En su libro Abuso y Poder Carlos Cruz, James Hamilton y José Murillo no solo descorrieron el tupido velo del abuso eclesial. Optaron por obviar el relato del abuso y mostrar, en cambio, la estructura de poder que lo amparaba.
Queda todavía una parte por escribirse. La de Fernando Karadima como un nodo.
Cruz, Hamilton y Murillo describen cómo, desde la parroquia de El Bosque, se fraguó la reconquista de la Iglesia Católica chilena por parte de sus corrientes más conservadoras. Las que se vieron desplazadas brevemente durante los años sesenta y setenta por la corriente reformista de la Compañía de Jesús, cuya figura emblemática, cosa curiosa, Fernando Karadima siempre utilizó como heraldo de su propia y dudosa santidad.
Pese a que hay decenas de sacerdotes criminales sexuales, el caso Karadima terminó por destruir el dique de credibilidad del clero chileno, árbitro de todos los conflictos del pais, en parte por la obstinación de personajes como Francisco Javier Errázuriz o Ricardo Ezzati por proteger a este sacerdote, así se cayesen a pedazos los muros de los templos.
Angelo Sodano -decano del Colegio Cardenalicio en Roma- fue su aliado en la curia, Francisco Javier Errázuriz Ossa -cardenal emérito de Chile y ex arzobispo de Santiago-, su protector local. Entre todos expurgaron de la Iglesia el compromiso con los pobres, los curas obreros, la Vicaría de la Solidaridad. Lo lograron con creces. La Iglesia de los 90 y de los 2000 ya era una iglesia alejada de todo aquello, como lo puede estar un contrato de tiempo compartido.
La santidad de Karadima no solo fue la fantasía narcisista de un individuo. Fue también una ilusión colectiva. Hija del autoengaño de una comunidad de católicos que son, probablemente, menos del 1% de los católicos de Chile, pero que tienen más visibilidad que ciudades completas. Apellidos, cargos, gerencias, directorios.
Fernando Karadima apuntaba alto, a millonarios Forbes, a viudas ricas y jóvenes confundidos. Una aspiradora de energía y de dinero. No solo encendía vocaciones, también vaciaba chequeras. También colocaba a sus elegidos en los obispados y en la Conferencia Episcopal, en las cancillerías de universidades católicas. Una red que se protegía y silenciaba a sus denunciantes.
Fernando Karadima será a futuro un caso de estudio en las ciencias de la manipulación de las élites. Probablemente sea el espejo de viejas y muy antiguas prácticas, entronizadas en una institución que vivirá décadas difíciles. La culpa, la escisión, la transferencia, le están costando caro en acuerdos prejudiciales, matrículas de colegios y vocaciones sacerdotales.
Es duro ser rico en un país de desigualdades y sacerdotes como Fernando Karadima, John O’Reilly y otros supieron aprovecharlo a la perfección, hasta que sus redes de protección no pudieron más.
Y el resultado fue cataclísmico, pues -pese a que hay decenas de sacerdotes criminales sexuales- el caso Karadima terminó por destruir el dique de credibilidad del clero chileno, árbitro de todos los conflictos del pais, en parte por la obstinación de personajes como Francisco Javier Errázuriz o Ricardo Ezzati por proteger a este sacerdote, así se cayesen a pedazos los muros de los templos.
Es interesante recordar algo. Cerradas las puertas a la justicia penal, Cruz, Hamilton y Murillo jugaron sus últimas cartas en la justicia civil. El Santo Oficio les dio una mano tras la desastrosa visita del papa Francisco a Chile en enero de 2018. La confirmación y apoyo a un discípulo de Karadima como obispo de Osorno le significó el peor desaire sufrido por un papa romano en un país de tradición católica.
Lo interesante del desenlace, en términos políticos y administrativos, es que la Iglesia Católica chilena se ve como una, pero opera como un cluster de entidades independientes. Un conjunto de obispados, organizaciones, comunidades y órdenes, cada una con su rol único tributario.
A diferencia de un holding empresarial o conglomerado financiero, no existe una matriz a quien sus víctimas puedan demandar en caso de abuso. Esa fue la tesis de los abogados de la Iglesia para evitar la demanda civil que presentaron Cruz, Hamilton y Murillo. La tesis que, por cierto, perdieron.
No se puede ser una para el fiel y, al mismo tiempo, múltiple para el Estado y la Tesorería.
Uno de los conceptos que utilizó el papa Francisco para retar colectivamente a los obispos chilenos por el caso Karadima es el clericalismo. Quizá esta ideología y praxis política esté viviendo sus últimos días y lo que ahora viene es una nueva relación entre los fieles y sus pastores, entre la iglesia local y el Vaticano. Quién sabe.
Comentarios
que positivo para nuestro
Sería interesante conocer la
La oligarquía chilena conocía
Lo más notorio a simple vista
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