En el tranquilo barrio de Santa Mónica con Cumming, en Santiago, hay (en 1984) una hermosa casona que los niños del sector siempre conocieron como “El castillo'”. El alto torreón y la entrada de piedra inspiraron la fantasía infantil. Pero el transcurrir del tiempo le otorgó también una cierta calidad de visión premonitoria acerca del papel que la vieja mansión jugaría luego de la instauración de la dictadura cívico militar.
Después del 11 de setiembre de 1973, el naranjo que flanquea el acceso al antejardín vio desfilar a muchos chilenos; acudían allí en busca de la ayuda del Comité de Cooperación para la Paz (Comité Pro Paz) que funcionaba en sus salones. Desde el principio, los recibía una religiosa española de nombre María. Joven, buenamoza, muy cálida, llegó a comienzos de octubre de 1973 a colaborar en esa institución recién formada para enfrentar las emergencias que se produjeron en esos días. "La Ma", según la apodaban, se convirtió en protagonista y testigo de un fenómeno inédito -hasta ese entonces- en la historia de Chile: los detenidos-desaparecidos.
Los inicios de este episodio, que todavía no se cierra, quedaron indeleblemente grabados en su memoria. Desde que llegó a su mesa de trabajo, empezó a escuchar a desesperados visitantes. Recuerda:
- Eran días de lamentos. Casi todos los que llegaban ignoraban lo que había pasado con los suyos. Al principio se trataba de familiares de personas que ocuparon cargos directivos en el gobierno anterior. Entonces el Comité se dio a la tarea de ayudar a localizarlos. Comenzaron a hacer fichas que ordenaban en cajas de zapatos. Separaron a los fusilados, a quienes estaban en el Estadio Nacional, los del Estadio Chile... Pronto descubrieron que había algunos que no aparecían por ningún lado.
- Esta lista de “no ubicados” tratábamos de despejarla. Por eso íbamos todos los domingos al Estadio Chile a escuchar misa. Era la única forma de saber un poco más. En los libros de oraciones entrábamos y sacábamos mensajes de los familiares que sabían que teníamos acceso. Y mirábamos mucho. Así conseguíamos datos para nuestras fichas.
“Colaboraba con nosotros un sacerdote que era amigo del jefe del Servicio Nacional de Detenidos (Sendet). Y él, mirando nuestras listas, nos confiaba quienes estaban muertos. Curiosamente, esos nombres no eran los que aparecían en nuestra lista de no ubicados”.
“Optamos por salir de dudas y un día fuimos hasta allí. Efectivamente, abundaban las moscas. Comenzamos a excavar y encontramos un zapato. Nos pareció que ambas cosas eran claras señales de que más de alguien estaba enterrado en ese sitio".
En los casos de los que presuntamente habían muerto, se gestionaba la autorización para ir a la Morgue con el familiar. En general no estaba permitido. En una de esas ocasiones, "La Ma" vivió una experiencia que nunca pudo olvidar. Más aún. Le dejó la impresi6n de que lo más increíble podía llegar a ser cierto. Sucedió cuando acompañaba a una mujer a tratar de localizar el cadáver de su marido:
-“Nos ocurrió algo parecido a lo de Missing. Primero nos mostraron los lotes de muertos. Entre ellos, sacaron un cuerpo que tenia en la muñeca, pegado con scotch, el nombre de su esposo. Lo miramos... y no era. Ella se quebró en un grito:
-Mi marido está vivo-, dijo.
“La aparente viuda se aferró al cadáver que tenia las rodillas perforadas y el nombre que no correspondía en el brazo. Pedimos ver otros cuerpos. Cabía la posibilidad de que alguien más estuviera también marcado equivocadamente. Pero el funcionario insistió con que tenía que ser ese. Así venía, dijo”.
Recorrieron todo y no lo encontraron. La búsqueda enervó a uno de los empleados de la Morgue (después comprobaron que los cambiaban muy seguido). Se dirigió a ellas en un acceso de ira:
-¡Miren! Me llegan los carnets por un lado y los cadáveres por otro. ¿Cómo va a saber uno quién es quién?
La persona que buscaban, supuestamente muerta, apareció al tiempo después en el campo de Tejas Verdes, con vida. Ahora esta en el exilio.
“Eran días tan intensos” -cuenta "Ma"- “que parecían semanas. Además de ubicar personas teníamos la tarea de conseguir asilo político. Esa doble función nos impedía, a veces, informar a los familiares. Mientras el asilo estaba en trámite, no podíamos decírselo a los parientes aunque la persona apareciera en la lista de los no ubicados. Teníamos que esperar hasta encontrarles amparo en una embajada. Por eso nos llamaban también los 'alzapotos', ya que en muchas ocasiones teníamos que hacer el esfuerzo de lanzarlos por arriba de muros o rejas hacia una sede diplomática”.
Cada vez llegaba más gente al “castillo” de Santa Mónica, generalmente enviada por religiosas y sacerdotes. A pesar de que se aclaraban casos, una parte de la lista de los no ubicados permanecía inamovible. Nadie podía imaginar qué ocurría con esa gente.
Pero a “Ma” le seguía penando el episodio de la Morgue y eso le hizo prestar atención a la extraña historia de una viejecita que sostenía que su hijo estaba enterrado en la Cuesta Barriga, en un lugar en donde había una animita y muchas moscas. Afirmaba, además, que había más personas sepultadas en ese lugar:
“Optamos por salir de dudas y un día fuimos hasta allí. Efectivamente, abundaban las moscas. Comenzamos a excavar y encontramos un zapato. Nos pareció que ambas cosas eran claras señales de que más de alguien estaba enterrado en ese sitio".
Acto seguido presentaron el caso a los tribunales. No tuvieron éxito. Entonces, miembros del Comité, junto a un abogado, fueron a revisar ese lugar tan especial de la Cuesta. La tierra había sido recientemente removida y sólo quedaba un gran hueco.
“Yo estoy convencida, y no soy la única, de que allí fue en donde primeramente sepultaron a la gente de Paine, que ahora se encuentra en el Patio 29 del Cementerio General de Santiago”.
Sendet y Chacabuco
Espontáneamente, las mujeres comenzaron a frecuentar el Servicio Nacional de Detenidos (Sendet) desde que se abrió, en diciembre de 1973. Funcionaba en pleno centro, en el edificio del Congreso Nacional.
“Ma” veía a los familiares encontrarse en Santa Mónica y ponerse de acuerdo para concurrir todos a una misma hora a hacer una elocuente cola que daba vuelta la manzana. Era uno de los escasos síntomas visibles de un problema que no salía a la luz pública. Fue ésta una de las primeras expresiones encontradas por los parientes para romper un silencio de muerte que rodeaba el tema. La prensa lo ignoraba. Pero ellos, con obstinación, volvían a diario y formaban fila en el Congreso para encontrar siempre una negativa o alguna insinuación maliciosa:
- Se fue con otra, ¿no lo sabía?
- Salió del país.
- Se asiló.
- Anda clandestino.
Había pocos hombres en esa marea humana que se desplazaba entre el Sendet y Cuatro Álamos, la Morgue y el Ministerio de Defensa. Los varones eran sindicados al poco tiempo como activistas o militantes políticos y corrían peligro. Las mujeres los protegían. Y la propia "Ma" les sugirió muchas veces buscar un reemplazante para seguir la búsqueda. En esa tarea, ella frecuentó las oficinas del Sendet y conoció a su encargado, el coronel Jorge Espinoza. Evoca esa época:
“Me pareció siempre un personaje extraño, que estallaba en carcajadas ante las señoras y luego, sin transición, suavizaba la voz y me repetía con dulzura:
- Hermanita, no se preocupe, vaya a rezar...
“Otras veces salía furibundo con lo que tenia en la mano, un sable o no sé que, para gritarle a todo el mundo. Vociferaba por igual a las asistentes sociales del Sendet que a los que hacían cola. Los funcionarios le tenían pavor. Una asistente me pidió en una ocasión:
- Hermana, le aconsejo que no vuelva. A la próxima no sale, lo está exasperando demasiado.
“Pero era inevitable volver, seguir buscando hasta en el último rincón. Por eso, desde que se iniciaron los traslados de prisioneros de los estadios y otros centros de reclusión al campo de Chacabuco, insistimos en acompañar la visita de familiares. Abrigábamos esperanzas de encontrar a los no ubicados allá.
- Nuestra primera gira fue memorable. En una micro Tropezón, especialmente alquilada, recorrimos kilómetros y kilómetros hasta llegar al desierto, después de 28 horas de camino. Las mujeres angustiadas, las madres exhaustas, sólo pudieron estar hora y media con sus presos. No se nos permitió más visita.
Tuvimos que dormir en el suelo, en una escuela de sacerdotes luteranos, para desandar el camino al día siguiente en un esfuerzo agotador. No ubicamos a nadie cuyo paradero ignoráramos. La verdad es que no nos dieron tiempo de mirar todo lo que queríamos.
Para esos momentos constituía una verdadera audacia, pero nos decidimos a preguntar por militancia y descubrimos que la mayoría de los que seguían cayendo y no aparecían eran miristas, capturados en operativos nocturnos, en horas de toque de queda, por personal de civil con determinado entrenamiento especial.
La próxima vez fue diferente. Advertimos a los familiares de nuestra treta y buscamos a las religiosas mejor parecidas. Llegamos peinadas, vestidas con coquetería y perfumadas, dispuestas a prolongar la visita.
Y logramos permanecer el día entero en Chacabuco. Apelamos a toda nuestra simpatía y entretuvimos a los carceleros. Tomamos pisco-sour y almorzamos invitadas en el casino de oficiales. Por la tarde, conseguimos autorización para visitar a aquellos cuyos familiares no habían podido ir. Supimos que a algunos prisioneros los sacaban para castigarlos. Y quisimos ver quiénes estaban en la Enfermería, aunque eso ya se hizo mas difícil. Tuve que fingir un desmayo por el cansancio y el calor.
Pero todo este montaje era en vano. Si bien lográbamos saber de algunos que estuvieron en el Estadio, lo mismo que en Ritoque o Puchuncaví, continuaba pendiente la misma lista de no ubicados.
A esas alturas, fin del año 1973, habíamos perfeccionado nuestras fichas y comenzamos a notar algunos hechos importantes. La lista de no ubicados, en lugar de disminuir, comenzaba a aumentar con nuevos casos, con detenidos en fechas más recientes. La represión de los primeros días, que había mutilado a familias campesinas como los Maureira, empezaba a cambiar. Se hacía mas dirigida.
Para esos momentos constituía una verdadera audacia, pero nos decidimos a preguntar por militancia y descubrimos que la mayoría de los que seguían cayendo y no aparecían eran miristas, capturados en operativos nocturnos, en horas de toque de queda, por personal de civil con determinado entrenamiento especial.
También, empezamos a descubrir coincidencias entre los nuevos detenidos no ubicados. El hijo de una tenía que ver con el de la otra y también con el marido de aquella.
Para esos momentos constituía una verdadera audacia, pero nos decidimos a preguntar por militancia y descubrimos que la mayoría de los que seguían cayendo y no aparecían eran miristas, capturados en operativos nocturnos, en horas de toque de queda, por personal de civil con determinado entrenamiento especial.
Algunos detenidos oficialmente por la FACh o la Marina, eran fusilados y la familia recuperaba los restos. El Decreto Ley N° 5 en su artículo 2, decía: 'Cuando la seguridad de los atacados lo exigiere, podrán ser muertos en el acto los hechores'. A quienes agarraba la DINA, que se formó como un pequeño departamento del Sendet a fines de diciembre, eran susceptibles de desaparecer”.
Aparece la DINA
Era difícil intuir que en Chile estábamos en presencia de una nueva guerra, muy distinta a las tradicionales.
Tras la represión generalizada de los primeros días, los dirigentes y trabajadores del Comité Pro Paz advirtieron que proseguía una lucha sorda contra el opositor político.
Que se combatía no de una trinchera a otra sino mediante lo que los fiscales militares, que actuaron en los bullados procesos de la FACh en abril de 1974, rotularon como "la guerra interna".
En el intertanto, mientras ese nuevo concepto de guerra se encontraba en estado de elaboración, surgió la idea de formar un organismo de Inteligencia a nivel nacional que estuviera por encima de los que operaban en las distintas ramas de las Fuerzas Armadas antes de la instauración del régimen militar. Así, en noviembre de 1973, comienza a gestarse el instrumento indispensable para definir ideológicamente la línea de acción de la política represiva: la DINA.
Esa doctrina, en buenas cuentas, expresaba:
- Lo que ha variado en las últimas décadas es la forma de hacer la guerra. De las definiciones militares clásicas, como la formulada por Clausewits ('un acto de fuerza para imponer al contrario nuestra voluntad' o, bien, 'guerra es la continuaci6n de la política por otros medios'), se observa poco en las prácticas actuales.
"La guerra moderna difiere fundamentalmente de las del pasado (...). En aquellas se buscaba la victoria mediante el enfrentamiento armado. Hoy se pretende la aniquilación del enemigo en todos los aspectos importantes, realizándose la lucha mediante el enfrentamiento de los sistemas político, económico, sicológico y, sólo en ultima instancia, militar.
Para el logro de este objetivo se trata de debilitar e iniciar la destrucción del contrario en su propio campo; a través de la llamada guerra interna (...) sin que importe su legalidad y los daños físicos y morales que cause (...). No hay frontera física que separe dos campos; la línea que marca la diferencia entre el amigo y el enemigo se encuentra, generalmente, en el corazón de la nación, en la misma ciudad, en el lugar de trabajo, en el propio seno de la familia".
En el intertanto, mientras ese nuevo concepto de guerra se encontraba en estado de elaboración, surgió la idea de formar un organismo de Inteligencia a nivel nacional que estuviera por encima de los que operaban en las distintas ramas de las Fuerzas Armadas antes de la instauración del régimen militar. Así, en noviembre de 1973, comienza a gestarse el instrumento indispensable para definir ideológicamente la línea de acción de la política represiva: la DINA.
La DINA dejó rastros de su fundación en un decreto con varios artículos reservados que apareció en el Diario Oficial recién en junio de 1974, cuando el Comité Pro Paz ya presumía que estaba en marcha una guerra represiva. Había una planificación bélica, de nuevo tipo, contra comunistas, terroristas o extremistas.
Apareció como un pequeño departamento del Sendet, formado para administrar los campos de prisioneros que se instalaron en diferentes lugares del territorio. Sus oficinas también funcionaron en el clausurado edificio del Congreso Nacional.
Su papel fue “fijar las normas por las cuales se realizan los interrogatorios de los detenidos, determinar el grado de peligrosidad de estos y mantener una coordinación permanente con los servicios de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, de Carabineros e Investigaciones, con el fin de intercambiar y mantener al día las informaciones de que disponen”.
La DINA dejó rastros de su fundación en un decreto con varios artículos reservados que apareció en el Diario Oficial recién en junio de 1974, cuando el Comité Pro Paz ya presumía que estaba en marcha una guerra represiva. Había una planificación bélica, de nuevo tipo, contra comunistas, terroristas o extremistas.
Desaparecía gente y se perfilaba en el país un método que no fue original del organismo chileno. En Brasil y Paraguay; en Guatemala y Bolivia, era parte de su historia el hallazgo de cadáveres con extremidades amarradas a la espalda, dedos cortados, rostros desfigurados. Se les conocía como "victimas de la desaparición forzada".
Los primeros pasos de la DINA partieron del Regimiento de Tejas Verdes, donde era comandante el coronel Manuel Contreras Sepúlveda, aun antes del 11 de setiembre.
Contreras, quien encabezó esta marcha de comienzo a fin (agosto de 1977), tardó mucho tiempo en aparecer en la prensa. Su existencia era rumoreada, pero él se mantuvo en un comprensible misterio durante las andanzas de la policía secreta que tenía a su cargo. De estatura baja, grueso sin ser gordo, carecía de hostilidad en su aspecto. Sus modales, sus ternos de medida en paño inglés, sus corbatas italianas, traslucían un refinamiento discrepante con su tipo físico.
Amigo personal de Pinochet, fue su discípulo y disfrutaba de su entera confianza. Se ganó el derecho a reclutar para la DINA a personal de Investigaciones, Carabineros y de todas las ramas de las Fuerzas Armadas. Exigió una irrestricta y ciega lealtad en su gente. Los hombres que comandaba en la DINA debían traerle desde sus respectivas reparticiones de origen, todos los informes necesarios.
Construía así su propia base de poder a expensas de otros servicios de Inteligencia mas antiguos del Ejercito, la Marina o la Aviación.
Fundó una estructura que cumplió dos propósitos: infundir temor y unificar las políticas de Inteligencia.
Se señala que la CIA ayudó a formarla para que fuera como un Estado dentro de otro Estado. Este organismo dispuso de recursos para crecer con la rapidez necesaria para llegar a la altura de las funciones de control político que le fueron encomendadas. Al igual que su accionar, el personal y sus recintos debían ser secretos. Sentirse pero sin ser vistos. Cual fantasmas.
Como el mismo Contreras lo expresó ante el ex presidente de la Corte Suprema Israel Bórquez, el personal civil de la DINA figuraba como contratado por la firma "Villar y Reyes", empresa que desapareció junto con ese organismo de seguridad.
El coronel Manuel Contreras operaba en un despacho amplio, con dos puertas estilo francés. Una conducía a un jardín y la otra, a un comedor privado. Los escasos visitantes que lo frecuentaban eran recibidos tras un enorme escritorio de roble. A su espalda, en la pared, colgaba una fotografía de tamaño mediano de los cuatro miembros de la Junta Militar. En otra, mucho mayor, el general Pinochet aparecía solo. Dos parlantes emitían una suave música ambiental.
Esta fue solamente una de las oficinas ocupadas por el general Contreras en la fluctuante cantidad de locales de que dispuso esa policía, tanto para oficinas como para centros secretos de reclusión.
Por mucho tiempo, usó como cuartel general una casa que los agentes designaban como "CG", situada en calle Marcoleta próxima a Vicuña Mackenna y que perteneció a la Juventud Comunista durante el gobierno anterior.
Pero en el despacho ocupado por Contreras, la única señal que revelaba que allí se realizaban trabajos de Inteligencia era un monitor de televisión adosado a la pared, mostrando la entrada de la sede de la DINA. Por medio de una consola ubicada cerca de una serie de teléfonos y citófonos, él podía enfocar otros puntos estratégicos.
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