El 23 de febrero, estalló la violencia en la frontera entre Venezuela y Colombia por la entrega de ayuda humanitaria, matando a cuatro personas y dejando a 23 heridos.
El secretario de Estado estadounidense, Michael Pompeo, advirtió al presidente venezolano, Nicolás Maduro, que "sus días están contados", y los funcionarios de Trump reiteraron que Estados Unidos está considerando todas las opciones, incluida la acción militar, para enfrentar la crisis de Venezuela.
Casi el 80 por ciento de los venezolanos desaprueban a Maduro, quien asumió en enero su segundo período presidencial de seis años, después de una elección ampliamente considerada como fraudulenta. Desde que asumió el poder en 2013, ha llevado a Venezuela a una profunda crisis económica.
A fines de enero, el líder opositor Juan Guaidó declaró a Maduro "usurpador" y se juró como el presidente legítimo del país. Más de 50 países, incluidos los Estados Unidos, Europa y la mayor parte de América Latina, quieren reemplazar el régimen de Maduro por un gobierno dirigido por Guaidó.
A pesar de la condena casi global de Maduro, cualquier intervención de los Estados Unidos en Venezuela sería controvertida. La larga historia de Estados Unidos de intervención en la política latinoamericana sugiere que sus operaciones militares generalmente conducen a la dictadura y la guerra civil, no a la democracia.
La Guerra Fría cubano-estadounidense
Cuba, el foco de mi investigación, es un excelente ejemplo de este patrón.
Las relaciones entre Estados Unidos y Cuba nunca se han recuperado de la intervención del presidente William McKinley en la guerra de independencia de Cuba hace más de un siglo.
Antes de emprender lo que en los Estados Unidos se conoce como la guerra hispanoamericana en 1898, McKinley prometió que "la gente de la isla de Cuba" sería "libre e independiente" de España y que su gobierno no tenía "intención de ejercer la soberanía, jurisdicción o control sobre dicha isla ".
La larga historia de Estados Unidos de intervención en la política latinoamericana sugiere que sus operaciones militares generalmente conducen a la dictadura y la guerra civil, no a la democracia.
Finalmente, sin embargo, la independencia de Cuba de España significó la dominación de los Estados Unidos.
Durante 60 años después de la guerra hispanoamericana, la Casa Blanca realizó repetidas intervenciones militares y diplomáticas en Cuba. Apoyaban a aquellos políticos que protegían los intereses económicos de Estados Unidos en el azúcar, los servicios públicos, los bancos o el turismo y que respaldaban la política exterior estadounidense en el Caribe.
Para 1952, cuando el Fulgencio Batista, respaldado por los Estados Unidos, derrocó al presidente Carlos Prío Socarrás, el gobierno de Cuba se había convertido efectivamente en un protector de las empresas estadounidenses, según mi investigación. Batista tuvo una relación cálida tanto con Washington como con los grupos del crimen organizado estadounidense que solían controlar la industria turística de La Habana.
Una revolución comunista dirigida por Fidel Castro derrocó a la junta militar de Batista en 1959. Castro condenó al "gobierno imperialista de los Estados Unidos" por convertir a Cuba en una "colonia estadounidense".
El embargo comercial de la administración Kennedy contra Cuba y la desastrosa invasión de Bahía de Cochinos de 1961, en la que los militares de los Estados Unidos entrenaron a los disidentes cubanos en un intento de destituir a Castro, solo empujaron a Cuba a la órbita de la Rusia soviética.
Durante las últimas seis décadas, Estados Unidos y Cuba han permanecido encerrados en una Guerra Fría, con un ligero deshielo bajo la gestión del presidente Barack Obama.
Golpes anticomunistas
Ante el temor de que el comunismo se extendiera por todo el hemisferio, el gobierno de los Estados Unidos interfirió repetidamente en la política de las naciones latinoamericanas durante la Guerra Fría.
En 1954, la CIA trabajó con elementos del ejército guatemalteco para derrocar al presidente electo Jacobo Árbenz, considerados peligrosamente de izquierda por los políticos estadounidenses. Décadas de dictadura y guerra civil siguieron, matando en total a unas 200.000 personas.
Un acuerdo de paz en 1996 restableció la democracia, pero Guatemala aún tiene que recuperarse económica, política o psicológicamente del derramamiento de sangre.
La intervención de los Estados Unidos en América Latina no coenzó ni terminó con la Guerra Fría.
Después está el golpe de Estado apoyado por los Estados Unidos en Chile en 1973, donde el gobierno ayudó de manera encubierta a elementos de la derecha del ejército chileno a derrocar al presidente socialista Salvador Allende. El general Augusto Pinochet tomó el poder en dictadura, con el silencioso apoyo financiero y político de los Estados Unidos.
República Dominicana y Panamá
La intervención de los Estados Unidos en América Latina no comenzó ni terminó con la Guerra Fría.
Durante la Primera Guerra Mundial, a los Estados Unidos les preocupaba que Alemania pudiera usar a la República Dominicana como base de operaciones militares. Ante esto, se instalaron tropas estadounidenses en la isla caribeña de 1916 a 1924.
Aunque la administración dirigida por los Estados Unidos mejoró las finanzas y la infraestructura de la República Dominicana, también creó la guardia nacional que ayudó a impulsar al general Rafael Trujillo al poder. Su reinado de 30 años fue salvaje.
La invasión de Panamá por el presidente George H. W. Bush en 1989 es la rara excepción cuando la intervención de Estados Unidos en los asuntos latinoamericanos en realidad creó estabilidad.
La mayoría de los panameños parecen haber apoyado la operación militar de los Estados Unidos en 1989 para eliminar al corrupto y brutal militar, Manuel Noriega.
En lugar de planear otro golpe de estado, creo que los esfuerzos de los Estados Unidos en Venezuela deberían apoyar el trabajo del Grupo de Lima.
En los años posteriores, Panamá ha disfrutado de elecciones comparativamente pacíficasl, así también las transferencias de poder.
El antiamericanismo en Latinoamérica
En general, las operaciones militares estadounidenses en América Latina rara vez han traído la democracia.
Lo que sí, han creado un fuerte sentimiento antiamericano en la región, que los líderes izquierdistas, desde Fidel Castro hasta Hugo Chávez, han aprovechado hábilmente para vilipendiar a sus oponentes políticos como meras marionetas de los Estados Unidos.
El apoyo para el gobierno de los Estados Unidos es menor ahora que hace unas décadas. Solo el 35 por ciento de los argentinos, el 39 por ciento de los chilenos y el 45 por ciento de los venezolanos ven a los Estados Unidos como algo favorable, según datos del Centro de Investigación Pew.
El presidente Maduro también ha utilizado la retórica antiimperialista. Denuncia las sanciones estadounidenses y otros esfuerzos para aislar a su régimen como un "complot gringo".
Una forma más segura de restaurar la democracia
Esta historia explica por qué una intervención estadounidense en Venezuela sería vista con escepticismo. Aunque Maduro es impopular, el 65 por ciento de los venezolanos se oponen a cualquier operación militar extranjera para destituirlo, según una encuesta reciente.
En lugar de planear otro golpe de estado, creo que los esfuerzos de los Estados Unidos en Venezuela deberían apoyar el trabajo del Grupo de Lima, una coalición de 12 países latinoamericanos, incluyendo México, Guatemala y Brasil, además de Canadá.
El Grupo de Lima descartó la fuerza militar en Venezuela. Su campaña de presión para expulsarlo pacíficamente ha incluido aislar diplomáticamente a su régimen y pedir a los soldados de Venezuela que se comprometan a lealtad a Guaidó.
Un acuerdo negociado que conduzca a la salida voluntaria de Maduro es su objetivo final.
La diplomacia regional es mucho más lenta que la intervención extranjera. Pero evita un mayor derramamiento de sangre y reduce el papel del antiamericanismo en la crisis de Venezuela.
También puede abrir un nuevo capítulo en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina, uno en el que Estados Unidos toma su liderazgo en la región y no al revés.
*Este artículo fue escrito por Joseph J. Gonzalez, profesor asociado de Estudios Globlales de la Universidad Estatal de Appalachian, para The Conversation.
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