablar del paico, el poeta no se refiere a la planta aromática de nuestros campos, sino a uno de sus amigos de juventud, que en cierto paseo azaroso en una tarde de tormenta quedó abandonado en un islote sureño y se puso a hacer señales con un viejo faro en desuso para conseguir que se le rescatara.
Para el lector, una estrofa bella y enigmática; para los amigos, una evocación y un mensaje cómico. ¿El poeta nos toma el pelo? Evidentemente.
-¿Por qué dice "como la gallina"? -me preguntó un traductor europeo que trabajaba en Estravagario.
Era la última estrofa del poema Laringe:
Si les digo que sufrí mucho,
que quería al fin el misterio,
que Nuestro Señor y Señora
me esperaban en su palmera,
si les digo mi desencanto,
y que la angustia me devora
de no tener muerte cercana,
si digo como la gallina
que muero porque no muero,
denme un puntapié en el culo
como castigo a un mentiroso.
-Bueno -le dije-, está muy claro, Y le conté el viejo chiste, uno de los favoritos de Neruda:
En una reunión social se come, se bebe licores. Más tarde, en el salón, toca el piano una de las hijas de la dueña de casa. Después se juega a las adivinanzas. Un nuevo rico argentino se queda dormido en un sillón. Despierta cuando otra hija de la dueña de casa está recitando:
Vivo sin vivir en mí
y tan alta vida espero
que muero porque no muero.
-"Yo la sé -dice el nuevo rico-, ¡la gallina!"
-Comprendo -me dijo el traductor-, pero ¿por qué Neruda escribe como que es la gallina que habla?
Neruda tuvo otros chistes predilectos. Los contaba con arte, aunque a veces estropeaba el final por exceso de risa. El de Democles era también el preferido de Picasso, a quien se lo contó nuestro Pablo por primera vez:
Habla una señora:
-Doctor, no sé lo que me pasa, estoy tan nerviosa. Siento como si todo el tiempo colgara sobre mi cabeza la espada de Colón.
El doctor: -¿La espada de Colón? Mmm… ¿No será el huevo de Damocles?
Picasso se revolcaba por el suelo de risa (literalmente) cada vez que escuchaba este chiste. Neruda no llegaba a tal extremo, pero estoy seguro que reía de buenas ganas. Su risa era extraordinariamente simpática y contagiosa. Conmovía su rostro entero: sus ojos desaparecían, sus carrillos se elevaban, dos arrugas paralelas se marcaban a cada lado de su nariz. Una risa de niño, que brotaba sin cálculo de lo más profundo.
Particular regocijo le causaba el chiste de las cadenas:
Un hombre camina con su hijo por la Plaza Roja de Moscú. Una larga cola espera ante el Mausoleo. El niño pregunta:
-¿Qué están esperando?
El hombre responde:
-Hacen cola para ver a Lenin.
-¿Quién era Lenin?
-Lenin fue el que nos quitó las cadenas.
-¿Las cadenas? ¿Y qué son las cadenas?
-Eran unas cosas así, largas, de oro, que usábamos encima del chaleco, con el reloj.
Los amigos recuerdan centenares de chistes propiamente nerudianos. Algunos elaborados; otros, simples "salidas", en las que fue pródigo, pese a su apariencia lenta y al carácter más reflexivo que chispeante de su intelecto.
Cuenta Antonio Quintana:
Se corrió la voz de que Pablo había del extranjero una suma importante por derechos de autor. Pronto fue a verlo un conocido suyo que se dedicaba a actividades industriales y le propuso que hiciera un aporte de capital a una nueva empresa, muy prometedora. Le hizo entrega de un informe en el que había datos sobre inversiones, maquinaria, costos, leyes sociales, mercado, reinversiones, etc., pero en el que nada se decía de utilidades. Pablo lo leyó atentamente y luego lo devolvió al esperanzado industrial.
-Soy poeta -le dijo- pero no tanto.
En vida ha recibido mayor cantidad de homenajes que cualquier otro escritor contemporáneo y los discursos que le han sido dedicados y que ha escuchado con expresión pétrea, ocuparían más páginas que sus Obras Completas. Sin su capacidad para descubrir lo humorístico en los demás y en sí mismo, sin duda no habría podido resistir tanto. Alguna vez cayó en la tentación de desinflar a los retóricos con un pinchazo oportuno. Un profesor contaba que al llegar al aeropuerto de una capital americana fue recibido por un solemne personaje que le dijo:
-En nuestra capital, cuatrocientos poetas os esperan.
Apequenándose, Neruda respondió a media voz:
-¿Y qué voy a hacer yo entre tanto poeta?
Una importante comitiva lo acompañó en su primera visita a Machu Picchu. Se le acechaba, había blocks de notas y grabadoras listas para recoger sus palabras. El poeta permanecía mudo ante el paisaje y las ruinas grandiosas. Finalmente, un crítico le preguntó:
-Diga, señor Neruda, ¿cuál es su impresión de Machu 'Picchu?
Zumbaron los motores de las grabadoras, se aproximaron micrófonos, se enarbolaron lápices. Neruda dijo lo que siempre dice un chileno ante un panorama de belleza particular:
-Este es un gran lugar para venir a comerse un asado.
A sus Obras Completas se podría agregar una recopilación de cartas y mensajes. En ellos el humor siempre está presente. Y la poesía. Véase este recado, escrito en dos hojas de cuaderno y echado por debajo de la puerta de unos amigos:
Los invitamos.
No vienen.
Queremos darles
el libro de
Manuelita.
No se interesan.
Queremos darles
las llaves de
No les interesa tampoco.
Vengo a verlos,
No están.
Se les telefonea.
No responden.
Tampoco se les pasa
por sus finas mentes
llamar.
Entonces:
Adiós, que sigan
igualitos.
P.
En 1952 o 1953 Neruda se une con Matilde Urrutia. El suceso desata comentarios, intrigas y pelambre. Una amiga escribe a Pablo a Capri diciéndole algo de lo que se dice. El poeta se encoleriza, pero en su respuesta la cólera se transmuta en humor y origina la formidable proclama circense del Monstruo de Capri.
En 1969 recorre Chile como candidato presidencial del Partido Comunista. En sus giras lo acompaña la redactora de EI Siglo, Ligeia Balladares, cuyo nombre sufre las más variadas deformaciones cuando se anuncia su presencia en los actos de proclamación. En sobres del Hotel Antofagasta, durante una sobremesa. Neruda escribe este Soneto de las Equivocaciones, a Ligeia Balladares:
Muchas son: Ligenturia, Ligentina.
Lihueya, Livia, Lidia, Ligeola,
Niveia, Lioja, Lina, Livelina,
Liguria, Ligia, Lila, Lola,
Gilia, Jolia, Ligenta, Ligería.
Ligera, Lijolala, Lijolila,
Litigia, Galia, Lujuria, Legia,
Líjandra, Licoloca, Colalpila,
Licolanta, Licora, Licosesa,
Licosigla, Ligenta, Liprolesa.
Lichuga, Litemuca, Lilinares,
Ligistrola, Liluz, Lillamarada.
Lilluvia, Licautin, Licamarada,
y una sola: Ligeia Balladares.
Deben ser numerosos sus sonetos humorísticos de ocasión. Margarita Aguirre me hizo llegar desde Buenos Aires éste que evoca una temporada en Isla Negra (¿1952?) con Margarita y Marta Jara.
Frente al mar de Isla Negra
dos sirenas, Marta opulenta y Margarita alada,
peinaban hebras rubias y morenas,
hechizando donceles y hechizadas.
Una era rubicunda luna llena,
la otra como pez o como espada;
una con la sonrisa te encadena
mientras la otra sueña, desvelada.
Pero hay un punto claro que da cita
al encanto de Marta y Margarita
y las reúne en un ruidoso abrazo
cuando olvidando formas y matices
se suenan, estruendosas, las narices,
y nos aturden con sus trompetazos.
Hay numerosos testimonios sobre la capacidad histriónica de Neruda, sobre su afición a los disfraces y sobre su costumbre de cambiar la voz al contestar el teléfono. Siempre tuvo ilimitado entusiasmo por las fiestas de disfraces y por obligar a disfrazarse y actuar a todo el mundo en fiestas que no eran de disfraces.
en_una_convivencia_en_1932_a_su_regreso_de_rangun.jpg
Inés Figueroa cuenta que en 1950 Neruda estuvo en la entonces naciente República Democrática Alemana. La guerra estaba muy cerca todavía. Su presencia pesaba agobiadoramente. La guerra y el nacismo. Se sucedían los relatos de horrores y las visitas a lugares y personas que conservaban atroces testimonios.
Una noche, un poeta de rostro macerado por la tragedia, invitó a comer en su casa a Neruda y a cinco o seis chilenos más. Era una casa muy alemana: figuritas de porcelana sobre repisas de marquetería, múltiples pañitos bordados, flores secas colocadas en marcos, retratos familiares. Estaban presentes la madre, las hermanas, las tías y algún tío del poeta, además un par de escritores.
La primera parte de la velada fue tristísima. Se hablaba quedamente y sólo de temas espantosos, que se arrastraban a través de laboriosas traducciones. Se bebía mucho.
Hacia los postres, Neruda ofreció una sorpresa: una botella de champaña que había traído desde París. Los chilenos aplaudieron y lanzaron vítores (el tono de su conversación había subido, se absorbían cada vez más en un intercambio criollo de chascarros y risas sofocadas). Los alemanes agradecieron con cortas venias. Liquidada la botella en pocos minutos, Neruda tomó el corcho, se puso de pie y desapareció hacia el interior. El poeta dueño de casa lo observó con inquietud, pero no se atrevió a intervenir. Las conversaciones proseguían por los cauces separados y paralelos: una en chileno, cada vez más animada; otra en alemán, con largas pausas. Los intérpretes habían caído en desuso.
De súbito entra un ser gigantesco. Viste una especie de manto f1oreado, flotante. Sobre la cabeza, un sombrero de copa demasiado chico. Sobre el labio superior, un bigotillo muy negro. En la mano derecha, trae el corcho de la botella de champaña, quemado, y un lápiz labial. Pide silencio con gestos. Se acerca a la chilena más próxima y, sin decir nada, le toma la barbilla y estudia atentamente su rostro. Luego, con el corcho quemado le pinta un gran bigote. Lo hace con seriedad y concentración, alejando y ladeando su cara a intervalos, para observar el resultado. Este es fantástico. La dama se ha convertido en un capo de la mafia siciliana, el bigote le asienta.
Ahora le toca a un varón. En vez del corcho emplea el lápiz labial para dibujarle una boca pequeña y regordeta, en forma de corazón.
Los chilenos se ríen como locos. Los alemanes están aterrados. El decorador arremete contra ellos también. Lo dejan hacer sin protestas. Sobre los labios delgados de una señora alemana de rostro anguloso y nariz con caballete, pinta un bigotito mosca... y de manera mágica surge un huasito del Valle Central. Un caballero gordo, de ojos celestes inocentes, a quien se dota de una enorme boca roja y procaz, adquiere un aire pecaminoso de prostituta.
E1 ser del manto floreado regresa al centro del escenario. Levanta las manos pidiendo silencio y recita con unción el poema de 0snofla, que es como la coronación del absurdo de todo, aún más absurdo, si cabe, en la voz nasal de Neruda:
Fue una tarde triste y pálida
de su trabajo a la sálida,
pues esa mujer neurótica
trabajaba en una bótica,
la encontré por vez primera
y una pasión efimera
me dejó alelado, estúpido,
con sus flechas el dios Cúpido.
con su puntería sabia
mi corazón herido habia.
Me acerqué y le dije histérico:
señorita, soy Fedérico
y me respondió la chica:
yo me llamo Verónica,
y en el parque, a oscuras, solos,
nos amamos cual tortolos.
Pasó veloz el tiempo árido,
y a los tres meses el márido
era yo de aquella a quien
creía pura y virgén.
Llevaba un mes de casado,
lo recuerdo, fue un sábado
la pillé besando a un chico
feo, flaco y raquítico.
De un combo lo maté casi
y a ella yo le hablé asi:
te creía buena y cándida
y has resultado una bándida.
Hoy mi honor tan solo indica
mujer perjura y cínica,
después de tu devaneo,
que te perfore el craneo.
y maté a aquella mujer
de un tiro de revolver.
Al final, los chilenos prorrumpieron en un chivateo frenético. Algunos de los alemanes aplaudieron cortésmente. El poeta dueño de casa sonreía. Pidió que se le tradujera el poema de Pablo. Costó hacerle comprender que era de otro autor, y mucho más, traducírselo. Al final, después de numerosas consultas y de prolongada discusión a lo largo de la tortuosa traducción verso por verso, captó, al parecer, algo de su sentido. Por lo tanto, emitió una leve carcajada. Luego, enrojeciendo hasta el cuello, con entusiasmo repentino, comenzó a dar su propia versión en alemán.
Entretanto, los chilenos, tal vez cansados de su propio alboroto, estaban dedicados a conversar seriamente, olvidados de los bigotes de las damas y de los labios pintados de los caballeros. Neruda, sin abandonar su atuendo, estaba silencioso y pensativo.
Una explosión de violenta risa alemana los sobresaltó a todos. Boquiabiertos, los chilenos vieron a sus sobrios anfitriones reír locamente, las caras rojas, dando golpes sobre la mesa, pataleando, sujetándose los costados, lanzando voces que aumentaban la violencia del temporal Un poco a la fuerza, más perplejos que alegres, los chilenos rieron también. Los alemanes hacían guiños y sacudían las cabezas en forma significativa, uno se levantó con un vaso en la mano y cruzó la habitación para brindar con Neruda, sin dejar de reír.
Cuando llegó la despedida, una hora después, todavía quedaba entre los alemanes un rescoldo de hilaridad, que se reavivaba por momentos.
El poeta alemán estrechó muy fuerte la mano de Neruda y le dijo en su difícil castellano:
-Yo nunca reía tanto desde 1938.
(*) Periodista y Premio Nacional de Literatura, fallecido en septiembre de 2011. Artículo publicado en la revista Hechos Mundiales en noviembre de 1972.
Comentarios
Magnífico y poco conocido
Añadir nuevo comentario