Las cinco principales familias mafiosas de Nueva York, cabeza de la denominada Cosa Nostra estadounidense, la más poderosa organización criminal de los últimos 85 años en el mundo, está hoy en un silencioso proceso de reestructuración luego de los sucesivos golpes dados por el FBI que llevaron a sus principales jefes -los llamados “boss”, “underboss” y “consiglieres-, a impenetrables cárceles o a suntuosas tumbas donde jamás faltan las flores.
Los clanes de las familias Bonanno, Gambino, Lucchese, Colombo y Genovese no sólo han sufrido los embates de la justicia estadounidense sino que también múltiples traiciones, “vendettas”, infiltraciones y sangrientas guerras con otras agrupaciones delictivas en expansión que les disputan diariamente sus territorios y mercados. Todo ello lo habían soportado durante décadas, pero esta vez no consiguieron resistir la pérdida de una de sus más grandes tradiciones: el quiebre de la ley del silencio, la sagrada “omerta” que habían jurado respetar.
La mayoría de los herederos de los primeros cinco padrinos que formaron en 1931 “La Comisión”, por instancias del legendario “Lucky” Luciano, hoy están muertos o presos: Joel Massino, (jefe de los Bonanno); Peter “Junior” Gotti (de los Gambino); Vittorio Amusso, (de los Lucchese); Carmine Persico Jr., (de los Colombo); y Vincent Gigante (de los Genovese).
[A continuación se mostrarán imágenes crudas que pueden herir la susceptibilidad de algunos lectores]
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Uno de los más famosos y respetados, “il capi di tutti capis” Joe Bonnano, fue inmortalizado por Francis Ford Coppola y Mario Puzo en la trilogía fílmica de “El Padrino”, (aunque algunos observadores de la mafia sostienen que el personaje corresponde a Carlos Gambino), donde Marlon Brando imitó casi a la perfección su voz ronca y su gusto por los gatos, los anillos de diamantes y los cigarros cubanos.
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Bonnano, quien decía oponerse al tráfico de drogas y a la prostitución, dirigió y controló con mano de hierro a la Cosa Nostra desde fines de los años 40 hasta promediar la década de los 60, cuando otras familias comenzaron a disputarle el poder y las calles de Nueva York, Chicago, Kansas, Detroit, Denver, Phoenix y otras ciudades se llenaron de sangre y cadáveres. Joe decidió retirarse en 1968 y se trasladó a vivir a Arizona, donde falleció naturalmente a los 97 años de edad, en mayo de 2002.
Un nuevo negocio
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A comienzos de la década de 1970, tras conseguirse un relativo armisticio entre las familias mafiosas, los jefes de recambio decidieron involucrarse mucho más activamente en un nuevo gran negocio: el tráfico en gran escala de cocaína y heroína, cuyo consumo masivo se expandía como la espuma desde California hacia todos los confines de Norteamérica.
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Hasta ese instante y desde comienzos del siglo XX se habían dedicado preferentemente al juego ilegal y clandestino, al control de los sindicatos del transporte terrestre y marítimo, a la usura y a la protección pagada, a la prostitución y a las inversiones inmobiliarias, al manejo de clubes nocturnos y al control de algunos rubros productivos tan variados como las lavanderías, la fabricación de quesos y el comercio de pescados.
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Algunos capos y consejeros jóvenes, sin embargo, lograron convencer a sus mayores para contratar más abogados y expertos en finanzas que les ayudaran a diversificar las inversiones, a ingresar en los negocios emergentes y penetrar con mayor decisión en los círculos del poder político. Fuertes sumas de dinero fueron dirigidas entonces ya no sólo a policías y jueces, sino que también a políticos y funcionarios públicos, a los medios de comunicación y a los cabilderos profesionales.
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En pocos años consiguieron eludir los controles fronterizos y establecer numerosas rutas que actuaron como un gran puente triangular entre los proveedores de drogas de Bolivia, Colombia y México, y los ancestros familiares en Italia, de donde traían la heroína proveniente de Oriente y llevaban cocaína para distribuir en Europa.
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Grandes cantidades de dinero fresco obtenido en la venta de drogas en las calles debieron ser “lavadas” de múltiples maneras y los clanes mafiosos empezaron a incursionar en nuevos rubros. La construcción y los negocios inmobiliarios se transformaron en un sector preferido a fines de los años 70. Así, crearon empresas que adquirían enormes extensiones de terreno y luego conseguían que se modificaran las normas para el uso de los suelos. Incursionaron también en ámbitos tan novedosos como el manejo de la basura y las pujantes industrias de los fármacos y la bioquímica. Pronto, decidieron sumarse a las especulaciones bursátiles y a las inversiones en el exterior, creando sucursales “limpias” en todos los continentes y comprando bancos para manejar sus cada vez más cuantiosos recursos.
En Italia, mientras, ocurrió algo similar. Desde los años 70 hasta comienzos de los 90, la mafia siciliana impuso el terror con el gatillo y el bombazo. Dirigida por Totó Riina, no dudó en asesinar al general Alberto Dalla Chiesa y a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, en 1992, quienes habían encarcelado a cerca de 500 “capi” y empezado a quebrar las reglas del silencio mafioso. Tomasso Buseta fue uno de los “pájaros cantores” que sufrió el rigor de la venganza: su esposa, sus dos hijos, y otros 33 familiares fueron asesinados sin contemplaciones.
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Huyendo del fascismo
Sicilia entera y Palermo en particular, reaccionaron ante la ola de crímenes como nunca antes lo habían hecho, cansados de tanta sangre y dolor. Las mujeres protestaron sacando las sábanas pintadas de rojo a las ventanas de sus casas, en tanto los niños decidieron recuperar las estatuas, las plazas y los edificios vacíos. En las salas de clases se colgaron los retratos de los ciudadanos asesinados y los profesores se atrevieron a contarles la historia de la mafia y de los dramas vividos durante siglos. En sus casas, los padres fueron interrogados y avergonzados por sus hijos mientras la indignación se extendía por Italia bajo el símbolo de las “manos limpias”.
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Los mafiosos comprendieron que debían cambiar sus estrategias, pero sus redes invisibles se multiplicaron e incluso robustecieron. La detención de Toto Riina, en enero de 1993, dejó a la cabeza de la Cosa Nostra siciliana a Bernardo Provenzano, un hombre de rostro desconocido que vivía oculto desde 1963 y que optó porque los nuevos negocios mafiosos pasaran lo más inadvertidos posibles. Ello hasta que también fue finalmente arrestado, en abril del año 2006, conociéndose incluso parte de los vínculos que algunos de sus lugartenientes habían establecido en Chile.
Informes de las Naciones Unidas sostienen que en Italia existen en 2008 cuatro grandes asociaciones mafiosas: la Cosa Nostra siciliana o Mafia, con unos cinco mil miembros organizados en pirámides que obedecían a comisiones provinciales y regionales; la Camorra, que opera en Nápoles, Milán y La Campaña, con unas cien familias y cerca de seis mil integrantes; la Sacra Corona Unita, sólo en la zona de Puglia, con una 20 familias y poco más de mil integrantes; y la Ndrangheta, con base en Calabria, compuesta por unas 200 familias, más de seis mil miembros y en clara expansión.
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Benito Mussolini y los fascistas persiguieron y encarcelaron a miles de mafiosos desde su advenimiento al poder en 1922, forzando a muchos a huir a Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de Washington decidió crear la Office of Estrategic Services (OSS), antecesora de la CIA, para ayudar a organizar la resistencia a los nazis en Europa y preparar la invasión de Italia. La OSS y la Oficina de Inteligencia Naval (ONI), recurrieron a los jefes mafiosos de Nueva York y Chicago para evitar los sabotajes en los puertos locales, recabar información sobre Sicilia y vigilar al creciente Partido Comunista Italiano. Indultaron a Charles “Lucky” Luciano y captaron a Meyer Lansky y Frank Costello, célebres gangster que se movían entre Nueva York, Florida y La Habana. Los oficiales de la OSS y de la ONI ofrecieron a cambio de esos trabajos el control del mercado negro de los productos que Estados Unidos llevaría a Italia.
“Lucky” Luciano se abocó en la mitad de la década de 1940 a crear una red de conexiones entre Sicilia y traficantes libaneses y turcos para que lo abastecieran de morfina, al mismo tiempo que junto a los agentes de la OSS colaboró con el hampa china que dominaba la producción de opio y heroína desde el denominado Triángulo Dorado, una región formada por las zonas fronterizas de Tailandia, Birmania, Laos y la provincia china de Yunan.
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Alfred W. McCoy, uno de los principales expertos de occidente en el tráfico de heroína, sostiene en su libro The Politics of Heroin in South-East Asia, que Luciano fundó una alianza crucial con la mafia de Córcega, liderando el desarrollo de una vasta red internacional de tráfico de heroína con sede en Marsella, la célebre “Conexión Francesa'”.
Más tarde, cuando Turquía decidió eliminar la producción de opio, se utilizó a Luciano para contactar a mafiosos expatriados en Vietnam del Sur. Así se estableció una casi inexpugnable base de suministro y distribución que pronto conduciría enormes cantidades de heroína asiática a las costas de California a través de los militares que retornaban a casa, inició de la “cascada blanca” que muy pronto invadiría a Estados Unidos.
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Conexiones latinas
Diversos analistas del crimen transnacional han afirmado que la instalación en Paraguay en los años 60 de una conexión latina de la mafia marsellesa, dirigida por el francés Auguste Joseph Ricord y la llegada de una corriente migratoria de chinos a comienzos de los años 80, son dos de las razones por las cuales este país se transformó en un centro de negocios ilícitos de grupos mafiosos que operan en el cono sur latinoamericano.
Ricord se formó junto a las bandas delictivas que nacieron durante la Segunda Guerra Mundial y supo sacar provecho del reacomodo a que se vio obligado el crimen organizado occidental luego de la caída del dictador cubano Fulgencio Batista y de la erradicación del narcotráfico en La Habana. El francés se asentó en 1947 en Buenos Aires y se dedicó a la trata de blancas para los más elegantes prostíbulos de la región. Amparado por jefes policiales, protegido por nazis y fascistas prófugos, el marsellés abrió un restaurante en las cercanías del estadio de River Plate, que le sirvió como pantalla para sus oscuros negocios y más tarde, en 1968, se instaló en Asunción, logrando exportar a Norteamérica más de cinco toneladas de heroína antes de ser deportado en 1972 a Estados Unidos.
La heroína estaba inundando las calles de Nueva York, de Los Ángeles y de otras ciudades norteamericanas. Era la misma droga que se había distribuido en la guerra de Vietnam y que los traficantes buscaban colocar ahora en el mercado estadounidense. Agentes antinarcóticos se topaban con partidas de droga ocultas al interior de los cadáveres de los soldados que retornaban a su patria para ser sepultados.
La Casa Blanca ordenó reprimir las nuevas redes de distribución y en uno de las operaciones se detuvo en Río de Janeiro a Tomaso Buscetta, el ya mencionado miembro de la mafia italiana que por esos años manejaba la conexión brasileña de la Cosa Nostra siciliana. Buscetta también había instalado una amplia red de contactos en Argentina a partir de 1949, la que se mantuvo operando hasta bien avanzada la década de 1960, y a la que posiblemente se sumaron varios chilenos.
En 1972 el mercado del tráfico de drogas demandaba un total de 600 millones de dosis de cocaína y heroína en Estados Unidos y Europa, al doble del precio de pocos años antes. Las ganancias eran similares o mayores que el juego clandestino, actividad que en 1971 había reportado 50 millones de dólares a uno de los jefes de la mafia, el estadounidense de origen judío Meyer Lansky, que había sido uno de los príncipes de la mafia en la Cuba de Batista.
En 1948 se contabilizaban en Estados Unidos 47 mil adictos a las drogas; 25 años después, en 1972, la cifra había aumentado a 300 mil.
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Las administraciones de los presidentes John Kennedy, Lyndon Johnson y Richard Nixon habían emprendido una creciente guerra contra las drogas en el territorio estadounidense y las familias de la mafia ítalo norteamericana empezaron a sentir la presión de las diversas instancias policiales y judiciales.
En Italia, en tanto, la mafia se incrustó en la expansión de la Democracia Cristiana, partido que desde mediados de los años 50’ estaba creando una nueva y poderosa clientela electoral sustentada en la colonización de todos los cargos posibles en el gobierno, en los entes públicos y en las empresas nacionalizadas. La corrupción se extendía hacia todas las esferas de la península, principalmente a través de la construcción y de las obras públicas.
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De ese período data el acuerdo entre los clanes mafiosos norteamericanos y sus primos de Sicilia y del resto de Italia para transferirles la concesión del tráfico de heroína y la búsqueda de nuevas rutas y contactos para la comercialización de la cocaína que era producida en algunos países de América del Sur. En los años siguientes, cargamentos cada vez más grandes de clorhidrato de cocaína empezarían a salir desde Chile rumbo a Europa.
Crímenes en Palermo
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Mañana: Vínculos y protección en Chile
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