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Martes, 16 de Abril de 2024
Especial: Libros sobre las AFP

El mito primordial de las AFP y su 'golden boy' José Piñera: la mirada de Alejandra Matus sobre el sistema de pensiones

Alejandra Matus

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José Piñera es nombrado ministro del Trabajo por Augusto Pinochet
José Piñera es nombrado ministro del Trabajo por Augusto Pinochet

Como parte de una serie de artículos que publicará INTERFERENCIA de distintos textos que analizan el sistema de AFP en Chile, la presente nota muestra el análisis de la periodista chilena, Alejandra Matus. La escritora, en este extracto de su libro "Mitos y verdades de las AFP", describe cómo se gestó el inicio del sistema previsional chileno y perfila a su 'golden boy' e ideólogo: José Piñera.

Admision UDEC

El mito primordial.

Quizá el primer gran mito que existe en torno al sistema de Administradoras de Fondos de Pensiones, es creer que la dictadura militar tenía una opinión monolítica acerca de las bondades del sistema que proponía el entonces ministro del trabajo José Piñera, y que todo lo que tuvo que hacer fue dictar un decreto y ponerlo en marcha. Es el propio Piñera quien relata en su libro El cascabel al gato. La batalla por la reforma previsional que su obra estuvo enterrada en un cajón, y que ahí se habría quedado si no hubiera tenido la astucia de dejar fuera del nuevo sistema a las Fuerzas Armadas.

José Piñera, el mayor de los hijos varones del clan Piñera Echeñique, de niño fue estudioso y meticuloso, lo que contrastaba con la personalidad de sus hermanos menores: Sebastián, Polo y Miguel, amigos del desorden y de los chistes (aunque -salvo Miguel- igual de competitivos que él en el plano escolar y, más tarde, académico). Cuando su padre, José Piñera Carvallo, fue nombrado embajador ante la Organización de las Naciones Unidas bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, José hijo se quedó en Chile, en la casa de sus abuelos, y nunca volvió al hogar materno. A pesar de la distancia que se produjo entre el solitario hermano mayor y el resto de la familia, en su juventud siguió los pasos de su padre y abrazó el ideario del Partido Demócrata Cristiano.

Aunque se lo considera un «Chicago Boy», Piñera en estricto rigor no lo es, pues si bien estudió Ingeniería Civil en la Universidad Católica de Chile como ellos y en 1970 emigró a Estados Unidos, obtuvo el doctorado en Economía en la Universidad de Harvard (que es catalogada como menos dogmática que su par de Chicago). A su regreso, en 1975, ya estaba instalada la dictadura militar en Chile y fue contratado como académico en la Pontificia Universidad Católica.

José Piñera, dando la espalda a las convicciones de sus padres, no tardó en acercarse a los cuadros civiles de la dictadura en los momentos en que la Democracia Cristiana, mayoritariamente, había ido abandonando el apoyo al régimen. En 1977 apareció en primera fila en el acto de Chacarillas, en el que Augusto Pinochet anunció el itinerario institucional de su régimen, redactado en las sombras por Jaime Guzmán. En las fotos que retrataron la jornada, Piñera aparece en primera fila junto a Jovino Novoa, Miguel Kast y Gonzalo Vial.

El año 1978 amenazaba con ser el peor para Pinochet: en Estados Unidos gobernaba el demócrata Jimmy Carter y se desvanecía el apoyo inicial que ese país le había dado. La investigación por el asesinato de Orlando Letelier, en Washington DC, pisaba los talones a su hombre de confianza, el coronel y director de la Dirección de Inteligencia Nacional, DINA, Manuel Contreras. Las denuncias de los familiares de detenidos desaparecidos iban subiendo de tono y, al amparo de la Iglesia católica, horadaban la imagen de su gobierno. El comandante en jefe de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh, desafiaba su autoridad y se acrecentaba la posibilidad de una guerra con Argentina. En ese contexto, el joven José Piñera publicó en la revista Ercilla una columna a página completa, bajo el título «Ahora o nunca».

En ella planteaba un diagnóstico catastrófico sobre el antiguo sistema de pensiones y proponía un camino de salida con argumentos dirigidos sin duda a quienes tomaban las decisiones en ese entonces: «Una injusticia abruma a los trabajadores chilenos: el sistema previsional», comenzaba diciendo. «La actual "seguridad social" les depara, casi con certeza, una vejez insegura. En nombre de la "solidaridad del sistema" se les castiga con un impuesto al trabajo que crea cesantía y deprime los salarios. Bajo la impunidad de organismos estatales "sin fines de lucro" se despilfarran los dineros en burocracias gigantescas, en privilegios intolerables, en inversiones erradas. Estos males son bien conocidos. El imperativo de reformar la previsión ha estado presente durante décadas en la agenda nacional, pero los intereses creados han bloqueado cualquier cambio sustancial. Actualmente temo que la principal barrera sea el peso de las viejas ideas.

Según su planteamiento, la previsión debía cumplir tres funciones: redistribuir ingresos (lo que se hacía hasta entonces por la vía de las asignaciones familiares), forzar el ahorro (para la futura jubilación) y proteger contra riesgos (accidentes, enfermedad, cesantía). Pero opinaba que el sistema vigente hasta entonces, y que estaba compuesto por diferentes «cajas» previsionales, no cumplía ninguna de ellas bien y a la hora de la verdad, pagaba «pensiones misérrimas».

«Ciento cincuenta organismos de seguridad social que ocupan cerca de 40 mil personas y que se rigen por más de dos mil textos legales, cobran un peaje burocrático que pagan los trabajadores, los cesantes y, en último término, toda la comunidad», fustigaba.

Cambiarlo, decía en su columna, no era complejo. Su idea era separar las tres funciones de la seguridad social: la «función redistributiva», cuya bondad reconocía en el pago de asignaciones familiares, debía ser cubierta por el Estado, en favor de los más pobres solamente. El resto -los seguros para los riesgos de la vida y las jubilaciones- debía ser entregado al mercado. Piñera decía que en esto el régimen debía mostrar coherencia:

«Los mismos principios del actual modelo económico, que están logrando en todos los campos un éxito sin precedentes, deben aplicarse en esta materia. La coherencia global de la política económica no puede ser vejada por los resabios socializantes que están impidiendo la modernización del país y que se han atrincherado detrás del actual sistema previsional (...) Que todas las formas de organización empresarial -las cajas estatales, las mutuales, las cajas de compensación, las compañías de seguros, los bancos, las cooperativas - compitan en igual pie, y debidamente reguladas por un Estado tutelar, para ofrecer a los trabajadores chilenos los más rentables planes de ahorro para las jubilaciones y los mejores seguros de salud».

Adelantándose a quienes pudieran criticar su idea por miedo al riesgo de dejar en manos privadas un asunto tan delicado, Piñera propugnaba la libertad de elección: el que quisiera quedarse en el viejo sistema podría hacerlo, pero por qué impedírselo a quienes quisieran optar por la alternativa privada.

«Basta ya de prejuicios y augurios tremendistas. Hágase la reforma que vale la pena hacer», decía José Piñera y, reconociendo que probablemente sería imposible aplicar sus ideas bajo un sistema democrático, planteaba como conclusión final: «Si el actual régimen no reforma la previsión, quizá ya no se podrá hacerlo nunca. Si lo hace, habrá removido el mayor obstáculo al progreso social, al desarrollo y al bienestar».

El golden boy

En noviembre de 1978, la American Federation of Labour and Congress of Industrial Organization (AFL-CIO), la poderosa y anticomunista asociación multisindical norteamericana, logró que en una asamblea de la Organización Regional Interamericana de Trabajadores se aprobara un boicot contra Chile por su política antisindical. El boicot consistiría en que los trabajadores portuarios asociados se negarían a descargar los productos chilenos en el extranjero, lo que podría ser particularmente pernicioso si se materializaba en Estados Unidos. La organización envió un emisario a Chile que se reunió con Pinochet en La Serena y le hizo saber que sin cambios en la política sindical no se detendría el boicot, fijado para enero de 1979.

La figura de José Piñera ya había llamado la atención de los ministros civiles y neoliberales que habían ido tomando puestos claves en el gobierno: no solo su columna en Ercilla les había impresionado, sino también una charla en la Universidad Católica de Chile en que el solitario doctor de la universidad más prestigiosa del mundo predicaba que aplicar el modelo en toda la economía traería el progreso y bienestar a Chile. Roberto Kelly, uno de los autores del programa neoliberal que se redactó antes del golpe para promoverlo tras el derrocamiento de Allende, y quien en ese entonces era ministro director de la Oficina de Planificación Nacional de Chile (Odeplan), había escuchado una de esas inspiradoras charlas y lo había invitado a repetirla en el edificio que ocupaba la Junta de Gobierno, el Diego Portales (que hoy alberga el Centro Cultural Gabriela Mistral, GAM). Kelly no le dijo que entre su audiencia estarían los integrantes de la Junta, el gabinete de Pinochet y altos mandos de las Fuerzas Armadas.

«Pese a la sorpresa, el economista reiteró su charla y su visión optimista de las posibilidades fundacionales del régimen. Algunos ministros, molestos por lo intempestivo de la cita, hablarían después de la "clase de economía" del hombre de anteojos, de quien solo se sabía que era asesor personal de Manuel Cruzat y editor del boletín de la Colocadora Nacional de Valores, uno de los más prestigiosos en su rubro».

Su nombre comenzó a sonar ante un cambio de gabinete que preparaba Pinochet para diciembre. La sorpresiva renuncia de Pablo Barahona a la cartera de Economía, tras chocar con el invencible ministro de Hacienda, Sergio de Castro, adelantó los movimientos ministeriales, y sus nuevos amigos civiles en el gobierno imaginaron a Piñera en su reemplazo.

Sin embargo, a Pinochet le dolía el ministro del Trabajo, Vasco Costa, pues su permanencia en el cargo se le anunciaba como condición casi segura para que el boicot del sindicalismo internacional hiciera tambalear la estabilidad del régimen. Estaba molesto y tentado de nombrar a militares aún más duros con los sindicalistas chilenos, pero siguió el consejo de Sergio Fernández de designar a un civil que pudiera componer las relaciones. Así que su amigo Kelly se fue a Economia, y a Piñera se le propuso el Ministerio del Trabajo.

Pese a que asumir un cargo de gobierno significaba ponerse en la vereda de enfrente de las posiciones de sus padres y aun de sus hermanos que, aunque no eran opositores acérrimos del régimen, tampoco eran entusiastas partidarios, Piñera no titubeó. Vio la posibilidad de ver cumplido el sueño del tecnócrata educado en la bondad de las políticas públicas diseñadas en laboratorios académicos, sin necesidad de ensuciarlas en las negociaciones y transacciones políticas. Piñera creía en la necesidad de impulsar una reforma total a la administración del Estado, inspirada en los principios libertarios del capitalismo, salvo, por cierto, en lo que respecta a las libertades democráticas.

Él mismo explica en su libro cómo pensaba sobre la reforma previsional: «Creo firmemente en la democracia como forma de gobierno. Pero, tras conocer a fondo la legislación laboral y previsional que Chile llegó a tener en 1973, no pude sino tener una idea muy pobre de la forma en que nuestra clase política, los partidos, y gran parte de los sectores dirigentes de nuestro país habían construido y administrado la democracia chilena (...) Fue esta concepción degradada de la democracia el factor que condujo al sistema previsional que teníamos. Los trabajadores más pobres jubilaban con pensiones misérrimas y tras cuarenta, cuarenta y cinco o cincuenta años de- trabajo. Los trabajadores con mejores remuneraciones y poder de presión lo hacían a los quince años de servicio, con casas subsidiadas y con reajustes automáticos de sus pensiones. El perfil nacional de privilegios previsionales coincidía, de manera escandalosa, con el perfil del poder político de los distintos grupos de chilenos».

El mayor de los Piñera Echeñique no confiaba en que la democracia fuera capaz de corregir el problema: «Uno tenía que ser demasiado cándido para alentar esperanzas de que el remedio pudiera salir de la propia enfermedad». Él pensaba que la incapacidad para hacer lo que -a su juicio- era «lo correcto» fue lo que hizo fracasar al sistema político chileno en 1973. «A pesar de todas las místificaciones que se han hecho, no fueron los militares quienes lo derribaron. El sistema cayó por su propia inoperancia. (...) Como lo dijera el presidente Frei, "la democracia chilena se murió por dentro"».

Él veía -y proclamaba- que el régimen de facto podía, obviamente mantener a raya las presiones de los grupos interesados para así poder hacer lo correcto. La violación sistemática de los derechos humanos y la represión que aplicaba el régimen para lograr ese control no se mencionaban en sus análisis.

No obstante, como reconoce el propio Piñera, bajo la apariencia de unidad de propósito y de acción del régimen militar se movían y luchaban distintas corrientes de opinión. Y así como había un fuerte sector empeñado en realizar las reformas neoliberales a ultranza, había otro igualmente fuerte que las resistía. «Alojaban en su interior», admite, «las más diversas tendencias y entre sus partidarios figuraba gente de muy distinta orientación, incluyendo muchos que veían con recelo tanto la posibilidad de dar cabida al sector privado en este plano como la de entregar a los trabajadores mayor autonomía, libertad y control sobre su futuro previsional». El sistema previsional chileno, agregaba, «fue acaso el único fraude -porque eso es lo que era- que se las ingenió para presentarse ennoblecido por el valor ético de la solidaridad».

Pero llegado al Ministerio del Trabajo, lo que se esperaba del joven economista no era que reformara el sistema de pensiones, sino que resolviera el problema del inminente boicot de la AFL-CIO. A diferencia de su antecesor, Piñera abrió las puertas del ministerio a los dirigentes sindicales autorizados (entre ellos Tucapel Jiménez, que aún no se enfrentaba al régimen) y convenció a los líderes internacionales de que haría reformas que beneficiarían a las organizaciones sindicales. Entre sus asesores destacaban las figuras de Hernán Büchi, que gozaba de un amplio respeto entre los civiles del gobierno militar, y del abogado Roberto Guerrero.

Sin embargo, lo que les dio a los trabajadores como eliminar las restricciones para realizar asambleas y las cortapisas que se habían impuesto al derecho a reunión-, se los quitó al diseñar una nueva legislación laboral que pulverizó el derecho a huelga. Esa fue la primera obra de su autoría: el Plan Laboral. Haber quitado el peso de la amenaza del boicot internacional a las exportaciones chilenas fue como el ratón que le quitó la espina de la pata al león, en la conocida fábula. Los bonos del joven y recién avenido funcionario del régimen se elevaron por los cielos y Piñera pensó que, con ese piso, hacer su reforma previsional sería pan comido. Mal que mal, el régimen ya había dado un pequeño paso a fines de 1978, cuando se estableció el reajuste automático, para todas las cajas, de las pensiones de acuerdo con el IPC. Con eso se acabó la labor de las llamadas «perseguidoras» (menos las de las Fuerzas Armadas, que no se tocaron), cuya misión era «perseguin» el sueldo de los trabajadores activos y adecuar el valor de la jubilación de cada trabajador a ese monto, de acuerdo con las normativas que tenía cada caja (por ejemplo, que la pensión sería un 70 por ciento de los salarios recibidos en el último año por un trabajador en servicio activo; o el 100 por ciento del promedio de los salarios percibidos en tres años, etc.).

Pero se equivocaba.

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Comentarios

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MUY BUEN PERIODISMO

Me interesan sus contenidos, pero estoy cesante.

me gusta estar informado de la situacion y vivo en el exterior

me gusta estar informado

Impresionante lo que se lee. Muchas gracias Alejandra por tu gran aporte. Interferencia, diario digital fundamental.

interesante

Muy claro.... se ratifica lo muy necesario de los cambios estructurales del actual sistema nefasto del mal llamado sistema previsional y seguridad social.

Interesante

Exelente, a la espera de las siguientes publicaciones...!!!

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