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Sábado, 20 de Abril de 2024
Segunda parte

Unidos por Chile: Los Chicago Boys y la Dina bajo el techo de Cerro Castillo

Carlos Tromben

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Jorge Cauas, ministro de Hacienda de la dictadura entre 1974 y 1976
Jorge Cauas, ministro de Hacienda de la dictadura entre 1974 y 1976

La bonanza económica prometida por los militares tras el golpe no se materializó. Coordinadas o no, la fina diplomacia económica de Jorge Cauas y la brutal represión de Manuel Contreras lograron salvar al régimen.

Admision UDEC

Todas las cadenas de televisión abrieron con la misma noticia. “Una poderosa bomba destruyó a un auto que pasaba por la tranquila avenida de las embajadas, en Washington D.C.”, anunció el presentador de la CBS Walter Cronkite.

Las imágenes del Chevelle destruido recorrieron el mundo. “Fuentes policiales informaron que se sigue la hipótesis de una bomba accionada por control remoto”, informó el locutor en off, agregando que “Orlando Letelier fue un crítico abierto del régimen militar que hoy gobierna a Chile y fue despojado de su nacionalidad hace apenas seis días”.

En los pasillos del Congreso los senadores demócratas Ted Kennedy y James Abourezk fueron más lejos y acusaron al gobierno chileno del crimen. El embajador Manuel Trucco intentó refutarlos y no salió bien parado. En la CBS se le nota nervioso, leyendo de un documento. En otra entrevista los periodistas lo presionaron tanto que dejó escapar una hipótesis absurda: los explosivos que mataron a Letelier los traía el mismo “para atentar contra la embajada”.

A las 17 pm Trucco, en medio de sus desafortunadas intervenciones públicas, llamó al Departamento de Estado para dar la versión oficial del gobierno chileno. Manifestó horror y condena, pero también afirmó que Letelier “vivía en una isla de marxismo sin impacto en los Estados Unidos” (textual de un memorándum interno con fecha 22 de septiembre). Por ello era absurdo acusar al gobierno de su muerte. Una cosa era quitarle su nacionalidad y otra matarlo. 

Los economistas fueron testigos de todo aquello. Jorge Cauas, Sergio de Castro, Pablo Baraona y Juan Carlos Méndez escucharon los primeros rumores, vieron el ir y venir de los funcionarios, recibieron las apuradas disculpas del embajador por la cancelación de las actividades sociales. Pero siguieron con sus agenda: si algo los caracterizaba como grupo y como individuos era su capacidad para escindirse, para reprimir dudas, temores, lo incómodo y lo indecible.

El funeral de Orlando Letelier reunió a miles de personas. Asistieron importantes personalidades del mundo político y cultural. Joan Baez cantó Gracias a la Vida. Fue noticia también, pero para entonces los economistas no se enteraron. Ya habían abordado el avión de regreso.

***

Existe un encuentro documentado entre los Chicago Boys y la Dina. Un encuentro oficial convocado por Augusto Pinochet. Tuvo lugar el 6 de abril de 1975 en el palacio presidencial de Cerro Castillo y lo recoge el historiador español Mario Amorós en su biografía del dictador.

Fue una reunión de emergencia. La inflación había llegado al 375 por ciento en 1974. Pero lo más grave era que no había cómo financiar las importaciones ni los pagos de la deuda externa. El tesoro fiscal y las cuentas nacionales estaban en el subsuelo. La bonanza económica que prometieron los militares tras golpe de Estado simplemente no se había materializado.

“Estábamos haciendo el presupuesto para el año 75, y de repente, el chaparrón:  cayó el precio del cobre”, recuerda De Castro en las cintas de CIDOC.  

A la reunión de cerro Castillo concurrieron los economistas de Odeplan, la oficina nacional de planificación, a cargo de Roberto Kelly. “El dictador invitó también al coronel Manuel Contreras y otros mandos de la Dina”, escribe Amorós en su libro. 

¿Con qué objeto había reunido Pinochet a estos dos mundos tan opuestos, sobre los cuales descansaba su gobierno? ¿La mala situación económica implicaba un riesgo de seguridad? ¿Podía echarles Manuel Contreras una mano a los economistas?

De un lado se sentaron los Miguel Kast, Ernesto Silva Bafalluy y Manuel Cruzat explicándole a Pinochet que la economía se encontraba al borde del precipicio y que, si no se adoptaban medidas drásticas, se desmoronaría como en los años 30. Del otro lado de la mesa, silencioso y mofletudo, Manuel Contreras los tasaba con sus ojos de hielo.

No hay constancia de que Cauas haya estado en esa reunión. Si lo estuvo, salió de ella empoderado. “Nos fuimos, según recuerdo, al estadio del Banco Central”, recuerda De Castro,  a unas reuniones que Kelly califica de “secretas” para “escapar de los periodistas”. Le llamaron “programa de recuperación económica”.

Contreras también tenía sus planes. Durante 1974 sus esbirros secuestraron a decenas de personas y las mantuvieron durante varios meses en centros de detención clandestinos, sometidas a torturas y vejámenes. Todo aquello ocurría en el sigilo, pero la situación económica vulnerable del régimen lo llevaría a emprender acciones más drásticas. Y más temerarias.

El 10 de abril Pinochet firmó el decreto ley 966, que otorgaba a Cauas tutela sobre las decisiones de diez ministerios. 

Ese mismo día, en Buenos Aires, un cadáver mutilado apareció en un estacionamiento de calle Sarmiento. 

***

El primer cadáver de lo que más tarde se conocería como Operación Colombo portaba una cédula de identidad chilena a nombre del ingeniero y militante comunista David Silberman, gerente de Cobrechuqui y desaparecido hacía seis meses. 

Diez días después, el 20 de abril, el super ministro Cauas apareció en cadena nacional para anunciar el durísimo paquete económico que redujo el gasto público en un 25 por ciento. Miles de funcionarios fueron despedidos y se inició una primera ronda de privatizaciones. El PIB se contrajo durante 1975 en un 15 por ciento y el desempleo llegó a uno de cada cinco trabajadores.
Un gobierno democrático se habría tambaleado y eventualmente caído ante la presión política y popular. Una dictadura no se podía permitir ese riesgo. 

En julio de 1975, fueron encontrados otros dos cadáveres en Argentina con documentos de identidad chilenos. Aparecieron también revistas de un solo número en los quioscos de Buenos Aires y Curitiba, Brasil, con listas de chilenos muertos. Ciento diecinueve en total. Eran militantes de izquierda supuestamente ajusticiados por sus propios camaradas. La agencia UPI se encargó de blanquear la información negra. El Mercurio, La Segunda y la Tercera se hicieron eco sin hacer el menor amago de verificación.

Mientras esto ocurría Letelier se instalaba en Washington, formaba un equipo con Juan Gabriel Valdés y los Moffit, publicaba artículos en revistas influyentes, organizaba conciertos con artistas famosos. Al año siguiente logró bloquear una importante inversión holandesa en Chile. Logró reunirse con senadores influyentes como Kennedy y Abourezk. 

Más grave aún para el régimen, Letelier fue uno de los protagonistas del incipiente acercamiento entre líderes políticos de izquierda y centro: la génesis de lo que más tarde se conocería como Concertación. 

Cauas estaba al tanto de todo esto. Desde su nombramiento había visto al FMI y el Banco Mundial endurecer su postura a la hora de conceder préstamos al gobierno chileno. Herido en su orgullo nacionalista, Pinochet le ordenó plantar cara. En mayo del 76 Cauas afirmó: “no necesitamos al FMI”. Pinochet tampoco lo autorizó para solicitar una renegociación de la deuda externa ante el club de París. Pero el orgullo tenía un límite y estaba en los números.

***

Jorge Cauas era, según el perfil psicológico reunido por la embajada estadounidense en Santiago, “un hombre muy capaz, inteligente y leal”. Fechado en enero de 1977, el documento lo describe como “un político hábil”. Un hombre definitivamente “no atlético ni interesado en el deporte”, que solo lee libros y revistas de economía. Un hombre “sin estilo para vestirse”.

Se le califica también como una persona amable, socialmente desenvuelta, pero en el fondo muy apegada a su intimidad. 
En las cintas del CIDOC sus colegas del equipo económico afirman que lo estaba pasando mal, y que durante las semanas posteriores al asesinato de Letelier las presiones se tornaron insostenibles. “Por lo que a mí me contó en su oportunidad, estaba con problemas de salud”, afirma Roberto Kelly. 

Según el exmarino y director de Odeplan, Cauas estaba haciendo un esfuerzo por tener familia. “Yo creo que también la gente de Iglesia influyó mucho, porque por ahí empiezan a aparecer los problemas de los derechos humanos”.  

Si sabía lo que estaba ocurriendo, no hizo mucho al respecto. “Desprecia a la Dina… aunque no se sabe si internamente ha abogado por un mayor control de los servicios de seguridad”, afirma el perfil psicológico elaborado por la embajada estadounidense (fechado en enero de 1977). La misma fuente sostiene que Cauas “sea cual sea el malestar que le puedan causar los abusos contra los derechos humanos del gobierno de Chile, parece haberlos reprimido en favor de unas prioridades absolutas: restablecer el orden público y el orden económico”. 

El 7 de mayo de 1976, cuatro meses antes del asesinato de Letelier, visitó Chile una delegación del departamento del tesoro de Estados Unidos encabezada por el secretario William Simon. Sus miembros se reunieron en el banco central con prácticamente todo el gabinete de Pinochet. Hasta el presidente de la corte suprema asistió. Según el registro de la reunión, todos buscaron bajar el perfil al problema de derechos humanos. 

El canciller Patricio Carvajal sacó a colación la delicada situación de seguridad, los arsenales descubiertos después del golpe y la peligrosidad de algunos prisioneros políticos como Luis Corbalán, secretario general del Partido Comunista. 

El general César Benavides, ministro del Interior, explicó que los presos políticos eran tan solo 692 personas que aún permanecían en los campos de Tres y Cuatro Álamos y en Puchuncaví. 

“Miremos la tendencia”, señaló Cauas. “Las prisiones están siendo vaciadas y el proceso se mantendrá… Respecto del Estado de Sitio, el problema ahora es cómo normalizar la situación en el país. El asunto está siendo abordado, aunque haya algunos problemas de aplicación… Nos estamos moviendo, la velocidad es clave. Miren la velocidad del cambio”

En aquella reunión no se habló de los cadáveres aparecidos en Argentina, de los “exterminados como ratones”. Pero Cauas sabía. Cauas era inteligente, capaz. Una mente ordenada, que clasificaba y compartimentaba la información con la mirada puesta en un bien superior: el restablecimiento del orden.

***

Cuatro meses más tarde, el 22 de septiembre, Cauas, De Castro, Baraona y Méndez abordaron un vehículo y se dirigieron hacia la sede del FMI, ubicadas en la calle 19. El rostro de Orlando Letelier y la foto de su vehículo destruido figuraba en todas las portadas de los diarios.

Fueron recibidos, como estaba previsto, por el director ejecutivo para el hemisferio occidental, el holandés Johan Witteveen. 

Existe registro de esa reunión y la investigadora Claudia Kedar, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, tuvo acceso a él. Autora de varios artículos sobre el FMI y las dictaduras latinoamericanas, Kedar sostiene que el gobierno chileno y el Fondo tuvieron numerosos roces en los meses previos al asesinato de Letelier. El FMI quería más rapidez en las reformas neoliberales y sus técnicos sostenían que las metas de inflación del gobierno chileno no eran realistas, ni sus cifras oficiales muy creíbles. 

“Los Chicago querían “neoliberalizar” Chile sin interferencia extranjera y a un ritmo que no perjudicara los esfuerzos de la junta de restaurar lo que denominaba orden social”, señala Kedar, en conversación con INTERFERENCIA. 

La cuestión de los derechos humanos llevaba tiempo presente en todas las negociaciones para obtener financiamiento. Había pesado, por ejemplo, en la cancelación de algunos préstamos y en la postergación de otros. El asesinato de Letelier y Roni Moffit no era un contexto auspicioso para retomar las conversaciones.

El encuentro, sin embargo, discurrió con normalidad, sin apartarse del canon diplomático. No se habló de derechos humano ni de Letelier, sino de cifras, números y conceptos macroeconómicos. Según Kedar, el ministro de hacienda chileno “hizo notar que, después de las medidas de junio, la inflación había bajado a un 6-7 por ciento mensual y que esta bajaría a un 4-5 por ciento hacia fines de año. Enfatizó que el desempleo estaba bajando y que Chile ‘mantendría la fórmula de reajuste [salarial]’”.

Witteveen, un holandés centrista, exministro de economía de su país, señaló su satisfacción con varias de las políticas del gobierno chileno, pero solicitó “medidas más audaces”. 

Diplomático, Cauas le agradeció las buenas relaciones entre el gobierno chileno y el fondo y expresó su esperanza de una mayor cooperación en el futuro cercano .

De su estudio de las minutas del FMI, Kedar llega a una conclusión contraintuitiva: “las relaciones entre Chile y el FMI fueron excelentes durante el gobierno de Salvador Allende, y empeoraron con la llegada de los Chicago Boys”. 

El FMI dudaba de las proyecciones económicas del equipo de Cauas y de su gradualismo para derrotar la inflación, mientras que los miembros más nacionalistas de la dictadura chilena recelaban la tutela del organismo. 

Para controlar los precios, insistían en el Fondo, había que terminar con el reajuste de los sueldos, una medida que databa de los años cuarenta y que la dictadura chilena insistía en mantener. Hubo algunos intercambios inamistosos entre el organismo y algunos miembros del equipo económico como Pablo Baraona, el presidente del Banco Central. 

El encuentro entre Cauas y los Chicago Boys con el FMI concluyó sin novedades ni anuncios. Tablas, como se diría en el ajedrez. La economía chilena comenzaba a salir de la UTI y cerró 1976 con una inflación “moderada” de 100 por ciento. La balanza de pagos apretada, pero en orden gracias a la draconiana austeridad decretada por Cauas.

Sin embargo, el costo social fue enorme. El desempleo afectó a la clase obrera como también a los profesionales. A los exiliados políticos del régimen se sumaron miles de exiliados económicos del ajuste. Según Claudia Kedar, el ajuste provocó desafección “en sectores de clase media que inicialmente apoyaron al golpe militar, como el colegio médico, el poder judicial o la federación de estudiantes de la Universidad Católica”, la cuna de los Chicago Boys. 

El propio Cauas ya estaba cansado, agotado, al decir de sus colegas. En diciembre de 1976 invitó a Sergio de Castro y Pablo Baraona a almorzar en un restaurante de comida árabe ubicado en Viña del Mar. Les comentó que pensaba presentar su renuncia y que lo había hablado ya con Pinochet. Se produciría un enroque en el equipo económico y todos ellos asumirían nuevas responsabilidades. 

El dictador lo necesitaba para una misión muy delicada: asumir la embajada en Washington en sustitución del torpe y beligerante Trucco. Cauas combinaba un estilo caballeroso y a la vez firme, el adecuado para enfrentar las presiones por las violaciones a los derechos humanos.

Jorge Cauas no solo dio la cara por el gobierno, como veremos en la tercera parte de esta crónica, sino que también por los agentes que entraron clandestinamente y con documentación falsa a Estados Unidos. Los primeros sospechosos del asesinato de Orlando Letelier.

(continuará)

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Reportaje Bueno

Hola, me interesan sus articulos

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