Actor, director y profesor universitario, vivió para y por el teatro durante su vida. Todo empezó en 1946, cuando tenía 16 años de edad y un primo mucho mayor que él lo ingresó a la mala a ver una obra prohibida para menores en el viejo teatro de Concepción. Quedó deslumbrado no sólo con el protagonista, el actor Alejandro Flores, sino que también con todos los detalles del decorado y del lugar.
“Entré y comencé a mirar el escenario, el techo, las pinturas, el palco, las cariátides. Y cuando comenzó el espectáculo, me fascinó. Yo no entendí mucho el espectáculo porque era para no adultos, pero la parte moral me la eché al traste y no me importó. Lo que me deslumbró fue la atmósfera en general del teatro. El silencio del público cuando de repente se apagaban las luces lentamente, el silencio religioso en el público. Eso me encantó”, le contó al periodista Felipe Gajardo, que en junio de 2017 lo entrevistó para lanación.cl.
El teatro encandiló a Humberto y a tres de sus cuatro hermanos: Hugo, Héctor y María Elena. El menor, Carlos, estudió Medicina aunque durante un breve tiempo hizo pantomima con Enrique Noisvander y Rocío Rovira.
La formación de los hermanos se inició en el Teatro de la Universidad de Concepción, el TUC. Debutaron sobre las tablas en 1951 con La vida es sueño, del español Calderón de la Barca. Héctor, de 17 años, como Segismundo; Hugo como Clotaldo; y Humberto como el Rey Basilio. También actuó con ellos la actriz Orietta Escámez, que más tarde se convertiría en la primera esposa de Humberto.
En el TUC participaron en más de 15 obras, elegidas desde un repertorio muy diverso. Además, hicieron teatro poblacional y en los campos de la zona, logrando una gran versatilidad como actores.
“Llegó el momento en que nos sentimos girando sobre el mismo eje. Habíamos sido actores de una escuela teatral bastante incipiente, entonces no sabíamos muchas cosas teóricas. Dijimos: hay que ir a una escuela, hay que reflexionar sobre la profesión, detenerse un poco y cultivarse. Entonces nos planteamos como familia venirnos a Santiago”, contó Humberto a la periodista Roció Lineros en una larga entrevista publicada en el desaparecido diario La Epoca, en marzo de 1997, de donde extrajimos algunas citas para este artículo.
“Mis padres eran muy proclives a nosotros: nos hacían caso en todo, iban a todas las paradas. Mi papá era un hincha nuestro furibundo y nos defendía a troche y moche y nos daba facilidades. Nos dijo: ‘Vámonos a Santiago donde se puedan desarrollar; si les gusta el teatro, yo quiero que sean buenos actores, no actores mediocres’. Nos vinimos todos. Mi padre tuvo la concesión de una empresa subsidiaria de Ferrocarriles del Estado, necesitaba empleados y nos contrató en primer lugar, por supuesto. Trabajamos con él a sueldo mientras hacíamos gestiones para entrar al Teatro de la Universidad de Chile", agregó en esa oportunidad.
“Dimos un examen conjunto los Duvauchelle y las Escámez: Orietta y Ángela. No había precedente alguno de que se entrara en 'corporación' a una institución universitaria, por lo que tuvimos una serie de problemas de tipo reglamentario. Finalmente lo solucionó el maestro Pedro de la Barra y dimos el examen en grupo con El cuento de verano, de Bocaccio, que era una obra bastante audaz y con un argumento bastante poco apropiado para un elenco juvenil. Tuvimos un siete todos, una entrada espectacular a la escuela”.
Los Duvauchelle fueron llamados a integrar la planta del teatro de la Universidad de Chile, el ITUCh. Primero Humberto, luego Héctor y Hugo, que tenía el papel protagónico en Las brujas de Salem, de Arthur Miller, pero que nunca pudo llegar a un ensayo. Hugo se enfermó y cuando se le curaba de un problema estomacal le diagnosticaron un cáncer que lo mató en 90 días, cuando recién iba a cumplir 23 años.
Héctor tomó el papel y debutó con él, aunque ya antes había participado como invitado en Un caso interesante, de Dino Buzzati, junto a Agustín Siré. Eso significó su ingreso al estrellato. Héctor fue una figura brillante del elenco juvenil del ITUCh. Humberto ya había debutado con Noche de Reyes, de Shakespeare, en el papel de León Felipe.
Los Duvauchelle se encontraron como hermanos sobre el escenario en Largo viaje hacia la noche, de Eugene O'Neill, junto a Agustín Siré como protagonista, y a Bélgica Castro y Shenda Román. Luego, participaron en cerca de 20 obras sobre aquel escenario. La gente los reconocía, recibían buenas críticas y tenían buenos sueldos; entonces, decidieron independizarse.
Se constituyeron como un elenco joven, independiente y de gran flexibilidad. Un amigo les prestó algo de dinero y crearon La Compañía de Los Cuatro con Héctor, Humberto y Orietta Escámez. Hugo, el cuarto, era el gran ausente y en su homenaje le pusieron el nombre a la compañía. Desde 1960 la pequeña sala Petit Rex fue su centro de operaciones, al lado del cine Rex, en Huérfanos, entre calles Mac-Iver y San Antonio.
-Cuando llegamos a hablar con el propietario nos dijo: "Perfecto, les doy la llave y les mando al administrador para que les encienda la luz... pero ahí se van a encontrar con las butacas y los pasillos y los camarines y el mismo escenario plagado de escenografías y muebles y trastos que nosotros hemos embargado a compañías que han fracasado –le contó a la periodista Roció Lineros en 1997.
Allí presentaron a clásicos como Shakespeare, con cambios de vestuario en escena, y a los primeros dramaturgos jóvenes iracundos ingleses: Ionesco, Beckett, Gogol, Pinter, Cousse, Williams, O'Neill, Orton, Osborne.
Allí, en 1968, Humberto y el actor Raúl Espinoza se dieron un largo y apasionado beso con lengua. El público quedó mudo. La obra era Entretengamos al Sr. Slone, dirigida por Víctor Jara y con guión del británico Joe Orton, un maestro de la comedia negra y el teatro under.
–A mí no me complicó. Éramos muy amigos con Raúl Espinoza, que murió muy joven por falta de atención médica. Ambos éramos locos por las mujeres. En los ensayos previos solo marcábamos el beso. Víctor no quería que lo practicáramos antes. Nos dijo que eso lo íbamos a dejar para el final. Recién nos besamos en el penúltimo y último ensayo general. Víctor gritaba: ‘¡No quiero un beso como los de la tv que se esconden de la cámara, quiero un beso con lengua, bien apasionado!’. Lo repetimos como veinte veces. Llegó un momento en que se nos quedaba colgando la baba. Víctor no quería nada falso, sino algo realmente auténtico, un beso de verdad. No admitía la actuación superficial, tenía que salir todo desde la interioridad.
"El beso generó muchas reacciones encontradas. Primero se producía un hielo tremendo, el público gesticulaba, todos muy impactados. Algunos aplaudían, otra gente se enojaba, nos gritaban: ‘degenerados, se pasaron, maricones’. Se levantaban de sus asientos y salían de la sala dando portazos. También el público se peleaba entre sí, había mucho público gay, todos ellos fueron a ver la obra. Mi papá se sentaba atrás, estaba encantado con la obra, gozaba como chino", recordó Humberto en una entrevista que le concedió a la periodista Macarena García Lorca, publicada en The Clinic en junio de 2017.
–Llevamos la obra a Lima, invitados por la Cancillería. La primera fila del teatro estaba llena de diplomáticos, autoridades, ministros. Nunca fuimos testigos de una cosa igual. La obra les pareció una cosa espantosa. Durante el beso hubo un silencio de muerte, estaban mudos. Cuando terminó, el embajador chileno nos dijo: ‘¡pero por favor, yo no sabía que la obra era así!‘ Nos retó, le explicamos que como actores respetábamos el texto y que había sido dirigida por un gran director, como Víctor. Pero lo mejor es que un día iba caminando a la función, fue un domingo de mucho calor, me acuerdo como si fuera hoy. Iba por una calle muy angosta, cuando a lo lejos, veo a un hombre muy grande y alto con una mujer chiquita… Se venían acercando, cuando lo reconocí. ¡Era Julio Cortázar con su pareja! Le digo Julio, pero qué maravilla. Sí, me dice, soy yo. Me preguntó quién era y a qué me dedicaba. Le expliqué que era actor y que estaba exhibiendo una obra. Lo invité a verla y esa misma tarde fue. Se me acercó al final y nos dijo: ‘Che, ustedes son muy valientes, estamos en Lima, esta es una sociedad muy conservadora, ¿cómo la trajeron acá?‘ Estaba asombrado. Nos dio un abrazo, fue muy hermoso.
Los Cuatro fueron los primeros y los únicos que presentaron un par de obras de Raúl Ruiz, dirigidos por Víctor Jara, y compendiadas en Dúo, que incluyó las piezas La maleta y El cambio de guardia.
Desde el Petit Rex hicieron más de 40 montajes, participaron en varias películas, grabaron discos LP de difusión poética y concurrieron a más de 80 emisiones de radioteatro. En la mayoría de esas producciones participaron artistas invitados, los que sumaron más de un centenar entre actores, directores, músicos y escenógrafos.
En eso estaban cuando llegó el golpe militar de septiembre de 1973. El 2 enero de 1974, tristes, desalentados y con muchas dificultades, salieron rumbo a Venezuela.
–Cuando eres visita en un país te atienden fantástico, porque saben que tienes tu pasaporte, tu pasaje y te vas. Pero una cosa distinta era instalarse en Venezuela como exiliado; aunque de hecho no lo éramos todavía, sabíamos que teníamos que quedarnos y no había otra posibilidad… Otra cosa es con guitarra, cuando saben que te vas a quedar ahí y que vas a ser un poco competencia en el medio –explicó Humberto al diario La Epoca en la entrevista ya citada.
Los primeros meses fueron muy difíciles, con más de 300 mil chilenos apoyándolos, la prensa ignorándolos y ningún espacio en el teatro local. Eso hasta que el Ateneo de Caracas les dio una mano para que intentaran una primera temporada. Desde ese instante, retornaron las giras y el recelo desapareció para dar paso a los reconocimientos.
Gracias al gobierno venezolano, realizaron una serie de giras internacionales que incluyeron Europa y Norteamérica. Entre ellas, una de las más grandes fue a Estados Unidos, que partió en San Francisco para recorrer más de 20 ciudades y terminar en Nueva York.
En la madrugada del 24 de diciembre de 1983, tras una gran fiesta de la cultura organizada por el gobierno, Héctor Duvauchelle fue asesinado. Con el corazón destrozado, Humberto regresó a Chile, sin ganas de rehacer su compañía. Se reintegró a la docencia y al teatro de la Universidad de Chile con La señorita de Tacna, de Mario Vargas Llosa, donde fue el protagonista, recibió muy buenas críticas y se reencontró con sus compañeros de trabajo y el público. Poco después creó el Taller Actoral 88 e inició sus clases de Voz y Oratoria a los estudiantes de Derecho de la Universidad de Chile. También dictó cátedra en la USACh y en la UPLA.
Con Mario Lorca hizo una gran cantidad de espectáculos de difusión poética y con Orietta Escamez la obra A la sombra del Quijote. Más tarde La noche de los poetas, y Las Musas de Neruda, entre otras.
–Desgraciadamente no tengo una muy buena opinión del teatro actual porque está muy minimizado. De repente, está muy vano y superficial, faltos de contenidos. Se está entreteniendo por entretener, sin contenidos. Sólo para divertir y pasar el rato. Yo creo que la televisión tiene mucha culpa de la frivolización del público. La televisión, a través de las teleseries, da soluciones rápidas para que el público se emocione fácilmente con melodramas. Con situaciones bien maniqueas donde el rating es el que manda a la televisión. Entonces, todo está estructurado en función del gusto del público. Porque el público manda y pasa que el arte nunca se ha regido por el factor público. El público no manda al arte. El arte es el que impone la belleza de llegar al público en toda su magnitud, pero no a través de su contenido, ni de situaciones que no son propias del arte –confidencio al diario electrónico lanacion.cl.
–¿Usted cree que la calidad radica en actual teatro comercial?
–Creo que los contenidos casi no existen en teatro. A ver, yo admiro mucho a Tomás Vidiella, Jaime Vadell y Coco Legrand, pero si están haciendo ‘Viejos de mierda’ como obra, usted puede entender que es solamente diversión que de alguna manera, puede entretener. Y, naturalmente buenos actores entretienen al público, lo divierte y entretiene, lo hacen repensar un poquito sobre su problemática diaria. Tres viejos que dialogan sobre problemas domésticos, pero eso no queda, ya en la esquina olvidan la obra. El teatro no trata de cambiar y nunca ha pretendido cambiar el mundo, pero sí paulatinamente inquietar al público respecto a las cosas que estamos viviendo actualmente. Inquietarlo, preocuparlo, el teatro está para hacer repensar sobre el mundo de hoy. Tenemos tantos problemas en Chile, verdad. Lo que importa realmente es un teatro de selección, un gran teatro y chileno. Yo defiendo la calidad, el repertorio y el nivel de interpretación de las obras. Yo creo que al teatro chileno le hace falta una lucha imperiosa de traer directores europeos y extranjeros –comentó hace más de un año.
Recibió muchos premios, pero le faltó el Premio Nacional de Teatro. En 2018 le otorgaron la Medalla Rectoral de la Universidad de Chile. Su rector, Ennio Vivaldi, destacó el impacto de la obra de Duvauchelle en montajes narrativos, como en 1970, en la Cantata de Santa María de Iquique, compuesta por Luis Advis e interpretada por el grupo Quilapayún; y el trabajo de recuperación de la obra poética de Oscar Castro, en conjunto con el grupo musical Los Cuatro de Chile.
En julio de 2017, la presidenta Michelle Bachelet le entregó la Orden al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda. Allí, la ex mandataria expreso:
–Humberto es un referente ineludible en la historia del teatro chileno, una presencia que nos remite a una época de gloria de nuestras tablas, la de la fundación y creación de los teatros universitarios. Su carrera nos muestra la importancia que tuvieron en esa historia los jóvenes aficionados que, como él y sus hermanos, actuaban en sindicatos, en escuelas, en parroquias de todo el país. Chile reconoce y agradece ese trabajo, esta dedicación constante al arte teatral, esa manera de recordarnos quiénes somos y para qué estamos aquí. Gracias, Humberto Duvauchelle, por tu talento y tu compromiso, por hacer de nuestra patria un lugar más amable, más profundamente humano, más acogedor y más hermoso.
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