En noviembre de 1903, la prensa de Santiago y Valparaíso, publicó la historia de Laura Rosa Zelada, una mujer trabajadora de 19 años de edad, que fue arrestada y encarcelada durante seis meses por disfrazarse de hombre para trabajar en una panadería bajo el nombre de Honorio Cortés.
“Dije al jefe de pesquisas i al señor Juez del Crimen, que hace más de cuatro años que visto traje de varón i que lo he adoptado: 1. para resguardar mejor mi honestidad de mujer, y 2. para ganar más con que vivir. Vestida de hombre, soi más respetada i ningun hombre me solicita. Así puedo trabajar sin que nadie me incomode ni me fastidie. Vestida de mujer, no podría vivir entre hombres ni trabajar tranquila en cualquier trabajo. El trabajo para la mujer es escaso i muy mal remunerado. Preferí buscar en otro horizonte los medios de satisfacer mis necesidades físicas sin perturbar mis tendencias espirituales”, afirmó. Laura Rosa Zelada en su defensa.
La historiadora Elizabeth Hutchinson -doctora en Historia y Magíster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de California, Berkeley- recogió este increíble relato para introducir el libro “Labores propias de su sexo. Género, políticas y trabajo en Chile urbano 1900-1930”, donde estudia la influencia del trabajo urbano de las mujeres en la formación del Estado, junto al desarrollo de la política y los conflictos laborales.
Durante los seis meses que duró la encarcelación de Zelada, el caso se tomó la agenda pública. Fue cubierto ampliamente por los periódicos de la época, que dedicaron numerosos artículos y editoriales para referirse al tema que estaba en boca de todos.
De acuerdo con los datos recopilados por la historiadora, los periódicos urbanos elogiaron a Zelada, refiriéndose a ella como una heroína cuando conocieron los alegatos de su abogado defensor, Agustín Bravo Cisternas, donde explicó que cuatro años antes de ser arrestada, Zelada había huído de su hogar en el campo, escapando de un cuñado abusador, estableciéndose en Santiago y sus alrededores.
En este tiempo, Zelada, trabajó disfrazada de hombre como sirviente, vendedora de frutas, empleada de hotel y panadera, su último trabajo.
La polémica se enmarcó dentro de un proceso que tuvo lugar hacia fines del siglo 19, cuando la participación femenina en la fuerza laboral del país comenzó a expandirse.
Sobre la publicidad que alcanzó la situación de Zelada, de acuerdo con la investigadora, su arresto provocó una amplia simpatía en la población, dejando al descubierto “la percepción generalizada de que las mujeres trabajadoras eran excesivamente explotadas”.
Explotación femenina al descubierto
El caso fue utilizado por la prensa para ilustrar el malestar social de la época, reflejado en los bajos salarios a los que podían acceder las mujeres, las malas condiciones laborales a las que eran sometidas, su excesiva vulnerabilidad sexual -en todos los espacios de su vida- tanto privada, como pública y laboral, junto a la desesperada pobreza que las golpeaba.
Los periodistas del diario de la clase trabajadora El Chileno se preocuparon particularmente por el juicio y justificaron a la joven: “Si no hubiera cambiado de traje, habría sido lavandera o costurera, es decir, esclava a quien se le paga únicamente lo bastante para que no muera pronto”.
La polémica se enmarcó dentro de un proceso que tuvo lugar hacia fines del siglo 19, cuando la participación femenina en la fuerza laboral del país comenzó a expandirse.
Ell censo nacional de 1885 consignaba, según Hutchinson, que las mujeres constituían el 35% de la fuerza de trabajo nacional, concentrándose principalmente en la manufactura y la atención de servicios y actividades comerciales en los centros urbanos.
El abogado de Zelada, Bravo Cisternas, le inventó el sobrenombre de “Laura, la virgen de la selva”, y redactó un extenso tratado donde analizó la condición de la mujer a través de los siglos.
Este periodo, como recalca la historiadora, estuvo gatillado por una primera etapa, que define como “una coyuntura crítica en el desarrollo chileno, desde las secuelas de la segunda Guerra del Pacífico, que termina en 1883, hasta la era de Ibañez”, donde se transformó y amplió drásticamente el territorio nacional, tanto por el norte como por el sur.
De esta forma, Chile anexó, tras el conflicto con Perú y Bolivia, vastos yacimientos de nitrato, adquiriendo los impuestos sobre las exportaciones hacia Europa, cuestión que trajo consigo el desarrollo de la infraestructura vial e industrial que transformó la demografía y provocó la migración del campo a la ciudad, donde cientos de miles de personas se movilizaron en busca de mejoras laborales ante las malas condiciones del peonaje rural.
Masiva presencia en las ciudades
Entre 1885 y 1930 los centros urbanos se expandieron de un 34% a un 49% y si en la “todavía predominante sociedad rural” que se arrastraba del siglo 19, “el trabajo de las mujeres, aunque necesario para la supervivencia familiar, no era pagado; en contraste, en la floreciente capital, las mujeres y sus trabajos eran evidentes en todas partes”.
Este crecimiento de la población urbana y del consumo doméstico -explica Hutchinson- facilitó algunas opciones para las mujeres: el trabajo manufacturero en ropas, textiles, cigarros y producción de alimentos. Al mismo tiempo, hacia la última década del siglo 19, la incipiente producción industrial comenzó a consolidarse y “el tamaño promedio de las fábricas creció de 17 a 30 trabajadores entre 1895 y 1925”.
Aludiendo a su destreza motriz, su docilidad y sobriedad, las industrias comenzaron a reclutar mujeres y niños en los empleos de manufactura, asegurando su crecimiento gracias a una mano de obra considerablemente más barata que los hombres (que, de todos modos, tampoco era muy elevada).
Hacia fines de 1912, uno de cada tres obreros manufactureros de Santiago eran mujeres.
De esta forma, el trabajo de la mujer se hizo cada vez más visible en la ciudad, acentuando los dramáticos cambios sociales de la época, colocando bajo el escrutinio público los tradicionales arreglos de género cuando vendedoras, obreras manufactureras, sirvientas domésticas y prostitutas comenzaron a poblar las calles de la urbe.
En la defensa de Zelada, Bravo Cisternas, su abogado, quien le inventó como sobrenombre: “Laura, la virgen de la selva”, redactó un extenso tratado e incluyó un capítulo donde analizó la condición de la mujer a través de los siglos.
En sus alegatos, “entregó una detallada descripción de las privaciones de Zelada y defendió su cambio de vestimenta como una opción económica racional”.
El texto de la defensa, concluyó: “Ella resolvió el problema económico acerca de las aptitudes de la mujer en los trabajos del dominio exclusivo del hombre, acerca de la manera de alcanzar la mujer mayor salario i más respeto de los hombres”.
Tras seis meses privada de libertad, se retiraron las acusaciones y fue liberada. Después, la figura de Laura Rosa Zelada desapareció del foco público sin dejar más huellas.
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