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Como mito mapuche heredado a la literatura oral chilena, el imbunche ha multiplicado sus sentidos, refiriendo a sujetos, objetos y situaciones, como un mot-valise que es también el medio —o portmanteau word, adaptación anglófona del francés que refiere a un tipo específico de maleta de doble apertura y connota dos sentidos “empacados” en una misma palabra— de lo que Gilles Deleuze llama una “síntesis disyuntiva”:
“Segun el uso de la jente ignorante i supersticiosa, imbunche es maleficio, encantamiento diabólico, hechiceria, o tambien medium […] que sirve a los brujos de ajente o instrumento de sus brujerias […] Otro sentido que damos a imbunche, i que a diferencia del anterior ninguna relacion tiene con el orijinal araucano, es el de enredo, madeja, tanto en el estilo propio como en el figurado […] Tambien imbunches son los pleitos explicados por mujeres i defendidos por leguleyos, con o sin titulo universitario” (Zoroabel Rodríguez, Diccionario de chilenismos (Santiago: Imprenta El Independiente, 1875, 261)
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El mito del imbunche fue también documentado en el Pikunmapu (zona central de Chile) desde los primeros estudios “científicos” del folklore, ya desprendidos del afán normativista y correccional de los gramáticos del siglo XIX. En su clásica compilación de Mitos y supersticiones, Julio Vicuña reúne versiones de diferentes informantes que le cuentan:
El invunche se presenta así como imagen literaria, literal y figurada, de un ser descoyuntado, torcido, quebrado, aplastado, amarrado, cocido, zurcido, bifido como víbora, comeguagua de niño (“cabrito”) y canibal de adulto (“chivo”). Privado del don de la lengua, el invunche se expresa por balidos o aullidos; su aspecto es completamente “blanco” y peludo.
“Los Brujos tienen la costumbre de robar niños varones de seis meses a un año de edad, para hacerlos IMBUNCHES, lo cual realizan obstruyendo todos los agujeros naturales del cuerpo de sus pequeñas victimas […] La informante [de Talagante] dice que los Imbunches sirven a los Brujos para custodiar los entierros, es decir, los tesoros que sus dueños, ya fallecidos, dejaron ocultos bajo tierra, y que, por no haber sido encontrados por otras personas dentro del año siguiente, son ahora propiedad de los Brujos [...] [y según el informante de Chillán] para transformar a los niños en IMBUNCHES, los Brujos ‘les cosen todos los portillos del cuerpo y luego los echan desnudos a los pajonales’” (Julio Vicuña Cifuentes, Mitos y supersticiones. Recogidos de la tradición oral chilena. Con referencias comparativas a los de otros países latinos (Santiago: Imprenta Universitaria, 1915, p. 68).
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El invunche se presenta así como imagen literaria, literal y figurada, de un ser descoyuntado, torcido, quebrado, aplastado, amarrado, cocido, zurcido, bifido como víbora, comeguagua de niño (“cabrito”) y canibal de adulto (“chivo”). Privado del don de la lengua, el invunche se expresa por balidos o aullidos; su aspecto es completamente “blanco” y peludo. Tiene las funciones de portero, guardián, custodio, ejecutor, instrumento y consultor, arconte incluso. En la literatura oral o escrita, el invunche es un fetiche imaginario: trabaja para quien lo alimente y le dé uso, acumula sobre él las marcas de sus relaciones, afirma y no representa, es ritualmente producido, es una cosa mas que un objeto. Como figura alegórica, el invunche describe la historia de una subjetividad, el proceso material de su fabricación, el entramado de relaciones en la que se ve atrapado, el imaginario del poder y la dominación, la degradación, el espanto y el terror. Escribir sobre imbunches implica atravesar dos repúblicas, dos territorios de escrituras, porque el invunche como fetiche interviene en la escritura de la “cosa pública”, cuando su doble inscripción sustrae la criatura del secreto de la cueva y le da protagonismo como alegoría de la monstruosidad (in) (proto) o (post) humana: la República (chilena) de las Letras (imbunche) y la República (chilota) de la Raza (invunche).
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Introducir el materialismo oscuro del imbunche, su doble cara disyuntiva y disyuntada como causa y efecto del secuestro, la tortura, la mutilación, la sujeción y la negación, introducirse en el imbunche de Donoso o de Sade, será como “introducirse a la Medusa, a la praxis de lo explícito”. Para la filósofa Silvia Schwarzböck, la experiencia argentina de la dictadura demuestra que los vencedores
“no son los verdugos (los genocidas, con su cadena de mandos), sino el poder económico que los instrumentó; su victoria, por tener que permanecer callada, es una victoria-derrota. Y la derrota-victoria encierra una paradoja: ‘los registros de la derrota y las evocaciones de las derrotas son parte de un aparato involuntario de celebración de las victorias, especialmente cuándo no hay obras de celebración de la victoria porque los victoriosos necesitan hacerla pasar como una derrota’” (Materialismo oscuro, Buenos Aires: Mardulce editora, 2021, pp. 204-205).
En Chile también venció el poder económico que instrumentó a los verdugos, pero esos vencedores no callaron ni necesitaron callar, al contrario, no dejaron de hablar de su triunfo y lograron que muchos derrotados dejaran de evocar la derrota, para hacerse parte de la victoria como imbunches de los vencedores. Los “30 años” que denunció la revuelta de octubre del 2019 son los treinta años de celebración de las sociedades secretas neoliberales, de la victoria de una brujería maléfica que la revuelta viene a explicitar para recordar que la victoria de la transición es la victoria de la dictadura, y que derrotar la dictadura es derrotar la transición, su política, su economía y su cultura. Por mientras, vivimos el triunfo de lo que Schwarzböck llamó “la vida de derecha”:
Para la derecha y sus adversarios dialécticos, para la dictadura y la transición, la vida de derecha es “la única vida posible” porque es la única que pone fin a la guerra. Como la guerra es siempre de derecha, solo la derecha puede decidir la paz, y para la derecha, cualquier otro modo de vida que no sea la vida de derecha será identificada como vida enemiga por exterminar, lo que llevaría nueva e inevitablemente a la guerra. Esa es la condena del imbunche.
“Cuando las maquinarias desaparecedoras de personas no habían ingresado, todavía, al flujo de la comunicación de masas, el acto de hacer desaparecer no podía ser pensado, ni siquiera por los propios desaparecedores, como cotidianidad: el exterminio del enemigo, en el marco de la Guerra Fría, no formaba parte de una guerra infinita, sino de una guerra después de cuyo fin empezaría la paz (es decir, empezaría la vida de derecha como la única vida posible)” (Silvia Schwarzböck, Las medusas. Estética y terror, Valparaiso: Marginalia, 2022, p. 148)
Para la derecha y sus adversarios dialécticos, para la dictadura y la transición, la vida de derecha es “la única vida posible” porque es la única que pone fin a la guerra. Como la guerra es siempre de derecha, solo la derecha puede decidir la paz, y para la derecha, cualquier otro modo de vida que no sea la vida de derecha será identificada como vida enemiga por exterminar, lo que llevaría nueva e inevitablemente a la guerra. Esa es la condena del imbunche.
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Para hacerse cargo de las temporalidades múltiples que se entrelazan en torno a imágenes, testimonios y doctrinas de la dictadura, un pasaje de la revuelta del 2019 introduce a cada uno de los cinco capítulos del libro. Cada uno de estos pasajes muestra el modo por el cual la revuelta hace manifiesta la herencia de la dictadura, ya sea su legado fosilizado como necropolítica, su violencia sexual y de género, sus discursos de guerra y pacificación, su Constitución y su economía política. Como expresión corporal, visual y sonora de una inteligencia y una sensibilidad colectiva que emergen de lo que Willy Thayer ha llamado la “pausa del performativo” neoliberal. Para interrogar la dictadura, la revuelta acontece como condensación (ayón) de los tiempos de la crisis epocal donde concurren y colapsan temporalidades múltiples de la crítica política y cultural. En esa temporalidad colapsada se manifiesta la perennidad del proyecto de refundación neoliberal, para el cual la revuelta no será mas que una oportunidad de perfeccionamiento y profundización.
El primer capítulo inicia con la evocación de los muertos de la revuelta de octubre y los mapuche asesinados en democracia para rememorar la muerte violenta y la desaparición forzada como operaciones necropolíticas de la dictadura de Pinochet (1973-1990). A lo largo de cinco décadas, los muertos de la dictadura han sido desujetados en una guerra de imágenes, donde la naturalización de la desaparición y la invisibilización de la violencia de Estado fueron confrontadas con la creación de imágenes que buscan hacer visible en el tiempo lo que el terrorismo de Estado intentó borrar de la memoria y el espacio. El devenir-imagen de esos cuerpos luego de su muerte orgánica es observado en las diferentes temporalidades de su inscripción en la memoria social, por las medialidades del arte, el cine, la antropología y el derecho. Propongo así un recorrido por una dimensión poco explorada de la necropolítica, como es su intento de administrar el tiempo y la memoria mediante operaciones de ocultamiento y tecnopolíticas de la imagen. El montaje escritural en imágenes que yuxtaponen, condensan y entrelazan temporalidades heterogéneas, busca mostrar cómo la tanatopoiesis de los muertos contribuye a desactivar la administración necropolítica de la memoria.
El segundo capítulo recupera la denuncia feminista de la violación como un eje de impugnación al poder y al orden policial durante la revuelta social, para proponer una lectura analítica de las historias de la violencia político-sexual desatada en los centros de tortura de la primera policía secreta de la dictadura (DINA, 1974-1977, se abordará con menos detalle la Central Nacional de Inteligencia, CNI, 1977-1990). El análisis devela los mecanismos sicosociales del sadismo que caracterizó a los agentes perpetradores de esa violencia sexual. Se ofrece una lectura detenida de los “falsos” testimonios de algunos torturadores conocidos (Osvaldo Romo, Miguel Krassnoff, Ingrid Olderock), divulgados en publicaciones impresas, registros audio-visuales y documentos judiciales que se fueron dando a conocer entre el año 1990 (inicio del primer gobierno civil de transición) y el 2014 (presentación de las primeras querellas judiciales por torturas sexuales). La descripción de los mecanismos sicopolíticos de la violencia sexual permite caracterizarla como el producto de una institución prostituyente sádica, operada por torturadores cuya “verdad” es la del contrato social y sexual perverso de la dictadura, una verdad que asomó también en el “pacto de silencio” y ocultamiento del negacionismo con los desajustes de su discursividad. El análisis permite concluir que el contrato socio-sexual de la dictadura necesitó fomentar, capturar y alimentarse del sadismo de los sujetos contratados como agentes secretos, normalizando el apathos sádico y la crueldad sexualizada desatada en espacios de excepción (los centros clandestinos de detención y tortura), desde los que se impuso y reforzó la “normalidad” exterior a esos espacios como proyecto de dominación patriarcal autoritaria.
A través del proceso constitucional abierto por la revuelta (treinta años después de la derrota electoral de Pinochet) y su frustración tres años después por el masivo Rechazo electoral al proyecto de Nueva Constitución, el cuarto capítulo enfrenta la cuestión del imbunche constitucional heredado como nomos de la dictadura.
El tercer capítulo aborda la genealogía de la retórica de la guerra en la “vida de derecha”, y sus principales motivos discursivos como la pacificación y el aislamiento. Se interpretan así las doctrinas militares y políticas que informan la guerra de la dictadura en sus diferentes versiones: la guerra anti-comunista de la Doctrina de la Seguridad Nacional, la guerra contra-insurgente y anti-subversiva de la Doctrina de la Guerra (Contra) Revolucionaria, la guerra sicológica de las operaciones de propaganda como suplemento técnico de la guerra preventiva y de la guerra de exterminio (la “mimesis de mimesis” del Plan Z y la proyección del deseo abyecto en los montajes televisivos de la DINA, la CNI y los Chicago boys). Se relacionan estas doctrinas y marcos de la guerra de aniquilación con las doctrinas políticas del “enemigo absoluto”, de la política de guerra como imperio del apathos sádico, y de la (auto) aniquilación del sujeto ético por una “moral patriótica” de la obediencia y el olvido mítico, esto es, la aniquilación del ego por el superego militar en la razón instrumental del sadismo.
A través del proceso constitucional abierto por la revuelta (treinta años después de la derrota electoral de Pinochet) y su frustración tres años después por el masivo Rechazo electoral al proyecto de Nueva Constitución, el cuarto capítulo enfrenta la cuestión del imbunche constitucional heredado como nomos de la dictadura. Busco así trazar la línea que va del sadismo de los torturadores y violadores de la dictadura al sadismo ideológico de sus principales intelectuales, abordando la Constitución del 80 y su ideología jurídica (autoritarismo, aristocratismo, individualismo, subsidiariedad, elitismo) como aparato de tortura operado por sociedades secretas de juristas apáticos que reproducen las funciones narrativas y demostrativas de un paradigma de negación y repetición sádica. La Constitución del 80 será entonces entendida como un dispositivo nawajutsu, técnica medieval japonesa (inspiradora del shibari bdsm) aplicada a la administración policial de una nación imbunchada, con los consiguientes efectos de dislocación articular y compresión de vasos sanguíneos, vías respiratorias y troncos nerviosos. La imagen de las funciones inhabilitantes y discapacitantes de esta suprema lex nos muestra la operatividad de la Constitución de Jaime Guzmán, como dispositivo sádico destinado a la fabricación de un país tullido, invalido, deformado, torturado y mudo, esto es, un país de imbunches, sujetos victimas que se vuelven guardianes subalternos del nomos constitucional y su subjetivación individualista. La parábola del imbunche se vuelve así doblemente pertinente en su acepción como dispositivo de subjetivación monstruosa y también como operador desubjetivante del dispositivo, imbunches que la Constitución imbunche busca, y en gran medida logra, producir.
Si la dictadura produce un imbunche constitucional (el sujeto de la Constitución como objeto donde se proyecta el nomos constitucional), es para delinear jurídicamente un sujeto económico que es el imbunche de mercado. Como revuelta contra el oikonomos neoliberal, la sublevación popular del 2019 impugna las sociedades secretas de brujos neoliberales que gozan manipulando al imbunche económico. Como resulta imposible reseñar aquí cada engranaje de la máquina neoliberal en su operatividad intransitiva, en este último capítulo me detendré en la infancia del mercado (el secuestro del niño imbunchado) a partir de cuatro planos de la articulación transicional a una “vida de derecha”: la visita a Chile de Milton Friedman como money doctor que viene a supervisar la aplicación de su doctrina del shock (1975); las visitas de Friedrich von Hayek como pastor de un aristocratismo libertariano, anti-político y anti-democrático, las que enmarcan la institucionalización del régimen y sus “siete modernizaciones” (1977-1981) para una “democracia limitada”; la constitución de las sociedades secretas del neoliberalismo como sociedades de complot, fomentadas por la Mount Pelerin Society y su imbunche filosófico; y la infancia del mercado como infantilización neoliberal de la sociedad, donde los mercados de la infancia en dictadura despliegan el “futurismo reproductivo” como utopía nihilizante, lo que queda de su deseo de orden como pulsión de muerte catectizada en seguridad y propiedad. El capítulo termina con un subcapítulo que plantea una serie de problemas vitales sobre nuestra posibilidad de sobrevivir (al/a lector/a y al autor) a la dictadura futura, al futuro como dictadura, pasada o por venir. Estas interrogantes sobre el interés y el deseo de orden, seguridad y propiedad, quieren ser un epílogo y cierre sincrónico que sólo puede volverse inicio y apertura a la historia.
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