A menos de dos años desde que China prohibió la mayoría de las importaciones de chatarra, varios de sus vecinos en Asia comienzan a copiar la iniciativa.
El 28 de mayo de 2019, el ministro de medioambiente de Malasia anunció que el país devolvería 3.000 toneladas métricas de desechos plásticos contaminados a sus países de origen, incluyendo Estados Unidos, Canadá, Australia y el Reino Unido. Esto, junto a Filipinas, que devolverá 2.400 toneladas de basura ilegalmente exportada de vuelta a Canadá, muestra cuán controversial se ha transformado el comercio global de desechos plásticos.
Malasia, Tailandia y Vietnam están frenando los flujos de plástico que han comenzado a llegar después de que China los rechazara. Muchos países apreocupados por el vertimiento de desechos y la contaminación plástica del mar están apoyando la iniciativa de los tres países. En una convención en mayo de 2019 en Ginebra, 186 países acordaron a restringir dramáticamente el comercio internacional en chatarra plástica para prevenir el vertimiento de este material contaminante.
Como señalo en mi próximo libro, Waste, la chatarra de todo tipo es tanto un recurso como una amenaza. La nueva restricción de plásticos permite a países de menos recursos ejercer su soberano derecho a no aceptar materiales para los cuales están mal equipados para manejar. Esto reduce las opciones de los países ricos, los que solían enviar un gran porcentaje de sus desechos plásticos y de papel al extranjero, y representa un pequeño pero simbólico paso hacia la contención de desechos.
Un negocio con pocas reglas
El Convenio de Basilia, encargado de regular el comercio internacional de desechos, fue adoptado en 1989 como respuesta a los enormes casos de vertimiento de residuos peligrosos en comunidades de África, el Caribe y Asia. Muchos de sus objetivos permanecen sin alcanzarse, incluyendo la prohibición a cargamentos de residuos peligrosos desde países ricos a otros más pobres para su disposición final y la implementación de un protocolo de responsabilidad que asigne obligaciones financieras en caso de accidentes. Además, el acuerdo ha fallado sustancialmente en abarcar nuevos tipos de desechos, particularmente los de origen electrónico.
La nueva disposición, propuesta por Noruega y ampliamente apoyada internacionalmente, toma una aproximación más agresiva. En esta se mueve a los desechos plásticos de una categoría -desechos que pueden ser comercializados a menos que estén directamente contaminados- a otro grupo de materiales que no son señalados como peligrosos per se, pero que están sujetos a los mismos mecanismos de control que estos. Ahora, estos plásticos sólo podrán ser enviados al extranjero para reciclaje o disposición con el consentimiento expreso del país importador.
Estados Unidos firmó el tratado en 1989, pero nunca lo ratificó. Tampoco se rige por las reglas expuestas en él. Sin embargo, miembros del Convenio de Basilea no pueden aceptar ningún tipo de importación de desechos restringidos por parte de Estados Unidos a menos que hayan alcanzado un acuerdo regional o bilateral que cumpla con los estándares medioambientales del Convenio. Estados Unidos ya tiene acuerdos con los países miembros de la OCDE.
La Operación Espada Nacional, la política de restricción a importaciones de desechos posconsumo adoptada por China, fue una de las principales motivaciones que llevó a actualizar el tratado. Antes de la restricción, China importaba casi la mitad de los desechos plásticos y de papel del mundo. Ahora, los exportadores de desechos en países ricos están teniendo dificultades a la hora de encontrar mercados alternativos en el extranjero e impulsar el reciclaje.
¿Desecho o chatarra?
Bajo la enmienda de Noruega, las naciones todavía pueden exportar chatarra plástica si está limpia, sin contaminar y es de alta calidad. Esta medida distingue efectivamente entre desecho -el cual no tiene valor y es potencialmente peligroso- y chatarra, o materiales descartados que todavía tienen algún valor.
Esta bifurcación importa para países que, como Estados Unidos, externalizaban su reciclaje a China, y que están teniendo problemas a la hora de crear una demanda doméstica por plásticos recuperados, ya que hace legítimo el comercio en plástico y otros desechos marginales. Aun así, todavía no existe garantía de que estos desechos puedan ser reprocesados sin dañar a los trabajadores o al medioambiente una vez alcanza al país importador.
La enmienda de Noruega tampoco hará mucho por la reducción de contaminación plástica en los mares. Solo una pequeña fracción de los plásticos del océano se originan de cargamentos de chatarra plástica desde países ricos. La mayoría proviene de productos que son utilizados y descartados en la tierra sin que alcancen algún sistema de reciclaje.
Reducir la contaminación plástica requerirá de acciones más amplias, con un enfoque en la coordinación de iniciativas globales respecto a la chatarra y una implementación relevante de leyes internacionales. Ejecutar extensiones de responsabilidad a los productores por el plástico, lo que requeriría que los fabricantes recuperen los productos plásticos al final de su vida útil para disponer de ellos en formas aprobadas, sería un paso importante. Sin embargo, no debería suplantar los constantes esfuerzos para reducir la producción y uso del plástico, lo que contribuye al cambio climático al igual que los desechos.
Las soluciones pueden venir de países europeos o de Estados Unidos. Pero mientras un país asiático tras otro cierra la puerta a las exportaciones de chatarra, está siendo cada vez más claro que hacer lo de siempre no resolverá el desafío de la contaminación de plástico.
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