La Unión Europea (UE) está en crisis y esta se expresa en la irrupción de opciones políticas de extrema derecha, pero también de la izquierda extrema, las que cuestionan la existencia misma de esta entidad paneuropea. La paradoja está en que esa derecha e izquierda euroescéptica se expresa también en las mismas elecciones democráticas para el Parlamento Europeo que ofrece la UE.
Las elecciones al Parlamento Europeo, que se extendieron durante varios días, han dado ciertas luces sobre el futuro inmediato del llamado viejo continente. La participación electoral superó 50%, la más alta en 20 años, lo que significa que los votantes de este continente se tomaron en serio, para bien o para mal, el porvenir de la UE.
Los partidos de centro -en la derecha e izquierda- siguieron siendo los más votados, pero perdieron la mayoría absoluta, en un claro revés a las opciones moderadas. La ultraderecha, que prometía irrumpir con una fuerza arrolladora, tuvo avances, pero muy por lo debajo de lo esperado. El Partido Popular Europeo (que agrupa a los conglomerados de centro-derecha como el PP español o la CDU alemana) y Socialistas y Demócratas (que reúne a los partidos socialdemócratas y de centroizquierda) obtuvieron casi 44% de los votos, entre ambas corrientes ya no suman más del 50% de los votos que les permitían dominar las políticas de Bruselas.
En muchos países de Europa, las elecciones al parlamento de Bruselas permiten votar de manera distinta a lo que hacen en los comicios internos. Así, por ejemplo, en España un habitante de Andalucía puede votar por una opción catalana o vasca, cosa que no puede hacer en las elecciones españolas. Eso lleva a que muchos habitantes europeos ‘sinceren’ sus votos europeos: es decir, suelen votar por posturas más extremas, ya sea por castigo o por convicción. Además, el voto europeo suele constituir una suerte de referéndum sobre la política interna.
Pero, al analizar la elección país por país, queda claro que muchos votantes están reafirmando el giro hacia la derecha. El caso más evidente es el del Reino Unido, donde el Partido del Brexit obtuvo una sólida victoria, siendo el partido más votado en el país (37,1%). Esto, en medio de la crisis política producto del fracaso sistemático de la saliente primera ministra Theresa May, en lograr una negociación ordenada para salirse de la UE, tras el plebiscito de junio de 2016 que dictaminó la salida de esta región de la Unión Europea.
En Francia se produjo una situación similar. El Presidente Macron sufrió una dura derrota a manos de Rassemblement National, el antiguo Frente Nacional encabezado por Marine Le Pen, que con 23,5% obtuvo la primera mayoría nacional, superando al movimiento político centrista del mandatario que obtuvo 22,5%.
Si bien este resultado no logra una mayoría suficiente para que Le Pen cumpla su promesa de sacar a Francia de la UE, sí se convierte en un dolor de cabeza para el Palacio del Eliseo. Los ultraderechistas franceses ya están exigiendo nuevas elecciones, en circunstancias en que Macron sigue horquillado por el movimiento de las chaquetas amarillas. El mandatario esperaba que estas elecciones le dieran oxígeno, pero ello no fue el caso.
En Italia también se afianzó la derecha. La Liga del Norte de Matteo Salvini obtuvo la primera mayoría nacional con 33,6%, desplazando a socialcristianos y socialdemócratas, que obtuvieron resultados históricos mínimos.
En Grecia, en tanto, la gobernante Syriza -la izquierda que atravesó la crisis de deuda griega desafiando al Fondo Monetario Internacional y al Banco Central Europeo- sufrió una dura derrota contra Nueva Democracia, el partido de centroderecha aliado con los socialcristianos alemanes, obligando al gobernante Alexis Tsipras a adelantar las elecciones para junio.
En Alemania, por otro lado, no se produjo la temida explosión de la ultraderechista AfD. Pero no sólo ellos perdieron, sino que también los tradicionales partidos CDU y SPD. En cambio, y un poco a contracorriente del resto de Europa, los grandes ganadores fueron los ecologistas del Partido Verde.
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