La lucha del bien contra el mal parece encontrarse hoy por todos lados, desde las hazañas de Harry Potter contra aquel-que-no-debe-nombrarse, hasta el control de la fuerza en el universo de Star Wars, pasando por El Señor de los Anillos y las recientemente estrenadas sagas finales de Game of Thrones o Avengers de Marvel.
En todas estas historias hay equipos de buenos buenos, que luchan contra malos malos, sin espacios intermedios y donde los espectadores, o el llamado fandom, se ven obligados a tomar partido por los defensores de la justicia, el amor y la paz. Pero, una serie de trabajos recientes, como el de Catherine Nichols para Aeon, muestran que estas dicotomías fuertes, estos maniqueísmos, no siempre fueron la base de las narraciones de conflictos, morales o armados.
El origen
Si se observa, por ejemplo, la narración más antigua sobre conflictos que sigue enseñándose en escuelas y universidades, el relato de la Iliada de Homero, no estamos frente a un bando de buenos-buenos, los aqueos, contra un bando de malos-malos, los troyanos, sino que ante, simplemente, dos conjuntos de personas o pueblos que luchan, cada uno, por valores en contraposición.
Nichols hace notar que algo similar ocurre a lo largo de toda la antigüedad o la Edad Media, donde héroes como el Rey Arturo u otros no son el ejemplo supremo de virtud contra el mal, sino que seres de carne y hueso que también a veces tienen defectos.
Cuando se leen aquellas obras, el lector o lectora bien puede simpatizar con miembros de cualquiera de los bandos, al punto que en ocasiones algunos de los representantes del bando malo (que casi siempre es el bando perdedor) se erigen como héroes. Es el caso de Héctor de Troya, que la historia catalogó como uno de los Nueve Héroes Clásicos, a pesar de estar -aparentemente- del lado negativo.
Hoy eso es totalmente diferente. Nadie puede en realidad llegar a identificarse con las fuerzas de Voldemort o los Caminantes Blancos o Sauron. Ellos son el mal por antonomasia, un mal que es tan claramente negativo que no tiene matices ni sutilezas. Un mal que es tan amplio que recae sobre los mismos elementos de su propio ejército. Los malos de estas obras son hasta malos entre ellos. Nichols indica que Darth Vader no tiene ningún empacho en estrangular con su poder mental a sus propios soldados, y las penas que corren para quienes cometen un error en el bando de los malos de Harry Potter pueden ser terribles. Los malos nunca son vistos como personas con familias, como tipos que pueden salir a tomarse una cerveza con sus colegas, nada más lejos de La banalidad del mal de la que escribía Hannah Arendt.
¿Dónde está el origen de estos malos malos que deben ser vencidos a toda costa para salvar al universo?
Según Nichols, en los relatos que compilaron, en el siglo XIX, los hermanos Grimm en Alemania. En una época de dominio del romanticismo y la construcción de una identidad patriótica, al volver sobre relatos más antiguos, rescatados desde las tradiciones orales, los hermanos Grimm pretendían dar con el espíritu del pueblo alemán, el Volk, y con estas “características y valores esenciales es que se consideró que aquellos fuera de la cultura carecían de los valores que los alemanes consideraban propios”.
No fue, por cierto, solo un esfuerzo que ocurriera en Alemania, sino que en toda Europa. Cada nación dio con un conjunto de valores considerados propios de los que carecían los restantes pueblos, y así la lucha de estos valores -el bien- contra los disvalores del resto -el mal- alimentaron la polarización de las historias, en especial las de conflictos.
Del mismo modo, los representantes del mal -los extranjeros, los extraños- solo se observaban de manera opaca. No saben los espectadores o lectores bien quiénes son Sauron (solo un ojo de fuego en el alto de una torre) o Voldemort (que no puede nombrarse), llegando al punto de que el Rey de la Noche en Game of Thones no llega a proferir ni una sola palabra.
Incluso en Chile, más o menos por las mismas fechas, Alberto Blest Gana construyó un malo de manual siguiendo estas mismas reglas, Vicente San Bruno en Durante la Reconquista: un malo, del ejército invasor, al que nunca se accede del todo a su pensamiento o sus motivaciones. La encarnación del mal.
Convertirse en buenos
Nichols sostiene en su ensayo que la construcción del bien total contra el mal total que invade las narraciones actuales y que tiene su primer antecedente en los Grimm es ante todo un acto político. Los buenos son descritos como los depositarios de la virtud y los valores morales. Es por ello que son antes que nada las virtudes las que determinan a qué bando se pertenece: si un malo cambia de valores y acoge los del bando bueno, puede fácilmente cambiar de equipo. Y eso sucede muchas veces en las narraciones modernas, como en el caso del propio Darth Vader en El Regreso del Jedi.
Sería, por otra parte, absolutamente insólito que un personaje como Héctor de Troya abrazara los valores de Aquiles y se cambiara de lado. Eso en el pasado no ocurría.
Quizá uno de los mejores ejemplos que entrega Nichols de buenos-buenos construidos recientemente en los siglos XIX, XX y XXI, sea el de Robin Hood. Según la autora, en las leyendas antiguas sobre el proscrito del bosque, no estaba tan clara la intachabilidad moral del personaje:
“Antes de que Joseph Ritson volviera a contar estas leyendas en 1795, las historias anteriores escritas sobre el proscrito, en su mayoría, lo mostraban con sus hombres alegres en el bosque. No robó a los ricos para dar a los pobres hasta la versión de Ritson, escrita para inspirar un levantamiento popular británico después de la Revolución Francesa. La representación de Ritson fue tan popular que los recuentos modernos de Robin Hood, como la caricatura de Disney de 1973 o la película Prince of Thieves (1991) se centran más en el tema central de las obligaciones morales que en los delitos ilegales”.
Así las cosas, la misma idea del bien contra el mal que campea en las ficciones contemporáneas empieza a contaminar muchas de las maneras como se proponen los conflictos, esta vez reales, en el mundo de hoy en día: las guerras, las diferencias políticas partidistas, y hasta las disputas deportivas, todas ellas se enmarcan en el bien contra el mal, abandonando los matices que solían marcar estas disputas en el pasado y que permitían más claroscuros.
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