En marzo de 1942, Grigulevich (cuyo alias era Arthur) se reunió con Galo González para discutir el fortalecimiento de la inteligencia del Partido Comunista de Chile. De acuerdo con Arthur no se estaba haciendo lo suficiente para contrarrestar la política del gobierno chileno que seguía usando "guantes de seda" para tratar a la Quinta Columna y a los espías nazis. Se necesitaba más determinación y seriedad para hacer avanzar las tareas encomendadas por el Centro en Moscú.
En Argentina, los datos sobre las actividades de espionaje nazi, transmitidos al Parlamento por la Residencia del NKVD por diversos canales, habían surtido el efecto deseado. Los diputados argentinos celebraron audiencias y la policía, aunque forzada, comenzó a moverse e hizo arrestos demostrativos causando confusión en las filas nazis. En Chile, según Arthur, las posibilidades de golpear a los alemanes eran aún mayores. La información que recabaran los agentes podía ser entregada a Galo, y a través de él a los senadores Pairoa y Ocampo, experimentados luchadores en batallas parlamentarias, o a la prensa del Partido para su publicación.
Galo González llamó a Enrique Kirberg en Chillán. "Ven a Santiago. Hay un asunto urgente".
Cuando al día siguiente Kirberg entró en el despacho del "Secretario de Control y Cuadros" en la sede del Partido Comunista de la calle Moneda, en lugar de saludarle González lo bombardeó con una lluvia de preguntas.
"Entonces, Enrique, ¿cómo está la situación en Chillán? ¿Alguna dificultad? ¿Problemas sin resolver?".
Kirberg se encogió de hombros, sin entender a dónde quería llegar Galo.
"Por lo que sé, Chillán está en completo orden”, le contestó, “no sé cómo se ve desde acá, Galo. ¿Para qué me llamaste?".
González miró a su invitado con seriedad. "La primera pregunta es, ¿no crees que estás abusando de tu puesto de Secretario Regional?"
"He escuchado algo al respecto", admitió Kirberg.
"¿Quieres volver a Santiago?".
"Por supuesto".
"Bueno, considera la decisión tomada", dijo Galo. “El Partido te ha encontrado un nuevo puesto: Lucharás contra los nazis".
"¿¡Contra los nazis!?”, Kirberg no lo entendía. “¿En el departamento de propaganda?".
"No. En la brigada invisible", sonrió Galo, “por lo tanto, ni una palabra a nadie. Un camarada del Comintern supervisará tu trabajo y te enterarás de los detalles cuando hayas resuelto tus asuntos en Chillán".
La habilidad de Kirberg para hablar de manera concreta, directa y -lo más importante- persuasiva, aseguró su rápida carrera en el Partido. Sus dotes organizativas quedaron en evidencia cuando en Chillán se reunió con el Presidente Predro Aguirre Cerda, quien había viajado para supervisar personalmente la reconstrucción de la ciudad tras el terremoto. Se organizó una manifestación en honor del Presidente. La columna de los socialistas ocupó una cuadra completa; la de los radicales una cuadra y media; la de los comunistas abarcó por lo bajo diez cuadras. La disciplina que Kirberg había impuesto en el Partido era impecable. Los comunistas trajeron consigo no sólo a sus familiares, sino también a todos sus vecinos.
La idea de nombrar a Kirberg jefe de la brigada invisible había sido de Leopoldo Arenal, Alexander, quien lo había conocido cuando viajó a Chillán. Le había causado una buena impresión: dinámico, seguro de sí mismo, con sentido del humor y experiencia en el trabajo conspirativo. Sí, era el hombre ideal para dirigir la operación de vigilancia contra los nazis en Chile.
Hasta mediados de 1942 la Residencia chilena funcionó con fondos traídos por Alexander desde Buenos Aires y con dinero prestado desde la tesorería del Comité Central del Partido Comunista de Chile. Luego, Leopoldo empezó a generar sus propios recursos al convertirse en proveedor mayorista de la empresa de detergentes para ropa "Industrias de Aceites y Ferreterías". Arenal fue presentado a su propietario por Carlos Robles, un financista secreto del Partido.
En sociedad con Robles, Leopoldo creó otra empresa, “Orcred”, que ejercía el comercio al por menor en Santiago y las ciudades de la costa. Encajes de seda, botones, hilos, agujas, abalorios y diversos tipos de adornos, mercancías que otorgaban buenos ingresos en términos chilenos. Para ampliar la gama de productos de la empresa, Arenal firmó un contrato con Agustín Arumi, propietario de una fábrica de perfumes en Valparaíso. Así se sumaron al negocio los jabones, perfumes, colonias y pintalabios.
Leopoldo acabó dándose cuenta de las ventajas operativas de incluir a Robles en la red de agentes. Galo González estuvo de acuerdo. Pero surgieron dificultades con el Secretario General Ricardo Fonseca cuando Robles, siguiendo las instrucciones del Comintern, le comunicó su intención de romper relaciones con el Partido (sin dar razones). La reacción era de esperar. Fonseca lo llamó "tránsfuga", y Robles contestó de modo ligero: "Si crees que me he aburguesado, considéralo, todo fluye, todo cambia en este mundo". Robles sabía que su alejamiento como financista del Partido no afectaría a su orgánica y funcionamiento pues los americanos no eran tacaños a la hora de pagar la lucha de los comunistas chilenos contra los agentes del Tercer Reich.
Robles recibió el alias de Ernesto, y Arturo informó al Centro en Moscú que "Ernesto es amigo de Galo. Está dispuesto a trabajar con nosotros en cualquier dirección. Un hombre muy decidido, dispuesto a todo. Podría ser muy útil. Tendrá muchas oportunidades en EE UU y Europa, haciendo tratos comerciales con la industria químico-farmacéutica de allí. Las perspectivas son buenas".
(...)
“Operación Gran Vigilancia”
La “Operación Gran Vigilancia" fue dirigida por el llamado Grupo Kirberg. Esta unidad de contraespionaje estaba integrado por unas treinta personas, en su mayoría miembros de las Juventudes Comunistas chilenas. El Partido Comunista español envió a tres de sus militantes con experiencia para apoyar al grupo. Kirberg contó también con la participación de militantes comunistas italianos y peruanos. En una primera etapa, el equipo de vigilancia y recopilación de antecedentes acerca de las actividades nazis en Chile se concentró en lo que sucedía en Santiago, luego se organizaron grupos de vigilancia similares en Valparaíso y Viña del Mar.
Alexander se reunía con Kirberg en un piso franco cerca del Mercado de las Flores. Juntos analizaban la información obtenida respecto de contactos, movimientos, lugares de reunión y encuentros secretos de los nazis. Luego definían las tareas para la semana siguiente. Habían logrado muchos avances en corto tiempo, creando un archivo con los nombres de unas tres mil personas consideradas posibles miembros de la Quinta Columna. También se detectaron e identificaron los puntos de operación de los aparatos de inteligencia de la Abwehr y del Servicio de Seguridad del Reich. Se elaboraron expedientes sobre los nazis más activos y resúmenes de vigilancia generalizada. Alexander enviaba regularmente estos resultados a Arthur en Buenos Aires y, de acuerdo con las instrucciones de Iósif, parte del material de inteligencia recabado se entregaba a los senadores Salvador Ocampo y Amador Pairoa para su uso en los debates parlamentarios. "La Quinta Columna sigue operando impunemente en el país; la pseudo neutralidad chilena es un apoyo descarado a los países del Eje", era el leitmotiv de las intervenciones de los parlamentarios.
En contraste con estos avances, y a pesar de la información que le aportaba el Grupo Kirberg y de los esfuerzos de Alexander y sus hombres en Antofagasta, el salitre chileno seguía siendo embarcado regularmente hacia los puertos argentinos. El trabajo del Grupo D estaba resultando un claro fracaso. En opinión de Arthur, Leopoldo no estaba en su mejor momento. Había creado la organización con una misión específica, pero reclutó a intelectuales y a casi nadie con una mente práctica. ¿No hay acaso en el Partido Comunista chileno gente con experiencia de la guerra en España? Le reclamaba Grigulevich a Leopoldo, quien se excusaba diciendo que el problema era “la posición del Partido chileno, que prefiere un boicot porque creen que no será posible ocultar su implicación en actos de sabotaje. No quieren dañar las relaciones con el gobierno. ¿Quién en el Senado sigue pidiendo el fin de los envíos de salitre? ¡Solamente los senadores comunistas Pairoa y Ocampo! ¿En qué periódicos escriben siempre sobre eso? En los que publica el Partido Comunista. Si hay incendios en los depósitos y barcos que llevan el mineral a Buenos Aires, no hace falta ser un experto para saber quién está haciendo el sabotaje. Santiago Labarca, senador del Partido Radical, les sigue el juego a los franquistas. Dijo en una entrevista a la revista Ercilla que las acusaciones sobre la reventa de salitre chileno de los franquistas a los nazis eran una monstruosa ficción y que el salitre se vende en España en pequeños lotes y que no pasa por las manos del gobierno sino que el negocio lo hacen los propios comerciantes chilenos. Otro argumento que usa Labarca es que los británicos nunca permitirían el transporte de cargamentos a gran escala de salitre que pueda ser utilizado con fines militares, y que los alemanes no necesitan el salitre chileno porque saben fabricar salitre artificial. Un hábil demagogo, ¡no hay por donde cogerlo!".
El Partido Comunista de Chile no quería arriesgarse. Se limitó a organizar “comités de boicot obrero” en Iquique, Arica y Antofagasta, de los que salieron sonoras declaraciones, llamamientos al gobierno y peticiones al parlamento, pero nada más.
La indecisión de los camaradas chilenos sorprendió y molestó a Arthur. Creía que la situación interna en Chile era propicia para el sabotaje. "Parece que a algunos en el Comité Central les gusta la vida tranquila", le dijo a Galo González en otra reunión, “como si dijeran ¡y qué si hay guerra! Está muy lejos. Sólo sale en los periódicos. ¡La comodidad personal es más importante! Pero el Ejército Rojo en Rusia también está derramando sangre por los chilenos".
En un intento por vencer la resistencia oculta de los dirigentes comunistas al sabotaje, Grigulevich se reunió con Salvador Ocampo. Le pidió que planteara la cuestión del salitre con más vigor en el Congreso, en las reuniones de la Confederación de Trabajadores de América y en el propio Comité Central del Partido. Ocampo cumplió su promesa y pronunció un encendido discurso en el Parlamento sobre el descarado comercio de salitre con la España franquista. El senador citó fuentes fiables en Argentina (la información le fue transmitida por Arthur). Los últimos hechos a los que hizo referencia el senador eran que el barco argentino Río Neuquén y el barco sueco Amalia habían arribado con otro cargamento de salitre de Chile al puerto de Buenos Aires, el que fue trasbordado a los barcos españoles Santi y Aldecoa. Para ocultar el contrabando, se cubrieron los sacos de cincuenta kilos del mineral con una capa de trigo. El buque chileno California, los argentinos Río Atual y Río Teuco se dedicaban al mismo transporte del mineral, entregando regularmente miles de toneladas de salitre de Antofagasta a Buenos Aires. El destinatario era conocido: los españoles de Franco y, luego, Hitler.
"Ya saben para qué se utilizará el salitre, por supuesto", dijo Ocampo, mirando alrededor del anfiteatro del Senado, “para fabricar pólvora negra y explosivos para matar gente. Con la connivencia de nuestras autoridades, los ‘mercaderes neutrales’ de la guerra, se continúa el comercio criminal. El salitre alimenta la industria armamentística en España. No hace falta que les diga que Franco ayuda a Hitler a luchar: fabrica para él motores de avión, camiones militares, tanques, barcos de guerra, pólvora y explosivos. ¿Quién será el responsable en Chile? Después de todo, ¡ese arsenal será utilizado contra los heroicos soldados de la democracia!".
Hubo algunos comentarios irónicos desde los sillones del ala conservadora del Senado. Algunos encontraron divertido que el comunista Ocampo utilizara el mismo lenguaje que el embajador norteamericano Bowers. Sin embargo, los discursos de Ocampo y Pairoa, la campaña de propaganda en la prensa chilena organizada por la inteligencia soviética en Chile, recibieron una respuesta mundial. Destacadas figuras políticas como Sumner Welles[1], Anthony Eden[2] y otros, en discursos públicos apoyaron firmemente los llamamientos de los "senadores y periodistas progresistas chilenos" para detener la venta de material estratégico a los países del Eje.
Con la participación activa de Pairoa y Ocampo, se celebró en México una conferencia internacional en la que numerosas delegaciones de países democráticos de América y Europa adoptaron una resolución categórica: "No enviar más alimentos, materias primas ni combustibles a España que puedan ser utilizados por la maquinaria de guerra nazi o franquista".
Más tarde Arthur, recordando los problemas con el salitre, escribió que "yo personalmente y a través de Alexander también planteé a los comunistas chilenos y uruguayos la necesidad de organizar un movimiento de masas para presionar el boicot. No se lograron resultados concretos y la razón es obvia: la falta de ayuda real de los Partidos Comunistas debido a su debilidad organizativa".
Alexander explicó el fracaso del sabotaje en Chile de forma similar: "Exigimos a nuestros amigos que detuvieran el envío de nitratos al enemigo. Para ello propusimos diversas medidas, hasta las más agudas, como en Buenos Aires. Decidimos intensificar la campaña de prensa y crear un movimiento que obligara a las autoridades a tomar medidas para detener la exportación de salitre. Pero incluso después de eso, los amigos restaron importancia al asunto. Entonces exigimos que el Politburó hiciera una declaración pública sobre los nitratos".
En junio de 1944, el diputado Juan Guerra habló en nombre de los comunistas en la Cámara. Tras exponer una vez más los horrores del terror en España, su complicidad en el suministro de armas y municiones a Hitler y la sacrificada lucha de los guerrilleros españoles contra Franco, Guerra pidió al Presidente de la República que "oriente al Gobierno para detener la exportación de salitre a España". Le apoyaron representantes del Partido Nacional-Progresista y de los partidos Radical, Socialista y Democrático. La Cámara de Diputados aprobó el proyecto. Fue el último logro propagandístico de la Residencia para crear obstáculos a la exportación de salitre. Los propietarios de las salitreras, a través de sus agentes pagados en el Parlamento y en el gobierno siguieron defendiendo su negocio hasta el final de la guerra.
(...)
[1] Benjamin Sumner Welles, asesor de política exterior del presidente Franklin Delano Roosevelt, y subsecretario de Estado (1937-1943).
[2] Robert Anthony Eden, político británico miembro del Partido Conservador. Ministro de Asuntos Exteriores en tres ocasiones (1935-1938, 1940-1945 y 1951-1955), y más tarde primer ministro entre 1955 y 1957 tras la dimisión de Winston Churchill.
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