La Democracia Cristiana tiene una obsesión: los comunistas.
En realidad, se trata del sector más conservador de la falange, conocido como “príncipes” y “guatones” o los desaparecidos “colorines”.
El último episodio ocurrió a fines de agosto, cuando la DC anunció que estaba organizando un acto para conmemorar los 30 años del triunfo del No, pero que no iba a invitar al Partido Comunista.
“No es casualidad el que hayamos invitado sólo a esos partidos”, afirmó Fuad Chahín, a radio Cooperativa, al referirse a la exclusión del PC. “Nosotros creemos que es importante ser muy claros respecto de la historia y quiénes realmente creyeron que era posible recuperar la democracia con un lápiz y un papel”.
Pasada una semana, y tras una guerra de declaraciones, columnas y comentarios en la prensa, Chahín se reunió con los dirigentes comunistas Juan Andrés Lagos y Bárbara Figueroa, y dio marcha atrás.
Según Ignacio Walker, la estrategia radical del PC sólo “jugó a favor de la dictadura, ahondando las diferencias al interior de la oposición”. Pero en este punto, el ex senador se equivoca o desconoce la historia de su propio partido.
Sin embargo, no se trató de una simple pataleta.
Aunque la DC no puso grandes obstáculos para sumarse a la Nueva Mayoría en abril de 2013, muy pronto comenzó a decir que se sentía incómoda compartiendo alianza con los comunistas. El cambio de actitud se inició con la discusión de reformas incómodas para el ala conservador, como lo fue el de la educación, y también coincidió con la caída de popularidad de la mandataria. El hecho de que uno de ellos, Jorge Burgos, fuera nombrado ministro del Interior en 2015, no cambió el creciente malestar de este sector falangista, que desde 1990 ha sido el de mayor peso político de ese partido.
Algunos grupos conservadores, como el de Progresismo con Progreso encabezado por la ex ministra Mariana Aylwin, exacerbaban de manera constante la brecha ideológica entre la DC y el PC, insistiendo que estos últimos condenaran los abusos a los derechos humanos en Venezuela y Cuba. Gracias a la amplia difusión en la prensa, en especial en El Mercurio, el sector más de derecha de la DC parece dictar la línea “anticomunista”.
Y durante su candidatura presidencial de 2017 que trataba de recuperar el “camino propio” de la DC de inicios de los años 60, la senadora Carolina Goic mantuvo fuertes enfrentamientos con el partido que dirige Guillermo Teillier. “Hoy, con este PC, no están las condiciones para gobernar con ellos”, afirmó en una entrevista a El Mercurio pocos días antes de la primera vuelta presidencial en noviembre.
El histórico “príncipe” Ignacio Walker, quien perdió la reelección senatorial en noviembre de 2017, acaba de publicar un libro en que ahonda en esta línea. En La Nueva Mayoría, reflexiones sobre una derrota (Catalonia, 2018), afirma que la “izquierdización” del bloque fue uno de los grandes motivos del fracaso electoral.
Según Walker, la rebeldía del PC a la hora de votar algunos proyectos del gobierno, tales como el reajuste salarial del sector público y del salario mínimo, la agenda corta anti-delincuencia, o el rechazo de Camila Vallejo a la reforma de educación superior, contribuyeron a desorganizar al conglomerado oficialista. En su libro deja entrever que le molestaba que esa conducta de los comunistas quedara “impune”.
“Todavía recuerdo cuando me abstuve en la votación sobre la famosa glosa 05 en la discusión sobre el presupuesto de la Nación en 2015, porque dejaba fuera de la gratuidad a los Institutos Profesionales y los Centros de Formación Técnica, donde está el núcleo central de la clase media chilena”, afirma en su libro “Poco menos que pasé a integrar la lista negra del gobierno”.
Pero siguiendo el argumento de Fuad Chahín, Walker afirma que su problema de fondo con sus aliados comunistas era de carácter histórico. De hecho, en su libro tiene dos capítulos llamados “El problema comunista”. Cuenta, por ejemplo, que algo que le complicaba a la hora de llegar a un acuerdo con el PC era “la absoluta falta de autocrítica por parte de dicho partido en lo relativo a los profundos errores que ha cometido en la historia más reciente de Chile en los últimos cuarenta años”. En concreto, Walker se refiere al hecho de que, al crear el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el PC optara a inicios de los años 80 por la vía armada para terminar con la dictadura.
En 1976, el ex presidente Eduardo Frei Montalva se reunió en Washington con el integrante del Comité Central del PC Enrique Kirberg. El ex mandatario le propuso comenzar una “cooperación secreta” entre ambos partidos.
Según Walker, esta estrategia radical sólo “jugó a favor de la dictadura, ahondando las diferencias al interior de la oposición”.
Pero en este punto, el ex senador se equivoca o desconoce la historia de su propio partido y de la era de la Guerra Fría post golpe de Estado chileno en 1973.
En efecto, hay al menos tres hitos históricos, dos chilenos y uno italiano, que muestran que la Democracia Cristiana estaba más que dispuesta a pactar -incluso de manera clandestina- con los comunistas.
El pacto secreto de Moscú
En 1998 la revista Qué Pasa publicó una serie de reportajes llamada “Los documentos secretos de Honecker sobre Chile”. En uno de estos artículos, que fueron investigados y escritos en Alemania por Víctor Herrero A., director de INTERFERENCIA, se revelan los desconocidos lazos que mantuvieron comunistas y demócrata-cristianos chilenos durante la a dictadura. .
En 1976, en Washington, el ex presidente Eduardo Frei Montalva se reunió con el integrante del Comité Central del PC y último rector de la Universidad Técnica del Estado, Enrique Kirberg. En la cita, el ex mandatario le propuso al académico comenzar una “cooperación secreta”. La idea de Frei Montalva era trabajar juntos, pero sin suscribirse al “frente antifascista” que promovían los comunistas y socialistas en exilio.
Tras ese primer encuentro, Frei envió al fallecido senador DC Máximo Pacheco a la Unión Soviética para entrevistarse con el secretario general del PC, Luis Corvalán, para acordar una estrategia política con el fin de enfrentar la dictadura de Pinochet. De manera casi simbólica, ambos dirigentes firmaron un compromiso de actuación conjunta el 11 de septiembre de 1976.
Corvalán comprometió en la ocasión que el PC no participaría de manera directa de un eventual gobierno post Pinochet, lo que dejaba a la DC como favorito para volver al poder”. Pero a cambio el dirigente comunista pidió generar un mecanismo mediante el cual los comunistas tuvieran una incidencia importante al interior de un nuevo gobierno democrático.
Para concretar y profundizar el pacto suscrito en Moscú, en noviembre de 1976 Volodia Teitelboim viajó a Roma donde se reunió con Jaime Castillo Velasco, entonces uno de los vicepresidentes de la DC. Este le dijo que Bernardo Leighton estaba entusiasmado con el documento firmado en Rusia. Acto seguido, Castillo le explicó a Teitelboim cómo se imaginaba la cooperación. “Cada uno tiene que permanecer como es”, le manifestó. “En el exterior proponemos la siguiente divisa: golpear juntos, marchar separados”.
“Sin los marxistas no hay salida democrática”
En marzo de 1986 el Radomiro Tomic, uno de los fundadores de la DC y candidato presidencial en 1970, dio una entrevista a la revista Análisis titulada “Sin acuerdo con los marxistas no hay salida democrática”. En esta defendía en parte la política de la “rebelión popular de masas” propuesta por los comunistas.
“Los que se empecinan en que la Constitución debe prohibir la existencia de agrupaciones marxistas deberían actuar con lógica y pedir que la Constitución señale que los marxistas, por serlo, dejen de ser chilenos. Es una aberración que nadie se ha atrevido todavía a proponer”, afirmó.
“El problema de la violencia es ético y moral dado que el uso de la fuerza será justo o injusto, moral o inmoral según las circunstancias”. (Radomiro Tomic, 1986)
El año en que Tomic dio esa entrevista fue particularmente tenso. Era el supuesto “año decisivo” en que las condiciones “subjetivas” y “objetivas” debían confluir para terminar con la dictadura militar, según el análisis que hacía el PC y su brazo armado, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
En medio de ese ambiente de tensión, Tomic analizó la violencia política del PC de una manera muy distinta a la que hoy sostienen sus descendientes políticos.
“El problema de la violencia es ético y moral dado que el uso de la fuerza será justo o injusto, moral o inmoral según las circunstancias. La no violencia no es obligatoria como norma. Lo que es obligatorio es el uso de medios lícitos de la defensa y promoción de los derechos personales o nacionales”, afirmó el dirigente en la entrevista a Juanita Rojas. “Soy católico y comparto la convicción de que es mejor preferenciar los medios pacíficos sobre los medios violentos; pero en pocas palabras, el problema de la violencia nació con el hombre y nos acompañara tanto como perdure la raza humana”.
El “compromiso histórico”
Los comunistas y los demócrata-cristianos han tenido en varias oportunidades la voluntad de pactar. Ocurrió para crear la plataforma político-electoral para el segundo gobierno de Bachelet y también, aunque tardíamente, para el plebiscito de 1988. Pero hubo un hito mundial entre ambas colectividades en los años 70.
A raíz del golpe de Estado en Chile, el dirigente comunista italiano Berlinguer propuso conformar mayorías sociales para hacer frente al “fascismo”. El Primer Ministro Aldo Moro estuvo de acuerdo. Poco después fue asesinado.
En octubre de 1973, el secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI), Enrico Berlinguer, publicó en la revista partidista Rinascita, una propuesta para conformar un amplio acuerdo político entre comunistas, socialistas y demócrata-cristianos italianos. Esta idea surgió en Berlinguer a raíz del golpe de Estado en Chile. Según su diagnóstico, era necesario conformar amplias mayorías sociales para hacer frente al “fascismo” contemporáneo. A esto se le llamó el “compromiso histórico”.
La Democracia Cristiana recibió con interés la propuesta de Berlinguer. El más entusiasmado fue el dirigente más importante de ese partido: Aldo Moro, el Primer Ministro italiano. Las consecuencias para él fueron fatales.
El 9 de mayo de 1978 Aldo Moro fue encontrado muerto al interior del maletero de un Renault 4 de color rojo, con once impactos de bala en su cuerpo. Unas semanas antes había sido secuestrado por las Brigadas Rojas, un movimiento de ultra-izquierda. El auto quedó estacionado de manera simbólica en un punto intermedio entre las sedes de la Democracia Cristiana y el Partido Comunista en Roma.
Las Brigate Rosse apostaban por una vía insurreccional y discrepaban de la apuesta de Berlinguer. Para las decenas de dirigentes socialistas y demócrata-cristianos exiliados en Italia, estos hechos fueron traumáticos.
El “Compromiso Histórico” respaldado por Moro no sólo alteraba el orden político interno de Italia, sino que también complicaba a Estados Unidos que temía que un comunismo menos radical -llamado entonces “eurocomunismo”- se posicionara con fuerza en Europa occidental. La viuda del ex primer ministro, Eleonora Chiavarelli, testificó durante el juicio a los brigadistas rojos que el ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, le advirtió en persona a su marido: “O deja usted de cortejar a los comunistas o lo pagará caro”.
La repercusión de la muerte de Moro y el fallido pacto significó un cambio en la dirección política del país. La hija del ex primer ministro lo graficó en una entrevista con La Nación de Argentina en marzo de 2008: “Siempre lo dije, desde 1978: la muerte de Aldo Moro fue un golpe de Estado, porque cambió el régimen político de este país. En la primavera de 1978 los pronósticos de las elecciones en Europa decían que iba a ganar la izquierda o el centro. En cambio, después de la muerte de Moro, ganó la derecha”.
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