Durante muchos años hice clases en diferentes universidades sobre música pop y la relación entre las letras y las melodías. Se llamaban esos cursos, “Letra y Música”. El primer día de clases quebraba el silencio de los primeros instantes con la siguiente pregunta para todo el grupo curso, “¿díganme cómo se llaman y qué música les gusta?” y las respuestas eran del tipo: “soy Pedro y escucho todo tipo de música”, “soy Trinidad y me gusta de todo”, “soy Camila y escucho también un poco de todo”.
Yo pensaba antes de hacer la pregunta que lo que me contestaran iba a permitirme romper el hielo y dialogar con las y los estudiantes, y me encontraba con estas respuestas que no eran respuestas.
Así que un semestre afiné la puntería y mi pregunta inicial empezó a ser, “¿qué música odian?”, y ahí sí que era tirar y abrazarse porque salía a colación el metal, el trap, el k-pop y muchos géneros más.
Una vez alguien me hizo a mí la misma pregunta en Instagram: “¿qué música odias?”. Y traspiré helado. Si contestaba que odiaba el rock progresivo, se me iban a echar encima a sacarme la contumelia unos chascones barbones cuarentones. Si contestaba que la música urbana los Gen-Zs me iban a trollear diciéndome ok, boomer, y así. Pero no se trataba de salir jugando -o sí-, sino que tratar de ser honesto y contesté: “la música que más aborrezco es Eighties & Bossa”, que ustedes conocerán bien porque es esa música que adapta hits como “Take on me” o “Girls just wanna have fun” por medio de una instrumentación somnolienta y unas voces ídem en el estilo de la Bossa Nova y es lo más irritante del mundo. Con esa respuesta no me iba a agarrar a coscachos con nadie: a nadie le puede gustar esa bazofia.
¿Dónde se escucha esta música?
Fundamentalmente en los restoranes. Es una música genérica, plana, lo que hace años se llamaba música de supermercado y hace más años todavía, música de ascensor o antes incluso, “muzak”; y quizá ustedes han reparado en ella probablemente cuando les ha tocado comer sin acompañante en un local.
¿Por qué esa música es tan habitual en los restoranes?
Creo que he dado con una respuesta para la que no tengo muchas pruebas. A los restoranes la SCD (Sociedad Chilena de Autores e Intérpretes Musicales) les cobra por ley por poner música ambiental, y no poco; según datos de la misma SCD, se cobra, “0,625% mensual por derecho de ejecución de fonogramas, de los ingresos brutos mensuales, con la sola deducción del IVA”. Para un restorán sale salado pagar esto y la SCD monitorea al detalle que se cumpla con este ítem.
Entonces llega al rescate la música royalty-free, esto es, que no paga derechos y que se puede encontrar en muchos servicios pagables por Internet, como artlist.io o Epidemic Sound.
¿Y cuál es la música estereotípica royalty-free?
Sí, interpretaciones de Bossa Nova.
Esta tiene, además, otra “gracia”; que es una música que no interrumpe las conversaciones. Si un par de personas se juntan a echar la talla en un restorán la Bossa Nova royalty-free no molesta, es una “furniture music” como la que inventó creo que para estos mismos fines Erik Satie en el París de los cabarets y los impresionistas de fines del siglo XIX. No produce eso que los neurocientistas han llamado, “el Efecto Cocktail Party” que ocurre cuando hay muchos estímulos auditivos, como en el cocktail previo a una actividad social como un matrimonio, en el que hay que aguzar el oído y prestar suma atención a la persona con la que estamos intentando conversar. Para qué hablar del mismo efecto en un pub o schopería o bar, donde la música a todo chancho, desde el Death Metal hasta el reguetón hipersexualizado, impiden la conversación absolutamente.
No, el Bossa & Eighties no tiene ninguno de estos fallos: pero es espantosa, una verdadera pesadilla, la peor música del mundo.
Pero gratis.
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