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Martes, 12 de Agosto de 2025
[Una voz en la ciudad]

El ataque de las tiendas de mascotas

Terencio

“Me pasa que no sería raro que la transformación demográfica de los perros -y gatos- que viven en departamentos traiga consigo no solo a Razas Pet o Super Zoo, sino que hasta series de TV de Netflix dedicadas a ellos (y quizá así regresan Rin-Tin-Tin, Lassie, Benji y el Comisario Rex), así como listas de música en Spotify”.

Dos historias que se van a entrelazar. 

Primera. A inicios de 2016 tuve la oportunidad de hacer una pasantía doctoral en Barcelona. Encontré alojamiento por los tres meses del invierno boreal en el Born, uno de los barrios más representativos del casco antiguo de dicha ciudad del Mediterráneo -los otros dos son el Barrio Gótico y el Raval-, y pasaba las tardes paseando por las callejuelas y las plazas -que en el caso de Europa no son como los parques chilenos, sino que espacios más amplios a menudo de piso de piedra y planos y casi sin árboles en medio de las edificaciones- de los alrededores. Me di cuenta de un patrón que emergía cada tarde de aquel invierno: a eso de las siete de la tarde se veía mucha gente paseando a sus perros con correa. Muchas veces se cruzaban dos perros cordeleados y se ponían a ladrarse y a hacerse musarañas. Quienes los llevaban se ponían nerviosos y había un pequeño intríngulis, como ese primer encuentro de los dálmatas adultos de La Noche de las Narices Frías, que al rato se deshacía. Solo para que unos minutos más tarde, en la vereda del frente se repitiera la escena. Recuerdo que le escribí a mi ahora esposa que, “Barcelona está lleno de perros domésticos”. Y ella me contestó, “el día que veas un gato va a ser tu día de suerte”. 

Segunda. Yo solía cuando iba a la Avenida Providencia, cerca de Pedro de Valdivia, tomarme un café en las mesas de la vereda en el Starbucks de aquella intersección. Pero parece que al local le fue mal, o quizá el arriendo resultaba impagable, y por varios meses, luego de que el Starbucks se fuera, permaneció abandonado. Hasta hace unas pocas semanas en que se puso allí una tienda Razas Pet, de alimentos, arena sanitaria, juguetes para mascotas. Y era curioso, porque había otra Razas Pet en Manuel Montt a un par de cuadras de Alférez Real. Claro, pensé, Providencia se ha convertido en una comuna de perros, tal como el Born en Barcelona. A eso de las siete de la tarde se ve mucha gente paseando a sus perros con correa. Y los intríngulis entre perros que se cruzan es similar al de Barcelona.

Claro, a alguien ya le debe de haber sonado esto que cuento como una alusión a lo que ahora, y no sin cierto desdén, se le llama “perrijos”. Sí. Las tasas de natalidad han disminuido; los perros callejeros que en décadas anteriores poblaban las calles, como los setentas u ochentas de cuando yo era niño y adolescente, han ido desapareciendo o han sido adoptados al menos en ciertas comunas; la vida en los departamentos con estos perros que son como hijos exige que se les saque a dar una vuelta, también para hacer sus necesidades, y todo eso.

Sin embargo, lo que más me llama la atención de Providencia, donde vivo, es cómo esta población creciente de canes ha empezado a transformarse en agente de consumo. A dos cuadras del Razas Pet de Manuel Montt y en toda una gran esquina, se emplaza un Super Zoo que es casi del tamaño de un supermercado, donde venden estaciones de ejercicio para gatos (“gatijos”), jaulas de transporte que parecen naves espaciales, y alimentos para mascotas tan premium que no sería nada de raro que se hicieran con carne de ciervo.

Y entonces me he empezado a fijar en que los Razas Pet, los Super Zoo y todos los otros locales de ese tipo, se han empezado a convertir en lo que eran las farmacias hace algunos años.

Bueno. Con estos pensamientos en la mente, me decidí meter a Google Maps y busqué dónde estaban ubicados los Super Zoo y los Razas Pet, sospechando de que la mayoría se iba a ubicar en Providencia.

Mi inferencia resultó ser correcta. Acá van pantallazos de los mapas de las ubicaciones (en pines rojos) de aquellas dos cadenas.

Puede que quizá se deba esta sobrepoblación de las tiendas de mascotas en las inmediaciones donde vivo a un cierto poder adquisitivo de los vecinos y vecinas, pero sospecho más que es porque la comuna se ha ido haciendo cada vez más perruna. Y pienso en otra cabeza de pescado: así como la demografía y los patrones de consumo se transformaron en los años cincuentas con el Baby Boom, que dio origen a la adolescencia como sujeto social (trayendo consigo a la literatura de los Beatniks, a James Dean y posteriormente al Rock ‘n Roll), y el aumento de la paternidad dio origen a la infancia como sujeto social en los setentas (trayendo consigo a Plaza Sésamo, Mampato y los monitos animados en televisión), y la salida de la casa paterna de la Generación X dio origen a los solteros que arrendaban un departamento en el centro de las ciudades, y no solo en el Primer Mundo, sino que también en el Santiago de las modificaciones habitacionales de Jaime Ravinet (trayendo consigo sobre todo a la sitcom Friends); me pasa que no sería raro que la transformación demográfica de los perros -y gatos- que viven en departamentos traiga consigo no solo a Razas Pet o Super Zoo, sino que hasta series de TV de Netflix dedicadas a ellos (y quizá así regresan Rin-Tin-Tin, Lassie, Benji y el Comisario Rex), así como listas de música en Spotify.

Yo en el intertanto espero algún día a alguien paseando a un gato con correa: ese va a ser mi día de suerte.

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