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Viernes, 19 de Abril de 2024
Historia de Chile

La constitución que nunca existió

Carlos Tromben

Constitución de 1828

Constitución de 1828
Constitución de 1828

Chile pudo haber sido un país federal y prematuramente democrático. El intento fracasó no solo por inexperiencia y falta de recursos. Las intrigas de Portales, las rivalidades locales y un furioso temporal que azotó la zona central crearon un escenario psicológico para la sensación de caos.

Admision UDEC

En enero de 1827 debutaron en el paseo de la Alameda, el centro de encuentro de la sociedad Santiaguina, unos bancos de piedra y ladrillo. Dada la pobreza del erario municipal habían sido construidos con aportes de los vecinos acaudalados y, según cuenta Diego Barros Arana, “muchos de estos asientos pasaron a ser una especie de propiedad de los grupos de amigos que los ocupaban diariamente”.

Un grupo dandis se reunía todos los días en uno de estos bancos a hablar de política y negocios, cortejar a las damas y mofarse de los mendigos. Los lideraba un individuo de rostro delgado, boca fina y calvicie prematura. Se llamaba Diego Portales y venía de perder un jugoso contrato con el Estado.

La sociedad Portales, Cea y Compañía se había hecho famosa por hacer buenos negocios con poco capital. Portales era un sujeto encantador, carismático y en ocasiones brutal, además de conectado y audaz. Su padre era el Superintendente de la Casa de Moneda.

Cuando el gobierno anunció que concedería el monopolio para importar tabaco, licores y naipes, conocido entonces como el estanco, Portales y Cea fueron los únicos en presentarse.

Aquello les significó estar en el centro de todas las habladurías y acaparar el odio de comerciantes, taberneros, fonderos y pequeños agricultores. Todos odiaban a los estanqueros como hoy las clases medias desprecian a los apitutados.

Para asegurar sus ganancias, Portales exigió al gobierno que ilegalizara el cultivo local de tabaco, y lo logró. Cultivar tabaco en Chile pasó a ser ilegal, al igual que importarlo sin pasar por Portales.

El contrato ganado por Portales y Cea sin competencia implicaba recibir un préstamo fiscal de 300.000 pesos (un cuarto de todo lo que recaudaba el fisco en la época) sin intereses para iniciar actividades. A cambio del monopolio comercial, la empresa se comprometía a solventar los pagos de la deuda externa.

Para asegurar sus ganancias, Portales exigió al gobierno que ilegalizara el cultivo local de tabaco, y lo logró. Cultivar tabaco en Chile pasó a ser ilegal, al igual que importarlo sin pasar por Portales.

Pese a todo a ello, Portales fue incapaz de cumplir con los compromisos del contrato. Las amortizaciones de la deuda se atrasaron, los banqueros de Londres comenzaron a presionar y el congreso constituyente cortó por lo sano, caducando el contrato.

En enero de 1827 los altivos dandis conocidos como estanqueros, amigos o derechamente socios de Portales en el fallido negocio preparaban su venganza. No solo demandarían al fisco, sino que organizarían un frente político para hundir el proceso constituyente, conspirar con los militares y, finalmente, tomarse el poder.

***

En esos días de enero de 1827 el congreso constituyente llevaba seis meses sesionando. Convocado por el caudillo militar Ramón Freire, se trataba de una asamblea inusualmente democrática para los estándares latinoamericanos de la época: su norte era la creación de una república federal basada en la soberanía de los territorios.

Su instalación partió con los mismos percances logísticos y administrativos que la actual convención constitucional. En los documentos recopilados por Valentín Letelier figuran sueldos atrasados y legisladores de provincia que deben empeñar bienes para seguir arrendando piezas baratas en Santiago.

Pero las señales de modernidad proliferaban en otros ámbitos. Se fundaron nuevos diarios, revistas y pasquines. El Estado compraba el grueso de las tiradas y las repartía gratuitamente.

La capital de Chile era una ciudad de aspecto vetusto y somnoliento, donde la gente, según cuenta Rodrigo Lara, desayunaba tarde con chocolate, caldo de carne y vino  (la cita corresponde a la escritora viajera Mary Graham...). Solo había cuatro escuelas públicas y un puñado de policías urbanos con sus sueldos siempre atrasados.

Pero las señales de modernidad proliferaban en otros ámbitos. Se fundaron nuevos diarios, revistas y pasquines. El Estado compraba el grueso de las tiradas y las repartía gratuitamente.

También el teatro tuvo un enorme impulso y ganó popularidad vinculado a celebraciones patrióticas. En una de ellas, la actriz Emilia Hernández declamó:

El cielo os conceda ver

La Libertad de Conciencias,

Y a Chile vendrán las ciencias

Como lo anunciaba Voltaire

Entonces, ¡oh placer!

Las artes renacerán:

Todos a Dios amarán,

Aunque de diversos modos:

Pues siendo un Dios para todos,

Todos de un Dios gozarán.

La prensa y el teatro no eran los únicos signos de modernización en esta sociedad poscolonial. Había nacido también un mercado financiero.

Durante décadas solo existió el crédito directo entre comerciantes mayoristas y minoristas, respaldados por letras de cambio que generaban interés. Otro prestamista relevante era la iglesia católica, dueña propiedades urbanas y agrícolas y de cuyos arriendos la iglesia transformaba en préstamos.

Pero la guerra de independencia obligó al joven Estado a endeudarse dentro y fuera del país, primero como crédito de sus proveedores, y segundo como préstamos directos como el que O’Higgins contrató en Londres por un millón de libras.

El “empréstito de Irisarri (conocido así por el sujeto que lo negoció y se quedó con parte del dinero), significó un sinfín de problemas financieros y administrativos, pero también obligó a realizar innovaciones. Una parte se gastó en armas y barcos, pero el resto se prestó… a interés.

La proliferación de letras, bonos y vales del tesoro llevó al ministro de hacienda Diego José Benavente a proponer la creación de un banco y de una caja de descuento. El congreso solo aceptó la segunda.

A los agricultores de Concepción, a la joven y hermana república del Perú, y a Portales y Cea para que iniciaran el polémico estanco del tabaco. En otras palabras, se multiplicaron los instrumentos financieros en circulación.

Freire además había decretado la emisión de vales del tesoro, especie de papel moneda al portador que el Estado aceptaba como medio de pago para contribuciones y otras deudas con el fisco.

La proliferación de letras, bonos y vales del tesoro llevó al ministro de hacienda Diego José Benavente a proponer la creación de un banco y de una caja de descuento. El congreso solo aceptó la segunda.

Así nació la primera institución financiera republicana. Una ventanilla a la que se dirigían los particulares a pagar sus deudas con vales del tesoro, o cobrar dichos vales en efectivo. Portales y Cea y los estanqueros eran clientes asiduos, al igual que los agricultores del sur y la iglesia católica.

***

¿Qué podía salir mal en este primer ensayo de soberanía territorial? Los historiadores conservadores siempre se han mofado del congreso federalista. Blandos con las intrigas y conspiraciones de Portales, asignaron toda la responsabilidad a “la inmadurez”.

La hubo, sin duda, pero el mayor problema fue que los intereses estaban desalineados. El país había sido dividido en 8 provincias y cada una tenía su asamblea. La más federalista y proautonomía era la de Coquimbo, también la más próspera gracias a la minería. Las demás carecían de recursos y experiencia. Al interior de cada una se tornaron frecuentes los conflictos entre pueblos y clanes, entre latifundistas y pequeños comerciantes, entre la aristocracia castellano-vasca y los llamados “pardos”, como se denominaba a los militares y artesanos afrodescendientes con derecho a voz y voto.

Los estanqueros, aliados con los conservadores, aprovecharon la situación. No era difícil alimentar conspiraciones y financiar alzamientos armados. La mayoría de las tropas tenía sus sueldos atrasados y el grueso de los efectivos debió movilizarse hacia el sur para combatir a la banda de los Pincheira.

Tal como se instala hoy la narrativa del narcotráfico para militarizar al Wallmapu, los Pincheira fueron el primer pretexto para correr la frontera con el entonces llamado “territorio araucano”.

El 24 enero de 1827 estalló un motín liderado por el coronel Enrique Campino, un militar y diputado sin color político definido, que entró a caballo en las sesiones del congreso exigiendo su disolución. Durante 4 días los comercios permanecieron cerrados y las calles casi vacías por temor a una guerra civil. Finalmente, los sublevados, al no contar con el apoyo que esperaban, se rindieron a las autoridades.

¿Fue Campino un agente provocador o un simple aventurero? ¿Quién estuvo realmente detrás de aquel patético alzamiento?

Poco después comenzaron los incendios. El 22 de febrero se incendió toda una cuadra en la esquina de Estado con Merced, destruyendo varios locales comerciales. Era un fenómeno raro y nunca se aclaró si había sido intencional. También ardieron extensos campos cultivados y bosques que todavía existían en la zona central.

En mayo comenzaron las lluvias y luego el temporal. El 2 de junio el Mapocho se salió de su cauce, inundó la parte norte de la ciudad y arrasó decenas de casas que, imprudentemente, el cabildo de Santiago había permitido construir en el lecho del río.

No hubo víctimas fatales, pero los daños fueron enormes. Canales destruidos, campos anegados, caminos y puentes cortados. La Caja de Descuentos y la Tesorería no daban abasto.

La nueva constitución tendría vida corta. Portales y los estanqueros ya habían decidido dinamitarla desde adentro. O, más bien, desde el banco de piedra que ocupaban en la Alameda para hablar de política y negocios, cortejar a las damas y mofarse de los mendigos.

La revuelta de Campino, las depredaciones de los Pincheira, los incendios y temporales se confabularon para dar el golpe de gracia al experimento federal. El general Francisco Antonio Pinto fue encargado de formar un nuevo gobierno. Liberal moderado, suspendió el congreso federalista y llamó a nuevas elecciones.

Promulgada finalmente en 1828, de tinte liberal y unitaria, la nueva constitución tendría vida corta. Portales y los estanqueros ya habían decidido dinamitarla desde adentro. O, más bien, desde el banco de piedra que ocupaban en la Alameda para hablar de política y negocios, cortejar a las damas y mofarse de los mendigos.

Fuentes:

  • Barros Arana, Historia General de Chile, Tomos XIV y XV, Santiago, 1897.
  • Rodrigo Lara, La Patria Insospechada, Catalonia, 2015
  • Sesiones de los Cuerpos Legislativos de la República de Chile, Tomo XII, Recopilación de Valentín Letelier, Santiago 1889.


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Comentarios

Comentarios

Muy interesante el artículo, gran tema el construir una constitución política de Chile que nos represente a todos

Muy ilustrativo y atinente al desafío de hoy,el comentario comentario constitucional federalismo fallido.Saludo JMS🤝

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