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Martes, 10 de Junio de 2025
[Obituario]

El Síndrome de la Gran Idea

Ricardo Martínez

Ayer falleció a los 90 años el psicólogo Daniel Kahneman, ganador del Nobel de Economía en 2002. A continuación, un texto que escribió el columnista Ricardo Martínez sobre su libro ‘Pensar rápido, pensar lento’ en donde plantea que “Kahneman realizó toda una serie de descubrimientos sorprendentes, desde su trabajo con Amos Tversky en los años setenta y su valioso aporte al conocimiento de los sesgos racionales, que han desbaratado la fantasía de la economía neoclásica de que los seres humanos somos agentes racionales”.

El hemisferio izquierdo es racional, el hemisferio derecho es artístico. El hemisferio izquierdo procesa información lógica, matemática y presta atención al detalle: es reduccionista. El hemisferio derecho procesa información musical, visual y aborda la realidad como un todo: es holístico. 

Este es probablemente el conocimiento más común que la mayoría de las personas tenemos sobre neurociencia. 

Y es falso.

Cuando en los años sesenta investigadores como Michael Gazzaniga y Roger Sperry iniciaron el segundo viaje de descubrimiento de las funciones encefálicas, una de las primeras cosas que encontraron fueron justamente aquellas diferencias significativas entre los hemisferios. Tales hallazgos le valieron a Sperry el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1981 y sus avances propiciaron toda una corriente de especulación sobre la dicotomía mental (“El lenguaje del cambio”, Watzlawick, 1980).

Pero luego, cuando se inició la tercera odisea, hace un cuarto de siglo, con la invención del fMRI (imagen por resonancia magnética funcional), el asunto se complejizó: no solo había dos hemisferios funcionales, sino que cuatro lóbulos en cada uno y diversas zonas en cada lóbulo (las áreas de Brodmann). Haciendo una analogía, Sperry y colaboradores habían descubierto Laurasia y Gondwana, los dos supercontinentes cerebrales, pero sus sucesores hallaron que dentro de cada uno de ellos había a su vez imperios, países y ciudades. La dicotomía resultaba insostenible y divulgadores como John T. Bruer (McDonnell Foundation) han debido dedicar décadas a desactivar los ecos ya anticuados de dichas imágenes iniciales.

En resumen, la reflexión sobre la mente había sido víctima del “Síndrome de la Gran Idea”. El nombre de este síndrome ha sido acuñado por Jerry A. Coyne, quien lo ha aplicado a las teorías sobre evolución biológica. Coyne sostiene que este mal se expresa como: “sea lo que sea que yo estudie, eso es lo más importante para la evolución; en efecto, es la fuerza básica que impulsa la evolución”. En simple, los evolucionistas aquejados por el síndrome empiezan a creer que sus hallazgos explican todo. Se vuelven “todólogos” o, dicho en español de Chile, “tienen un martillo y ven clavos por todos lados”.

El “Síndrome de la Gran Idea” se puede extender a muchos otros dominios. Se manifiesta cada vez que un descubrimiento se eleva a la categoría de clave omnicomprensiva para los más diversos fenómenos. Y está a la orden del día en los estudios de la mente (ciencias cognitivas). Otra de sus versiones populares –aparte de la de los hemisferios– es la de “cerebros masculinos y femeninos”, donde se supone que las diferencias de sexo afectan tanto a la cognición que “los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus”, como en las propuestas de Simon Baron-Cohen.

Cuando se inició la tercera odisea, hace un cuarto de siglo, con la invención del fMRI (imagen por resonancia magnética funcional), el asunto se complejizó: no solo había dos hemisferios funcionales, sino que cuatro lóbulos en cada uno y diversas zonas en cada lóbulo (las áreas de Brodmann). Haciendo una analogía, Sperry y colaboradores habían descubierto Laurasia y Gondwana, los dos supercontinentes cerebrales, pero sus sucesores hallaron que dentro de cada uno de ellos había a su vez imperios, países y ciudades.

¿Cae Daniel Kahneman en el “Síndrome de la Gran Idea”? A juzgar por el título y el contenido de su libro “Thinking, Fast and Slow” (Paperback, 2013), se podría sospechar que sí. La idea madre de su planteamiento es que nuestro sistema cognitivo está subdividido también en dos supercontinentes: el Sistema 1 (rápido, automático, habitual, emocional, estereotipado, subconsciente) y el Sistema 2 (lento, esforzado, inhabitual, lógico, calculador, consciente). La vida mental humana estaría gobernada por los dos tipos de procesos que se desprenden de los dos sistemas y, aunque el autor, que recibió el Premio Nobel de Economía en 2002, defiende que esta obra es un homenaje al Sistema 1, finalmente da la impresión de que, una vez más, estamos ante una epidemia del malévolo síndrome.

Por supuesto que, como toda encarnación de aquel mal, el volumen kahnemaniano está articulado sobre toda una serie de descubrimientos sorprendentes, desde su trabajo con Amos Tversky en los años setenta y su valioso aporte al conocimiento de los sesgos racionales que han desbaratado la fantasía de la economía neoclásica de que los seres humanos somos agentes racionales. Del mismo modo, su reflexión sobre los sistemas 1 y 2 es brillante y de mucha profundidad y penetración. Como un aventurero del siglo XVI, Kahneman nos introduce por primera vez en un mundo que recién se está empezando a conocer.

Por ello, el libro resulta un must read no solo para los economistas, psicólogos cognitivos y cientistas cognitivos en general, sino que para un amplio público no especialista que en los últimos cuatro o cinco años ha empezado a seguir estas “ideas que merece la pena divulgar” con mucha atención, desde las charlas TED y el cuantioso patrimonio de gatilladores del pensamiento que pueblan la prensa de “tendencias”. Kahneman es un grande, y lo mismo su libro y, en ese sentido, el problema del síndrome se minimiza. Ya vendrán nuevos hallazgos sobre lo rápido, lo lento y lo intermedio, que actuarán como un antídoto contra estos excesos. Por mientras, vale la pena internarse en estos supercontinentes recién colonizados.

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