“¡Nos están matando! Velatón en memoria de Delicienne Sajuste. Asesinada por su pareja en El Quisco. #LasVidasNegrasImportan”. Aparece escrito en la convocatoria al primer evento masivo que organizó la Secretaría de Mujeres Inmigrantes.
El domingo 13 de enero la Plaza de Armas se convirtió en el centro de la disconformidad migrante. Organizaciones feministas chilenas y extranjeras, mujeres, hombres y niños, se juntaron en torno a las velas. Rodeados de carteles, flores y fotografías se turnaron para ocupar el micrófono y condenar los dos femicidios a inmigrantes -de los siete en total- ocurridos en el primer mes del año: Laura Gálvez (argentina) y Delicienne Sajuste (haitiana).
“Delicienne Sajuste presente”. “Que en Chile ser mujer, negra, pobre, migrante, no sea igual a muerte”. “Que migrar sea florecer y no desaparecer”. Fue lo que se leía en las pancartas que sostenían los manifestantes ese domingo. Cuatro días tomó organizar la velatón. Cuatro días en que el WhatsApp de Isabel Galán no paró de vibrar. “Se visualiza a las víctimas de femicidios chilenas, pero a las inmigrantes no tanto. Quisimos hacer esa reivindicación: a las inmigrantes también nos matan”, dice Galán explicando las razones de la manifestación.
Con su voz suave y pausada, Isabel Galán (41 años) cuenta que en Chile encontrar trabajo ha sido difícil y, por lo mismo, su vida acá se ha tratado de instaurar y hacer florecer el incipiente feminismo entre las mujeres inmigrantes. Esta salvadoreña oriunda de Sonsonate, de poco más de metro y medio de estatura, piel blanca, melena negra, ojos expresivos y delineados, hoy coordina las áreas de Autonomía Económica y Cooperación de la Secretaría de Mujeres Inmigrantes la que, precisamente, nació a partir de la pregunta que ella ha intentado responder desde que llegó a Chile: ¿Dónde están las mujeres inmigrantes en el feminismo chileno?
Asumirse inmigrante
Galán llegó a Santiago en 2017 con Mateo, Luis y Adriana, los tres hijos de su primer matrimonio. Llegó por amor. En un viaje que había hecho años atrás al sur de Chile, conoció a Ricardo, se enamoraron. Tuvieron una relación a larga distancia por un tiempo, luego él se fue a vivir a El Salvador con ella para probar suerte. Pero las cosas no fueron fáciles, “en mi país la violencia social es terrible. Caminar no se puede. Andar en transporte público se considera un deporte extremo: las pandillas se suben y piden identificación, si hay alguien del territorio enemigo lo matan”, cuenta Galán. Como pareja vieron un futuro mejor en Chile y esta vez era Galán quien dejaba su país.
A su llegada, buscó trabajo en áreas de género: “En las municipalidades me decían que estaba sobre calificada. En el Ministerio de la Mujer que tenía que ser chilena”. Antes de que le cerraran las puertas para trabajar, ella no se asumía como inmigrante: “Yo traía en mi cabeza que mis derechos eran aquí y en todo el mundo”. Se fue dando cuenta que le pedían visa y permiso laboral para todo, incluso para participar en juntas de vecinos. En el intertanto quedó embarazada. El escenario era complejo y no se sentía cómoda. Estaba en un país extranjero sin posibilidades de trabajo, “me sentí confinada, literalmente confinada al espacio doméstico. Sentí que me estaba asfixiando”, recuerda Galán.
“Comencé a verme desde mi lugar de inmigrante y me pregunté qué estaba haciendo el movimiento feminista en Chile”, dice Galán. Empezó a averiguar, a preguntarle a sus conocidos dónde podía encontrar alguna agrupación feminista. “Ninguna de las mujeres que había conocido en Chile eran feministas, solo sabían que se manifestaban de vez en cuando”, dice Galán. Fue a través de Facebook que se puso en contacto con la agrupación Ni una Menos. “Participe haciendo activismo. Me sentí bien acogida, fueron muy sororarias conmigo. Se interesaron en mí y en mi historia”, cuenta Galán.
“Su proactividad, su simpatía, su amabilidad y su templanza”, dice Elena Dettoni, fue lo que destacó de Galán cuando la conoció en una de las asambleas de Ni una Menos. A principios de 2017 comenzaron a participar juntas en diversas actividades y proyectos de la agrupación. Dettoni la describe como "una tremenda feminista", por el trabajo que realizó en El Salvador relacionado con el feminismo en contexto de migrantes. “Su experiencia y activismo, es algo de lo que nosotras, y yo en particular he aprendido muchísimo”, expresa Dettoni.
Lentes morados para ver desigualdades de género
“Ahora te tendrán dominado”, “le vas a tener que permiso hasta para tomar agua”, “se va a hacer lesbiana como esas mujeres”, se burlaban los amigos del entonces marido de Galán en El Salvador, cuando ella comenzó a introducirse en el feminismo. Fue en 2003, mientras estudiaba la Maestría en Desarrollo Local en la Universidad Jesuita, cuando conoció a quien ella denomina su mentora. Cleotilde Guevara la invitó a participar en una escuela de debate feminista, organizado por La Asociación por la Dignidad y la Vida de las Mujeres: Las Dignas.
Ese fue el punto de no retorno en el camino feminista de Isabel Galán. “Ellas me removieron el patriarcado que todas llevamos escrito en los huesos. Comencé a indignarme, a querer transformar la realidad de las mujeres”, cuenta. Leyó sobre la teoría de la emancipación, participó en ONGs feministas, trabajó en departamentos de género municipales. “Para autoreconocerme como feminista, yo tenía que pasarme el feminismo por la piel, leer libros y conocer más para construir un buen discurso”, afirma.
Galán recuerda que para su familia fue difícil enterarse del camino feminista que ella estaba iniciando. Hace dieciséis años atrás, existían muchos más prejuicios de los que hoy aún perduran. Además, “la sociedad salvadoreña es bastante conservadora. El aborto ni siquiera está en la agenda pública”, afirma Galán. Ella misma se dió cuenta que el camino como feminista es cuesta arriba y se fue impactando con el nivel de violencia que enfrentaban las mujeres de su país. Trabajando en diversos gobiernos municipales, tomó conciencia de que es distinto leer sobre desigualdad de género y patriarcado, que tratar diariamente con casos reales: “Me costó, me afectó terriblemente. Estuve mal emocionalmente”, recuerda Galán.
Todo sumaba en su construcción como mujer feminista, pero generaba tensiones en su vida familiar. Se fue dando cuenta de la violencia que ella misma vivía. Ganaba un buen sueldo, y cada mes le entregaba el cheque a su marido. “Si yo quería comprarme una blusa, tenía que convencerlo de que realmente la necesitaba y, si lo lograba, me compraba una a gusto de él”, dice mientras recuerda la vida con el padre de tres de sus hijos. Hoy mira las fotografías de esa época, no se reconoce y se sorprende: “Wow está no soy yo”. La decisión de separarse en 2010, después de trece años de matrimonio, consolidó su vida hacia el feminismo: “Estaba actuando con un guión que no estaba hecho para mí”.
“En el colegio me dijeron que el noviazgo era la antesala del matrimonio. Por eso, me casé a los 19 años con mi primer novio”. El fin de su matrimonio fue duro, pero llegaron nuevas oportunidades para Galán. Su profesora de economía en la universidad la invitó a trabajar en el Ministerio de la Mujer como gestora territorial. La experiencia le sirvió para vivir el feminismo desde muchos ángulos o “como decimos las feministas, me puse los lentes morados para mirar el mundo”.
Organizando mujeres en tierra extranjera
“¿Y qué pasa con las mujeres inmigrantes?”, se preguntó Galán cuando comenzó a asistir a las asambleas de la Coordinadora Ni Una Menos Chile. Empezó a buscar y fue a través de Facebook que descubrió la Coordinadora Nacional de Migrantes. Asistió a las asambleas y conoció la realidad de distintas compañeras. Fue a partir de ese grupo que nació la Secretaría de Mujeres Inmigrantes en 2018. “Hemos hecho varias actividades, talleres y seminarios. Hicimos un diplomado para mujeres inmigrantes sobre liderazgo político. Desde ahí, muchas compañeras inmigrantes están iniciando sus procesos hacia el feminismo”, afirma Galán.
En la Secretaría de Mujeres Migrantes se preocupan de entregar información sobre derechos y deberes, de acompañar en los distintos procesos a las mujeres que llegan a Chile, de ir creando redes con agrupaciones de mujeres inmigrantes a lo largo del país. Como secretaría observan que la situación en la que se encuentran los migrantes es precaria, y la peor parte se la llevan las mujeres y niños. Paola Palacios, encargada de Comunicaciones y Publicidad, trabaja junto a Galán en la Secretaría. Se conocieron en el colectivo feminista Tejiendo Aquelarre. “Es muy calmada, muy tranquila. No es tímida, pero reservada. Si tiene algo que decir, lo va a decir”, cuenta Palacios sobre Galán.
“Sabemos que la sociedad chilena, poco a poco, se va transformando a la inmigración y a ser una sociedad intercultural”, dice Galán. Por lo anterior, es importante para ella que se visibilice lo diversas que son las mujeres inmigrantes en Chile: “Unas tienen muchos años acá, otras recién vamos llegando. Cada una por sus motivos individuales, no todas están vinculadas a mejorar la calidad de vida, habemos profesionales. Hay de todo”.
El 26 y 27 de enero fueron fechas especiales para Galán, por primera vez se reunieron todas las feministas inmigrantes en Chile. Lo hicieron en Valparaíso en una instancia para “hacer el primer hervor de nuestra agenda política, para identificar cuáles serán nuestras principales demandas", dice Galán. Para ella, esta es la oportunidad para consolidar el incipiente movimiento de las mujeres feministas inmigrantes en Chile.
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