“Hubo un tiempo en que fui hermoso y fui libre de verdad”, dice la vieja canción de Sui Generis.
Para algunos, un puñado de empresarios y sus escuderos, los años 90 y 2000 fueron así. En esos años resultaba relativamente fácil naturalizar la baja recaudación tributaria como porcentaje del PIB (20% según las estimaciones de Accorsi y Sturla). Hace cinco años a estos mismos empresarios les resultó relativamente fácil resistir a la reforma tributaria de Bachelet: un par de slogans, una activa campaña de descalificación y la artes culinarias de los hermanos Fontaine bastaron para conjurar el peligro.
Tan confiados se sentían que una de las promesas de campaña de Piñera fue, precisamente, reintegrar completamente los impuestos de primera y segunda categoría. Un regalo para los 119 hogares que, según el Boston Consulting Group, tienen un patrimonio superior a los 100 millones de dólares.
¿Cuántos no soñaron con volver a los gloriosos noventa, cuando la tasa de primera categoría era un 15% y representaba un crédito que se descontaba de los impuestos personales?
Pero no pudo ser y la promesa de campaña de Piñera quedó en nada. El mundo había cambiado y la contrarreforma tributaria que se debatía en el congreso la semana del estallido social quedó archivada para siempre.
En su sólida investigación sobre las prácticas tributarias de la élite empresarial chilena, Jorge Rojas y Juan Andrés Guzmán mencionan la existencia de una “industria de la defensa de la riqueza”. Algo así como la administradora de la narrativa antiimpuestos. “Profesionales altamente capacitados, que proveen a los más ricos de argumentos legales, económicos y políticos para defenderse de la amenaza redistributiva del Estado”.
Agencias y medios de comunicación, bufetes especializados en diseñar “complejas estrategias legales que permiten a los más ricos ocultar sus ingresos y bienes de la mirada de la autoridad”. Cabe agregar en la lista a escuelas de negocios y centros académicos.
La crisis financiera de 2009 supuso un duro golpe para todos ellos, pero la pandemia es otra cosa: ahora todos los países ahora necesitan recaudar más y de verdad. Son hervideros sociales y a los bancos centrales se les acabó la levadura: ya no pueden inventar más dinero del aire. Hay que recaudar más, y fin del asunto.
Quizá nadie contribuyó más a destruir la narrativa antiimpuestos la revista Forbes con su famoso ranking de millonarios. Gracias a él se visibilizó el desacople entre los intereses de los ricos y los del resto. Mientras la población perdía sus casas y salía en caza de empleos precarios, los millonarios Forbes se beneficiaban de la liquidez lanzada por los bancos centrales para reactivar la economía, quedándose con el pedazo más grande de la torta.
Pero con la elección de Biden Estados Unidos habría comenzado un viraje neokeynesiano que incluye una propuesta de impuesto mínimo global. Un 21% parejo, y lo más interesante es que instala una idea nueva: atraer inversión extranjera con bajos impuestos es igual de desleal que hacerlo a costa de los derechos humanos, de los trabajadores y del medioambiente.
El Mercurio y las tres comunas están de muerte. En la editorial del 15 de abril lamentó que algo así “pudiera privar a los países de menor desarrollo de una herramienta para atraer inversiones”. El editorialista incluso derramó algunas lágrimas por la “soberanía tributaria”, cosa curiosa cuando el gobierno de Piñera insiste, una y otra vez, en que el congreso apruebe el TPP11: una clara, rotunda e irrevocable cesión de soberanía tributaria.
Quizá lo de Biden sea una estocada definitiva. Para Bloomberg no es tema y Jeff Bezos ya dijo estar de acuerdo. “Somos tan podridamente ricos que no nos afectará”, le faltó decir.
En contraste, los empresarios chilenos parecen señores feudales encerrados en sus castillos, rodeados por sus arqueros, sus bufones y consejeros que los animan a seguir resistiendo contra el marxismo cultural y sus expropiaciones.
Parecen no tomar nota de que la renta básica universal ya no divide a la izquierda de la derecha, dado que gobiernos de distinto signo se enfrentan al mismo conjunto de problemas estructurales: pensiones, crisis ambiental y sanitaria, déficit fiscal por las nubes y stock de deuda disparado como proporción del PIB. Por todo ello, defender a los ricos es ahora estar del lado incómodo de la historia.
Al agonizante gobierno de Piñera le tocará hacerlo en medio del más acelerado desplome de la figura presidencial jamás visto desde 1990. Lo paradojal es que el propio presidente fue un gran evasor de impuestos, como demuestra la investigación de Rojas y Guzmán. Quizá el más atrevido e innovador de todos los evasores.
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