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Viernes, 19 de Abril de 2024
Especial elecciones de 1970

Tecnocracia y apartidismo de derecha en Chile. El “relato” de Jorge Alessandri (1958-1964)

Cristián Garay
Ángel Soto (*)

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Jorge Alessandri. Foto de Jorge Opazo.
Jorge Alessandri. Foto de Jorge Opazo.

Los profesores Garay y Soto, doctores en Historia, analizan en este artículo algunas de las concepciones ideológicas de la administración de Alessandri, el denominado “gobierno de los gerentes”, basado en la supuesta aptitud especial de los ingenieros para encabezar las administración del Estado.

Admision UDEC

Jorge Alessandri fue hijo del dos veces presidente de la república, Arturo Alessandri Palma (1920-1925 y 1932-1938). Sus biógrafos señalan que tuvo una relación compleja con su padre, lo que no le impidió participar en la carrera política que lo llevó a ser diputado por Santiago entre 1925 y 1927. La rivalidad de Arturo con otro de los grandes caudillos de la primera mitad del siglo XX chileno, como fue el general Carlos Ibáñez del Campo, le significó exiliarse con su familia a cuyo regreso, Jorge debió iniciar un camino en el ámbito privado, aunque ligado a lo público.

Fue presidente de la Caja de Crédito Hipotecario bajo el gobierno de Juan Esteban Montero, luego entró a la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones (CMPC) donde llegó a ser su presidente y encabezó la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC). Entre 1947 y 1950 fue ministro de Hacienda del presidente radical Gabriel González Videla.

Entre 1950 y 1957 nuevamente fue presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio, cargo al que renunció cuando fue electo senador, dejando el escaño parlamentario para postular y ser presidente de la república entre 1958 y 1964. Al dejar este último cargo, quiso retirarse “a la vida privada”. Volvió a la CMPC, pero el “retiro” a lo privado no le resultó ya que se mantuvo como el líder y candidato natural de la derecha para la siguiente elección presidencial de 1970. Luego del golpe de militar de 1973, entre 1976 y 1980, fue Presidente el Consejo de Estado durante la dictadura de Augusto Pinochet.

Las ideas subyacentes

Chile había tenido una experiencia tecnocrática inicial con el dominio de los ingenieros en la administración del Estado a comienzos de los años 1930. En efecto, animando el proceso de industrialización y de infraestructura del país, los ingenieros como cuerpo especializado en el Estado habían introducido criterios de gestión muy cercanos a los aspectos más cuantificables y técnicos. Las decisiones del Estado, desde la instalación de las grandes obras a partir de la reorganización de la administración pública en 1927 por Carlos Ibáñez del Campo, habían tenido este efecto al instalar en el centro de la administración pública a los ingenieros y a estos como los técnicos por excelencia. Como dice Adolfo Ibáñez Santa María “las propuestas tecnocráticas se caracterizaron por la realización de obras materiales: eran constructivistas”. El núcleo formador de este grupo estaba en la Universidad de Chile, precisamente la institución donde estudió Jorge Alessandri Rodríguez.

Sin embargo, debe tenerse presente que desde el punto de vista del relato, la idea tecnocrática se encontraba con anterioridad. Un ejemplo es Gustavo Ross, también denominado el “mago de las finanzas” por su gestión como ministro de Hacienda de Arturo Alessandri, quien en 1938 fue el candidato presidencial del “sector”. Antes, en 1932, el candidato de la derecha fue Héctor Rodríguez de la Sotta, quien si bien tuvo un discurso doctrinariamente cercano a las ideas de Ross y más tarde del mismo Alessandri, no solo era militante sino que fue el presidente del Partido Conservador.

El inicio de la campaña presidencial de 1957 fue atípico. Alessandri se “negaba” a ser candidato. Esta actitud tenía mucho que ver con su carácter y personalidad, especialmente por el procedimiento en que se hacía la propuesta de parte de los partidos políticos, pues —jugando al límite con la retórica— los representantes de las colectividades que buscaban su decisión le preguntaban si quería ser candidato, a lo cual él contestaba “no quiero”, cosa distinta era si le “ofrecían ser candidato”.

El Partido Conservador instó a los liberales y agrario laboristas a que apoyaran una candidatura que encarnara un hombre probo, enérgico e independiente. El senador del Partido Conservador, Francisco Bulnes Sanfuentes, fue uno de los encargados de convencerlo para que fuera candidato. Los liberales los siguieron y los resultados senatoriales convencieron a los indecisos. Era un candidato de raigambre liberal y cercano al conservadurismo, pero no militaba en partidos políticos. Había sido ministro de Hacienda de los radicales; era un ingeniero, empresario, y “parecía el candidato ideal, un mecánico que podía arreglar la economía e impulsar el desarrollo”. No obstante, fue finalmente el senador liberal, Raúl Marín, quien lo convenció de aceptar la nominación.

Sin embargo no faltaban las dudas. El Mercurio, advirtió de los riesgos que corría la derecha al apoyarlo. Frente a la alternativa de respaldar a Eduardo Frei, fue el Partido Conservador, luego el Liberal y, por último, los “grupos de independientes” quienes articularon la campaña presidencial mediante un aviso en El Diario Ilustrado como “un llamado de la ciudadanía a don Jorge”. El candidato recalcó, “muchos chilenos han buscado en fórmulas políticas, más teóricas que prácticas, soluciones inmediatas a sus problemas económicos y sociales; quienes los halagaron con promesas, generalmente conquistaron su conciencia, pero luego y casi siempre les ocasionaron la desilusión más angustiosa”. Al finalizar la campaña manifestó:

“Creía ser merecedor del respeto de todos los dirigentes políticos, pues aunque inflexible en la condenación del peculado y de la corrupción, jamás había lastimado a nadie en su dignidad ni en su honra [...] pero como fieras embravecidas se han lanzado en mi contra, por el terror que les provoca que el pueblo me crea y tenga confianza en mí [...] Saben que el pueblo no les cree cuando me califican de reaccionario egoísta, porque toda una larga vida junto a los obreros y empleados les ha demostrado que mientras estos fariseos del engaño nada hacían en su beneficio, un hombre retraído como el que os habla, en el retiro de su actividad particular o en la acción circunstancial del ejercicio de la función pública, ha revelado con incansable tenacidad que es posible producir en la realidad y de manera efectiva un clima de la más grande armonía con los asalariados [...]. He debido recurrir al ejemplo vivo de los hechos que puedo demostrar con mi propia vida, no por una vana ostentación que por temperamento siempre he rechazado, sino movido por la necesidad de comprobar ante obreros y empleados la verdad de mis afirmaciones y la sinceridad de mis propósitos. Los ejemplos que he puesto no los he leído en libros, folletines o artículos, sino que los he experimentado personalmente en la realidad de mi propia existencia [...].”

La cita es larga, pero es importarte reproducirla in extenso para demostrar que este discurso representaba su visión política. Se presentaba asimismo como un hombre que tenía su ejemplo como muestra, cuyas ideas habían sido probadas por la experiencia, la mesura y el realismo. Aunque también evidencian un cierto tono mesiánico y salvador de la república. Se ofrecía —y se veía a sí mismo— como garantía y medida del éxito futuro, el cual descansaba en su propia experiencia. Por ello en el lenguaje concibe su decisión como un “sacrificio” entendiendo la participación en el servicio público como un mal necesario. Un costo patriótico, en este caso exigido por tradición familiar, que deja de lado las oportunidades profesionales del ámbito privado y del cual se entra y se sale. Una más de las manifestaciones identitarias del ethos de la derecha.

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La nueva izquierda con Alessandri. Foto de Domingo Ulloa.
La nueva izquierda con Alessandri. Foto de Domingo Ulloa.

El “gabinete de los gerentes” 1958-1961

El 4 de septiembre de 1958, día de la elección presidencial, Alessandri obtuvo la victoria por mayoría relativa, lo que significó que debía ser el Congreso Nacional quien debía elegir entre los dos candidatos que habían obtenido mayor votación. Los resultados dieron al candidato de derecha 389.909 votos (31.56%) siendo sucedido por el postulante de la izquierda – FRAP, Salvador Allende quien alcanzó los 356.493 votos (28.85%). Más atrás se ubicó el demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva con 255.769 votos (20.70%); el radical Luis Bossay con 192.077 votos (15.55%) y, finalmente, Antonio Zamorano —el ex cura de Catapilco— como independiente de izquierda quien consiguió 41.304 votos (3.34%).

Esa noche, Alessandri señaló que no había pensado la conformación de su gabinete, pues nadie le había pedido cargos ni él los había ofrecido, destacando que mantendría su independencia y que gobernaría en consideración a las capacidades. Dos meses más tarde, el 4 de noviembre de 1958, día de la transmisión del mando, inició su gobierno con unas palabras que dieron cuenta del nuevo estilo pragmático con que abordaría los problemas económicos y sociales. Reiteró que su mandato tendría: “Un nuevo estilo [que] se iniciará en la conducción de los negocios públicos. Habéis elegido un Presidente que está resuelto, de manera efectiva, a serlo de todos los chilenos”.

Alberto Cardemil ha reseñado la polémica que enfrentó a Jorge Iván Hubner (conservador) y Ernesto Ayala (independiente), entre diciembre de 1958 y marzo de 1959, respecto al carácter tecnocrático del equipo. Hubner fustigaba esa orientación que Ayala, y luego Ricardo Cox Balmaceda, defendía como la más apta para enfrentar los problemas de esa hora. El propio Alessandri expondría su tesis sobre la naturaleza del gabinete de los gerentes, argumentando que era el producto del paso del estado de naturaleza al estado civil. Ese importante texto de Alessandri es comentado in extenso por Silva, respetando la cita del anterior autor, en un capítulo denominado “Alessandri y la “revolución de los gerentes”.

Silva argumenta que la noción de la eficacia de los gerentes por sobre los políticos estaba fundada en un libro escrito por James Burnham titulado The Managerial Revolution, de 1941, traducido al castellano en 1943 con el nombre de La Revolución de los Directores: las ideas que conmueven al mundo. Burnham era un prolífico escritor quien además publicó The Machiavellians: Defenders of the Freedom (1940, con ediciones en 1943 y 1945), The Comming Defeat of the Communist (traducido al castellano en 1950), y The Struggle for the World (1947). Uno de sus ejemplares estaba en la Biblioteca del Congreso de Chile, mientras que en la Biblioteca Nacional de Chile se encontraba en inglés, en castellano y en francés. Burnham, en su libro de los años 1940 titulado La Revolución de los Directores, planteó que la sociedad estaba en una transición, en la cual “los directores habrán logrado la dominación social y constituirán la clase dominante”. Éstos son los que dirigen los medios de producción y el dominio será ejercido por intermedio de su control del Estado. Interesante es la descripción que hace este autor sobre los distintos niveles de preparación que se requiere en el mundo productivo, en el que en lo referido a la dirección técnica y coordinación del proceso productivo, endosa a los “directores técnicos” (managers) o “gerentes” un papel importante. Todos ellos son ingenieros, como lo era Jorge Alessandri.

Al dar a conocer su gabinete, este fue independiente. Es decir, se nombró al margen de los partidos. Fue apartidista e incluyó tecnócratas que aportaron experiencia profesional desde el ámbito privado al gobierno. Alessandri insistió en que su equipo ministerial sería nombrado sin presiones y sin pagar favores, agregó: “No quiero ambiciones a mi lado y no las aceptare por ningún motivo”. Inicialmente, éste fue integrado por tres abogados, un profesor y un médico veterinario. A saber: Enrique Ortúzar (Interior); Germán Vergara (Relaciones Exteriores); Roberto Vergara (Economía, Hacienda y Minería); Carlos Vial (Defensa); Francisco Cereceda (Educación); Jorge Saelzer (Agricultura); Julio Philippi (Justicia y Tierras y Colonización), Eduardo Gomien (Trabajo, Salud Pública y Previsión Social) y Pablo Pérez (Obras Públicas). Al dar a conocer sus nombres, el presidente señaló: “He procurado llevar a mi gobierno a hombres preparados de la empresa privada para que puedan entregar su experiencia y colaboración a la gestión pública. Antes de ahora, la mayoría de los ministros han sido políticos o provenientes de actividades no conocidas”.

El “gabinete de los gerentes”, fue justificado por Alessandri en consideración a la noción de la eficiencia del estamento administrativo. Para él, el problema de Chile era moral más que político y económico. El aprovechamiento político y la ignorancia económica de quienes asumían posiciones de poder en el gobierno, los hacía incapaces de solucionar los problemas, provocando el desencanto de la población que vivía “de un sueldo” y veía frustrado su progreso.

Para algunos era un liberal económico atípico, pues aunque era partidario de la economía de libre mercado (o social de mercado), hacía concesiones a papel del Estado. En parte por su pragmatismo, pero por sobre todo era un hombre de su época, en donde primaba el ideario estatista por sobre la iniciativa privada. Pragmatismo que también tiene que ver con el hecho que una cosa es la teoría y otra la práctica. No es lo mismo mirar desde la academia que estar en la política. Eugenio Heiremans, ex dirigente gremial de los empresarios y presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), recordó a Jorge Alessandri como “un gobierno de principios absolutamente liberales”, pero que “sin embargo desarrolló una serie de actividades en la Corporación de Fomento que, a mi juicio, correspondían al sector privado”. Como ministro de Hacienda del gobierno de Gabriel González Videla, Alessandri señaló que era:

“[…] partidario del régimen de libre empresa, porque, a mi juicio, es el que mejor sirve el bienestar de la colectividad dentro de un sistema de libertad política. Aprovecha el espíritu de lucro de los individuos y acepta las utilidades como un medio de promover el bienestar colectivo, que constituye, por lo demás, la finalidad suprema de éste como en cualquier otro régimen económico. [Pero] como, desgraciadamente, muchos olvidan este objetivo y toman como única meta la utilidad, yo, con un concepto de honestidad, acepto, como algo indispensable para estos casos, la intervención del Estado”.

Tan nítida era la percepción que El Diario Ilustrado, órgano del Partido Conservador, glosó de los conceptos de Alessandri en 1958 en un foro de ingenieros, gremio al que él pertenecía. Se apoyó la idea que había roles para los políticos y los técnicos y que, debido a esto, se habían suscitado “intrigas” tratando de mostrar que el presidente había desplazado a los primeros por los segundos. La respuesta del presidente Alessandri a esta acusación obedecía a:

“[…] un concepto moderno de la administración de los negocios públicos. Los técnicos son los encargados de estudiar los problemas en los cuales son expertos y los políticos tienen la gran misión de buscar los caminos y de hacer posible la adopción de las medidas, de los métodos y de los procedimientos que los técnicos señalaban como los más eficientes para alcanzar la solución que se necesita”.

Esta cita, demuestra que si bien había separación entre tecnocracia y política, no estaban disociadas una de la otra. De modo, concluía el periódico conservador, que el camino era mancomunar la destreza política con la técnica como lo hacía el presidente norteamericano Dwight Eisenhower. Al técnico le correspondía un razonamiento “casi de la deducción matemática”, mientras el político jugaba con la oportunidad y el “asentimiento público”. Al día siguiente el diario El Mercurio abordó la misma objeción de llamar a los técnicos en desmedro de los políticos diciendo en una columna editorial titulada “Realismo y Teoría en la Política”, que juzgaba este llamado a los técnicos como parte de una tendencia moderna basada en la “variedad y complejidad de las materias que debe afrontar la administración pública de un Estado moderno”. Éste dejaba atrás las teorías partidistas y el carácter independiente del Presidente, marcado por “una aversión por la intransigencia doctrinaria” y un “espíritu objetivo para la observación de la realidad”.

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Mujeres alessandristas. Foto de Sonia Aravena.
Mujeres alessandristas. Foto de Sonia Aravena.

El Presidente pensaba, como lo dijo en 1959, que desde 1920 los problemas económicos y sociales estaban relacionados, requiriéndose soluciones económicas debido a lo que denominó la interdependencia de ambas cuestiones. En sus Mensajes Presidenciales de 1959 y 1962 esta idea fue expuesta varias veces. En 1959 sostuvo: “los problemas sociales han constituido la mayor preocupación en la lucha política y en la acción del Gobierno. Pero es fundamental tener presente que éstos se encuentran íntimamente vinculados con la realidad económica del país, constituyendo con ella un todo complejo e insoluble”. Se requieren, prosiguió, de “soluciones de conjunto y de carácter general”. Para Alessandri olvidar ese principio exacerbaba “la miseria de buen número de nuestros conciudadanos, las injustas desigualdades que se anotan entre los propios asalariados, y el inadecuado desarrollo de la producción nacional […]. Se ha colocado así al país en una arrolladora pendiente inflacionista, con la consiguiente desarticulación y asfixia económica”.

Esto se apoya además en simpatizantes y colaboradores como Ricardo Cox, quien escribió en El Mercurio una columna titulada “Rectificación Democrática”. En él denunció el afán partidista de los parlamentarios como una de las causas de la demagogia que destruía la democracia chilena. Para Cox los partidos representaban una hipertrofia de la representación y una negación de los principios de la democracia, lo que exige reevaluar los mecanismos de elección de candidatos a parlamentarios.

En 1962, en la misma solemnidad, indicaba que “los (problemas) predominantes hoy son fundamentalmente de orden económico y social, asuntos que requieren soluciones técnicas, que abarquen los distintos aspectos que ellos tienen, las repercusiones que deben originar en otros sectores y en la economía general toda. Este exige unidad absoluta en la acción y rapidez en las decisiones que deben adoptarse […]”. Este texto es bastante singular, ya que establece que los problemas requieren soluciones técnicas, no político ideológicas. Requieren de unidad absoluta en la acción y rapidez de las decisiones, todos conceptos unidos al nuevo estilo que proclamaba abierto al iniciar su periodo de gobierno. Era el predominio de la técnica por sobre la política.

El retorno de los partidos

En 1961 se cerró el experimento tecnocrático alessandrista. La pérdida de apoyos en el parlamento, hizo que el presidente tuviera que llamar a los “abrigos amarillos” —como se decía en alusión a la forma de vestir de los radicales por sus tenidas de invierno— a La Moneda, el palacio de gobierno, lo mismo que a los conservadores y liberales. Alessandri tuvo en la segunda parte de su gobierno de contraparte a los partidos. Para Cavarozzi la experiencia tecnocrática había sido dirigida contra los radicales, pero esto quizás es inexacto. Alessandri fue su compañero de ruta desempeñándose como ministro del gobierno de Gabriel González Videla y apoyó la proscripción de los comunistas. Su cercanía con los radicales suscitó reticencias con los liberales en los temas económicos y con los conservadores en los temas religiosos, pero siempre encontró una manera de mantener el contacto y no contrariar a sus otros aliados de las derechas. Jaime Etchepare, afirma que “El Partido Radical evolucionó desde una posición de antagonismo al alessandrismo gobernante a una ‘independencia constructiva’, la que se caracterizó por una estrecha colaboración en materias legislativas… el Presidente Alessandri designó, cada vez con mayor frecuencia, radicales en cargos de exclusiva confianza del Jefe de Estado”.

En ese periodo las críticas provinieron de los conservadores, que más bien querían un planteamiento de fondo respecto de la política y su comprensión ideológica. Lo que sí parece exacto, es que la tecnocracia tenía un fondo liberal, que incluso el mismo Alessandri, demasiado estatista para un liberal, alcanzaba a avizorar. Más que una práctica contra el Partido Radical fue una práctica apartidista, sin importar a quienes se refería, donde lo único que importaba era la gestión y la eficiencia. Noción claramente relacionada con el discurso de Burnham, quien desde la óptica organizacional habló del dominio de los técnicos en el control y manejo del Estado.

La propuesta inicial de Alessandri abarcaba aspectos como las reformas constitucionales y se centraban en la presidencia, haciendo énfasis en prácticas anticorrupción y en políticas antiinflacionarias. El eje se personalizó en el presidente y no en los partidos que le apoyaban, que no tuvieron sintonía con la población, la que estimó que los cambios realizados no habían transformado mayormente la realidad. Al término del mandato, liberales y conservadores se vieron como simples guardianes de privilegios que impedían las reformas, en vez de gestores de cambios para el futuro.

Alessandri quiso imponer la racionalidad por sobre los intereses de grupos políticos, de trabajadores y de empresarios, e intentó que predominara la técnica por sobre la política, pero esto generó resistencia en un sector del conservadurismo (Jorge Iván Hubner) que reclamaba la primacía de la política por sobre la economía. Una queja que permanentemente se le enrostra a ese sector: su marcado economicismo.

Paradojalmente, en lo personal, Alessandri mantuvo su popularidad y reconocimiento. Sin embargo, los conservadores y liberales pagaron en las urnas su apoyo siendo sobrepasados electoralmente por los democratacristianos en las elecciones parlamentarias, antesala de la elección presidencial de 1964. Pero el discurso (relato) no decayó, ya que la derecha “apolítica” y sobre todo antipartidos —tal como venía haciéndolo de antaño— siguió identificando los males del país y de su administración pública con esa élite política tradicional. Consecuencia de lo cual la tecnocracia siguió rondando como un esquema de administración. Esa posición se prolongó dentro de la corriente denominada “alessandrismo”, en el que confluyeron a partir de mediados de los años 1960, grupos empresariales tradicionales, gremiales y juveniles nuevos, quienes mantuvieron la idea de la necesidad de un hombre recto y justo apoyado por una nueva generación de técnicos.

Conclusiones

Al término del gobierno en 1964, los partidos políticos ya habían vuelto a La Moneda y Alessandri no traspasó su capital político a su coalición la que tuvo un duro revés electoral. Pero tampoco sus reformas económicas tuvieron mayores efectos. La generación de expectativas económicas que se levantaron en 1958, seis años más tarde pasaron la cuenta al quedar muchas de ellas insatisfechas. Fue el caso de la reforma agraria de Alessandri, llamada reforma del “macetero” que fue sustituida por reformas agrarias cada vez más amplias bajo Eduardo Frei y Salvador Allende.

Los indicadores económicos dan cuenta de esta frustración de la población Por ejemplo, la inflación que en 1959 fue de 33.24% —tras una baja al 5.47% en 1960 y 9.61% en 1961— llegó a 38.47% en 1964. El déficit de cuenta corriente creció de -14.9 (MU$) en 1958 a -123.2 (MU$) en 1964. El déficit fiscal pasó de 1.56% del PIB a -2.23% en iguales fechas, a lo que se agrega un aumento de la deuda externa y el déficit en cuenta corriente, todo lo cual repercutió en la ciudadanía.

Las derechas chilenas entraron en una crisis que se tradujo en una falta de nuevos liderazgos y de propuestas programáticas, agudizada al resignar toda opción presidencial en 1964 momento en que se apoyó al demócrata cristiano Eduardo Frei como el “mal menor” encargado de frenar la llegada del socialismo al poder con Salvador Allende a la cabeza. El problema fue que en tiempos que se requerían cambios estructurales, la derecha no ofreció nada que no fuera defensivo de la amenaza marxista inspirada en la Cuba castrista, que para entonces ya mostraba sus resultados. En 1964 la Revolución en Libertad primó por sobre la revolución socialista, pero para los partidos de derecha liberal y conservador les significó que su “relato” pasó a ser un discurso puramente defensivo, relegados al último lugar, lo que trajo consecuencias tras el desastre electoral de la elección complementaria de Curicó de 1964, conocida como el “Naranjazo”.

Dos años más tarde, en 1966, surgió el Partido Nacional, agrupando a liberales y conservadores, pero también incorporó a los nacionalistas. Corrientes a las que se unió la idea de decadencia como fuente doctrinaria y que permitió identificar cuatro grupos o actores sociales al interior de las derechas: los prohombres, una alianza entre empresarios y políticos; los líderes providenciales o héroes estadistas; los señores políticos decadentes y los nuevos actores jóvenes provenientes del ámbito universitario. El ex presidente no participó activamente en la conformación del nuevo conglomerado, pero de estos, los líderes providenciales son sin duda los que más se acercaban al perfil de Jorge Alessandri pues estaban considerados como “hombres” con cualidades singulares, excepcionales, más allá del bien y del mal, quienes trabajaban por la patria y con gran estatura moral. En la derecha, el único que estaba a la altura de ese título de héroe era Jorge Alessandri, un “político venerable” por sus seguidores. Un hombre que afianzó su poder al interior del sector, que provenía de la alianza con los empresarios, pero que, sin embargo, dado su personalismo y carencia de estructura partidaria fue incapaz de dejar un sucesor.

Tras dejar la presidencia quiso retirarse de la vida pública, pero su “fantasma” siguió rondando. Un comité prorretorno se encargó de mantener su liderazgo y lo consiguió, cuando en 1970, volvió a la contienda como candidato presidencial, a pesar de la edad y los sin sabores e incomprensiones de la política. Más, esta vez no pudo captar el apoyo de una ciudadanía y un país que había cambiado radicalmente. No solo estaba insatisfecho y frustrado en sus expectativas, sino que era preso de las consignas y de la ideología. Una ciudadanía que ya le había dado la oportunidad de gobernar a la tecnocracia independiente de derecha, al igual que como en 1964 se la entregó a la vía no capitalista de desarrollo de la democracia cristiana, por tanto esta vez era el turno de la izquierda. No obstante, Alessandri obtuvo un tercio de los votos (1.031.159 votos, 34.9%), quedando en segundo lugar después de Salvador Allende quien obtuvo la primera mayoría (1.070 334 votos, 36.2%). En tercer lugar se ubicó el candidato oficialista, el demócrata cristiano Radomiro Tomic con 821.801 votos, 27.8%.51

Aunque Alessandri perdió en la elección de 1970, en los años posteriores y hasta su muerte sembró la idea que su fracaso había sido producto de los males del partidismo, instalando el criterio de la bondad de la tecnocracia siempre bien dispuesta a buscar otros gestores que no provinieran del mundo partidista. Idea, que hasta el presente se ha mantenido como dominante en la derecha, pero que sin embargo en el último tiempo ha comenzado a ceder espacio frente a la necesidad de equilibrar con la política.

(*) Este artículo -“Tecnocracia y apartidismo de derechas en Chile. El “relato” de Jorge Alessandri (1958-1964)”-, fue tomado de Tzintzun; Revista de Estudios Históricos, núm. 68, 2018; Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

- Cristián Garay Vera es académico del Instituto de Estudios Avanzados de la USACh. Licenciado en Historia, Universidad de Chile, 1984. Magíster en Historia con Mención en Historia de Chile, Universidad de Chile, 1990. Doctor en Estudios Americanos, Mención en Relaciones internacionales, Universidad de Santiago de Chile, 2002.

- Ángel Soto Gamboa es profesor titular de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de los Andes. Es doctor en Historia, IU Ortega y Gasset, Universidad Complutense de Madrid, España. Magíster en Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile. Licenciado en Historia, Pontificia Universidad Católica de Chile.

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