
Respetar los derechos de las niñas y las mujeres, particularmente las pobres, no es materia de “conciencia íntima” ni “convicción valórica”. Los y las representantes del pueblo que piensan que su fe y espiritualidad justifican rechazar estándares internacionales de derechos humanos, como la despenalización del aborto, están confundiendo gravemente su rol.