¿Quiénes eran las y los latinoamericanos? ¿De dónde venían? ¿Cuál era su relación con la cultura europea, con la judeocristiana, con la modernidad?
Muchas mujeres y hombres intentaron desde la misma invasión de España y Portugal a América contestar a esta pregunta. Cuestionarse quiénes eran las personas que habitaban Norte, Centro y Sudamérica tomó varios carriles diferentes para responderse -como señalaba hace ya casi dos décadas el sociólogo Jorge Larraín en “Identidad Chilena” (LOM, 2001)-, desde quienes abrazaron las nociones de las luchas entre civilización y barbarie (Domingo Faustino Sarmiento), hasta quienes rechazaban de lleno la influencia europea y defendían lo originario contra la “ciudad letrada” de la que hablaba Ángel Rama (Eduardo Galeano), hasta los promotores del mestizaje (Arturo Uslar Pietri, Octavio Paz), de la mezcla entre ambas culturas -originaria y judeocristiana-.
La latinoamericana o el latinoamericano era para tales autores una persona que despertaba una mañana en algún pueblo o ciudad del continente y se miraba al espejo para preguntarse sobre su identidad. Y luego iba a la biblioteca de su casa y rebuscaba dicha identidad en los textos del canon occidental. Leía a Homero, pero también a James Joyce y Kafka y Virginia Woolf, intentaba entender las elucubraciones de Montaigne, pero también las de Henríquez Ureña. Con una Biblia con páginas dobladas y marcadas en versículos selectos, pero también con un mapa del continente. Cristianismo, culturas maya e inca, paisaje, derrotas y dolor, cine y televisión, ciencia y mito. Todo ello revoloteaba en la mente de esta latinoamericana o este latinoamericano por comprender su lugar en el mundo y el universo.
Entonces esta figura que había despertado aquella mañana con esa duda se empezaba a llamar Jorge Luis Borges o Julio Cortázar o Gabriel García Márquez y pretendía anudarlo todo -cristianismo y cultura maya o inca, cine o televisión y dolor-. A esta estirpe perteneció Ernesto Cardenal. Su trabajo poético, pero también político y pastoral, fue una constante búsqueda de la identidad latinoamericana, de una respuesta a cuál era el origen y el destino de América y de su gente.
De Kentucky a Solentiname
Ernesto Cardenal muy tempranamente desarrolló una vocación religiosa y hasta mística cristiana. Desde su natal Nicaragua se desplazó hasta la abadía trapense de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky, para instruirse con Thomas Merton, el místico estadounidense que entabló relaciones de diálogo interreligioso -o, para ser más precisos, “intecreencias”- entre, por ejemplo, el zen y el catolicismo, por ejemplo, en su libro “El Zen y los pájaros del deseo”, donde entabla un diálogo con Daisetz T. Suzuki.
En paralelo a su desarrollo religioso, Cardenal ahondó en su vocación como poeta. En esos mismos años se gesta una de sus obras más recordadas, los “Epigramas” (1961):
Al perderte yo a ti,
tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras
lo que yo más amaba,
y tú, porque yo era
el que te amaba más.
Pero de nosotros dos,
tú pierdes más que yo:
porque yo podré
amar a otras
como te amaba a ti,
pero a ti nadie te amará
como te amaba yo.
Muchachas que algún día
leáis emocionadas estos versos
Y soñéis con un poeta
Sabed que yo los hice
para una como vosotras
y que fue en vano.
Vinculado desde muy temprano a la Teología de la Liberación, Cardenal fundó en archipiélago de Solentiname en el lago Cocibolca en Nicaragua una comunidad cristiana primitivista que se transformó, desde mediados de la década de los 60 en un lugar prácticamente de peregrinación de muchas personas quienes desde esa década se han hecho esas mismas preguntas sobre la identidad del continente, desde religiosos hasta artistas plásticos, y se relacionó con el Frente Sandinista de Liberación Nacional que se enfrentaba al régimen de Somoza, al punto que recibió el nombramiento de ministro de Cultura el mismo 19 de julio de 1979, tras victoria de la Revolución Nicaragüense.
Muy recordada es la imagen, de aquellos mismos días, en que Cardenal se arrodilla en la loza del aeropuerto ante Juan Pablo II durante su visita a Managua el 4 de marzo de 1983, donde se observa claramente al Papa realizar un gesto acusador con su índice.
Cardenal, en su vertiente más política y comprometida, había desarrollado una lectura del cristianismo y la acción popular que fue duramente rechazada por Wojtyła, quien le suspendió del ejercicio del sacerdocio en 1984 (sería rehabilitado en 2019 por Francisco), y que se aprecia, en particular en sus “Salmos”, de 1964, con una interpretación del anuncio y la denuncia profética del Antiguo Testamento en clave liberadora latinoamericana como en:
Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gangsters
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
(Salmo 1, 1964)
En esa misma línea, un poema suyo, el “Epitafio para Joaquín Pasos”, otro antiguo poeta nicaragüense, llegó a ser musicalizado por Joan Manuel Serrat, en una pista de música especialmente conmovedora:
Porque él purificó en sus poemas el lenguaje de su pueblo,
En el que un día se escribirán los tratados de comercio,
La Constitución, las cartas de amor,
Y los decretos.
Desde Marilyn Monroe hasta el latinoamericanismo cósmico
La poesía de Ernesto Cardenal cubre numerosos volúmenes. Docenas. Que transitaron siempre desde el lirismo, hasta la inclusión del activismo social, llegando hasta una faceta de carácter cósmico. Quizá el más recordado de esos textos sea la “Oración por Marilyn Monroe”, de 1965:
Señor
recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,
aunque ése no era su verdadero nombre
(pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años
y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar)
y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje
sin su Agente de Prensa
sin fotógrafos y sin firmar autógrafos
sola como un astronauta frente a la noche espacial.
Pero, también, en esa ala más universal y científica de su obra, el “Cántico Cósmico”, de 1989, resulta memorable:
Los elementos encontrados en los meteoritos
venidos de estrellas lejanas
son los de nuestro planeta.
Todos los cuerpos celestes sólidos o gaseosos
están compuestos de carbono, oxígeno, nitrógeno y metales
en la misma proporción que la tierra.
¿Son sólo para mirarse las estrellas?
Tanta materia extraterrestre ha caído sobre la tierra
que tal vez el suelo que pisamos es extraterrestre.
De las profundidades del cosmos.
Ciudadanos del universo por nuestra tierra
que es un cuerpo celeste entre los otros.
Y la conciencia en incontables puntos del universo.
1.000.000.000.000.000.000.000 de estrellas
en el universo explorable.
Cardenal fue, en este sentido, de esos pensadores, pastores y creadores, que, pensando en Latinoamérica, la proyectaron o catapultaron mucho más allá de los límites del diálogo y contraste entre lo occidental, lo originario y lo (post)moderno, haciendo de su lectura de la identidad del continente, una que entronca con aquella de Wamán Poma durante la Colonia, y con autores del posmodernismo latinoamericano como Junot Díaz o Yaxkin Melchy en los días presentes. Combinando una aguda, pero, simultáneamente, cordial mirada de la época contemporánea, con el discurso social y con las tradiciones primitivistas, el anudamiento que Cardenal logró de estos ámbitos tan aparentemente disímiles, le significó un lugar privilegiado entre quienes pensaron el continente desde la segunda mitad del siglo pasado, y probablemente, ese anudamiento, quede, como él mismo dijo en más de una ocasión, archivado en los libros del futuro, como aquel canto al dolor de la juventud perdida que es uno de sus textos más recordados:
Como latas de cerveza vacías y colillas
De cigarros apagados, han sido mis días.
Como figuras que pasan por una pantalla de televisión
Y desaparecen, así ha sido mi vida.
Como los automóviles que pasaban rápidos por las carreteras
Con risas de muchachas y música de radios…
Y la belleza pasó rápida, como el modelo de los autos
Y las canciones de las radios que pasan de moda.
Y no ha quedado nada de aquellos días, nada,
Más que latas vacías y colillas apagadas,
Risas en fotos marchitas, boletos rotos,
Y el aserrín con que al amanecer barrieron los bares.
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