A principios de agosto de 1862, el bergantín Garibaldi zarpó desde la Isla de Pascua con destino a Perú. En su asta flameaba una bandera chilena. Tras casi tres semanas de navegación, el miércoles 20 de agosto el barco y su carga arribaron en el Puerto del Callao de Lima. Las bodegas del Garibaldi no traían mercancía, sino seres humanos. En concreto, mujeres y hombres rapanuis que se iban a ofrecer en los mercados de esclavos limeños.
Esa embarcación era una de varias que en esa época traficaba con “mano de obra barata” que después se subastaba en Perú, en aquel entonces una potencia económica en Sudamérica. Casi todas estas misiones que salían de Isla de Pascua estaban a cargo de comerciantes chilenos. De hecho, el bergantín Garibaldi obtuvo la matrícula chilena en mayo de 1861 y figuraba bajo la propiedad de uno de los empresarios más ricos y poderosos de la época: Agustín Edwards Ossandón.
Nacido en La Serena, Agustín Edwards Ossandón fue el sexto hijo entre el matrimonio de George e Isabel y el primer Agustín de la rama de Agustines en la familia Edwards (el quinto fue Agustín Edwards Eastman, dueño de El Mercurio, fallecido en 2017). Con especial interés en los negocios, se independizó de su padre con tan solo 15 años para dedicarse a los negocios mineros en Huasco y Freire. En 1835, a los 20 años, ya contaba con un capital de 200 pesos (unos 40.000 dólares de hoy). Su pasión por el trabajo y el ahorro lo llevaron a ser el mayor capitalista minero en la región de Atacama a comienzos de la década de 1850. Además, incursionó en negocios de seguros, metalurgia, ferrocarriles, propiedades, además de la Casa Bancaria Agustín Edwards y Cía, uno de los primeros bancos comerciales del país. Llegó a ser el hombre más rico de Chile y su fortuna, a su muerte en 1878, equivalía a cerca del 5% del Producto Interno Bruto de Chile.
Dentro de sus actividades económicas desconocidas estaba el bergantín Garibaldi, que traficaba esclavos rapanui a Perú. Según el Informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los Pueblos Indígenas, convocado por el gobierno chileno en 2001 y publicado en octubre de 2008, hay registro de al menos 20 naves que recalaron en Isla de Pascua entre el 15 de junio de 1862 y el 18 de agosto de 1863. De acuerdo a ese reporte, en total se capturaron más de 2.000 habitantes de las islas polinésicas, de los cuales cerca de 1.400 eran de origen rapanui. Eso correspondía a casi 35% de la población total de Isla de Pascua.
Estas redadas fueron una de las causas por las que casi se provocó la extinción de la población autóctona, y también se perdió una parte de su cultura. “Secuestraron como esclavos a las personas que conocían la escritura del Rongo Rongo. Eso se perdió para siempre. Las pocas personas que regresaron, portaban enfermedades contagiosas del exterior, como la viruela, que diezmaron aún más a la población isleña. Las misiones esclavistas fueron el inicio de un período donde el pueblo Rapa Nui estuvo al borde de desaparecer, por eso seguramente decidieron finalmente darle a Chile la soberanía sobre su territorio (el 9 de septiembre de 1888)”, afirma Mario Amorós, autor del libro Rapa Nui, una herida en el océano (Ediciones B, 2018).
La demanda por mano de obra barata del Perú en esos años se debió al fuerte auge del guano, algodón y caña de azúcar para los mercados europeos y de Estados Unidos.
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El primero en obtener licencia para importar esta “mano de obra” barata a Perú fue el irlandés Joseph Charles Byrne, el 1 de abril de 1862. En su trabajo de investigación titulado Los colonos polinesios en Sudamérica, la variante chilena en el tráfico de Rapanui a Perú, publicado en enero de 2017 como parte del libro América en diásporas (RIL Editores, 2017) el historiador chileno Milton Godoy develó la identidad de varios de estos empresarios esclavistas, siendo uno de ellos precisamente Agustín Edwards Ossandón. “Su nivel de implicancia queda en evidencia gracias a un comunicado de Manuel Antonio Tocornal, a la sazón ministro de Relaciones Exteriores, quien en diciembre de ese año escribía al cónsul chileno en dicho puerto respecto de las naves que con bandera nacional realizaban expediciones ‘para traer salvajes de las islas de Oceanía’”, afirma en el escrito.
Ante el temor que las autoridades chilenas tomaran cartas en este asunto, Edwards cambió el nombre y la bandera de su embarcación. Godoy explica que “era una práctica recurrente entre los propietarios de naves esclavistas para no ser identificadas por las autoridades chilenas que criminalizaron su actuar”. Incluso, muchos de los capitanes de los barcos decían nombres ficticios de islas, como Paypay, Estes, Frinaley, entre otras, para no revelar el lugar de origen de la mano de obra que estaban traficando.
Edwards Ossandón compró el bergantín en Perú en mayo de 1861 bajo el nombre de Campidoglio. Fue renombrado Garibaldi y vendido el 26 de enero de 1863. La carta enviada por el ministro Tocornal, dice que “durante este significativo año de 1862 circularon por el Perú alrededor de 80 barcos de más de 150 toneladas que navegaban con bandera chilena”.
Además de las naves chilenas, hubo muchos barcos peruanos, españoles y algunos de banderas no especificadas, que hicieron expediciones a las islas polinésicas para captar esclavos.
Oficialmente, el gobierno peruano le puso fin a esta actividad en abril de 1863. Las autoridades tanto británicas como francesas retuvieron a algunos buques en la Polinesia y sus capitanes fueron sometidos a procesos judiciales en Tahití y Nueva Caledonia. Pero al igual que muchos empresarios sudamericanos, Agustín Edwards Ossandón, logró pasar inadvertido ante la justicia y ante la historia.