En una época en la que los discursos de extrema derecha se están abriendo paso en Occidente -desde Estados Unidos y Europa a América Latina- el fenómeno del candidato presidencial brasileño Jair Bolsonaro no es pasajero. De hecho, en Chile ya cuenta con un admirador: el ex candidato presidencial José Antonio Kast.
Sin embargo, el caso del ex capitán también es especial. Esto porque muchos militares en retiro se están postulando a importantes cargos de elección popular en estos comicios generales.
“Es posible observar, en líneas generales, un apoyo de los integrantes de las Fuerzas Armadas a Bolsonaro, en especial porque su elección los llevaría a tener un presupuesto más robusto y un estatus más elevado”, afirma Rubens Valente, periodista del diario Folha de Sao Paulo y autor de Os fuzis e as flechas (Companhia das letras, 2017), libro que narra la resistencia indígena durante la dictadura brasileña (1964-1985).
"Desde el impeachment a Dilma Rousseff ha aumentado mucho el interés de los militares por entrar a la arena política".
En conversación con INTERFERENCIA, Valente habla de la irrupción de los militares en la política brasileña y cómo interpretar la popularidad de Bolsonaro.
¿A partir de qué momento comenzaron a verse involucrados los militares nuevamente en la vida política de Brasil?
Creo que desde el impeachment a Dilma Rousseff ha aumentado mucho el interés de los militares por entrar a la arena política. El gobierno de Michel Temer abrió su gobierno de forma inédita en los últimos 25 años a la participación de las fuerzas armadas. Por ejemplo, el actual ministro de Defensa, Joaquim Silva e Luna, es un general del Ejército, lo que no ocurría desde la creación de ese ministerio en 1999. También la inteligencia del Palacio de Planalto volvió al mando de un general del Ejército. Por último, se decretó una intervención en el área de la seguridad pública de Río de Janeiro dirigida por un general del Ejército.
¿Cómo ha sido la militarización en Río de Janeiro?
Hubo una gran expectativa que, hasta el momento, no se ha concretado. Sin embargo, hay que admitir que los problemas en Río son profundos, estructurales, y quien espera una salida rápida y simple es alguien que se está engañando. En ese sentido, creo que los principales cambios de la intervención, si es que ocurren, solo se verán mucho más adelante.
¿Cuándo volvieron los militares a ser una alternativa política para los brasileños?
Aún no sabemos si la población realmente ve en los militares una alternativa viable para cargos en el Ejecutivo y en el Legislativo, ya que todavía no han ocurrido las elecciones. En caso de que sean derrotados, mucho de lo que se ha dicho acerca de ellos quedará sin sentido. Por ahora sabemos a través de lo divulgado en la prensa que al menos 25 militares, activos o de la reserva, concurrirán a los cargos de presidente de la República, vicepresidente, gobernador o vicegobernador. No cabe duda que los casos que más llaman la atención son los de Jair Bolsonaro y el general de la reserva Antonio Mourão, su candidato a vicepresidente. También hay un candidato a gobernador del Estado de Ceará, el general Guilherme Theophilo, que hasta marzo estaba entre los 15 cargos más altos del Alto Comando del Ejército.
¿Es Bolsonaro el candidato presidencial de todas las fuerzas armadas?
No se puede decir eso, ya que hay escasa información efectiva sobre la vida en los cuarteles. Pocos oficiales declaran públicamente lo que sienten, e impera la cultura del secreto. Sin embargo, es posible observar, en líneas generales, un apoyo de los integrantes de las Fuerzas Armadas a Bolsonaro, en especial porque su elección los llevaría a tener un presupuesto más robusto y un estatus más elevado.
¿Cómo explica que las nuevas generaciones tengan mayor complacencia con los militares?
Hay un conjunto de factores que llevan a que algunos sectores los busquen como una alternativa o esperanza de cambio: el crecimiento exponencial de la violencia en Brasil; la insatisfacción creciente con los políticos “profesionales”, y, por último, un movimiento importante en las redes sociales de tergiversar la historia del golpe cívico-militar de 1964, por medio de versiones fantasiosas, parciales, distorsionadas e incluso mentirosas. Estas buscan romantizar el papel de los militares como héroes que impidieron el comunismo en el país, cuando en realidad el presidente depuesto, João Goulart, tenía un historial de línea socialdemócrata y no comunista.
A los militares les gusta citar las encuestas de opinión pública que, desde hace años, los colocan como una de las instituciones más confiables del país.
¿Debió el Partido de los Trabajadores haber impulsado con mayor fuerza una revisión de la amnistía de 1979, que permitió el regreso de exiliados, la liberación de presos políticos, pero que también eximió de juicio a los represores?
Lula da Silva y Dilma nunca quisieron revisar la Ley de Amnistía por innumerables razones. Una de ellas fue el temor de que la revisión también alcanzase a integrantes de la izquierda, o sea, a los propios miembros o aliados del PT. Además, la revisión de la amnistía dejó hace muchos años de ser un tema de interés dentro de las diversas corrientes que forman el PT. Pero sería injusto culpar solo a los gobiernos petistas por la no revisión. Ocurre también que el poder judicial, en especial los miembros del Supremo Tribunal Federal, en innumerables ocasiones indicaron que no habría apoyo para una revisión. Esto sin contar con muchísimos miembros del poder legislativo y todo el alto mando de las fuerzas armadas, que en ningún momento aceptaron castigar a sus miembros por crímenes cometidos en los años 60, 70 y 80. En líneas generales, el PT habría enfrentado serios obstáculos si la revisión de la Amnistía hubiese sido una prioridad de su gobierno, y nada garantizaba que fuera a tener éxito.
¿Son los militares brasileños una amenaza para la democracia?
Hay sectores que temen su llegada al poder por la radicalización del discurso de algunos de sus integrantes, en especial el de Bolsonaro, que en el pasado reciente ya defendió el golpe militar, el cierre del Congreso e incluso el fusilamiento de políticos. Esta retórica exacerbada pone en riesgo la imagen de las fuerzas armadas. A los militares les gusta citar las encuestas de opinión pública que, desde hace años, los colocan como una de las instituciones más confiables del país. El año pasado, Datafolha indicó que el 40% de la población deposita “mucha confianza” en los militares y otro 43% tiene “cierta confianza”. En cambio, el 65% dijo “no confiar” en el Congreso y en la Presidencia. Los militares tienen todo el derecho de celebrar su buena credibilidad. Lo que parece no haber ocurrido es que buena parte de esa imagen se deriva justamente de su poca participación política en las últimas décadas. No se necesita mucha reflexión para concluir que, cuanto menos políticamente expuesto está un determinado sector de la sociedad, menos problemas de imagen tiene. Sin informaciones negativas o positivas, los ciudadanos naturalmente tienden a declarar mayor confianza sobre ese sector. Como en el viejo dicho que dice “ojos que no ven, corazón que no siente”: no se condena lo que nadie critica.
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