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Martes, 25 de Marzo de 2025
La casi guerra con Argentina

1978: el año en que vivimos en peligro

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Infantes de marina argentinos en la frontera austral con Chile
Infantes de marina argentinos en la frontera austral con Chile

INTERFERENCIA publica el primero de dos artículos sobre el origen, desarrollo y apogeo del conflicto que casi provoca una guerra abierta entre ambos países. Hoy, hace exactamente 40 años, estuvimos a punto de agarrarnos a balazos. 

El ataque argentino estaba planificado para las 22:00 horas del 22 de diciembre de 1978. Se iniciaría con el bombardeo naval y el posterior desembarco de los infantes de marina en la isla Nueva para luego seguir con la invasión de las islas Picton y Lenox, ubicadas en el canal Beagle en el mar austral chileno.

En la madrugada de aquel día, el comandante de la Escuadra Nacional chilena, oculta en los fondeaderos de guerra al interior de los canales del Cabo de Hornos, el vicealmirante Raúl López Silva, recibió un cable con una orden perentoria del comandante en jefe de la Armada, almirante José Toribio Merino: “Atacar y destruir cualquier buque en aguas chilena”.

Pocas horas antes, la Flota del Mar argentina, la FLOMAR, había zarpado de su base en la Isla de los Estados en el Atlántico, con rumbo al canal Beagle. La colisión de las dos fuerzas navales era inminente en las próximas horas.

La FLOMAR estaba integrada por un portaviones, un crucero, cuatro destructores, cuatro fragatas, dos corbetas y cuadro submarinos; la Escuadra Nacional formaba con tres cruceros, cuatro destructores, tres fragatas y tres submarinos.

Ambas flotas navegaban bajo muy malas condiciones climáticas sobre un mar embravecido y lluvias torrenciales. Eran las condiciones óptimas esperadas por el alto mando naval chileno. El vaivén constante hacía imposible el despegue de los 15 aviones que llevaba el portaviones “25 de Mayo”. Quedaría al margen de la batalla y a merced de los submarinos chilenos, por lo tanto debería ser protegido por otros buques de la FLOMAR que se restarían también del enfrentamiento principal.

La “Operación Soberanía”, como se denominaba el plan de invasión a Chile, pretendía invadir las tres islas mencionadas y varias otras de los alrededores. Paralelamente, el Quinto Cuerpo del ejército argentino, comandado por el general José Luis Vaquero e integrado por unos 15 mil efectivos y 200 tanques, acantonados en Río Gallegos, avanzaría sobre Puerto Natales, a sólo 15 kilómetros de la frontera, y de ahí continuaría hacia Punta Arenas y sus alrededores.

Al mismo tiempo, el Tercer Cuerpo, el más poderoso, comandado por el general Luciano Menéndez y con unidades emplazadas en Mendoza, Neuquén, Río Negro y Chubut, penetraría por alguno de los pasos fronterizos ubicados frente a Temuco, Valdivia y Puerto Montt; y también por el Paso Libertadores, con rumbo a Los Andes y Valparaíso. Menéndez, uno de los principales “halcones” de la dictadura militar trasandina, había asegurado que al mediodía estaría almorzando en Los Andes y en la tarde, al ponerse el sol, tomándose un whisky en las terrazas del Hotel Miramar, en Viña del Mar. 

En el norte, frente a Coquimbo y La Serena, al mando del general Leopoldo Galtieri, esperaba el I Cuerpo, a la expectativa de ingresar a su vez hacia el territorio chileno.

En los últimos meses del invierno de 1978, de los casi 400 pasos que cruzan Los Andes comunicando a los dos países, sólo unos 60 estaban habilitados. Junto a ellos y desde fines de 1977 se habían concentrado grandes contingentes de tropas y máquinas de guerra.

Brigadas de alta montaña argentinas estaban situadas en la localidad trasandina de Chos-Malal, frente a los nevados pasos de Copulhue, Piocunleo y Pichachén, a la altura de Chillán y Concepción. La avanzada fronteriza de Puesco, 100 kilómetros de Pucón, era estremecida diariamente por los ejercicios de tiro que efectuaban la fuerzas de gendarmería argentina, reforzadas por tropas del regimiento de Caballería de Montaña y el Escuadrón 33 de Gendarmería de San Junín de Los Andes.

En San Carlos de Bariloche permanecían a la espera varias columnas de tanques Sherman y de artillería motorizada, apoyadas por centenares de mulas.

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Infante de marina en las islas australes
Infante de marina en las islas australes

El alto mando chileno, por su parte, había reforzado las dotaciones militares desde Concepción al sur, concentrando blindados y tropas de elite en Temuco, Valdivia y Osorno. En ambos lados de la frontera se multiplicaba la formación de brigadas civiles. Unas pintaban con grandes cruces rojas los techos de hospitales y de escuelas. Otras habilitaban refugios y ensayaban evacuaciones masivas.

En Coyhaique se estructuraron brigadas de escombros, ante lo que se consideraba un inminente bombardeo de la ciudad. Se sucedían los ejercicios de oscurecimiento y el ulular de sirenas estremecía por las noches a los angustiados habitantes de las zonas fronterizas.

Desde fines de septiembre de ese año, los operadores de los radares del centro de control aeronáutico ubicado en la cumbre del cerro Renca, en Santiago, detectaban periódicamente el ingreso de aviones de guerra argentinos al espacio aéreo chileno. Cuando los cazas de la FACh levantaban vuelo desde sus bases en Santiago para salir a interceptarlos, las naves trasandinas retornaban a su territorio.

Las fuerzas militares chilenas instaladas en el norte del país se mantuvieron íntegras en sus destinaciones. Los altos mandos no descartaban una posible guerra simultánea con Argentina, Perú y Bolivia, la temida Hipótesis Vecinal Tres, la HV-3. También estaban listas para emprender lo que denominaban “un gancho de izquierda”, un ataque relámpago hacia el norte argentino rumbo a Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Córdoba, situándose en la puerta norte de Buenos Aires.

Los estrategas y analistas criollos confiaban en el escalamiento continental del conflicto con Argentina. Los peruanos no podían descuidar su frontera norte, donde los ecuatorianos deseaban recuperar los territorios amazónicos que les arrebató el país del Rimac en 1941. También se esperaba una intervención de Brasil para evitar el expansionismo argentino.

El principal temor de los generales era la mermada capacidad de la FACh, muy afectada por la enmienda Kennedy que prohibió en 1976 la venta de armas y repuestos estadounidenses a Chile por el asesinato de Orlando Letelier en Washington en 1976. La fuerza área argentina, además, contaba con más del doble de los aviones de guerra chilenos, y con una evidente superioridad estratégica. Ellos disponían de bases muy cercanas a la cordillera a lo largo de toda la frontera y en cuestión de minutos podían estar sobre territorio chileno. Como Chile no estaba dispuesto a iniciar el fuego, disponían también de la iniciativa y eso, en la guerra aérea, puede resultar decisivo.

La FACh se había estremecida a fines de julio de 1978, cuando la Junta Militar destituyó a su comandante en jefe, el general Gustavo Leigh, y otros 17 generales se acogieron a retiro solidarizando con su jefe. Había asumido en su reemplazo el general Fernando Matthei.

El general Augusto Pinochet y los mandos del Ejército confiaban en la capacidad de la Armada, varios de cuyos y otros equipamientos bélicos buques habían sido renovados durante el gobierno del presidente Eduardo Frei Montalva. Cinco mil infantes de marina estaban desplegados en las islas australes amenazadas, esperaban contener la invasión argentina e iniciar una fulminante contraofensiva hacia la Patagonia trasandina.

Pinochet, basado en los planes estratégicos que había desarrollado la Academia de Guerra se preocupó durante gran parte de 1978 de preparar rigurosamente la infantería. Creía que la lucha sería larga y sangrienta, pero que finalmente se impondría sobre las tropas enemigas.

Lo mismo creía el canciller Hernán Cubillos, quien incluso afirmaría dos décadas después que estaba seguro que tras una prolongada guerra las fuerzas chilenas llegarían a invadir Buenos Aires.

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