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Viernes, 19 de Abril de 2024
Figura clave católica

Obituario: Hans Küng, el teólogo rival de Joseph Ratzinger

Ricardo Martínez

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Hans Küng
Hans Küng

Este martes 6 de abril falleció en Tubingia Hans Küng, renombrado teólogo suizo que cuestionó durante décadas los lineamientos doctrinarios de la Santa Sede, y que, aunque había iniciado su carrera haciendo dupla con Joseph Ratzinger durante el Concilio Vaticano II, finalmente fue alejado de la docencia teológica. Acá algunas pinceladas para comprender su importancia para la iglesia católica del siglo 20.

Admision UDEC

“Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. Con esta frase se inicia el texto de la Constitución Pastoral “Gaudium et Spes” (que, fiel a una añosa tradición eclesiástica, son las palabras latinas que están al principio del texto, “los gozos y las esperanzas”), sobre la iglesia católica en el mundo actual aprobada por el Concilio Vaticano II en diciembre de 1965 y que resultó uno de los documentos más gravitantes de aquella cita de obispos católicos, pero también de otras denominaciones cristianas, y que dio paso a una apertura de la iglesia a las interrogantes y desafíos de la segunda mitad del siglo 20.

Tras la prosa de aquella constitución no solo se encontraban los obispos, sino que todo un grupo de teólogos jóvenes, particularmente europeos, que trabajaron en la redacción de los documentos de aquella cita vaticana. Dos de ellos serían los animadores de extensísimos debates teológicos en las décadas siguientes: Joseph Ratzinger, que oficiaba como asesor de cardenal de Colonia, Josef Frings, posteriormente sería nombrado por Juan Pablo II como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y a la postre resultaría ungido como Papa, tomando el nombre de Benedicto XVI; y Hans Küng, que asesoraba por su parte a los obispos suizos, y cuya carrera eclesiástica y teológica sería trastocada por el mismo Vaticano (muchas veces de las manos del mismo Ratzinger) que no vio nunca con mucha delicadeza lo que las ideas de este significaban para la relación de la iglesia católica con el mundo actual.
Índex, celibato, mujeres en la iglesia e infalibilidad papal

Aunque en aquellos primeros años de sus carreras de madurez -tanto Ratzinger (1927, Baviera, Alemania), como Küng (1928, Lucerna, Suiza) durante el concilio eran unos treintañeros- ambos teólogos compartían muchos de sus análisis de lo que debía ser la iglesia católicaen la época contemporánea, los caminos fueron bifurcándose, tomando el germano posiciones cada vez más conservadoras y el helvético posiciones cada vez más progresistas.

De este modo, en el cierre de la década de los sesenta, que había significado un remezón análogo en el catolicismo al “Verano del Amor” en la cultura estadounidense o “Mayo del ‘68” para la cultura secular europea, Küng empezó a publicar una serie de libros que problematizaban muchas de las doctrinas católicas.

Con premura, pero sin prisa, esto es tras reflexiones profundas sobre aquellas doctrinas, Küng fue cuestionando asuntos como el Índex, aquella lista de libros prohibidos que la iglesia católica a lo largo de siglos señalaba no se debían imprimir, o el celibato de los sacerdotes, o la misma idea de que los sacerdotes debían ser solo hombres (vir) [La Iglesia, 1967]. Pero quizá la piedra de tope fue un volumen de 1975 en que el teólogo alpino se refirió a la infalibilidad papal. Este era un dogma que había sido sancionado por el primer concilio vaticano en 1870 y que se fraseaba de la siguiente manera: “definimos ser dogma divinamente revelado que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra, esto es, cuando, ejerciendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, en virtud de su Suprema Autoridad Apostólica, define una doctrina de Fe o Costumbres y enseña que debe ser sostenida por toda la Iglesia”.
El volumen de marras de Küng de 1975, ¿Infalible? Una pregunta, le valió ser amonestado por el Vaticano y solo cuatro años más tarde, en pleno pontificado de Juan Pablo II se le retiró la denominación de teólogo católico.

Una teología abierta a la cultura y el conocimiento secular

Una de las cosas que más pueden llamar la atención cuando se leen las constituciones apostólicas o las encíclicas (cartas pastorales) que emanan de la iglesia católica es que ellas se aferran fuertemente a la tradición cristiana, esto es, que abundan las citas y referencias a pasajes del Antiguo y sobre todo del Nuevo Testamento, menciones a los Padres de la Iglesia, alusiones a los Doctores de la Iglesia: círculos concéntricos de los razonamientos y lógicas de la cristiandad. 

Pero a menudo nada hay en estos textos que aluda a otras maneras de entender e interpretar el mundo. Raramente, si es que no nunca, se menciona a pensadores fuera de aquella misma cristiandad -la relación de la iglesia católica, por ejemplo, con el conocimiento científico encarnado en pensadores como Galileo o Darwin, así lo ilustran-. Se trata de una especie de comunidad discursiva en que todo hace referencia a lo que ha sido el pensamiento doctrinario de los apóstoles, los santos, los padres y los doctores (y aquí el uso de los géneros masculinos no es gratuito).

La escritura de Hans Küng no era así.

Un enorme ejemplo que ilustra esto es su Trilogía de las Religiones Monoteístas, que se inició en 1992 con la publicación de “El Judaísmo: pasado, presente y futuro” y que se prolongó por un par de lustros con los volúmenes dedicados al cristianismo y al islam. 
Küng, en especial en el primer número de aquella saga tomaba prestado de su casi tocayo Thomas Kuhn la idea de paradigma y sostenía que el judaísmo había tenido varios paradigmas dentro suyo como manera de entender la relación de Dios con la Humanidad. 

Del mismo modo, en aquellos tomos esenciales de su obra, solía utilizar como ilustraciones y núcleos de significado pasajes de la historia que tenía más a la mano, la de los cantones suizos, de Guillermo Tell, de la Suiza de la modernidad, y, aquilatando todas estas referencias interculturales e interdisciplinarias iba hilvanando ideas que en múltiples ocasiones sobrepasaban los límites mentales de la teología de los padres y los doctores.

También Küng, en esta vertiente más secular, se animaba a comparaciones y contrastes que podían resultar insultantes para la teología ortodoxa, como los paralelos que establecía entre la persecución a los judíos durante el nazismo y la hostilidad a los mismos en la Edad Media en los guetos, instigada por la misma iglesia católica.

No en una línea menor, en aquel primer volumen, Küng sostenía que se bajarían mucho las defensas ideológicas de cristiandad y judaísmo si se problematizaba la divinidad de Cristo, al reconocer que Jesús había sido elegido básicamente por medio de la intervención bautismal de Juan (Bautista) y no por un nacimiento virginal.

Todas estas ideas y muchas otras, sin embargo, raramente llegaron a las lectoras o lectores cristianos en el mundo de habla hispana, básicamente porque muchos de aquellos volúmenes eran publicados por la editorial Trotta, y resultaban en extremo onerosos de comprar, incluso para personas genuinamente interesadas en seguir sus razonamientos.

Quede, sin embargo, la idea de que Hans Küng dedicó toda su vida a la construcción de puentes interreligiosos, entre la iglesia católica y el mundo secular, entre la teología y las restantes disciplinas del conocimiento y que a muchas generaciones les enseñó a leer la historia de las religiones como un cúmulo de fuerzas sociales, éticas, filosóficas, políticas y culturales, en suma, como lo que son: una obra del intelecto humano.

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