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Sábado, 20 de Abril de 2024
Entrevista a líder académico

Guillermo Soto: "La universidad ha dejado de ser un espacio público"

Ricardo Martínez

Este lingüista y profesor de la Universidad de Chile es uno de los docentes que lideró la creación del documento La universidad que queremos, un manifiesto realizado por académicos de esa casa de estudios y que ha sido firmado ya por más de doscientos docentes tanto del sistema público como del privado. El documento debate el rol del mercado y la burocracia en el sistema universitario actual en Chile.

Admision UDEC

Hace unas semanas se empezó a promover entre académicos chilenos un manifiesto de un grupo de profesores de la Universidad de Chile en el que se discutía el papel que juegan el mercado y la burocracia en las universidades  del país. Un documento en amplia consistencia con una serie de diagnóstios compartidos por el mundo universitario en la presente década.

Entrevistamos a Guillermo Soto, uno de los académicos que participó de la redacción original del documento: La Universidad que queremos acerca de los puntos centrales del debate.

- En su manifiesto ustedes indican que la universidad se ha mercantilizado y burocratizado, lo que sería contrario a la misión de la universidad. ¿Cuál es esa misión?

- Lo primero que creo necesario decir es que el manifiesto es obra de varios académicos de distintas facultades de la Universidad de Chile, que van desde las ciencias y tecnologías hasta las artes y las humanidades. Somos un grupo que, si bien comparte cierto diagnóstico respecto de la situación actual y cierta visión de la universidad, tenemos posiciones distintas en diversas materias. En este sentido, mis respuestas son en primera persona y no representan una voz, por así decirlo, única.

La misión de la universidad es, por supuesto, una cuestión abierta, en constante redefinición, y evidentemente histórica. Las universidades actuales no son iguales a las Medioevo ni las universidades chilenas actuales son iguales a la Universidad de San Felipe [la primera creada en Chile durante la Colonia].

La propia Universidad de Chile de Andrés Bello no hace lo mismo que la de Ignacio Domeyko y la de hoy también es, en gran medida, otra. La transformación de su sentido y su acción forma parte de la historia de las universidades y ellas han demostrado una gran flexibilidad para adaptarse, sin dejar, a la vez, de ir desarrollando ciertos modos de relación que les son característicos.

Modos que, por supuesto, también son cuestionados y tampoco existen en forma pura: la investigación y el estudio profundos y libres; la preocupación tanto por problemas específicos de la sociedad como por temas universales; la formación de jóvenes que -junto con aprender una profesión o un oficio- se forman como ciudadanos, tienen la oportunidad de conocer humanidades y ciencias, y se relacionan intensamente con un campo del saber.

Todo esto en un ambiente autónomo, idealmente libre, plural, orientado a la búsqueda del conocimiento y la comprensión de la realidad para transformarla.

Me parece que estos son aspectos centrales, principios, de lo que podríamos entender hoy por la misión de la universidad, aunque, por supuesto, no agotan lo que una universidad dada pueda entender como su misión específica.

- Sobre la mercantilización ¿como se observa esto en las universidades públicas?

Durante años las universidades del Estado han debido participar en un sistema de mercado donde compiten por alumnos que pasan a ser sus clientes. El actual sistema de gratuidad, que beneficia a un gran número de estudiantes, no modifica sustantivamente esta realidad. Las lógicas de competencia y de relación cliente-proveedor de servicios van en contra de aspectos centrales del quehacer universitario, como los que ya expuse.

Más aún cuando lo central pasa a ser la instrucción en habilidades o competencias para preparar profesionales adecuados a las exigencias del mundo laboral. A esta competencia en el ámbito formativo, que lo reduce a un fin puramente inmediato y utilitario, se suman lógicas competitivas en la investigación. Algo que extienden al mundo universitario un modos de funcionamiento propio del mundo empresarial, que choca con el ethos universitario.

La universidad empieza a ser concebida como una empresa proveedora de servicios educacionales terciarios y, consecuentemente, comienza a mutar su estructura y su quehacer en consonancia con esa concepción. Esto tiene efectos tanto en la docencia como en la investigación, y en la relación entre la universidad y la sociedad, la llamada vinculación con el medio. Esto hace que la universidad vaya dejando de ser un espacio público y subordine su quehacer a fines determinados por el mercado, que afectan su rol crítico y emancipador, y a demandas de corto plazo, que chocan con la perspectiva más larga que se espera de ella.

- Sobre la burocratización, en el manifiesto se muestran contrariosa la predominancia de la gestión ¿Pero puede una universidad no considerar a la gestión como un elemento clave en su hacer?

- La gestión es un aspecto clave en cualquier institución. También la existencia de una burocracia universitaria. Eso es evidente. En ese sentido, cuando hablamos de burocratizar lo hacemos en el sentido que da a la palabra el Diccionario de la Lengua Española: ‘aumentar de manera excesiva las funciones administrativas de una sociedad u organización’. La palabra clave aquí es excesiva.

El problema está en el peso y el poder que ha ido tomando la gestión en la universidad, no solo en Chile sino en el mundo. Esto ha tenido dos consecuencias, al menos. Por una parte, un fuerte aumento de los costos de la enseñanza universitaria y del quehacer universitario, en un sentido amplio, pues en muchos casos se trata de un número cada vez mayor de funcionarios bien pagados, en una situación que contrasta con la precarización que sufren especialmente académicos jóvenes. Por otra, una creciente limitación, en la práctica, de la autonomía universitaria que se expresa en una cada vez mayor injerencia de criterios no académicos en cuestiones de naturaleza académica.

A esto se suma -y esto ya viene siendo, en comparación, un detalle- el papeleo cada vez mayor que deben realizar los académicos, llenando documentos muchas veces completamente inútiles que afectan el tiempo para investigar y preparar clases. Con demasiada frecuencia los académicos deben escaparse de la universidad para realizar las tareas universitarias, lo que ya resulta sugerente del lugar al que hemos llegado.

- ¿En qué medida los académicos deben realizar tareas que se consideran más lejanas de su hacer natural?

- Para responder esa pregunta habría que concordar primero en qué se entiende por tareas más lejanas de su quehacer natural. De los profesores se espera, en primer lugar, que investiguen y den clases; también que se vinculen con la sociedad y realicen algunas tareas administrativas y, a veces, participen del gobierno universitario.

Me parece que no podemos esperar de cada académico que realice todas estas funciones. Habrá quien sirve más para una cosa y otro para otra. El problema, me parece, surge cuando actividades explícita o implícitamente de servicio, destinadas a ganar dinero, empiezan a ser las dominantes. Entonces uno puede preguntarse hasta dónde esas actividades favorecen los modos de relación universitarios y hasta qué punto implican otras lógicas, propias del mundo de la empresa o del quehacer de los gobiernos. La cuestión no es blanco y negro, porque también se espera hoy que las universidades se relacionen con las empresas, los gobiernos y la sociedad civil y las organizaciones sociales, contribuyendo al desarrollo social, cultural y económico del país. Esa es una exigencia para las universidades.

El problema, me parece, se da cuando estas relaciones ahogan el quehacer propiamente universitario, que es justamente la razón por la cual, en primer lugar, empresas, gobiernos y sociedad civil tienen interés en relacionarse con las universidades.

- Sobre el predominio de los indicadores, ¿cuál es su propuesta?

- Me parece que la cuestión del predominio de los indicadores es un problema real. Por un lado, como decimos en el manifiesto, la evaluación y, en particular, agregaría, la autoevaluación es un aspecto central en la universidad de hoy. El problema aparece cuando se quiere reducir la evaluación a unos cuantos indicadores de los que depende la vida o la muerte académica.

Como en tantos otros casos, el problema está en primer lugar en los supuestos que subyacen más que en los indicadores mismos. La idea de que la evaluación ideal sería aquella que se formula sin participación humana, como resultado de una mera suma de atributos cuantificados por otro. El fetichismo del número.

Y también el fantasma de la objetividad, para usar una frase de Abraham Magendzo: el prurito de evitar la subjetividad, el criterio del que sabe.

A esto se le suman problemas con los indicadores, que siempre tienen puntos ciegos. Para poner un ejemplo conocido: cuando se premian las citas de un artículo en los cinco últimos años, se subestiman las obras rupturistas e innovadoras, cuyo efecto en la bibliografía especializada tiene otra ventana temporal. Por otro lado, sabemos que muchas personas terminan trabajando para el indicador, lo que hace que este vaya progresivamente perdiendo sentido, porque deja de indicar fielmente lo que en un principio indicaba. Y lo que es peor, cuando solo premiamos al que trabaja para el indicador vamos poco a poco favoreciendo que se corrompa el sentido de lo que hacemos en la universidad, vamos minando el ethos del quehacer universitario.

La solución a estos problemas no es simple. La evaluación por indicadores ha permitido en algunas universidades develar inequidades entre académicos y eso ha sido bueno. Creo que es necesaria una discusión amplia sobre esta materia, una discusión en que participen los propios académicos, explorando formas de evaluación que sean sensibles a las realidades disciplinarias; que mezclen, probablemente, criterios, y que estén orientadas a mejorar el quehacer universitario.

- Fue, creo, en Córdoba que surgió la idea de la universidad como una Republica dentro de la República ¿Qué de eso se pierde en este sistema que ustedes consideran enrarecido? 

No conozco los alcances de esa expresión y no quisiera cometer errores de análisis histórico; sin embargo, la idea de que la universidad es, o más bien debe ser, un espacio público me parece evidente por todo lo que ya he dicho: las universidades son lugares de disenso, de crítica, de libertad.

En América Latina han cumplido también un papel social y político fundamental que se relaciona con estas propiedades. Cuando vemos a la universidad como una empresa de servicios, cuando los estudiantes son concebidos como clientes y cuando el conocimiento es privatizado, en esos casos me parece que es muy claro que se está transitando hacia un tipo de universidad muy distinta de aquella centrada en los principios que expuse antes.

- Un punto esencial en su manifiesto es la tensión entre competencia y colaboración en lo académico ¿Cómo piensan que esto se puede llevar a la práctica cotidiana?

- En realidad, me parece que no se trata de una tensión entre dos fuerzas, sino más bien de los efectos que tiene sobre la vida universitaria una concepción global que ve la competencia en todo orden de cosas y en todo momento como algo muy positivo que favorece siempre la creatividad y el desarrollo; en particular, la competencia económica.

Creo que esta idea forma parte del sentido común actual, especialmente en quienes toman las grandes decisiones. De hecho, cuando una los lee o escucha advierte que esta idea se trata como si fuera una ley natural, lo que sugiere, más bien, que se trata de un constructo ideológico.

En mi opinión, las universidades deben remar contra esta corriente. Diversas universidades en el mundo ya han tomado iniciativas en este sentido al hacer públicas las patentes y las publicaciones científicas o al negarse a renovar subscripciones en editoriales académica internacionales.

Hay que ir más allá y aprovechar que cada vez más personas ven que el economicismo dificulta la libre circulación de las ideas, subordina la investigación a los intereses del mercado y afecta el sentido de la formación universitaria.

- Toda organización compleja, como lo son las universidades, requiere de distintos agentes en diferentes roles ¿Es posible una universidad del siglo XXI sin algunos de estos roles?

- Me parece que esta pregunta contiene su respuesta: se necesitan distintos actores. Un político podría decir que la universidad es una gran casa donde todos caben, pero eso no resuelve el problema concreto de la pérdida de poder de los académicos ante los funcionarios y de la precarización de académicos e investigadores, especialmente jóvenes.

Un colega de sociología me enseñó hace un tiempo la expresión cognitariado [la síntesis entre lo cognitivo y el proletariado]; es una palabra que condensa de modo muy preciso uno de los problemas que estamos viviendo actualmente en las universidades. La lógica empresarial termina transformando a los académicos en cognitarios y eso es algo que podemos ver hoy en las universidades. 

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