Sergio de la Cuadra

A comienzos de 1981 la economía chilena parecía boyante. Venía de crecer 7,8 por ciento en 1980. La inflación, el gran flagelo de la década de los 70, semejaba algo del pasado. Las reservas internacionales eran abundantes. El presupuesto fiscal estaba controlado y el desempleo reducido, aunque seguía en márgenes que casi triplicaban al promedio histórico.

El crujido de la CRAV fue el comienzo del fin de las grandes ilusiones. Una tempestuosa recesión haría tambalear al sistema, al cambio fijo y al gabinete. Un implacable ministro de Hacienda, Sergio de Castro, sufrió durante todo el 81 el embate de enemigos numerosos y enfurecidos: cuando despuntara el nuevo año, los presagios oscuros dominarían la escena.