Liverpool

La Champions League fue durante décadas evento donde el mérito deportivo y la imprevisibilidad permitían soñar. Así, desde el Celtic escocés en 1967, pasando por el Aston Villa, el Hamburgo, el Steaua de Bucarest, el Estrella Roja de Belgrado, hasta el Porto de Mourinho en 2004 -campeones que no eran precisamente superpotencias deportivas- el torneo más prestigioso de clubes del planeta alimentaba una narrativa romántica: cualquier equipo podía, en teoría, tocar el cielo. Esa ilusión hoy está muerta.

El balompié es juego, pasión e irracionalidad por definición. Comienza ahí donde la sensatez termina, y por lo mismo, si una disputa colorida y emblemática como aquella sobre quien sea el “cuarto grande”, no deja muertos ni heridos, bienvenida sea, sobre todo en la medida que contribuya a mejorar la autoestima de los postulantes, difundir estadísticas, información y apreciaciones balompédicas y, de tal modo, a engrosar nuestro, un tanto escuálido, acervo cultural futbolero.