Los niños y niñas que a inicios de los 2000 veían en los canales de TV infantiles la serie Bob Esponja, recuerdan muy bien las jocosas escenas que sucedían en el restorán de comida rápida submarina ficticia de Fondo de Bikini denominado en inglés como “Krusty Krab”, y que se traducía al español latinoamericano como El Cangrejo Cascarudo, mal que mal, de ahí era originaria la legendaria cangreburger.
También esas niñas y niños deben recordar la melodía que acompañaba a esas escenas, una secuencia de acordeón que rememoraba los sones de los marineros del pasado.
La melodía en cuestión era una versión de una vieja canción de marinería llamada Drunken Sailor (El marinero borracho), y sus primeros registros en partitura datan de 1839 en documentaciones de barcos balleneros de Connecticut: “What Shall We Do with a/the Drunken Sailor?” era un tipo de canción que fue muy popular en su día entre las marinerías decimonónicas, como una forma de canto que acompañaba algunas actividades propias de los barcos que surcaban el océano a los que se conoce en inglés como “sea shanties” y en castellano como “salomas”, y que tienen por principal función permitir que la tripulación se coordine en trabajos como izar las velas o levar las anclas. Tareas a menudo muy precisas, meticulosas y que requieren justamente una coordinación perfecta entre quienes la llevan en conjunto a cabo para que no sucedan imprevistos o accidentes.
El Tik-Tok vintage
Por todo lo anterior referido a los sea shanties, resulta sorpresivo que hayan regresado a los días actuales de inicios de la tercera década del tercer milenio, como decían en Los Simpson, “en forma de fichas”, o más bien en forma de un fad de Tik-Tok.
De acuerdo con Today, “Nathan Evans, de 26 años [una edad algo vieja para un tiktoker], publicó un video en Tik-Tok de sí mismo cantando una canción centenaria de marineros. Tres semanas después, el clip tiene más de 7 millones de visitas. Evans dice que ahora dejó su trabajo como cartero y firmó un contrato discográfico”. Pronto dicha red se empezó a llenar de videos similares usualmente cantados al unísono por más de un tiktoker, coleccionando millones de likes a su paso.
Como se sabe, una de las particularidades que hacen a la red social Tik-Tok tan popular en especial entre niñas, niños y adolescentes en estos días, es que permite cargar pequeños videos personales, a menudo musicales, con operaciones de edición audiovisual que cumplen con el principio del WYSIWYG (acrónimo de “What You See Is What You Get”, en castellano, “lo que ves es lo que obtienes”), esto es, comandos simples, fáciles de entender y operar, y que, en el caso de la red de la “d/t minúscula” facilitan un resultado que asemeja los de un estudio de grabación.
Basta con tomar un video o un audio cargado previamente en el sistema, encerrarse luego en el baño -una locación doméstica para hacer imágenes y videos en Internet que ya era famosa hace dos décadas en el ahora desaparecido Fotolog- apretar play, y luego otros botones, y, voilá, ya se está listo para convertirse en un viral.
A tanto ha llegado la masividad de este procedimiento, que la industria musical solo poco después de que Tik-Tok se lanzara como Douyin [de ahí lo de la “d/t minúscula”] en China, a mediados de la década pasada (2010s), encontró en ella un modo para masificar ciertas canciones y artistas, tal como ya había hecho antes con las listas de Spotify, los videos de YouTube, los clips de MTV, e incluso antes, con los wurlitzers playeros en los sesenta y muchísimo antes con los organillos en el Buenos Aires de inicios del siglo XX, que promocionaron el tango.
Todo, porque una regla de oro del marketing musical es que a mayor exposición de una canción, mayores posibilidades de que se transforme en un hit, como alguna vez explicó Neil Fox, DJ de Capital Radio.
Solo recientemente se han convertido en superventas internacionales bajo esta técnica temas como Say So de la rapera Doja Cat, Savage de Megan Thee Stallion u Old Town Road de Lil Nas X, que incluso coronó el modelo al obtener dos Grammys.
El caso de las sea shanties, parece ir por un derrotero común a lo anterior, aunque acá el efecto vintage resulta a lo menos curioso. En entrevistas con Today, muchos de los perpetradores de salomas virales en Tik-Tok defienden que una de las potenciales causas de este furor internacional de internet se asocia a la misma pandemia. Encerrados en sus casas, las personas que han acometido estos pequeños videos pueden sentirse acompañados por los otros intérpretes, y, más, sentir por un instante que están en alta mar, al aire libre y lejos del encierro.
Pero hay más.
Una de las funciones secundarias de los sea shanties -que datan en sus registros más antiguos documentados del primer tercio del siglo XIX- era, aparte de la coordinación de las actividades a bordo, la cohesión social. Al cantar una canción común, a menudo en el esquema de pregunta-respuesta, la marinería sentía que conformaba un grupo con una fuerte identidad comunitaria, y ello al parecer disminuía las tensiones asociadas al estar encerrados en una embarcación por semanas y meses en un “pueblo chico, infierno grande”.
De hecho, uno de los fundadores de la antropología como disciplina, Bronisław Malinowski, sostenía en The Problem of Meaning in Primitive Languages (1923) que este tipo de intercambios, a menudo musicales, permitían crear y mantener las relaciones sociales. Malinowski denominó a estas situaciones como “comunicación fática” y luego los teóricos de la comunicación, desde Odgen y Richards, hasta Roman Jakobson, repararon en que ella era una de las claves para permitir las interacciones verbales y no verbales entre los seres humanos. Es “fático” desde el “hola” con el que saludamos a una persona, hasta el gesto de adiós con la mano a un conocido que se separa de nosotros o nosotras en la calle.
Así, el regreso de estas salomas que habían estado ocultas en el depósito de la cultura marinera centenaria, parece estar cumpliendo justamente aquella función fática en estos días de confinamiento, cumpliendo, esta vez desde las redes sociales, la misma función de lubricante social que tuvo en su momento de esplendor en el siglo XIX, sentir menos soledad y que vamos en el mismo barco.
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