De chico y de siempre, siempre me llamó la atención la luz de las ampolletas huachas, esas que venían sin lámpara y sin pantalla. Era una luz líquida y silenciosa, y vencían tímidamente a la noche. En los años setentas era común encontrarlas en muchas casas, sobre todo en las piezas de herramientas o los garages. Pero de a poco se fueron haciendo más inusuales. Hoy casi no se encuentran en ningún lado, por eso da gusto verlas de vez en cuando, en alguna casa de campo, o en algún otro lugar perdido de la mano de Dios.
Esto que copio acá lo escribí hace años, hace como un siglo, en mi Facebook y posteriormente me di cuenta de que los hipsters repararon en lo mismo y que los locales hipsters las recuperaron. Ahora cumplen esa función en pubs y restoranes -y bar-restorants- las luces Edison, esas de bulbos color amarillo caramelo, luz cálida y filamentos a la vista.
Me doy cuenta ahora de que a veces solo basta para sobreponerse a las angustias de la vida contemplar la luminiscencia de una ampolleta huacha. Y recordar la luz de la infancia.
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